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Análisis de balance - Relato 12

ANÁLISIS DE BALANCE

Abro el frigorífico buscando algo de comer, camino despacio y con torpeza, estoy algo mareado. Es sábado, son las doce de la mañana. Hace apenas dos horas que me acosté. Anoche salí y como siempre, me dieron las tantas. Estoy solo en casa, mis padres están trabajando, mejor, estoy mejor solo. La noche no ha sido muy distinta de las anteriores. Siempre hago lo mismo, beber y drogarme. Cierro la nevera decepcionado, en realidad no me apetece nada de comer. Todo me da vueltas, pero no estoy pedo, es una sensación extraña. Siento en mi cuerpo un intenso hormigueo, mi cerebro no para de pensar. Pienso en el dinero que me he gastado en la noche, pienso en mi familia, en que no quiero dormir. Vuelvo a la cama, tengo una extraña sensación de frío por todo mi cuerpo. Mis pies, están congelados, sin embargo tengo sudores. Me arropo, y doblo mis piernas recogiéndome dentro de la cama, necesito protección, no se de que, ni de quien, pero como me gustaría sentirme seguro. En un instante de derrumbe, me pongo a llorar. Me maldigo por todo lo que hice la noche anterior, me hago miles de preguntas que casi todas tienen respuesta, solo que no quise buscarla. Me vienen a la mente imágenes. Yo bebiendo y consumiendo cocaína. Doy vueltas en la cama, me muevo de un lado para otro. A los pocos minutos me descubro con los ojos abiertos viviendo momentos de la noche anterior. Vuelvo a cerrar los ojos, lo que daría por que todo esto, todas estas sensaciones, pasaran. El hormigueo sigue, el sudor ha remitido, pero cada vez que me muevo amenaza con volver, prefiero quedarme quieto. Cruzo mis brazos y espero que pase el tiempo. Si, será lo mejor.
Permanezco quieto con los brazos cruzados durante algunos minutos, aunque el tiempo pasa tan deprisa que pueden haber pasado horas, enseguida me doy cuenta de que estoy apretando mi puño con fuerza, me he clavado las uñas en la palma de la mano. Me levanto al servicio. Intento orinar, pero me cuesta horrores, después de algunos minutos apoyado en la pared, logro que algunas gotitas de orina salgan por mi pene.

Al volver a la habitación, recuerdo que todavía me queda algo de cocaína de la noche anterior. Me levantó y la busco en el bolsillo de mi trasnochada chaqueta. Abro la bolsita, descubro que hay más cantidad de la que yo pensaba. Cojo la caja de un disco compacto de mi estantería, vuelco una roquita y polvo sobre el, la bolsa queda vacía. Con una tarjeta de crédito aplasto la sustancia, después de algunos segundos, esta desecha como el azúcar.

Ceremoniosamente con la tarjeta de crédito formo una línea casi recta con la cocaína. El camino del confuso y efímero placer. Cojo un billete de veinte euros, lo enrosco en forma de tubo. Tengo la sensación de que no me va a entrar más cocaína en mi cuerpo, pero tengo que esnifarla, mi cansada mente y mi cuerpo me lo pide. Me agacho, al acercarme a la caja del compacto la vista se me nubla, tengo que concentrarme para dirigir el tubo hacia la cocaína, cojo aire y aspiro con fuerza. La sensación es de hastío, llevo mucho tema en mi cuerpo. Se me saltan algunas lágrimas, y mi vista salta de un lado a otro de la habitación, pero la sensación es muy buena. Recojo todo con rapidez y vuelvo a la cama. Vuelvo a tener sudores, no puedo moverme, cualquier movimiento de mi cuerpo me hace sentirme incomodo, inseguro, necesito estar estático, sin moverme ni un milímetro. Aprieto con fuerza mis dientes, lo hago inconscientemente. Miro el reloj, son las dos de la tarde, es increíble como pasa el tiempo en este estado, pienso. Sigo dando vueltas en la cama, el hormigueo es inaguantable, tengo desazón, no puedo estarme quieto. Tengo sudores y mis pies y manos están fríos, congelados. Me planteo si merecerá la pena dormir. Pienso en levantarme, pero al intentarlo me arrepiento. Enciendo la tele, pero la luz que emite en la oscuridad de la habitación se me hace muy desagradable, me vuelvo a sentir inseguro, como fuera de la vida.. Me levanto al baño y con dificultad si logro que salgan unas gotas de orina. La respiración no es tan agitada como hace un rato, aunque siento una presión en mi pecho, me cuesta coger aire, y mi taponada nariz casi no me deja respirar.
De nuevo en la cama, me tumbo boca arriba, pongo uno de mis brazos sobre mi cabeza, intentando calmar mi mente, parece que se vaya a salir en cualquier momento. Empiezo a sudar, pero mi respiración no es muy mala, al menos no me falta el aire.
Sigo despierto, no se que hacer, no puedo dormir, se que esta sensación pasará, pero de momento me encuentro fatal. Decido llamar a mi novia, anoche ella no salió, tenía que estudiar. Me levanto de la cama, más tranquilo, aunque todavía inquieto. Marco su número con dificultad. Tras dos tonos lo coge.
- Dígame
- Hola Diana, soy yo - digo con la voz rota.
- Hola gordito, ¿que tal anoche?
- bien, bien, solo llamaba para ver que hacías – digo con sentimiento de incomodidad, me siento culpable por todo lo que hice anoche -. Me acabo de despertar. Anoche no hice nada especial, me aburrí un poco - mentí, no me aburrí, aunque borraría esa noche de mi vida.
- bueno luego nos vemos - ella se despide con un beso.
Me acuesto de nuevo e intento dormir, aunque sé que me costara un poco. Recuerdo la primera vez que probé la cocaína. Era una noche de viernes, llovía, yo había bebido bastante. Estaba con un amigo en un pub, el recibió una llamada.
- es Rober - me dijo mi amigo.
- ¿y quien coño es Rober? - dije, después terminé mi copa de un trago.
- un amigo. Nos vamos a ir a dar una vuelta con él ¿te apetece?

Cuando llegó, nos subimos a su coche. Mi amigo se montó de copiloto, yo, en el asiento trasero. Dimos unas cuantas vueltas con el coche. Ellos hablaban pero yo no escuchaba bien lo que decían, la música sonaba alta. El coche se paró delante de una casa baja. El amigo de mi amigo salió del coche, pasados varios minutos regresó.
- no esta mal, me lo ha dejado a tres talegos, y es roca - dijo dándole a mi amigo una
bolsita pequeña.
Fuimos a un parque. Mi amigo sacó de la guantera del coche la carpeta con la documentación del vehículo, abrió la bolsa y echó un poco de polvo en ella. Cogió el plástico transparente de un paquete de tabaco que sacó de la guantera, puso el plástico encima de las roquitas de coca y con un mechero las empezó a machacar. Las rocas se hicieron polvo. Después dividió el montón haciendo tres rayas.
- ¿tu quieres no? - me dijo señalándome con la tarjeta que había usado para dividir la cocaína.
Yo no conteste. Les dije que nunca la había probado. Se rieron los dos y me dejaron que hiciera los honores. Me pasaron la carpeta y una invitación de discoteca hecha un tubo, respire hondo y esnifé.
No sentí nada, ni en ese momento ni pasadas las horas. Solo me quitó la borrachera que llevaba y también el sueño, pero nada más. Dicen que la primera vez que la pruebas no sientes nada, y es cierto, al menos yo ni me enteré.

No recuerdo a que hora me quedé dormido. Me despierto con la nariz taponada. Miro el reloj, son las seis de la tarde. Abro la puerta de mi habitación, mi madre ha debido de cerrarla cuando llegó de trabajar.

Voy al baño y me sueno con fuerza la nariz, es inútil, sigue taponada, solo consigo manchar el papel higiénico con un poco de sangre. En el salón mi madre duerme la siesta. Me dirijo a la cocina, abro la nevera, pero tras unos segundos la cierro. No tengo sueño, la sensación es de bienestar, como si hubiese dormido toda la noche de un tirón, pero se que no ha sido así, la histeria ha pasado, pero la sustancia permanece, me mantiene despierto. Vuelvo a mi habitación, subo la persiana y enciendo la televisión, ahora si me apetece verla.

© Sergio Becerril 2007

MI SEGUNDO RELATO

Lei la noticia y la hice relato. Fue mi segundo cuento, se aprecia la probreza en el estilo, la obviedad de lo común, y ahora que lo vuelvo a leer lo encuentro demasiado edulcorado, es evidente que requiere unas cuantas reescrituras, además el tema está demasiado gastado para mi gusto, pero bueno, el relato está ahí, y es mio.

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Jueves, 17 de octubre de 2002
EL PAIS


Un hombre mata a su mujer, enferma terminal, 'para no verla sufrir'
EL PAÍS Barcelona
Un hombre, de 83 años, mató ayer a su mujer, de 86 y enferma de Alzheimer, asfixiándola. Tras el crimen confesó a la policía que lo hizo porque 'no podía seguir viéndola sufrir'.
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Desde la ventana Henry vio como llegaba la ambulancia, dos hombres vestidos con trajes blancos descendían y se apresuraban. No era la primera vez que veía esa imagen, se repetía casi cada semana. Su mujer estaba muy enferma y las visitas de los médicos a su casa eran muy frecuentes.
El timbre de la puerta sonó. Henry caminó con torpeza y abrió.

-Hemos recibido una llamada, ¿es usted Henry Miller? – dijo uno de los doctores.
-Si soy yo, les he llamado por que mi mujer esta muy enferma, lleva una hora sin parar de
vomitar – Henry se quitó sus gafas, sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó sus ojos húmedos,
volvió a ponerse las gafas-. Me asusté, por eso hice que vinieran
-Bien, ¿dónde esta su mujer?
-Acompáñenme – dijo Henry.

Henry caminaba despacio, apoyándose en cualquier cosa que tuviese a mano. Cuando llegó a la habitación vio a su mujer postrada en la cama, tenía el mismo mal aspecto de siempre.
Kate la mujer de Henry tenía una enfermedad terminal, no hacía nada por si misma, Henry la daba de comer, la lavaba, dedicaba todo su tiempo a cuidar de ella. La quedaba poco de vida, él, en ningún momento había pensado en abandonarla, la quería y la necesitaba.

-aquí esta mi mujer, cuiden de ella, no la hagan daño – Henry empezó a llorar y salió de la
habitación.

Caminó hasta el salón, se volvió a secar sus ojos, dejó de llorar. Miró una de las fotos que había en el salón, su mujer y el sonreían, la foto fue tomada el día de su boda, había pasado tanto tiempo.

Pasaron algunos minutos, los médicos salieron de la habitación.

-bien, Sr. Henry, le hemos suministrado una medicación que hará que cesen los vómitos, tiene
que tomarla cada 12 horas durante tres días – dijo el doctor mientras le daba un frasco con
píldoras-. No se olvide, es importante que no deje pasar ninguna dosis – concluyó.

Henry no dijo nada, no sabía que decir, le daré la medicación cada 12 horas, y ya está, pensó. Acompañó a los médicos a la salida.

Media hora después llamaron a la puerta, era Mary su hija.
Henry abrió la puerta, la recibió con un abrazo.

-pasa hija, ¿qué tal todo? – dijo Henry.
-Bien, y mama, ¿qué tal esta?
-Igual, delira a menudo, ahora duerme, hace un rato vinieron a verla los doctores, tuve que
llamarlos por que no paraba de vomitar
-No puedes vivir así papá, ¿no crees que sería mejor que estuviera internada en algún centro?
-Sería lo mejor, pero no, de momento no, estoy bien así, soy feliz a su lado – dijo Henry mirando
para otro lado.
-Te engañas papá, prométeme que lo pensarás
-Esta bien, de acuerdo, lo pensaré
-Solo venía a ver que tal todo. Si quieres este sabado podemos venir a cenar. Steve y los chicos
tienen ganas de verte, te viene bien algo de compañia, ¿vale? – dijo Mary sonriendo.

Henry se despidió de su hija, que salió dejando tras de si un olor a vainilla, el olió aquel perfume, cerró los ojos y aspiró su esencia, la echaba tanto de menos.

Se sentó en el sofá y ojeó por encima el periódico.

-¡Henry! – gritó su esposa.
-¡ya voy querida! – se levantó con torpeza del sillón y caminó un poco mas deprisa hasta la
habitación.

Cuando llegó vio a su mujer erguida en la cama, Henry se apresuró a cojerla por la espalda, le colocó la almohada detrás y la apoyó contra el cabecero.

-¿qué ocurre cariño? – dijo Henry mientras se sentaba en la cama, al lado de Kate.
-¿cómo que no has visto la mañana? – susurro Kate.
-¿la mañana?, ¿qué quieres decir amor? – Henry la miraba con ternura, le cogió la mano y la
llevó a sus labios, después volvió a colocarla junto a su regazo.
-Una vez, cuando ya todo no era, la vi y no supe mas de ella – dijo Kate, después esbozo una
pequeña sonrisa que arrugó mas su cara, dejó ver sus dientes, los únicos supervivientes de la
belleza del pasado.
-No te preocupes Kate, yo sigo aquí, contigo, siempre a tu lado – Henry sonrió.

Salió de la habitación, fue al baño, abrió el grifo y dejó que el agua fría tocara sus dedos, se mojó la cara, y el poco cabello de anciano que poblaba su cabeza. Se abrochó los dos primeros botones de la camisa.

-¡Henry! – volvió a gritar Kate.

Llegó al cuarto donde estaba ella y se volvió a sentar a su lado.

-¿cómo que no has visto la mañana?, si tu no la ves, yo tampoco quiero ver nada, por que una
vez yo supe que nada era como cuando pasó, ayer, ¿sabes? – murmuró Kate.
-Te entiendo, Kate, te entiendo – Henry se pasó las manos por el pelo, lo peinó con sus dedos,
lloraba riendo.
-Mañana no podré llegar, creo que usted no ha visto la luz del sol – susurró Kate, y por primera
vez en mucho tiempo, miró a Henry-. ¿por qué no quieres sonreír a la mañana? – musitó.

Henry se acercó a Kate, la tumbó en la cama con torpeza, le acomodó la almohada para que pudiera descansar. Kate estaba tumbada, sintió en su mejilla la mano de Henry.

-te quiero tanto – dijo Henry mientras peinaba el pelo blanco de Kate con sus manos.

Las manos de Henry fueron abrazándose al cuello de Kate, ella cerró los ojos, Henry fue imprimiendo mas fuerza al acto, pasados unos segundos Kate dejó de respirar. Tenía los ojos cerrados y una dulce expresión en su rostro. Henry la besó, y salió de la habitación.
Se puso la chaqueta y salió a la calle.

-¡la he matado!, ¡la he matado! – gritó Henry.

La gente le miraba con asombro, algunos corrían, otros se quedaban parados, pero nadie, en definitiva, le hizo el menor caso. Henry se entregó a la Guardia Civil dos horas después, pasó la noche en el calabozo.
El sol despertó a Henry, se levantó con urgencia y fue en busca de Kate, pasaron algunos segundos hasta que recapacitó, Kate ya no estaba. Se asomó por la pequeña ventana del calabozo.

-si mi amor, ahora estas mejor, y yo también – dijo Henry sonriendo a la mañana.
© Sergio Becerril 2007

¿Sabe una cosa? - Relato 11

SABE UNA COSA

Salí del bar medio borracho. Dentro había dejado a Minerva, la chica con la que habitualmente salía a emborracharme. Veía a las personas difuminadas, y las luces, en la noche me turbaban. Poco a poco las imágenes que mis ojos percibían se hacían más incomprensibles, veía a gente pasar a mi lado: me miraban extrañados y seguían su camino. Me detuve en una esquina, me desabroché los pantalones y empecé a mear. Es inevitable mojarte un poco al guardártela, pensé, al ver que parte del meado había ido a parar a mis pantalones. Seguí caminando, en un banco una pareja se besaba con deseo; la mano del chico tocaba el trasero de la joven, ni siquiera me vieron pasar.
Llegué a la parada del autobús. Estaba cansado, y empezaba a dolerme la cabeza. Yo sabía que el alcohol estaba empezando a noquearme, pero no quise pensar en ello. Observé que en el asiento había el espacio suficiente para mí, y como pude me acople entre dos mujeres. El olor que desprendía una de ellas, me hizo pensar, que la noche había sido más tranquila para ella que para mí.
El autobús tardaba, y un pensamiento etílico de los muchos que me vienen a la cabeza cada fin de semana me abordó. Se lo hubiera contado a Minerva, pero ella estaba tan borracha como yo, además tampoco creo que se interesara mucho por ello. Así que decidí empezar una conversación con la mujer que tenía al lado, sin duda estaría más receptiva que la borracha de mi compañera.
-Hola – dije, no esperaba ninguna respuesta, sabia que la señora no me contestaría, pero me equivoqué.
La señora volvió la cabeza hacia mí. Era morena y tendría como unos cincuenta y pocos años, vestía con un traje de color morado, o al menos eso me pareció. En sus manos llevaba una bolsa de plástico, me fijé en un reloj Casio digital, no se porqué, pero me llamó la atención su reloj.
-Hola, Qué ¿toda la noche de fiesta? –me preguntó.
Su tono humilde, sin sorna, me impresionó.
-si, ya voy para casa, ¿sabe una cosa? – dije.
-No, ¿Qué? –respondió ella.
-La ultima vez que vi a mi padre fue hace doce años, ahora tengo 27 -Hice una pausa esperando que la señora se fuera del banco, o me dijera algunas palabras de aliento, pero se quedó mirándome de reojo sin articular palabra-. Aunque tampoco le echo de menos, no se crea usted. Solo puedo recordar a mi padre cuando llegaba por las tardes de trabajar, el era pintor, pero de paredes, nada de cuadros. Llegaba ya con dos copitas de mas, cuando él entraba en casa se sabia por su olor. Desprendía un olor amargo, rancio, como el de un salchichón en mal estado. Llegaba siempre despeinado. No tengo ninguna imagen de mi padre peinado. Era un pobre hombre, un borracho que trabajaba para traer dos duros a casa. Como le iba diciendo, llegaba por las tardes a casa, y solo se sentaba en el sofá a ver la televisión, solo se levantaba para cenar, cena que por supuesto mi madre preparaba. Solo recuerdo eso de mi padre, aunque claro con quince años…ha pasado mucho tiempo
-Si, hijo, hay un refrán que dice: “madre no hay mas que una, y a ti te encontré en la calle”
Y no dijo nada mas, miró su reloj Casio digital y se cruzó de brazos con la bolsa de plástico entre ellos.
Yo notaba que el alcohol me había embargado. Y mis palabras sonaban torpes, miré la hora, pero no pude distinguir bien la misma. Un eructo hizo que un sabor agridulce recorriera mi boca.
El autobús llegó poco después. Me subí torpemente, y me senté al lado de mi nueva amiga. Ella no pareció darse cuenta, miraba por la ventanilla hacia el horizonte.
-¿Qué tal? – la dije dándole un golpecito en el hombro.
-¡ah!, hola – dijo aparentando sorprenderse.
-¿Sabe una de las cosas que más me sorprendió y que más admiro de mi padre? –esperé algunos segundos para obtener respuesta, un leve gesto con la cabeza me decía que aquella señora no tenia ni idea de que era lo que mas me sorprendía y mas admiraba de mi padre-. En todo el tiempo que estuvo en casa, no le puso la mano encima a mi madre. Sí, discutían, gritaban, tiraban platos, pero nunca la pegó. Una vez mi madre le soltó un bofetón, pero el ni se inmutó. Solo trabajaba, bebía, y de vez en cuando hablaba. Yo hablaba con él de cosas sin sentido, al menos es lo que recuerdo
La señora tocó el pulsador, llegaba su parada.
-bueno joven, seguiremos en otro momento, ahora tengo que ir a trabajar
-bien, no se preocupe – dije, mientras me levantaba para que la mujer saliera.
La vi bajar y apresurarse a coger otro autobús. Noté dentro de mi como el alcohol se iba difuminando, y como iba apoderándose de mi la cordura. Volví a eructar, el sabor caduco del ron invadió mi paladar. Por un momento quise vomitar, pero fue una fugaz sensación.
Mi cuerpo estaba desecho, cansado, y sin embargo, me sentía bien. Mire el reloj, eran las siete y cuarto de la mañana. Mi parada llegó. Me baje del autobús con escasa agilidad, y caminé con una extraña sensación de bienestar en mi cuerpo, me sentía bien, como despues de una grandiosa y larga meada.

© Sergio Becerril 2007

Clase media - Relato 10

CLASE MEDIA

Termino de peinarme, llego tarde así que por esta vez no me entretengo mucho. Guardo el cepillo en el mueblecito de mármol verde del baño y voy a mi habitación.
Mi cuarto esta desordenado, hay ropa por el suelo, los calcetines del día anterior están a los pies de la cama, asumo mi parte de culpa en el tema de la ropa, pero el polvo el mes que viene me come, y eso no es parte de mis ocupaciones. En la estantería, donde tengo mis libros, el polvo apenas se ve, pero al lado, abajo, en el mueble de la minicadena el polvo se huele, se siente, nunca lo toco, en alguna ocasión que lo hice se formo una gran bola de pelo gris, fue del todo desagradable.
Abro el armario buscando algo de abrigo, ya empieza a refrescar por estas fechas, y todavía no ha abierto el día; busco una americana de pana, me la pruebo y decido quedármela puesta.
La noche anterior un mosquito ha marcado mi cara, tengo dos picaduras, una en la nariz, y otra en la frente. Odio el picor de una picadura de mosquito, y más cuando las descubro a la mañana siguiente, no imagino peor forma de empezar el día.
Son las diez de la mañana, entro a trabajar a las ocho, aunque tengo la suerte de tener un horario flexible. Paso todo el día en la oficina, entre a la hora que entre, siempre salgo a las diez de la noche, así que los jefes no me dicen nada. Es una situación que no me gusta, e incluso estoy intentando cambiarla, no aguanto estar tantas horas metido en el trabajo.
Los jefes me han pedido que es necesario que yo este tanto tiempo trabajando, yo no pienso lo mismo, me odiaría si así fuera, pero como no hay gente, se aprovechan de mi bondad. Ayer tuve un día horroroso, sentí como si las venas de todo mi cuerpo me fueran a explotar, y es que no quiero trabajar tantas horas. Oliverio, un amigo mío, me dijo que en la vida uno tiene lo que se merece, le mande a tomar por culo. Oliverio es el típico amigo que siempre saca una frase hecha a cada momento, pero es que hay veces que le da igual si viene al caso o no, el la dice y punto, y claro tienes que darle la razón, porque además es cabezón, y si le plantas cara puede mantener su postura firme durante horas, y eso es inaguantable, porque tengo que estar escuchándole su razonamiento que es mucho peor que la frase hecha que acaba de decir, así que yo le escucho, asiento, y se acabó.
Hace frío en la calle, nada más salir del portal empiezo a tiritar, camino deprisa, mi pelo esta mojado y el frío entra por cada centímetro de mi cabeza. Entro en el parking donde tengo mi coche, es una plaza alquilada, la tengo desde hace dos años, y es la única deuda que no me molesta pagar a fin de mes. Bajo unas escaleritas hasta llegar a mi Volkswagen.
Al salir, paso mi tarjeta por el lector como cada día, como cada mañana, y descubro que no me abre la barrera, vuelvo a pasarla y nada, el revisor o como se llame sale de su caseta y se dirige hacia mi.
- Buenos días -me dice.
- Hola –no me apetece desearle buenos días, no porque no lo sean, si no porque no me ha sentado bien lo de la barrerita-. No me abre –le digo sin mirarle.
- A ver, a ver –me coge la tarjeta y la observa, se incorpora, se apoya sobre el techo de mi coche-. ¿Qué abono tienes?
A vale, con que esas tenemos, el tema del abono. Hay dos clases de abonos uno que puedes dejar el coche las veinticuatro horas y otro que solo puedes dejarlo por las noches, es decir de siete de la tarde a nueve de la mañana o algo así, tampoco lo recuerdo porque yo a pesar de tener este ultimo, que es el barato, nunca había respetado el horario, y tampoco nunca había tenido problemas, menos hoy, hoy si los tengo.
- tengo el abono de la noche –le digo entre dientes.
- Claro, por eso no te abre –dijo gritando-. Tienes que pagarme las dos horitas que te has pasado, son las once y cuarto – dijo mirándose el reloj a la vez que lo señalaba con su dedo.
- Pues nunca había tenido problema, muy bien, ahora voy.
Doy marcha atrás y aparco a un lado, me bajo y me dirijo a la taquilla. Al final he tenido que pagar tres euros, no es mucho pero me molesta todo el numerito, lo peor de todo y lo que más me molesta es que ya no voy a poder dejar el coche en el garaje cuando se me antoje, tendré que ceñirme a mi horario. Ahora sí, me abre la barrera y me voy a trabajar.
Por el camino pienso en porque no cogí en su momento el abono de veinticuatro horas, aunque no me hace falta pensar mucho, es treinta euros mas caro, y ni siquiera puedo plantearme si merecería la pena, no gano tanto dinero, también pienso en alguna puerta secreta por donde pasar para que el de la taquilla no me vea, o alguna estratagema para no tener que pagar cada vez que me pase de hora, pero no se me ocurre nada.
Cruzo la puerta de la oficina y pienso que soy de la clase media, la clase media es así, media.

© Sergio Becerril 2007

Bondad - Relato 9

BONDAD

Al entrar en casa, Alberto vio a Maria haciendo la cena. Se acercó hasta ella y la dio un beso; ella sin soltar la sartén donde freía un par de filetes, le devolvió el gesto.
En la cocina había mucho humo, Alberto fue hacia una de las ventanas y la abrió. Después se desabrochó el pantalón, se aflojó la corbata y se sentó en una de las sillas de la cocina.
-¿Qué tal el día? –preguntó ella.
-bien –hizo una pausa, después se levantó de la silla y fue hacia la nevera, abrió una cerveza y de un gran trago se bebió la mitad, después fue a sentarse de nuevo-. Demasiado bien, al final no nos quitan la cartera de clientes de Carlos, el jefe nos ha pedido que…
- ¿quieres darme el trapo? – le interrumpió Maria.
- si – Alberto cogió el trapo de encima de la mesa y se lo entregó, él sabía que, lo que le estaba contando no tenia ningún interés para ella, o al menos se lo imaginaba, de todas formas siguió hablándole acerca de su trabajo-. Pues como te iba diciendo, el jefe nos ha pedido que pongamos un poco mas de nuestra parte y que saquemos adelante los temas de Carlos
-¿un poco mas de vuestra parte?, pero si te pasas diez horas y media en la oficina todos los días – Maria sacó los filetes y los puso en un plato.
En la cena, se sentaron uno en frente del otro, cenaron en la cocina, habitualmente lo hacían en el salón, pero como Sara, la hija de ambos, estaba de vacaciones en casa de sus abuelos, no se molestaron mucho.
Cenaron filetes y un poco de ensalada que Alberto ni siquiera probó.
Terminaron de cenar, Maria estiró su mano para coger un paquete de cigarrillos, con ansia se encendió uno, lo fumó deprisa; mientras, Alberto la miraba, con deseo, con amor, como lo había hecho durante los últimos doce años.
- no te preocupes ves a sentarte y mira un rato la tele, yo recojo esto –dijo Alberto cogiendo la mano de Maria.
Ella no dijo nada, dio una última calada al cigarro y lo apagó, después se levantó despacio de la silla.
- gracias amor – dijo, besó la mejilla de Alberto y salió de la cocina.
No hay de que, no tienes porque dármelas, pensó Alberto.
No le gustaba recoger la cocina, y mucho menos después de cenar, por la noche, lo odiaba siempre, pero por la noche le resultaba mucho más odioso.
Cuando terminó de recoger, fue al salón. Maria dormía, con la tele encendida, el volumen estaba casi al mínimo, se escuchaba algo pero apenas si podía saberse que. Ella, años atrás, le había comentado que la encantaba quedarse dormida con la tele puesta, la daba igual si en la cama o en el sofá, pero con la tele encendida, y con el volumen casi al mínimo, esto era curioso, porque el volumen exacto solo lo sabia calcular Maria, el último toque al botón del mando lo daba ella, era como si calculara la dosis exacta para que la entrara sueño.
No quiso despertarla, apagó la luz, la tele, y antes de irse al dormitorio, cubrió su cuerpo con una manta, besó su mejilla y salió.
Abrió la cama, después fue hacia el escritorio y encendió el portátil, mientras se encendía fue a la cocina a coger una cerveza y de camino prendió uno de sus cigarrillos. Se sentó y tecleó la clave para entrar en el ordenador, se dio cuenta de que no tenía cenicero, se levantó con rapidez y trajo uno de la cocina.
Dio un par de caladas y apagó el pitillo. Estaba sentado frente al portátil, la luz de la habitación estaba apagada, su rostro era iluminado por la luz del monitor, se conectó a Internet y buscó una página porno, después de ver algunas fotos estaba empalmado, se hizo una paja y pasados diez minutos se acostó, no tardó mucho en dormirse.
Alberto se despertó, María estaba con él en la cama. Miró el reloj, eran las siete y media, todavía le quedaba media hora para levantarse. Se estiró, y después cogió el cuerpo de Maria con su brazo, la apretó contra su pecho, quería sentirla cerca durante los segundos que tardaría otra vez en dormirse.

© Sergio Becerril 2007

Mi primer relato

Abajo podéis leer mi primer relato, lo escribí en el año 2002, y la idea se me ocurrio al venir de una entrevista de trabajo, al subir en el ascensor una chica coincidió conmigo, no sé por que motivo pero la chica me produjo una extraña sensación, solo recuerdo que era morena con el pelo liso, y que llevaba un movil en la mano, nunca había escrito ninguna historia, al llegar a casa elaboré este pequeño cuento.

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Llegaba tarde, así que no le importó correr mas de la cuenta con el coche, pisó el acelerador; en un paso de peatones una viejecita esperaba para cruzar, pero Carlos no podía parar, hoy no, y allí la dejó, unos metros después el semáforo cambio de verde a naranja, Carlos frenó y metió cuarta, el semáforo seguía naranja, redujo a tercera, el semáforo se puso en rojo, pero demasiado tarde, no le dio tiempo a parar, por suerte no había ningún policía.
Vio el edificio, aparcó donde pudo y fue corriendo hacia el mismo.
Se ajustaba la corbata mientras andaba rápido, con paso firme, cuando llegó a la entrada había un vigilante de seguridad sentado en una mesa, leía un periódico, Carlos se dirigió a el.

- Voy a “Saturday”, tengo una entrevista – le dijo Carlos.

El vigilante que masticaba un chicle ni siquiera le miro.

- Sexta planta – dijo indicándole con la mano donde estaba el ascensor.

Menudo imbecil, pensó Carlos, se quitó la chaqueta y pulsó el botón para que bajara el ascensor, tardó unos tres minutos en llegar, Carlos entró, iban a cerrase las puertas cuando vió una mano que lo impidió, después de la mano apareció un brazo y después una cara y un cuerpo, una chica guapísima iba a subir con el.
Carlos esperó a ver a que piso iba antes de pulsar el ningún botón, ella subía al sexto, y Carlos también, la chica miraba al suelo con los brazos cruzados, el la miraba de reojo los labios, y a veces con disimulo, el escote.
El ascensor iba a llegar al sexto piso cuando de pronto se oyó un ruido metálico, después se paró , las puertas no se abrieron, Carlos miró a los ojos de la chica, esta le correspondió con la mirada, pasaron algunos segundos hasta que ya por fin Carlos habló.

- ¿Qué ha pasado? – pregunto Carlos.
- ¡vaya otra vez! – dijo la chica.
- ¿cómo que otra vez?, ¿pasa esto a menudo?
- Si – dijo la chica mientras cogía el teléfono móvil del bolso-. Miriam, soy Olga estoy en el ascensor, me he quedado atrapada.

Carlos la escuchaba expectante, al fin ella colgó.

- ¿y bien?, ¿qué te ha dicho? – dijo el.
- Ahora vienen a sacarnos

Carlos empezó a sudar, el ascensor era pequeño, y muy incomodo, se dio cuenta de que no tenia apoyabrazos ni “apoyanada”, todas las paredes eran de color marrón, en una de ellas había un espejo, en esa situación Carlos no podía pensar en nada mas que en el color marrón, mientras por la frente le caía el sudor.
Tenía la camisa mojada, no paraba de sudar. Se aflojó la corbata y dejó la chaqueta en el suelo, el calor era asfixiante. La chica hacía algunos minutos que se había puesto cómoda, pero no hablaba, solo sonreía de vez en cuando.
Carlos seguía sudando, la chica seguía sin hablar. Sonó su teléfono, era el vigilante de seguridad.

- si, estamos atrapados en la planta cinco, somos dos personas, pero por favor date prisa Eulogio que llevamos aquí mas de media hora y ya falta el aire.


La chica resoplaba, se daba aire con su chaqueta, miró a Carlos.

- ¿trabajas aquí?, ¿no te he visto nunca?
- no, vengo a una entrevista
- ja ja ja, pues vaya forma de empezar, tu tranquilo, esto pasa a menudo, pero no suelen tardar tanto – dijo ella.
- pues es un alivio estar contigo que sabes que esto es normal, por que no me imagino muy tranquilo yo solo aquí dentro.


El tiempo pasaba. Carlos perdía el equilibrio, tuvo que apoyarse en la pared, se limpiaba el sudor con la manga de la camisa, que, como estaba mojada, empapaba aun mas su frente; hacia mas de media hora que estaba encerrado en el ascensor, ya empezaba a faltarle el aire.
Muchas veces había pensado que haría en una situación como esta, él y una mujer guapísima atrapados en un ascensor, y es que esa situación en algunas películas daba muy buen resultado, pero así, en la realidad, quedarse atrapado en el ascensor con una morena por muy buena que estuviese era jodido, incomodo vamos.
De repente la puerta se abrió, Carlos salió deprisa, dando las gracias al vigilante de seguridad, anduvo unos pasos, y se detuvo, volvió la vista atrás y vió que nadie mas salía del ascensor, caminó hacia el mismo.

- ¿por qué ha venido?
- ¿cómo dice señor? – le respondió el vigilante.
- ¿por qué sabia que estaba atrapado en el ascensor? – preguntó Carlos cerciorándose de que dentro no habia nadie mas.
- usted dio la alarma, por eso vine

Asombrado y confundido Carlos se fue caminando despacio, no tenía prisa, ya llegaba tarde.

© Sergio Becerril 2007

Franz Kafka y Praga


Praga es Franz Kafka, es difícil encontrar una ciudad que esté tan ligada a un escritor. Dicen de Kafka que es el gran precursor de la nueva novela, el gran creador literario del siglo XX, creador de un estilo único, lo surrealista pasa a denominarse "kafkiano".
Se dice de él que se refugiaba en sus escritos por que odiaba al mundo, se odiaba a sí mismo y "detestaba todo lo que no fuese literatura". Su estilo sencillo es a la vez desconcertante, por que otorga una importancia mayúscula a cosas triviales, haciendo que sus letras te impregnen el sentido involucrándote en su peculiar forma de ver el mundo.
De no ser por su amigo nunca hubiéramos conocido a este genial escritor. Antes de morir, Kafka le dijo a su amigo Max Brod que quemara todos sus escritos, que los destruyera todos, su amigo como todos sabemos no lo hizo, legando a la humanidad las surrealistas letras de este genial escritor checo.
Cuando estuve en Praga hace dos años, podía ver a Kafka en cualquier callejuela, recuerdo una noche, nos perdimos y no sabíamos como coger el autobús para volver al hotel, de repente me encontré con él, y me indicó donde estaba la parada, quizá fue el alcohol, o la lluvia praguense cayéndonos a cantaros, pero juraria que era él. Al final llegamos al hotel, gracias Kafka, por todo.

 
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