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Pensamiento último - Relato 16

Olvidó por un momento que el también había vivido, que había disfrutado de besos, de muchos besos, distintos, aunque al fin y al cabo todos iguales, olvidó que había reído, llorado, incluso amado, olvidó todo eso, y se centro en ella, en como habría pasado los últimos días de su vida, recordó su risa, sus ojos, esas manos tan dulces, tan menudas, pensó en sus momentos juntos, la primera vez que hicieron el amor, en su pelo que tantas veces acarició, en su boca. La imaginó delante de él mirándole a los ojos, hablándole como antes lo había hecho, “Te quiero”, le decía.

Recordó, aquella tarde, cuando fue a buscarla a la puerta de su casa, ella tardo diez minutos en bajar, pero no le importó, mientras, se peinaba el flequillo y se remetía la camisa por el pantalón, ella bajó, y después de darle un abrazo le besó, sintió de nuevo, treinta años después, aquellos labios, cálidos, finos, dulces, esa tarde pasearon hasta llegar al parque, allí se sentaron, a mirarse, a sentirse, mientras, los niños bebían agua de la fuente cercana, recordó como uno de los niños al llenar un globo de agua les empapó, sonrieron y se besaron, mojados, felices.

Olvidó todo menos su cara, no podía quitársela de la cabeza, y pensó si ella, en los últimos segundos de vida, había pensado en él, en el parque, en sus besos, como él estaba haciendo en este último momento.

© Sergio Becerril 2007

Vaivenes - Relato 15

VAIVENES

La habitación del hotel apenas estaba iluminada, en ella se respiraba una mezcla de perfumes y sudores. Raúl y Nieves habían pasado las últimas cuatro horas encerrados. Hablando, haciendo el amor, mas de lo segundo que de lo primero. Y en una parte inversamente proporcional la luz y el olor a sexo, estaban presentes en la habitación “estándar” pagada a medias.
Ambos estaban tumbados, la mirada intentaba salir de sus ojos vidriosos. Ella tenía apoyada su cabeza en el estomago de él, y él utilizaba sus brazos como almohada, ya que esta minutos antes, había salido despedida quedándose en el suelo. Todavía sus cuerpos estaban impregnados de sudor, todavía sus bocas saboreaban saliva invitada.
-¿Qué hacemos aquí? –dijo Raúl.
-no lo sé. No sé que estamos haciendo aquí, pero me siento bien. Acabo de tener dos orgasmos casi seguidos, hacia mucho tiempo que no me sentía tan relajada.
-parece mentira, había visto muchas veces estas cosas en las películas, lo había leído en los libros, pero no creí que pudiera pasarme a mi. Ahora si que creo que la realidad supera muchas veces a la ficción.
-¿te sientes mal? –preguntó ella.
-si. Me siento egoísta y un cabrón.
-pues no deberías, estas cosas pasan, y nosotros hemos tenido suerte –dijo Nieves, se incorporó y con ambas manos recogió su pelo liso, se anudó una coleta. Después se tumbó junto a Raúl-. Desde la primera vez que te vi me gustaste, algo inexplicable me hizo fijarme en ti. Y la de fotocopias que habré hecho para verte y que me vieras –dijo mirándole a la cara, después sonrió.
-yo también sentí algo. Te miré y pensé que eras una mujer estupenda, maravillosa. Pero nunca imaginé estar aquí contigo, hablándote, después de haber hecho cinco veces el amor. Supongo que nos deseábamos, que tras un mes viéndonos día tras día la pasión que sentíamos tenía que salir de esta manera – Raúl hizo una pausa-. Ahora te miro y quiero ser parte de ti.
-Es algo mágico, nunca me había pasado. Te deseo tanto. ¿Qué viste en mí? –dijo ella, y se sentó en la cama, estiró su mano hacia la mesilla y cogió su paquete de tabaco, después sacó un cigarrillo y con una honda y sugestiva calada, acariciando con firmeza el cigarrillo con los labios, comenzó a fumar.
-me gusta todo. Me encanta tu nariz, afilada, directa, y tus labios, con el volumen perfecto, y tus dientes, alineados y grandes, pero sin duda lo que mas me atrae es el corte de tu cara, larga, espigada, como la de las antiguas esfinges egipcias. Eres irresistiblemente guapa y atractiva, y esos ojos, negros como el fondo de algo –Raúl se detuvo, dejó de hablar y de mirar a Nieves, torció su cabeza y se giró dándole la espalda-. He dicho negros, y me ha bastado nombrar algo negro, y el fondo, para darme cuenta de mi realidad, de nuestra realidad. Para sentirme sucio, y hacerme ver que esto esta mal, que me odio.
-tranquilo Raúl –dijo ella y se giró hacia él y lo abrazó-. Entiendo como te sientes, porque eres joven, y esos sentimientos se tienen cuando aun no has visto ciertas cosas. Yo estoy tan tranquila, me siento bien conmigo misma y con lo que hago. Nunca te sientas mal por dar amor, por recibir amor.
-pero también voy a dar odio, y a recibirlo, y tú también – dijo Raúl con firmeza, después se levantó de la cama.
-siento que te lo tomes así –dijo Nieves.
-¿Qué dices? ¿De verdad no te sientes mal? –dijo Raúl casi enfadado.
-no. Me apetecía muchísimo, y por eso lo he hecho. Si hubiera pensado que podría sentirme mal después de esto, no habría venido aquí contigo.
-¿Cómo puedes mirarlo con esa sencillez? y tu marido, ¿ya no le quieres?
-no, ya no, para mi el amor es otra cosa. El amor se va, siempre.
Nieves se sentó en la cama, apoyo su espalda contra el cabecero y se cruzó de brazos. Raúl seguía de pie, mirándola, buscos sus calzoncillos en el suelo y se los puso, después se sentó en la cama, cerca de ella, y cogió uno de sus pies, empezó a masajearlo, primero con suavidad, y luego con firmeza.
-la semana pasada fue el cumpleaños de mi marido –dijo Nieves, que dejándose llevar por las caricias de Raúl, dejó caer su cabeza sobre el cabecero cuadrado de color hueso, continuó hablando desde esa postura, con los ojos cerrados-. Después de practicar sexo pensándose que hacíamos el amor, me hizo la siguiente pregunta: “te noto rara Nieves, es como si ya no disfrutaras conmigo. ¿Tú me quieres?” me preguntó, hacia años que no me preguntaba una cosa así – Nieves volvió en si, levantó la cabeza y miró a Raúl, después continuó hablando-. Yo le pregunté ¿me quieres tú a mi? Le falto tiempo para decirme que mucho, o con locura, o algo así. Pues eso es suficiente, le dije, tú me quieres y yo estoy contigo, y si estoy contigo por algo será.
-¿y con eso le bastó? ¿se quedó satisfecho?
-¿preguntas por el polvo? –dijo Nieves riendo.
-no mujer –Raúl también reía-. Digo que si le llenó tu respuesta, si le bastó tu contestación.
-el amor es egoísta Raúl, es interesado. El me quiere con locura, y no le importa que yo no le quiera, no le importa que le hable poco, o que en ocasiones especiales practiquemos sexo sin apenas pasión por mi parte, no le importa por que él tiene lo que quiere, a quien quiere, no le importa si yo le quiero, solo tenerme, así es feliz.
-¿y tú? –preguntó Raúl.
-yo también, tengo estabilidad y una familia. La pasión ha llegado contigo, pero esto es secundario. No pretendas entenderme, será mi pensamiento o quizá mis desamores, pero veo las cosas con un prisma diferente –dijo Nieves, y se arrastró por el cabecero hasta tumbarse de nuevo en la cama.
-bueno –Raúl hizo una pausa, después continuó-. Verás las cosas desde otro punto de vista, pero aquí estamos los dos, amándonos en un hotel – Raúl sonrió y miró los ojos de Nieves.
-y tú qué, ¿quieres a tu novia? –dijo ella.
-eso creo, o al menos eso parece. Me fundiría contigo diez mil vidas, pero a ella la quiero, y aunque a veces me diga a mi mismo que no es así, aunque a veces intente convencerme de que no la quiero, siempre acabo pensando en ella. ¿Te parece extraño? –dijo Raúl.
-no, tu situación y la mía son diferentes. Yo llevo doce años casada y tú llevas tres años de noviazgo.
-yo tampoco necesito que me quieran –dijo Raúl-. Muchas veces siento que necesito más afecto, que necesito que alguien me quiera mas todavía, y bueno, no sé si será porque sé que no lo puedo conseguir, pero me autoconvenzo de que no necesito más amor del que tengo. No sé, es como si lo necesitará pero al ver que no lo voy a conseguir me aburriera todo eso, y me pongo a pensar en otras cosas. A lo mejor no me entiendes. Da igual.
Raúl volvió a tumbarse en la cama. Cogió con fuerza la cara de Nieves y la besó con suavidad. Él la quería sentir lejos, y ella lo sintió suyo. El beso se prolongo orgasmo.
Los dos abrazados, sintiéndose cerca y a la vez lejos. Vaivén de sentimientos que nunca podrán prolongarse más allá de unas horas.
-¿en que piensas? –dijo ella.
-debo aprender a estar sin ti. No quiero hacer daño a mi novia, la quiero, y aunque no sea así, ella no se merece esto.
-esta bien –dijo ella-. A fin y al cabo pienso que no somos tan distintos.
-ojalá las cosas no fueran tan difíciles –dijo Raúl y abrazó a Nieves con fuerza-. Ahora quiero dormir un poco.


Horas más tarde, cuando la señora de la limpieza abrió la puerta de la habitación, cientos efluvios sexuales salieron atropelladamente de la habitación empujándola, tirándole la escoba que llevaba en la mano. Iban arreglados, ellos con traje y corbata, y ellas con preciosos trajes de seda.
-¡pero bueno! ¡Con cuidado! –dijo la limpiadora.
Y uno de los efluvios se paró, tenia barba, llevaba un traje color berenjena, y una corbata verde oscuro.
-lo siento señora, no podemos tener cuidado, somos efluvios y adema sexuales –dijo, y después se marchó con rapidez.
La señora de la limpieza entró por fin en la habitación; y al ver los once preservativos gastados en la papelera, se dio cuenta de la intensa pasión que allí se había vivido.


© Sergio Becerril 2007

Contrastes - Relato 14

CONTRASTES

A las diez de la mañana, Maria se desperezaba en la cama. Estiraba sus piernas y encogía sus brazos. No tenia ganas de levantarse y mucho menos de ponerse hacer la casa. Al pasar la mano por su cara se palpó un granito, fue lo único que la animó a levantarse de la cama. Encendió la luz del baño y se miró en el espejo, observaba con estupor aquel bulto blanquecino en la misma punta de su nariz. La hizo sentirse mal durante algunos segundos, después se lavó la cara y orinó. Al ir a limpiarse se dio cuenta de que no había papel.

-Menuda mierda – dijo para si-. Vaya día que llevo, primero el granito, y ahora esto, ¡Dios!

Salió con prisa del baño y fue a la despensa, cogió un rollo, fue al baño y lo puso encima de la encimera.
María hacia un mes que vivía con su novio, una de las cosas que odiaba de él era que siempre que gastaba el papel no lo reponía, se lo había dicho cientos de veces, pero no servia de nada. Como tantas otras cosas se cansaba de decírselo, todo caía en saco roto. En el último mes había visto más defectos de su novio que en los dos años y medio de noviazgo.
Fue a la cocina y calentó café.

-Si ya me lo habían dicho, “la convivencia es lo peor, ahí es cuando conoces a la persona”, ¡en que día! – pensaba para si mientras se encendía un cigarrillo.

Se sirvió un café con leche y se sentó. Mientras bebía pensaba en Mario. Mario fue su primer novio. No sabia muy bien por que en ese momento, en ese instante, estaba pensando en él, pero lo hacía. Pensaba en los momentos que pasaron juntos. Con Mario Maria descubrió el amor. Su primer beso, su primer cigarro, su primera noche en vela; con Mario había pasado quizá, los mejores momentos de su vida. Sin embargo ahora tan solo era un recuerdo. Cuantas vueltas da la vida, pensó. Dio una última calada al cigarrillo y lo apagó. Termino el café y se levantó. Tenia que tender una colada.
Iba a sacar la ropa de la lavadora cuando sonó el teléfono. Se apresuró a cogerlo.

-Dígame
-Hola Maria, soy Laura ¿Qué tal?
-Laura, ¡cuanto tiempo!
-Pues ya ves, ¿Qué tal te va?, desde que estas casada no hay quien sepa de ti – la voz de Laura sonaba alegre.
-Oye que yo no estoy casada, solo “arrejuntá”, además no me hables, ahora entiendo eso de que convivir es lo peor – dijo María riendo.
-No me digas, ¿te va mal o qué? – dijo Laura.
-Pues no, la verdad es que no me va tan mal. No se Laura, yo creo que me quejo de vicio – Sandra se sentó en una de las sillas de la cocina, después prosiguió-. No se, se me hace raro todo esto
-Anda no seas tonta, si supieras la envidia que me das. Dime, como es eso de despertar al lado del hombre que amas. Y que me dices cuando de madrugada, cuando el sol empieza a salir, ¿hacéis el amor aun medio dormidos? – Laura estaba emocionada, su voz fue agitándose-. ¡No me digas tonterías! ¡Tiene que ser fantástico!
-Me parece que tú has visto muchas películas – Maria suspiró -. Las cosas no son tan bonitas, mira esta misma mañana me he ido a limpiar el culo después de mear y el muy cabrón había gastado todo el papel; he tenido que ir a buscar, y no es por ir, pero él nunca pone el rollo – la risa de Laura no dejo continuar a Maria, al final rieron las dos.
-Oye, cuándo vamos a quedar para tomar algo, aunque sea un café –dijo Laura.
-No sé, como ahora estoy viviendo con este a lo mejor se mosquea si salgo con vosotras
-No creo, de todas formas díselo, Clara y yo vamos a quedar el sábado, ¿te apuntas?
-Te digo algo, lo hablo con David y te digo algo– dijo María.
-Bueno, pero espero tu llamada, ¿vale?, lo pasaremos muy bien, que Clara tiene un nuevo novio, tenemos que ver como es
-Entonces te llamo en un par de días y me confirmas que te apuntas
-De acuerdo, Un beso. Hasta luego – dijo María.

Eran más de las dos de la tarde. Maria acabó de limpiar el baño. Se vistió con prisa. Ella trabajaba de teleoperadora en una empresa de cosmética. Su tarea consistía en atender las llamadas de los clientes que tenían alguna queja con productos de la marca. Solo anotaba en el ordenador las llamadas y las quejas, en ningún caso las resolvía o hacia nada más. Un trabajo sencillo y con un buen sueldo.
Llegó a la oficina diez minutos tarde. Tampoco pasaba nada, su jefe cuando ella llegaba estaba comiendo y como no tenia que fichar, nadie se enteraba a la hora que llegaba. Nadie excepto su compañera, que la miraba por encima del hombro y con cierto resquemor siempre que se retrasaba.

-Buenas tardes –dijo María.

Su compañera ni siquiera movió los labios, se limitó a quitar la mirada que hasta ese momento clavaba en Maria. Sería la única comunicación que tendrían en toda la tarde.

David salió mas tarde de lo habitual. Tenia que trabajar duro si quería darse algún capricho. Hacia un mes que vivía con Maria y desde que vivían juntos su economía se había resentido. Encontró como solución trabajar horas extras. El era mecánico. Le encantaba su trabajo, aunque era cansado y terminaba agotado, no había día que no se levantase con ganas de empezar la jornada. Lo que peor llevaba era dejar a Maria en la cama. La veía dormir tan a gusto. Muchas mañanas la abrazaba y permanecía mas tiempo en la cama esperando que ella abriera los ojos y le besara. Ocurrió las dos primeras mañanas, ya que a la semana de estar viviendo juntos, Maria le dijo a David:

-Oye cariño, he pensado que por las mañanas, cuando te despiertes – Maria hizo una pausa -. A ver como te digo esto sin que te siente mal – Maria hizo otra pausa.
-Venga dime amor, dime lo que sea – dijo David imaginándose cualquier dulce cosa.
-Pues… – hizo una última pausa, juntó sus manos con las de David -. Que trates de no despertarme – dijo con voz seca, transcurrieron tensos segundos.
-Vale, vale, no hay problema – dijo David todavía estupefacto después de lo que acababa de oír.

Desde ese día David se levantaba nada mas sonar el despertador. La noche anterior se preparaba la ropa en la habitación de al lado. Ni siquiera encendía la luz para salir.

Cuando Maria llegó a casa David la esperaba sentado viendo la tele.
-Hola amor – se levantó del sofá y fue hacia ella.
-Hola – Maria se quitó el abrigo y lo colgó en la puerta.
Recibió el beso de David con poco entusiasmo. El intento abrazarla pero en vista de su poco énfasis desistió.
-¿Qué tal el trabajo? – preguntó David.
-¿Qué hay de cena? – dijo Maria mientras se quitaba los zapatos.
-Pues he hecho una tortilla de patatas, esta en la encimera

David volvió al sillón de donde segundos antes se había levantado, cambió de canal varias veces, al final dejó un programa musical.
Maria se sirvió un poco de tortilla. Se desabrochó el pantalón y pensó que tenía que ponerse a dieta. Terminó de cenar y fue directa a la habitación. Se puso el pijama, después fue al salón.

-Me voy a la cama, hasta mañana – dijo Maria acariciando el hombro de David.
-Ahora voy, cuando acabe esto iré – dijo David asintiendo con la cabeza y sin quitar la vista de la televisión.

Pasados cinco minutos David se fue a la cama. Intentó meterse con cuidado, tratando de ni siquiera rozar a Maria. Ya estaba metido en la cama, metió su mano debajo de la almohada e intento dormir. David notó la mano de Maria acariciando su pecho. Maria fue juntándose a David, comenzó a besarle el cuello, después bajo su mano hasta su entrepierna notando como el miembro de David crecía, la excitaba pensar que era por ella, que ella era la causante de esa erección. David se dio la vuelta y empezó a besarla, primero suave, luego a medida que crecía el deseo, con mas pasión. Esa noche hicieron el amor dos veces.
El despertador sonó con más fuerza de lo habitual, o al menos eso es lo que le pareció a Maria. Estaba cansada, pero se sentía bien, siempre que hacia el amor con David se sentía bien. Era como una especie de liberación, como dejar la carga contenida durante el tiempo de abstinencia a un lado.
Pasó gran parte de la mañana escuchando música. Se duchó y se vistió con tiempo, ese día no podía llegar tarde. Tardó algunos minutos en escoger la ropa que se iba a poner. Pero no le importó, estaba ilusionada y quería estar guapa. Se maquilló y se puso unas gotas de perfume. Salió con el tiempo suficiente para no llegar tarde, y no lo hizo.
Llevaba dos horas trabajando cuando sonó su teléfono móvil.

-Dígame – respondió Maria extrañada, era un número oculto.
-Hola buenas tardes, ¿es usted Maria Robles? – dijo una voz masculina.
-Si soy yo, ¿Quién es? – Maria empezó a preocuparse, aquello era muy misterioso-. Dígame, ¿Quién es?
-Si, mire le llamamos de Supermercados Pebeter – la voz del hombre hizo una pausa, después prosiguió-. Usted participó en un sorteo que hicimos hace dos semanas – aguardó unos segundos esperando una respuesta, pero Maria no dijo nada -. Bien pues usted ha sido la ganadora
-Será una broma, ¿no? – Maria no salía de su asombro
-No, no, es en serio, puede venir a recoger su cheque a partir de mañana en la oficina de Atención al cliente
-Y que me ha tocado si puede saberse –dijo María entre risas.
-Pero vamos a ver señorita: ¡le han tocado seis mil euros!, es el sorteo de la primavera, que cada año le ofrece: ¡Supermercados Pebeter! – la voz del hombre tomo cierto sonido a cancioncilla, como si estuviese anunciando el sorteo por televisión -. ¡Un millón de las antiguas pesetas! – concluyó.
-¡No me diga! – Maria comenzó a reírse con histeria.
-Bueno señorita que a partir de mañana puede recoger su cheque, ¡enhorabuena! – el hombre colgó sin dejar a Maria despedirse.

Una sensación de felicidad invadió el cuerpo de Maria. No sabia que hacer, no era mucho dinero, pero nunca la había tocado nada. Aquello era como algo mágico, increíble. Fue a llamar a David, tenía que contárselo.
Un hombre intentaba reanimarle pero el pulso era muy bajo. La policía no tardó en llegar, igual que la ambulancia que se detuvo dando un frenazo en seco, de ella salieron tres médicos. Le tomaron el pulso y en vista de que la reanimación en la vía no era posible, lo llevaron con rapidez al hospital más cercano.
La policía tomaba declaraciones a los transeúntes.

-Lo han atropellado – decía una señora.
-Sí, sí, se ha dado a la fuga, se fue por la primera calle a la derecha – gritaba otra señora al agente.

Mientras, sin que nadie con el alboroto, pudiera oírlo, un teléfono móvil sonaba debajo de unos cubos de basura.
David ingresó en el Hospital de La Cruz minutos después. Los médicos pudieron estabilizar sus constantes vitales, pero permanecía conmocionado.
Maria intentó volver a localizar a David, pero este no cogía el teléfono. Que raro, pensó.
Dos horas más tarde cuando a Maria solo le quedaba media hora para salir sonó su teléfono móvil. Era un número que no conocía, pensó en no cogerlo, a lo mejor eran los del sorteo para decirle que se habían equivocado. Después de algunos segundos respondió.

-¿Si?
-¿Maria Robles? – dijo la otra voz.
-Soy yo, ¡por favor no me digan que se han confundido!, ya que me lo han dicho no vayan hacerme esto – Maria estaba temblando.
-¿Qué dice señora?, le llamo del Hospital La Cruz, ¿conoce usted a David Tersa?
-Si, es mi novio, ¿le ha ocurrido algo? – Maria se descompuso, empezó a latirle con fuerza el corazón.
-Ha tenido un accidente – hizo una pausa -. Un coche le ha atropellado, está conmocionado, en coma; la habitación es la 114, puede venir a verlo, encontramos este numero en su cartera
-Voy enseguida, ahora mismo voy para allá – Maria colgó el teléfono y salió con rapidez.
El autobús tardó más de quince minutos en llegar. Maria no pensaba en otra cosa que en David. Estaba histérica y lloraba con nerviosismo. La gente del autobús la observaba con disimulo, la miraba y hacían comentarios sobre su nervioso llanto. Tardó una hora en llegar al hospital. Se dirigió a recepción.
-Sí, por favor señorita, yo pregunto por David Tersa – dijo Maria limpiándose algunas lagrimas de sus ojos.
-David Tersa, David Tersa – la mujer miraba su ordenador-. Lo siento mucho, ha fallecido – dijo con cara seria, después cogió el teléfono que estaba sonando desde hacia algunos segundos.Maria comenzó a llorar con tristeza. Nunca había tenido ese sentimiento. Se le nublaron los ojos y la nariz se le congestionó. No podía parar de llorar, por su mente pasaron todos los momentos buenos que había pasado junto a David: la primera vez que le besó, la imagen de su cara la noche anterior mientras hacia el amor con él, lo veía acariciando su cara con delicadeza, como siempre hacia. Tuvo que sentarse, un pequeño mareo la hizo perder la visión durante algunos minutos. Pasó media hora hasta que se repuso. Al salir vio a la familia de David, aceleró el paso y salió aceleradamente a la calle. Cogió un taxi hasta su casa. Se puso el pijama, fue a la cocina y bebió un vaso de agua. En la encimera todavía quedaba media tortilla de la noche anterior. Fue al baño y orinó, en la encimera había dos rollos de papel.

© Sergio Becerril 2007

No existen los genios - Pensamiento 3

Me pregunto si alguien habrá escrito algo tan genial como las Sonatas de Valle-Inclan, supongo que sí, pero habrán caído en el olvido, por que nadie cogió ese escrito de esa persona anónima y lo sacó a la luz, para que miles o millones de personas pudieran leerlo y ver que alguien podía escribir como Valle.
La vida es azar, y el entorno selectivo, nadie consigue algo por que sí, hay que tener suerte.
Quizá este equivocado, posiblemente la etapa de mi vida que estoy atravesando me tiene confundido, pienso que para llegar a ser algo en la vida, uno no depende de uno mismo.
Somos seres humanos todos, con nuestras limitaciones y nuestras capacidades, con nuestros miedos y con nuestros deseos, por eso pienso que cualquiera puede hacerlo todo, y solo algunos son elegidos como los mejores, simplemente por que se dan a conocer, o los eligen así.
Alguien habrá escrito otra Rayuela, que nadie habrá leído, o habrá compuesto alguna maravillosa obra de teatro, pero no hay teatros para representar todas las buenas funciones, cualquiera puede ser presidente del gobierno, y cualquiera puede ser un asesino, somos todos iguales, seres humanos, con los mismo miedos y las mismas soledades. Estoy casi seguro que existe otro García Márquez, que ha enviado diez manuscritos a diferentes editoriales, que escribe excelente, pero no sale, la gente no le conoce, y posiblemente su vida pase como se olvidarán sus obras solo leídas por los más allegados.
Los primeros que llegaron a ser algo, lo hicieron por ser los primeros, si Albert Einstein no hubiera sido conocido, otra persona con posterioridad hubiera hallado la formula de la relatividad, los genios no existen, no hay ningún ser humano digno de llamarse genio, solo estuvo en el lugar adecuado en el momento preciso, cualquiera podría haberlo hecho.
Si Platón o Aristóteles no hubieran sido los grandes pensadores de su época, hubieran sido otros, no quiero decir que todo esté escrito, solo que los genios no existen, todos somos iguales, y solo las circunstancias nos diferencian.
Quizá desvaríe, quizá mi existencia se ha convertido en una gris metáfora de actos para olvidar, quizá en este mediodía de mi vida esté haciendo balance, puede ser que esté creciendo, intelectualmente, y pagar vehículos robados no me llena tanto como antes. Lo único que tengo claro es que de momento no me incordia, me gusta regocijarme en mis penas, en mi aparente triste vida, por que sé que esta desgana, me ayudará en el único propósito que me hace feliz: escribir.

Raymond Carver - Escribir un cuento


Raymond Carver(1939-1988)

Escribir un cuento


Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento. Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo. Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar,. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello. Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores. Hace unos meses, en el New York Times Books Review John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos. Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo. Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco. En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura. Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse. En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:
Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.
Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor. Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir. Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma ene l cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas. La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

¿Hay alguien ahí?

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Buen Padre - Relato 13

BUEN PADRE

A pesar de todo, quiero mucho a mi padre. Ahora que tengo mi propia familia, ya no le necesito, pero no soporto la idea de no tenerlo. Soy consciente de la importancia que ha tenido en mi vida, y hasta hace poco su figura, para bien o para mal, ha ido marcando mi vida.
Mi padre ha sido padre, y punto. Me refiero a que no voy a valorar si fue o no un buen padre. Quien soy yo para establecer una sentencia moral, por que entre otras cosas sería eso, ya que mi sentencia no tendría ninguna validez fuera de mi pensamiento.
En alguna ocasión, cuando nos hemos juntado algunos amigos y hemos terminado en casa de alguien charlando, uno de los temas que se han tratado es la familia que hemos tenido, pues bien, yo les hablaba de mi padre, y les contaba algunos de los castigos que me había puesto, o cosas que el nos hacia a mi y a mis hermanos, y ninguno se creía las cosas que les contaba, y la pregunta que siempre contestaba era: ¿y le querías? Mi respuesta siempre era la misma: como no hacerlo. No solo lo quería, lo admiraba, era el eje de mi existencia; me enseño a ver la vida a su manera, y ahora, no puedo hacer otra cosa que agradecérselo.
Nunca era flexible, el tenia sus ideas y siempre las llevaba hasta las ultimas consecuencias. No especulaba con nada y era práctico en extremo. Me educó de una manera un tanto estricta pero eso le honraba, a el como padre y a mi como hija. El recuerdo de mi padre siempre va asociado al salón de la casa de mis padres, la ventana blanca era tapada por unas cortinas de color marrón que no llegaban al suelo, el efecto de que un lado de la cortina era más largo que el otro siempre fue motivo de debate dentro de la familia, y se acabó cuando mi padre dijo que era defecto del suelo, que había hablado con el constructor y todas las casas del bloque tenían el mismo defecto, el caso es que nunca visité a ningún vecino para comprobar si en su salón también tenían la cortina más larga de un lado que del otro. Una mesa redonda, yo la llamo de madre, y dos sillas eran el centro del salón. Las sillas de madera con largas patas y adornadas con unos cojines amarillos con cuadros azules. Mi madre sentada en el sofá verde de dos plazas, haciendo punto, leyendo, o escuchando una radio que había en un mueble de madera envejecida al lado del sofá. El salón era mas bien pequeño, pero allí cabíamos todos, mi madre sentada, mi padre de pie mirando por la ventana, a veces sentado en una de las sillas de grandes patas que parecían estar echas para él, el gran hombre en su gran silla, le magnificaba o quizá le magnificábamos, mis hermanos por el suelo jugando cierran la estampa de mi recuerdo.
Una tarde estábamos todos en el salón, yo tendría unos once años, mi hermana Rosa cinco y mi hermano Juan cuatro. A mi padre le gustaba mucho cantar, lo hacia mientras escuchaba la radio, en la ducha, mientras comía. Siempre cantaba, pero no tarareaba no, cantaba, se aprendía las canciones y las recitaba con autentica dedicación. Aquella tarde mi padre empezó a cantar no recuerdo que canción, llevaba unos treinta segundos cantando cuando mi hermana Rosa comenzó a reírse, lo hizo desde el suelo, miró a mi padre y rió. Mi padre dejó de cantar y se quedó mirándola, puso cara de asombro, no sabia porque mi hermana se reía, no entendía porque podía reírse Rosa.
-ven aquí –le dijo mi padre indicándola con el dedo que se pusiera al lado suyo.
Mi hermana se levantó del suelo y fue donde él estaba.
-canta – la dijo.
Ella no supo que hacer ni que decir, se quedó de pie, le miraba.
-¡he dicho que cantes! – gritó.
Rosa se sobresaltó y comenzó a llorar, pero ni por un momento se le ocurrió darle la espalda a mi padre, eso lo aprendimos bien hace tiempo. Cuando mi padre nos hablaba siempre teníamos que mirarle de frente y solo podíamos marcharnos cuando él lo decidía.
Mi hermana seguía allí de pie, llorando, sollozaba sin parar.
-pero bueno, niña de las narices, ¡es que no me has oído!, ¿no sabes cantar? –la gritaba mi padre.
Ella solo lloraba.
Mi madre leía una revista sentada en el sofá, ni siquiera levantó la mirada. Yo me fui al baño, el llanto de mi hermana martilleaba mi pecho, mi hermano se quedó jugando con su camión.
-déjame en paz, no sé a que viene tanta risa –dijo mi padre a mi hermana Rosa pasados unos minutos.
Mi hermana se dio la vuelta y se puso a jugar con su muñeca que minutos antes había soltado de mala manera por el apremio de mi padre. Las lágrimas en aquel viciado y caliente salón secaban solas.
Ahora él ha cambiado, ya no tiene el genio que en esa época tenía. Le quiero, y mucho, y es que: no siempre se quiere a quien es bueno contigo.

© Sergio Becerril 2007

 
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