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La finalmente común historia de amor de Maite y Paco - Relato 26

LA FINALMENTE COMÚN HISTORIA DE AMOR DE MAITE Y PACO

En casa de Maite y Paco no se veía la tele, simplemente porque no tenían. Ambos se consideraban alternativos, esto significa que harían cualquier cosa por ser diferentes al resto de la humanidad. En esa rebeldía de ir a contracorriente, está el no tener televisión. Es raro y debería costar imaginarnos un salón sin televisión, pero así era, por la noche cuando los dos terminaban de cenar y se sentaban en el sofá, leían libros, hablaban, algunas noches escuchaban un poco la radio, tenemos que imaginar también que cuando apagaban la luz, no veían su rostro a contraluz, que cuando hablaban no había un murmullo inútil acompañándolos, era un ambiente distinto.
El hecho de haber modificado su visión de la vida en la intimidad, de una manera o de otra también modificaba su vida personal e incluso laboral. Son tiempos de televisión, de imagen en movimiento, en mayor medida movimiento generado por los demás y no por uno mismo, si algo caracteriza a la sociedad de ahora es por la televisión y por el sedentarismo. En el trabajo cuando la gente hablaba del último programa de éxito ellos no podían opinar, cuando se hablaba de cualquier serie ninguno de ellos podía seguir la conversación, eso sin contar con los comentarios de partidos de futbol, formula uno, o cualquier otro deporte, utilizando jerga periodística, estaban siempre en fuera de juego.
Cuando alguien hablaba de televisión, simplemente callaban, aunque en la mayoría de las ocasiones abandonaban la tertulia y volvían a sus puestos de trabajo, esta actitud revelaba cierto aire de incomprendidos, de marginales, y esta actitud no pasaba desapercibida por sus seres cercanos, pues eso pensaban de ellos.
Maite y Paco llevaban siete años viviendo juntos, tenían los gustos parecidos, aunque a decir verdad fue Paco el que fue inculcando a Maite el estilo de vida alternativo, una forma de vida diferente, Maite por amor o porque en realidad se sentía identificada con estos ideales fue adaptándose a las costumbres de Paco.
Una mañana en la que decidieron no ir a trabajar, tumbados en la cama, la conversación fue la siguiente:
-Entonces como lo hacemos – dijo Maite, necesitamos un hombre guapo, ¿no?
-Así es, mi nariz es horrible, y mis labios muy finos, necesitamos una cara amable, de rasgos hermosos para que nuestro hijo salga lo más guapo posible
-Tengo un compañero de trabajo que quizá te guste, si quieres mañana quedamos con él y le conoces – dijo Maite
Al día siguiente quedaron con Fernando el compañero de Maite, la conversación fue la siguiente:
-Mi pareja y yo queremos tener un hijo, pero no nos gustan los rasgos que tiene Paco, tu cara es agradable, eres muy guapo, ¿te importaría dejarme embarazada?
-No, claro que no, eso sí, tenemos que hacerlo bien, tendréis que firmarme un documento notarial el cual indique que no me pediréis ningún tipo de responsabilidad una vez que os haga este favor
-Claro, cuenta con ello – dijo Paco.
-Sí, por supuesto, entonces ¿no te importa? – dijo Maite.
-No, cuando lo hacemos – contesto Fernando.

Maite y Fernando quedaron al día siguiente, se acostaron esa misma tarde, después de comer, practicaron sexo durante horas.
De madrugada Maite entró en casa, Paco la esperaba en el salón, aquel salón sin televisión, por lo que el silencio era algo que se podía tocar. La conversación fue la siguiente:
-¿Qué tal ha ido? – dijo Paco.
-Bien, se ha corrido como unas cinco veces, yo creo que habrá sido suficiente
-SÍ, espero que sí, ya verás que hijo más guapo vamos a tener, hay que buscarle un nombre bonito, y ya sé que es pronto para hablar de esto, pero este hijo nuestro tiene que ser el abanderado de nuestros ideales, y por lo tanto habrá que ir inculcándole nuestros valores desde muy pequeño, ¿estás de acuerdo? – dijo Paco.
-Sí, claro que si amor mío –dijo Maite.
Una o las cinco corridas que Maite albergó en sus entrañas cumplieron su cometido, pues se quedó embarazada.
De mutuo acuerdo decidieron dejar sus trabajos e irse a vivir al campo, la madre de Maite tenía una casa en un pueblecito cerca de la costa, allí se establecieron.
Como no podía ser de otra manera la tripita de Maite fue haciéndose cada vez más grande, pero no tomaba una forma redonda, como es habitual, sino cuadrada, esta circunstancia ennobleció a la vez que ilusionó a los futuros padres, pues pensaban que ya desde el vientre materno, el pequeño iba a contracorriente, no era igual que el resto de seres humanos.
Todo fue diferente en este embarazo, duró doce meses, y la criatura nació en su propia casa, no hizo falta cortar el cordón umbilical ya que el propio bebe nada más salir lo quitó con sus propias manos.
El niño era precioso, no tenía la nariz ni los labios de su padre, un digno ejemplo de belleza.
A los pocos meses Maite y Paco se dejaron, ella se cansó de las doctrinas alternativas y de él, una noche cogió a su hijo y se volvió a la ciudad con sus padres.
Paco se quedó solo, la vio salir por la puerta, él pensaba en su hijo, y en que aunque uno quiera ir a contracorriente, alejarse de las modas, del camino habitual, hay cosas que uno no decide por sí mismo. En su caso se había separado, algo común, algo que a todo el mundo le puede pasar, esta vez tuvo que ser uno más.

Amorirdos - Relato 25

AMORIRDOS

Santiago pensaba que nunca dejaría a Maria Lola. Hacía tiempo que había decidido vivir el amor de una manera diferente, de forma que el amor no le produjera ningún daño. Podía ser cobarde su postura, pero pensaba que era mejor así. Santiago quería a Maria Lola, la quería y la respetaba, y sentía amor por ella. Quizá no el amor pasional que vive un quinceañero, quizá otro tipo de amor. Un amor racional y sensato, del cual nunca saldría perjudicado. Pensaba que si todo el mundo trata de hacer las cosas sencillas, y llevar una vida sin complicaciones, no tendría porque ser distinto en cuestiones de amor.
Maria Lola tenía treinta y cuatro años, uno más que Santiago. Llevaban casados cuatro años, mas dos años de noviazgo, en todo ese tiempo él había podido prescindir de ella. A él le gustaba pasar el tiempo a su lado, y en el momento en que la conoció, supo que era la mujer de su vida, pero no fue amor a primera vista, tampoco se enamoro de ella ciegamente, simplemente decidió María Lola debía ser la mujer de su vida. Dejó los sentimientos a un lado para hacer caso a la razón. Al principio de conocerla, la ilusión imperaba y ahí claro que los sentimientos lo eran todo, pero a medida que se iban conociendo, él se daba cuenta de que no tenían mucho en común, que casi no tenían los mismo gustos, fue el momento en que los sentimientos casi desaparecieron, o por lo menos dejaron de ser importantes para Santiago, y pensó que si él había decidido que Maria Lola era la mujer de su vida, no había ninguna razón para dejarla, se había decidido y llevaría su decisión hasta las ultimas consecuencias. Quería quererla, y con eso bastaba. Y cuando pensaba que no la quería con el corazón, se decía así mismo que el corazón no quiere, ¡que tendrá que ver el corazón!, pensaba. Sin embargo Maria Lola amaba a Santiago. Y sufría cuando no estaba a su lado, por las mañanas se levantaba pensando en él, y deseaba verlo y abrazarlo.
Fue ella la que, con su insistencia en quedar cada fin de semana, había fortalecido la relación.
Un tarde, Santiago habló con su amigo German sobre su relación en los tiempos en que Maria Lola y el eran novios.
-¿pero como lo haces?, ¿no te cansas?, ¿Cómo puedes estar con una chica tan distinta a ti? –le decía German.
-Ni pensarlo –le decía el-. Maria Lola es todo lo que se le puede pedir a una mujer, es sensata, no me complica la vida, es sencilla, no me da celos, llevo dos años de noviazgo y todavía no he sufrido ni un día. Dime, conoces a alguien que no haya sufrido por amor, que no haya pasado una mala noche con dolor de tripa por que su novia se ha marchado con sus amigas. El amor cuando te atrapa es muy malo, te aprieta el corazón y deseas estar siempre con esa persona, si se va quieres estar con ella, y si no esta contigo no estas bien, te falta algo. Eso es amor nocivo. Yo he decidido vivir el amor de otra manera, yo no sufro por amor, yo vivo el amor de manera racional, no tengo porque sufrir.
-Tu no estas enamorado –le decía muy ofendido su amigo-. Yo no entiendo el amor sin tener al menos en algún momento una pizquita de celos, como tampoco entiendo el amor sin sufrimiento. El amor es sufrimiento, eso es lo bonito. Cuando tu pareja no esta contigo, querer estar con ella, desearla…y tener celos si se va una noche de juerga con sus amigas.
-No hay porque sufrir, eso es todo. Antes de salir con Maria Lola tuve una novia, y cada vez que me despedía de ella la vida no tenia sentido. Solo era feliz cuando estaba a su lado, me llegué a desmerecer como persona, pensaba que la vida sin ella no tenia sentido. Ella se cansó de mi, y conocí el peor dolor que hasta ahora he conocido. Pasó un año y volví a enamorarme, cuando llevaba una semana saliendo con aquella chica, una noche la llamé y la dije que no quería volver a verla, ella se quedo destrozada y yo pasé momentos muy malos, pero me vi en la misma situación que hacia un año, y sabia que iba a sufrir, no tenia porque sufrir. Después conocí a Maria Lola, y con ella todo es diferente, quiero que sea la mujer de mi vida, y lo será, es amor consentido lo que siento por ella, amor racional.
-Tu no estas enamorado –le volvió a repetir German.
Y puede que en parte German tuviera razón, o puede que no. De cualquier manera, escuchando hablar a Santiago sobre su relación se podría pensar que lo suyo no era amor, que era simple costumbre, o cariño, pero no amor.
Santiago era un hombre gordo, no era muy alto así que la gordura se le notaba aun más. Su mujer Maria Lola siempre le estaba pidiendo que adelgazara.
La tarde del diecinueve de julio Maria Lola y Santiago estaban sentados en el sofá del salón, viendo la tele él, ella leyendo un libro.
Maria Lola dejó el libro, y al cabo miró a su marido.
-¿estas a dieta o algo?
-No, me has puesto tú a dieta –dijo el marido con desgana.
-No, es que te veo mala cara, por eso te pregunto
-Que va, ¿de verdad me ves mala cara? –preguntó tocándose las mejillas con las dos manos.
-Si, además te veo mas delgado
Santiago no seguía ningún régimen, pero había pasado un mes desde que su mujer le había notado mala cara, y seguía perdiendo peso.
-no puedes seguir, así, a ti las preocupaciones nunca te han hecho adelgazar, eso suponiendo que tengas preocupaciones, tampoco sigues ninguna dieta, comes y cenas conmigo y además en abundancia, y cada día estas mas delgado – le decía Maria Lola casi cada día.
-No se, mujer, a lo mejor me ha cambiado el metabolismo –respondía él sin mucha fe.
Pero Santiago seguía adelgazando y nadie sabía explicarse el motivo, nadie menos Santiago que casi intuía lo que le estaba sucediendo. Una tarde quedó con su amigo German. Y mientras paseaban por el retiro hablaron.
-tengo que contarte algo, pero no se si debo –dijo Santiago.
-Venga, nos conocemos desde el colegio, ahora te va a dar vergüenza contarme algo – German hizo una pausa, después prosiguió-. Oye te veo mas delgado, ¿Qué régimen sigues? –dijo, y después soltó una gran carcajada.
-El del amor –dijo Santiago con seriedad.
-Ah, ya veo, así que tú y María Lola le dais mucho al sexo, ¡que bribón, quien lo diría!, yo con Susana apenas lo pruebo chico…
-No me refiero a eso, pero porque tienes que ser así –dijo Santiago sin dejar terminar a German sus palabras.
Ambos caminaban despacio, la tarde se cerraba, y la noche estaba a punto de salir, el parque del retiro cambiaba de aspecto, y las familias y los niños iban desapareciendo para dejar a su paso a parejas de jóvenes que se sentaban en bancos a procurarse caricias y besos.
German entendió que lo que Santiago quería contarle era un tema serio, y dejó de hacer bromas para escucharle.
-hace unos tres meses que Silvia entró en a trabajar en mi oficina. Nada mas verla me enamoré, no sé cómo explicarlo pero eso se nota, hacia años que no me fijaba en una mujer y ella de la noche a la mañana acaparaba toda mi atención –Santiago hizo una pausa y miró a la cara a German.- Tranquilo, no he sido infiel a María Lola, nunca la haría daño – dijo al ver la cara de su amigo.
-Bueno, no pasa nada, todos hemos echado una canita al aire alguna vez, ¿no? – dijo German.
-El caso es que me sentí atraído por Silvia – prosiguió Santiago-. Y cada día la veía entrar a la oficina, y pasar por mi lado, y un buen día me saludó. Estuve dos semanas seguidas tomando café con ella, y mi atracción paso de ser solo física a algo más, poco a poco, durante la media hora del desayuno nos íbamos conociendo y cada día me enamoraba mas de ella
-Pues, no se que decir, supongo que tienes un problema. Ignórala, mándala al carajo como hiciste con esa novia tuya, como se llamaba –German se quedó pensando.
-Ya lo he hecho, solo estuve dos semanas tomando café con ella, compartiendo mi vida a su lado, dos semanas fabulosas, pero supe que no podía seguir así, y deje de hacerlo, ahora ni siquiera la miro, pero ella es la causa de que cada semana pierda dos kilos.
-No es posible, si a ti nunca te han afectado los problemas
-No se trata de eso. Ayer fui al medico y le conté lo que me pasa, le dije que conocí a Silvia y enseguida empecé a perder peso, y que durante las dos semanas que desayunamos juntos mi peso se estabilizó e incluso engordé un kilo, después cuando traté de ignorarla y de no mirarla tan siquiera cuando pasaba a mi lado, volví a adelgazar. El doctor me dijo que sufría de amor, y me estaba consumiendo por no hacer caso a ese instinto, yo me reí, y le dije que si estaba loco, pero no pude hacerle ver otra cosa que la que te estoy contando – Santiago miró a una pareja que apoyada en una pared, se besaba con deseo-. Sufrir de amor, menuda idiotez.
Santiago siguió adelgazando, le costaba caminar, y su aspecto demacrado era incluso desagradable. Su mujer preocupada le insistía en que fuera al médico, pero él no quería, y la decía que no era nada.
Pero la cosa iba muy deprisa, demasiado y Santiago decidió ir otra vez al medico.
-veo que no hace caso a su instinto más vital, le veo bastante desmejorado- dijo el doctor al ver a Santiago.
-Por favor, doctor, dígame con seriedad y racionalidad lo que me ocurre, no sigo ninguna dieta, y ya he perdido mas de cuarenta kilos, si sigo así dentro de poco no podré caminar, me cuesta mucho conducir, apenas tengo fuerza, y en el trabajo no logro concentrarme
-Ya le dije su diagnostico señor Santiago, solo hay una cura para su enfermedad, y esa es no oponerse a lo natural, usted se enamoró de su nueva compañera de trabajo, Silvia, y no responder a ese amor, ignorarlo de la manera que usted lo hizo le esta consumiendo
-Bien, bien, supongamos que lo que usted dice es cierto
-¡acaso duda de mi profesionalidad! –le interrumpió el medico.
-No, no, entonces que debo hacer para volver a tener la vida que antes tenia, para volver a engordar y ser feliz otra vez
-Muy sencillo, tiene que empezar una relación con Silvia, amarla como desea desde hace tiempo, cuando desayunaba con ella ganó incluso un kilo, esa es la solución – dijo el doctor.
-Tengo pareja, y la quiero, no quiero perderla, no puedo dejarme llevar por un capricho de mis sentimientos, yo quiero querer a María Lola – dijo Santiago con tristeza.
-No tengo más que decirle. Cuando alguien enferma, de cualquier enfermedad, yo le receto medicinas para que se mejore, algunas de esas medicinas curan la enfermedad, pero dan sueño, o producen somnolencia, e incluso son fuertes para algunos estómagos –el doctor hizo una pausa- y es el paciente el que decide tomárselas o seguir con el dolor.

Santiago estaba perdido, no podía hacer daño a María Lola, ella era su mujer y él se había prometido no hacerla nunca daño, pero la situación era muy seria, y si seguía así sabia que podía morir. Esa misma noche decidió hablar con Maria Lola.
Le contó todo lo que el medico le había dicho, y le habló de sus sentimientos hacia Silvia, como la conoció y todo lo demás.
-¿te has acostado con ella?, a lo mejor te has acostado con ella y te ha pegado el sida o alguna enfermedad de esas de sexo –le dijo Maria Lola.
-No, tranquila, no me he acostado con ella, ni siquiera la he visto fuera de la oficina
-Y el medico te dijo que salieras con ella, y que pasa conmigo, pero eso no puede ser así, mañana mismo vas otra vez al medico y le exiges que te hagan pruebas de todo tipo
Al día siguiente volvió al medico y según le había dicho su mujer exigió a su medico que le hicieran pruebas de todo tipo. Y se las hicieron, pruebas para ver si era seropositivo, si tenia cáncer, anemia, sífilis, hepatitis, en definitiva todas las enfermedades que como síntoma tiene la pérdida de peso. Las pruebas tardaron unas dos semanas, y Santiago seguía perdiendo peso, tuvo que pedir la baja en el trabajo porque apenas tenía fuerza para caminar, tenía el aspecto de un cadáver y sus ojos permanecían cerrados casi todo el tiempo. Al día siguiente Maria Lola fue al medico a recoger los resultados.
-el doctor no está, se ha ido una semana a brasil a una convención de médicos muy importantes – la dijo una señorita en la recepción del hospital.
-Vengo a por unos resultados, aquí traigo una autorización para recogerlos
La enfermera paso a una sala contigua y buscó en un cajón. Al poco tiempo vino con un sobre grande en la mano.
-aquí tiene, es necesario que estos resultados los vea su medico, así que pásense mañana y el medico les atenderá.
María Lola dobló el sobre y lo metió en el bolso.
En casa con Santiago a su lado abrieron los resultados de las pruebas. Todos eran negativos, no hacía falta ser médico se leía con claridad. Santiago no tenía cáncer, ni sida, ni siquiera tenia colesterol, o falta de glóbulos blancos.
Al día siguiente el medico confirmó a Maria Lola los resultados.
-su marido esta perfectamente, no tiene ninguna enfermedad venérea, ni ningún tipo de cáncer, es mas se podría decir viendo sus análisis que goza de una muy buena salud
-tendría usted que verle doctor, esta consumido, apenas puede moverse de la cama, ya no tiene fuerzas ni para ir al baño –le dijo Maria Lola.
-No puedo hacer nada por él, no puedo recetarle nada, ni decirle nada que no le haya dicho ya a su marido, lo siento por usted señora, lo siento de veras.

Al día siguiente por la tarde Maria Lola fue al trabajo de Santiago, subió a la oficina y habló con uno de sus compañeros, le preguntó quien era Silvia, este señaló con el dedo a una joven morena, con rasgos orientales. María Lola bajó de nuevo hasta la entrada y esperó a que Silvia saliera.

-tu no me conoces –la dijo mirándola de frente-. Soy la hermana de Santiago, ¿sabes de quien te hablo no?
-Si –dijo Silvia sorprendida-. ¿Qué tal esta?, me dijeron que se cogió una baja por depresión o algo así, ¿Qué le ocurre?
-Si, se murió su madre y no lo superó muy bien, ¿tú te llevabas muy bien con él no?
-Si, ¿Por qué lo preguntas? –dijo Silvia.
-Me ha pedido que te diga que esta enamorado de ti
Silvia enrojeció, y esbozó una sonrisa que apresuró a tapar con una de sus manos.
-no me lo puedo creer –dijo al fin.
-Si, entiende que él ahora está pasando un mal momento por lo de su madre, y no quiere perderte – Maria Lola tenía los ojos cristalinos, estaba a punto de llorar-. Entonces me ha pedido que te diga esto, no tienes que decir nada, solo quería que lo supieras
Las dos se quedaron calladas durante algunos segundos.
-vaya, es fantástico –dijo Silvia-. Coincidimos durante algún tiempo en los desayunos y tu hermano me pareció un hombre muy interesante, me enamoré de él en esos desayunos, después le propuse varías veces quedar para tomar algo fuera de la oficina, pero siempre me decía que no, después dejó de hablarme y pensé que no quería nada conmigo, ¿es verdad que esta enamorado de mi?
Maria Lola tenia un nudo en la garganta que apenas la dejaba hablar.
-si, es verdad, si quieres llámale, estará encantado de hablar contigo, tengo que irme
Y sin dejar a Silvia despedirse María Lola salió corriendo dejando tras sus pasos la felicidad de aquella chica.

Cuando llegó a casa su marido estaba tumbado en la cama, como las últimas semanas, tenía la tele puesta pero sus ojos estaban cerrados, apenas tenía fuerzas para abrirlos.
María Lola se sentó en la cama y con una mano agarró la mano de Santiago, con la otra se limpiaba las lagrimas que salían de sus ojos.
-he hablado con Silvia –dijo.
Santiago abrió los ojos como hacia días que no hacia.
-¿Por qué? –preguntó, hablaba con un hilo de voz.
-Tienes que verla, me ha dicho que te quiere, que le gustas, ella esta enamorada de ti
Al decir estas palabras Santiago iba recibiendo pequeñas dosis de fuerza, que le empujaban a volver a vivir, Silvia le quería.
-ya lo sé, ella me lo dijo, pero yo dejé de hablarla, no quería estar con ella
-¡pero te estas muriendo! –gritó Maria Lola-. Tienes que hacer algo
-yo te quiero a ti, te quiero María Lola, te amo, te amo, no puedes entender eso, no quiero estar con ninguna otra mujer, te quiero a ti
El teléfono interrumpió la conversación de ambos. Maria Lola se levantó de la cama y contestó, era Silvia.
Maria Lola cogió el teléfono inalámbrico y lo llevo hasta la habitación donde estaba Santiago.
-toma es Silvia –dijo dándole el inalámbrico.
-no quiero hablar con ella
-¡tienes que hacerlo! –dijo María Lola furiosa.
Santiago cogió el teléfono y tras unos segundos y después de mirar a su esposa colgó la llamada.
-te quiero –dijo y el teléfono cayó de la mano de Santiago, golpeándose contra el suelo.
La televisión estaba puesta, y los reflejos alumbraban el brazo de Santiago que colgaba de la cama.

La gente de su alrededor creyó que Santiago había muerto de cáncer, de alguna enfermedad incurable. La gente que lo conocía bien, simplemente pensó en algo sobrenatural, algo sin respuesta. Y luego está Germán, el mejor amigo de Santiago. Cuando sale a echar una canita al aire, su principal arma para conquistar a las chicas, es contar la historia de su amigo Santiago, un amigo que murió por amor.

© Sergio Becerril 2008

Una Coca-Cola - Relato 24

UNA COCA-COLA

El frio suelo, parece como si estuviera andando sobre placas de hielo, y el tacto del pijama me incomodan, acabo de levantarme de la cama para orinar. Son las tres de la madrugada, y otra noche más sin poder dormir bien. Esta vez no son los dolores físicos, esta noche mi cabeza quiere pensar. Mientras orino pienso cual es el motivo por el cual sentimos el suelo tan frio cuando andamos descalzos, una vez leí que al parecer las plantas de los pies no son un buen conductor de temperatura, de manera que la frialdad del suelo no puede pasar al resto de nuestro cuerpo, esto hace que la sensación de frio sea muy intensa. Hay que ver, me muero y yo pensando en porque notamos la frialdad del suelo en nuestros pies descalzos. Vuelvo a la cama, las sabanas están medio rotas, el nombre está casi borroso. Los ronquidos del hombre que tengo a mi lado me dicen que la noche no está siendo igual para todos. La sabana no está fría, noto su calor, en esta noche solo abrigarme, taparme con las desgastadas ropas me tranquilizan. Ojalá tuviera sueño.
No ha pasado más de una hora cuando me levanto a dar un paseo, los pasillos están iluminados por las luces de emergencia, al pasar por el mostrador de control la enfermera duerme cruzada de brazos sobre la silla, tiene la boca a medio abrir y su pelo cae sobre los hombros, tiene el pelo moreno y rizado, se parece a Olivia, a ella también le cae el pelo sobre los hombros, y en la parte de la espalda a veces se forman tirabuzones, muchas tardes metía mi dedo entre sus rizos, así la sentía cerca. Camino hasta el final del pasillo, allí hay unas escaleras, sentado en la primera está Carlos, todas las noches sale a fumarse un cigarro, los médicos dicen que se muere y que no fume, pero el solo parece hacer caso a lo primero.
-Otra noche más –dice Carlos.
-Más bien otra noche menos –digo.
-¿Qué tal estás? – dice Carlos.
-bien, espero mi momento, he estado esperando mucho tiempo, no me cuesta esperar un poco más
-¿lo deseas?
-Al fin y al cabo todos tenemos el mismo final, más tarde o más temprano tiene que suceder, he vivido más de lo que me gustaría, y esto solo es anticipar algo que va a ocurrir sí o sí
Los dos callamos, no entiendo a Carlos, él, en más de una ocasión me ha confesado su pánico al momento, está recibiendo terapia psicológica, no aguanta lo que le está sucediendo.
-¿Es cierto que podías haberte curado?
-No, eso dicen los médicos, pero yo no los creo. No me gusta estar aquí, a pesar de lo que parece, en realidad no tendría que estar aquí, nunca debería haber estado –digo mientras me levanto y dejo a Carlos terminando su cigarrillo.
Camino hasta el final de la planta, allí hay una maquina de refrescos y otra de comida, apenas quedan sándwiches, las visitas de hoy han acabado con ellos, unos se alimentan y otros se mueren, son los contrastes vitales.
Supongo que si podía haber evitado esta situación, si hubiese querido claro, sin embargo no encuentro ningún motivo para no morirme.
Sólo hay que dejar de pensar, no pensar en que va a suceder, alejar los sentimientos de la razón, eso e ignorar este mundo, ignorar las tostadas, ignorar el aire, ignorar a quien se preocupa por ti, a quien te quiere, a quien no te quiere, ignorar el avance, el éxito, el calor, la ternura, la ambición, hay que aprender a ignorar para que no te de pena abandonar tu existencia, dejar de respirar, y al fin y al cabo desaparecer para siempre.
Hay una ventana abierta, entra algo de frio, se escucha el ruido de algunos coches pasando por la autopista, van veloces huyendo del amanecer, es noche de sábado, no oigo las risas, comentarios, chistes, gritos que se puedan dar dentro de esos vehículos , pero están ahí, me asomo a la ventana, quiero escuchar a gente, quiero escuchar su risa, sentir su felicidad, sé que no se contagia, pero al menos sentiría que alguien sale, avanza, respira, en definitiva, vive.
El ascensor sube, seguro que es el vigilante haciendo la ronda, me escondo en una esquina, veo salir a cuatro médicos, van apresurados hacia las habitaciones, en un segundo los pierdo de vista y me vuelvo a quedar solo, meto mis manos en los bolsillos de la chaqueta del pijama, uno de ellos está roto y deja escapar mi dedo, me acerco a la ventana y la cierro.
Vuelvo a mi habitación, a sufrir los hierros y el tacto de las desgastadas sabanas, pero descubro que mi cama está ocupada por mí, cuatro médicos intentan reanimarme sin éxito, de repente algo me atrapa por mi espalda, poco a poco empiezo a alejarme de la habitación donde he permanecido los tres últimos meses, veo alejarse a los médicos, me arrastro de espaldas, mi pijama se queda delante, yo sigo para atrás, llego al final del pasillo, Carlos ya no está fumando su cigarrillo, giro, llego hasta el final de la planta, no quiero mirar a tras, ahora si tengo algo de miedo, paso por la máquina de refrescos y de comida, miro a la ventana que unos minutos antes había cerrado, está abierta, después de unos segundos todo acaba, no puede ser, tengo que despedirme. Pero es demasiado tarde, ya no existo.

© Sergio Becerril 2008

¿Que es real? - Pensamiento 4

Imagino por un momento que quien esté leyendo estas líneas no existe, quiero decir que tú que estás leyendo estas letras no existes nada más que en mi cabeza, que mi mundo es tu realidad, que formas parte de mi mundo irreal, no es una idea tan descabellada, al menos no podrías decirme que no es cierto, si yo te digo que todo cuanto conozco, todo cuanto existe en mi mente no es real, no podrías decirme que no es cierto, ¿sabes lo que es el Solipsismo?

Ahora imagina tú, imagina que todo lo que ves, eres, conoces, sientes, etc. no existe, nada de lo que a ti te parece real lo es, solo es una proyección de tu mente, una realidad a tu medida, en ese caso podrías ser Dios y todo lo que te rodea una ilusión que tu mente ha creado, ¿conoces el mito de la caverna?

Esto que digo es tan difícil de demostrar como imposible de rebatir, pues aunque tú me dijeses, o tu pensases que tu novia/o, amigo/a, padre, madre son reales, no te creería, y tu tampoco creerías a la persona que te está diciendo que existe y que es real, porque puede ser una ilusión.

Es para volverse loco ¿verdad? Por eso he creado este Blog, para leerme a mí mismo, aun no comulgando con el Solipsismo creo que así es...

Si te interesa el asunto un link muy recomendable:

http://es.wikipedia.org/wiki/Solipsismo

Ni tu nombre sé - Relato 23

NI TU NOMBRE SÉ

Ninguno de los dos quería darse cuenta de que la relación no iba bien. Ella para no hacerle daño y él para no salir del sueño donde a veces se encontraba, preferían no pensar en ello. Dos días de felicidad y dos cabreados, discutían casi a diario, y casi siempre por tonterías, unas veces el enfado se pasaba a los pocos minutos, pero otras podían estar hasta una semana sin hablarse, y ahí, en esos enfados largos, donde ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer es donde sufrían, a veces ella, casi siempre él. Al principio les parecía bien eso de discutir, ambos pensaba que si las parejas no discutían la relación era aburrida y al final llegaría la monotonía, y que si no discutían nunca se llegarían a conocer bien. Con el tiempo, las discusiones no eran tan bien recibidas, y en más de una ocasión habían pensado en poner fin a una relación que según iba no tenia ningún futuro, pero solo lo pensaban, y así, pensando en dejarse y discutiendo, llevaban cuatro años.
Pedro llevaba cuatro noches casi sin poder dormir, había discutido con su novia, y se sentía mal, empezaba a necesitarla, quería escuchar su voz, pero, como llamarla, pensaba, seria darle la razón, dar su brazo a torcer, y perder la partida, duraba cuatro días, él sabia que si no la llamaba la podía perder, habían discutido otras veces, pero esta vez le parecía distinto, tenia miedo de perderla, de no volver a verla.
No podía seguir así, se había emborrachado las dos ultimas noches, y su estomago no aguantaría una tercera borrachera para evadirse.
Salió del bar donde se encontraba y marcó su teléfono. Al cabo de dos tonos ella cogió el teléfono.
- Que quieres- contestó ella.
- Hola –hizo una pausa, no sabia como romper el hielo-. Mira quiero decirte que a lo mejor llevabas razón, quizá me puse un poco pesado con el tema, bueno olvidémoslo… ¿Qué haces?
- Estaba viendo la tele pero me iba a dormir dentro de nada, son las doce de la noche
A dormir, pensó Pedro, él había dormido fatal y ella se iba a dormir.
- Pedro no quiero que me vuelvas a llamar, estoy cansada de ti y de esta estupida relación que llevamos todavía no sé muy bien porqué
El no sabia que decir, habían discutido muchas veces, se habían insultado y cabreado, pero nunca antes ella lo había dejado.
- No puedes hacerme esto, llevo dos noches sin dormir
- Lo siento Pedro, y por favor no hagas las cosas más difíciles- la voz de ella era fría, como si no sintiera nada al decir lo que decía.
- Escúchame, ¿quieres que me entre depresión?, sabes que soy muy dado a tener depresiones, y creeme que si me dejas tendré una depresión muy grande, no sé si podré superarlo –dijo Pedro nervioso.
- Pedro voy a colgarte, no quiero seguir hablando contigo
- Quieres dejarme –Pedro gritaba-. Muy bien pues déjame, no pienso volver a llorar por ti, bastante he llorado ya, sin que lo merezcas, no mereces que te quiera…
Ella colgó el teléfono.
Se guardo el teléfono móvil en el bolsillo y volvió a entrar al bar. Pidió al camarero un ron con coca cola, cuando se lo puso, se bebió la mitad de un trago. Sacó el móvil del bolsillo y lo dejo encima de la mesa. Bebió otro gran trago a la copa, miraba al móvil todo el tiempo, esperaba que ella lo llamara, esperaba que ella le dijera que volverían a intentarlo. Seguía mirando el teléfono, esperando su llamada, terminó la copa y salió a la calle.

Marco su número, al rato ella cogió el teléfono.
- Que -dijo ella con la voz cansada.
- Mira por favor, no me vuelvas a colgar, ¿sabes lo mal que lo estoy pasando?, no tienes ni idea de lo mal que lo estoy pasando y tu vas y me cuelgas, ¿es que acaso no me quieres?, de verdad que estoy pasándolo muy mal, me vas a hacer llorar – Pedro empezó a llorar-. Que quieres que haga, no puedo dejar de pensar en ti, por favor no me hagas esto
- Pedro es muy tarde, no tengo ganas de hablar contigo, nuestra relación no funciona, no quiero seguir con esto, eso es todo, si no te lo he dicho antes es porque no quería hacerte daño, pero las cosas se me han ido de las manos y no quiero seguir contigo – ella no demostraba debilidad, hablaba con frialdad, como si leyera cada palabra que decía-. Ni tu eres feliz ni yo lo soy – hizo una pausa, ella oía a Pedro sollozando-. Será lo mejor…
- No tienes la menor idea del daño que me haces – Pedro esperaba que ella cambiara de opinión, que se sintiera tan mal, que le viera tan destrozado que volviera con él, aunque fuese por pena, quería sentirla cerca y que en ese mismo momento le pidiera que fuera a verla-. Hasta luego- dijo, y colgó sin dejar que ella se despidiera.
Fue caminando hacia su casa, lo hacia despacio, sin saber muy bien como despertaría mañana, como volvería a dormir sabiendo que ella no estaría al día siguiente. Sentía una inmensa sensación de vacío, no lloraba, pero se encontraba triste. Pensaba por que, y en que momento ella había dejado de quererle.
Cuando llegó a casa se puso cómodo y se tumbó en la cama. Cogió el teléfono y marcó el teléfono de ella, pero no la llamó.
No durmió en toda la noche, pensaba en muchas cosas, daba vueltas en la cama. No podía creer lo que le había pasado.

Pasada una semana, una noche, mientras Pedro cenaba sonó su teléfono. En la pantalla apareció el nombre de ella, no supo que hacer, vaciló si cogerlo o no, al cabo el teléfono dejó de sonar. Pasaron unos cinco minutos y el teléfono volvió a sonar, esta vez Pedro lo cogió.

- Hola –dijo él.
- Hola Pedro
- ¿Qué quieres?, no tengo mucho tiempo, estaba cenando y…bueno que
- Nada, solo llamaba para decirte que te echo de menos
- Sí, pues que sepas que yo a ti también, pero no voy a volver contigo, no voy a volver a verte, no quiero saber nada de ti – Pedro reía mientras hablaba-. Y, sabes ¿Por qué?
- No digas eso Pedro, hemos discutido otras veces
- ¿sabes porque no voy a volver contigo?
- Pedro por favor
- No voy a volver contigo porque no tienes nombre, no sé como te llamas, y porque ahora una mujer mucho mas guapa que tu está esperándome en la cama
Ella colgó el teléfono. Pedro volvió a la cocina y siguió cenando, pero ya estaba frío, así que vació el plato en la basura y se fue a la cama, donde nadie lo esperaba.

© Sergio Becerril 2007

La Herida - Relato 22

La Herida

Soy una herida y causo dolor. Paolo tumbado en su trinchera se suelta los cordones de las inflamadas botas, se rompe el botón de la camisa de infantería para liberar su cuello negruzco y sudoroso; me libera de cualquier presión, no sé si para intentar ganarse mi aprecio y que no le siga torturando. Me siente y yo le aprieto, ejerzo sobre él un peso incontrolado sobre todo su sentido, le hago sudar, le bloqueo el pensamiento. Las balas parecen minúsculos aviones, atraviesan el éter con febril velocidad, sin destino, sin un objetivo al que colorear.
Le conozco, lo sé todo sobre Paolo, al fin y al cabo siempre he vivido con él. Las heridas surgen de dentro, no dejo de ser parte de su propio ser, aunque ahora me muestre y me haga sentir, crezco de su propia piel, su dolor me hace existir en reciproca sintonía.
Sigue tumbado, escucha el odioso castañear metálico. Rebozado de tierra y de humo intenta no pensar, aprieta con fuerza su bastón de acero con punto de mira, le gustaría fundirse con él, integrarse poco a poco, quiere ser absorbido por el arma, y en unos minutos desaparecer, que alguien pase por el foso y vea solamente un fusil casi enterrado en la zanja, con distinto color, ya no es negro el fusil, tiene matices rosas, marrones y rojos, sobre todo rojos. En la zanja un fusil rojo. Pero sabe que no puede, que eso es imposible, y se descubre apretando con más fuerza su Rémington.
Le hablo para alargar su sufrimiento, le digo que piense en cosas bonitas, que recuerde el momento en que las conquistas siempre tenían nombre femenino, que piense en las derrotas en las que solo perdía un poco de honra masculina, que piense en la vida antes de ser amenazada por tormentas tropicales, noches de deseo y cristales rotos por los celos.
Pero no me hace caso, y recuerda su primer encuentro con la tristeza, ocurrió cuando su razón se dio cuenta de que todos los niños de su edad, no cenaban huevos fritos con patatas cinco noches a la semana. A partir de ahí, el desánimo se animó a visitarlo a menudo, a conciencia algunas veces, otras veces invitado por el guión de quien no escribe su vida si no que se la cuentan. Sintió en reiteradas ocasiones el desconsuelo cuando el molde de la sociedad matrimonial le arrinconó, y cada dos por tres le obligaba a decir que sus padres se habían separado ¿En qué trabaja tu padre? Nunca imaginó que una pregunta tan sencilla tuviera tantas vías de confusión.
Piensa en su juventud de solitarios días cada vez más largos, Paolo los trataba de acortar con interminables siestas, en las cuales escapando de sueños rotos, no encontraba ningún sueño.
Allí estábamos Paolo y yo, su herida. En la explanada Cartago, en una meseta de sol y pólvora, él intentando sobrevivir y yo sin quererlo en el más estricto sentido de la palabra impidiéndoselo. Suelta el arma y se libera las muñecas de la presión de la camisa, no desabrocha los botones, los rompe, está semi tumbado boca arriba, el sol presenta un desfile de fuego sobre su cuerpo, extrae de Paolo cauces de sudor que empapan toda su ropa.
Recuerda a Berta, otra luz menos incomoda que la que ahora sufría, que también le hizo sudar pero de distinta manera. Se mira su mano derecha, el contraste de sus negras uñas y la suciedad de las manos, aumentan el reflejo que el sol ejerce sobre ciertas partes en su anillo de casado. El sol emite destellos intermitentes por las lagunas de arena de su alianza. Es como la vida, piensa, algunos momentos turbia, en otros clara y brillante.
Piensa en el tiempo, si Berta no estaba era tardo, minutero plomizo de segundos horas, sin embargo cuando estaban juntos pasaban años sin enterarse. El tiempo como la vida, también es relativo, unas veces pasa y otras no.
Berta no quiso seguir compartiendo nostalgias, y antes de criar, una mañana de fríos pies descalzos y cálculos aritméticos, se marchó de su lado. Habían pasado cuatro años de matrimonio, alguna que otra pelea y muchas horas de reserva. Sin duda fue el cierre del negocio vital para Paolo, una bancarrota sentimental que hizo que perdiera su camino durante algunos años, cogió trenes equivocados, y blancos autobuses sociales que no le llevaban a ninguna parte, pagando el billete a precio de oro.
Un tío suyo, un coronel retirado, le convenció una nochevieja para que se alistara en el ejercito, y así emprendió su camino, lo que no se imaginó nunca es el final del mismo ¿Quizá la ultima parada era una explanada de Cartago?
Paolo saca de su bolsillo un papel, esta medio roto, lo desdobla con dificultad, en realidad es medio papel, el otro medio con sus correspondientes palabras estará cultivando árboles librales en alguna bélica hectárea. En la carta se puede leer:
“…y en esta mañana en la que tus cejas siguen distinto camino yo te necesito igual que antes. Nada ha cambiado y en este primer año de casados no puedo dejar de decirte lo mucho que te quiero. Acuérdate de llevar mis poemas a la editorial, sé que es una tontería, pero igual esta vez tengo suerte, no te enfades anda, puedo ver tus labios unirse en gesto de rabia, sabes que lo más importante después de ti son mis escritos…”
Paolo vuelve a doblar la carta con abogado gesto y la guarda de la misma forma. Suspira, quiere que sea el último pero él y yo, su herida, sabemos que no es así, todavía no.
Paolo me siente cada vez con más fuerza. Él hubiera deseado que yo fuera un corte, un túnel de pólvora, un coagulo de sangre engangrenado, una irremediable amputación, un charco en los pulmones, pero no, supongo que ni yo puedo elegir, soy una herida de muy adentro, de esas que no se curan, que en todo caso se me puede adormecer durante algún tiempo, o distraer con quehaceres varios.
La única opción es hacerme callar que no curar, aunque eso implique olvidarse de los huevos fritos, de correctos matrimonios, de Berta, de sueños vividos, de sueños impuestos o imaginados, de la escarcha vital que supone llevarme, de cambiar siesta por un pesado sueño.
Paolo coge su fusil, lo carga, lo mira, imagina que es Berta y lo besa.

© Sergio Becerril 2007

Carpe Diem

Leo en el periódico que una mujer ha muerto aplastada por los cascotes desprendidos de una fachada, esto ha sucedido en el madrileño Paseo de Recoletos, al parecer la señora de cuarenta y un años iba con su amiga de paseo, eran alrededor de las once y media cuando un montón de cascotes que se desprendieron de una fachada cayeron sobre ella, el periódico explica todo lo demás con asquerosa frialdad, permítanme que yo lo omita, el caso es que la mujer falleció horas después.
¿Por qué morimos? En realidad no nos damos cuenta de lo frágiles que somos, seguro que alguna vez habéis jugado a algún videojuego, en parte cada uno de nosotros somos personajes de videojuego, si acaso alguien juega con nosotros y dirige nuestras vidas.
Lo que me hace sentirme profundamente mal es que la muerte llegue en un momento inesperado, como a esta señora, como habrá dejado sus cosas, es posible que su pijama estuviera en el suelo por que esa misma mañana no había tenido tiempo de doblarlo, de guardarlo, y en el baño su cepillo de dientes aún mojado en la encimera, esa mañana quizá se había levantado algo tarde, posiblemente había quedado con su amiga para realizar las ultimas compras de reyes. ¿Cuántas cartas llegarán a su buzón sin saber el remitente que no las va a leer? El dinero del cajero que sacó minutos antes, la cita con el médico que tenia esa misma tarde, la comida, la cena, este año que empieza... nada importa ya.
Hay que vivir, olvidarse de nuestros fatídicos momentos (que seguro llegarán), disfrutar de nuestro paso por la vida como si cada minuto fuera el último, y por supuesto leer, para vivir otras realidades en muchas ocasiones más placenteras que esta.

Carpe Diem amigos.

Un abrazo.

Domingo 10:00 de la mañana - Relato 21

Domingo 10:00 A.M.

Son las diez de la mañana. Me encuentro en una explanada, en el parking de una discoteca, es sábado, bueno no, ya es domingo. Estoy de pie en este parking. Es como el de unos grandes almacenes, pero aquí no salen familias con bolsas cargadas de compra. En el horizonte puedo ver una fábrica de refrescos, y con los ojos medio cerrados la miro. A mi espalda, la puerta de la discoteca, que ya casi toca a su cierre. Oigo la música, en este momento ponen un tema que me encanta, y pienso que me gustaría que fueran las tres de la mañana otra vez, y volver a vivir la noche, y volver a bailar y a meterme otra vez la coca que ya me he metido. Mi cabeza esta abotijada, puedo pensar pero las ideas son absurdas, incoherencia total dentro de mi. Varios coches están aparcados en el parking, dentro de ellos gente joven, como yo, esnifan los últimos gramos que les quedan. Me doy cuenta que no hago otra cosa que mirar el reloj, me doy cuenta ahora aunque hace quince minutos que lo hago a cada segundo. Mi camisa esta arrugada, miro mis pantalones, hay restos de cocaína, una mancha blanquecina en mi pierna derecha, con torpeza y sin saber muy bien que estoy haciendo, me descubro limpiándome; me encuentro sucio, extraña sensación, me siento como si hubiese estado tres días fuera de mi casa.
No me odio, solo me resigno, soy victima de mis actos. Pienso que la vida me está dando lo que me merezco, o a lo mejor no me lo merezco, solo que me ofrece algo y yo lo cojo. El sol de la mañana me turba. En invierno amanece mas tarde y la noche dura más, a partir de junio a las seis y media ya es de día, y eso lo odio, odio que el amanecer, el sol, joda mi pedo de cocaína y alcohol.
No pienso volver a casa, pienso. Ahora iré al cajero, sacaré cien euros y me pillaré dos gramos más, después iré a algún sitio a ponérmelo, tan tranquilo, solo de pensarlo se me eriza la piel, y un nerviosismo invade mi cuerpo. Nada gano haciéndolo, pero hay tantas cosas en la vida que aunque las hagas no te reporta el mas mínimo beneficio, que esta es una más.
Una puerta de uno de los coches se abre. Salen dos chicas y un chico, él se suena la nariz con un pañuelo desgastado. Su aspecto es como el mío, ropa trasnochada, ojos medio cerrados y narices rojas taponadas. Una de las chicas saca un mechero del bolso y se enciende lo que a mi me parece ser un chino. Desde mi posición puedo olerlo, o al menos imagino su olor, no es que me guste mucho fumar chinos, pero reconozco que en momentos de ansia, de nerviosismo, me tranquiliza.
Saco de mi cazadora un paquete de tabaco, me queda un cigarro, la noche se acaba y con ella todo lo demás. Enciendo el pitillo y vuelvo dentro de la discoteca, no quiero enterarme que ya es de día, quiero seguir en este mundo, en este sueño, al menos algunos minutos más.

© Sergio Becerril 2007

Fin de fiesta - Relato 20

Fin de fiesta

Sentí el frío sentado en el escalón de su portal, ese escalón que ahora callaba había reído y compartido con nosotros muchas lunas. Un cuarto de hora después la vi venir a lo lejos. No iba maquillada, llevaba ropa informal, un vaquero y un jersey, eso seria síntoma de que no estaba con nadie, pensé, si lo hubiese estado hubiera ido mas arreglada; aunque pensándolo mejor, los hippies no se arreglan y al parecer ella siempre ha sido un poco alternativa. Eso pensaba, yo que sé, estaba mal, nervioso, angustiado, y ella caminaba hacía mí.
Ella lo primero que hizo fue darme dos besos, y sentí mucho más frío. Que clase de persona era Laura, ¿la conocía realmente? ¿Había estado engañado durante los dos últimos años de mi vida? ¿Cómo podía darme solamente dos besos? Como si fuera un conocido, no me dio ni siquiera un abrazo, de verdad que hubiera bastado con un simple gesto de cariño, supongo que ella tenía miedo de que cualquier gesto suyo yo lo interpretara como una muestra de amor. Yo busqué un poco de calor e intenté abrazar su pequeño cuerpo, noté como ella se alejaba.
Después de algunos minutos comenzamos a hablar. Al principio la lógica se impuso, y la conversación fue fría, apática, sin sentido, ella hablando de lo que no, y yo de lo que sí. Nuestras palabras salían de nuestras bocas y se escondían en una nube de vaho, a ella ese gesto parecía gustarle, sus palabras se camuflaban, se evocaban escondidas, sin embargo mi intención no era esta, me hubiera gustado abofetear a mis palabras y desempolvarlas del caliente vaho que salía de mi boca.
-Bueno, supongo que cuando uno esta enamorado el orgullo no cuenta, por eso estoy aquí, para hablar de nosotros –dije muy serio.
-Marcos, no quiero tener una pareja, yo soy una chica muy independiente, no quiero seguir contigo –me dijo con asesina frialdad.
-¿Cómo puedes hacerme esto? –yo, ya no era yo, era un ser confundido. No sabía que pensar, ¿cómo era posible?, la chica que más me quería, la que una semana atrás hubiese dado su vida por mí, me decía que no quería estar conmigo.
-No eres el hombre de mi vida –prosiguió ella-. No eres lo que yo quiero para mi vida
-Pero Laura, si tu decías que yo era el hombre de tu vida, que querías tener hijos míos –mi voz sonaba angustiada, incrédula.
-Si, Marcos pero ya no quiero seguir así, me he dado cuenta de que no estoy preparada para tener hijos todavía. Mira Marcos yo mañana me voy al Viña Rock, y dentro de tres meses me voy a trabajar fuera
-Te vas a un concierto de rock. –Hice una pausa, miraba su negro pelo, el frío parecía escarcharlo y brillaba con viveza. Podías haber ido conmigo –continué-. Yo te hubiera acompañado
-Marcos pero si a ti no te gusta esa música –dijo riéndose y con cierta compasión.
- Por ti haría cualquier cosa, ¿y con quien vas?
-Pues con unos amigos, con Alfredo y con otros que no conoces
-Pero Laura, puedes pensarlo, puedes tomarte algún tiempo y si ves que estas bien, lo dejamos definitivamente –dije casi suplicándola.
-No, no Marcos, esta decidido
-¡pero yo era feliz!
-Pero yo no, Marcos, no eres el hombre de mi vida –me volvió a decir.
Yo a estas alturas de conversación estaba abatido, hacía una semana que las manos de Laura acariciaban mis mejillas, hace unos días compartíamos el futuro.
Estaba confundido, no sabía en realidad que estaba ocurriendo. Sentí una extraña mezcla de tristeza y desilusión.
-Laura, te lo di todo y ahora tú me haces esto
-No puedo más –dijo y se dio media vuelta para abrir el portal y subir a su casa.
Yo la insistí que se quedara un poco más, y ella empezó a llorar.
-Me siento como Manuel, aquel novio que dejaste por mí –dije.
-No, tú eres un caballero, Manuel no se comportó como tú.
En ese momento no quería ser un caballero, quise ser lo que fuere, pero con ella.
A partir de ese momento, mi mente se volvió loca, intentando buscar su voz al día siguiente comencé a dar miles de razones para que no me dejara, a cada palabra mía ella lloraba con más angustia, yo esperaba que alguna de las palabras que la estaba diciendo la hicieran pensar, y que no me dejara. Decía palabras, hablaba para que alguna la hiciera retroceder, tenía la esperanza de que alguna de mis palabras activara algún mecanismo en su cabeza y la hiciera al menos reflexionar. Cubriendo de vaho algún recuerdo, ella esbozó media sonrisa, y yo quería besarla. Al cabo pensé que estaba perdiendo el tiempo, era tiempo de dolor y cada minuto contaba, necesitaba irme.
-Carlos yo te puedo ayudar, si quieres te llamo, hablamos, puedo ayudarte a que no lo pases mal –me dijo.
Yo sabia que el remordimiento la atenazaba, y de ahí sus palabras de apoyo.
¿Había entendido alguna vez el amor?, me pregunté. Se creía que podía ser mi amiga.
-¿Crees que para mi ha sido fácil Carlos?, quitar todas tus fotos, yo lo estoy pasando muy mal –me dijo congelando lagrimas.
Yo ya no creía todo lo que me decía.

Después de algunas frases sin sentido, ella me besó, yo me agarré a sus labios por que sabia que era la ultima vez que coincidiría con ellos. Me despedí con un gesto con la mano, arranqué el coche y me fui.
Entre en el garaje, nadie se asustó por que di marcha atrás muy rápido. Cerré la puerta e imaginé que ella salía por la puerta del copiloto, como tantas otras veces, vi como me sonreía, recordé como nos quedábamos los dos de pie, hasta que se apagaba la luz interior del coche, y luego subíamos juntos las escaleras, yo gastaba alguna broma absurda y ella siempre se reía, ahora no sé si por compromiso.

© Sergio Becerril 2007

 
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