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La inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 2

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 2

Eran las tres de la tarde, cuando sonó el teléfono, Carlos, que hasta ese momento estaba sentado en el sillón, mirando la tele apagada, se sobresaltó.

-Hola Carlos soy Luis, ¿qué tal estas?, joder vaya movida la otra noche- Luis era el compañero
de borracheras de Carlos-. ¿Dónde dejaste a la putita que te tiraste?
-Escúchame Luis, no sabes lo peor, se me rompió el preservativo
-no me digas tío –dijo Luis riendose-. ¿En serio? – Luis era un tipo muy bromista, pero pasados
unos segundos cuando escuchó que del otro lado del auricular no se oía nada, se le heló la
sangre, y pensó seriamente en lo que Carlos le había dicho -. Joder tío, que putada, ¿y que vas
hacer ahora?
-Pues no sé Luis, lo estoy pasando fatal, no duermo, ni siquiera sé si estoy vivo, todo el día me
paso pensando en si habré contraído el sida, o si me ha contagiado cualquier otra enfermedad.
He estado leyendo sobre el tema, y casi estoy muerto en vida
-Ya será menos hombre, ves al medico que te hagan las pruebas y que sea lo que Dios quiera – Luis no ironizó, el tema era serio, y ambos lo sabían.
-No es tan fácil, para detectar si me he contagiado, tengo que esperar tres meses, si me hago los
análisis mañana, seguramente me saldrán negativos, y el resultado no será cierto. Estoy en lo
que se denomina el periodo ventana. Al hacerme el análisis de sangre lo que detecta la prueba
no es el virus en si, son los anticuerpos que genera el organismo para contrarrestarlo
-vale, vale, vale, déjalo ya, estás hablando como un puto medico, ¿tu cómo sabes todo eso?
-Me he documentado bien, llevo tres días enganchado a Internet mirando paginas sobre la
enfermedad, me estoy volviendo loco.
-De todas formas tienes que tranquilizarte, no lo pienses más, ponte una alarma en el calendario,
y dentro de tres meses vas al medico, te haces los análisis, y así te quedas más tranquilo.
Seguro que no tienes nada hombre
-Esta bien, bueno Luis, te veo el Viernes
-Cuídate, hasta luego

Carlos colgó el teléfono y siguió viendo la tele apagada, el salón esaba oscuro, solo entraba un poco de luz a través de la persiana a medio bajar.
Carlos había pasado los tres últimos días como en una nube, trataba de distraerse con otras cosas, pero la imagen del preservativo roto aparecía una y otra vez por su cabeza, matrilleandolo en su interior, y minando su optimismo a cada minuto. Era como una pesadilla, una horrible pesadilla de la que no podía despertar por que no estaba dormido. Pensaba en lo que diría su familia, su madre. Las cosas cambiarían radicalmente, y todo por una tontería.
Al día siguiente Carlos se levantó temprano, no serian más de las diez. Subió la persiana como de costumbre, corrió las cortinas y dejo que el Sol invadiera la habitación. Temía por su vida, y había empezado casi inconscientemente a darse cuenta de lo hermoso que era estar vivo. Abrir la ventana, dejar que la brisa de la mañana le golpease la cara, ver el Sol, en definitiva sentirse vivo, sintió una agradable sensación cuando abrio la vntaba y el viento fresco de la mañana desperezó su cara.
Se sentó en la cama y pensó que no quería morirse, no quería dejar esta vida, tenía muchas cosas por hacer. Angustiado, casi deprimido, fue al baño, abrió los grifos, y se metió en la ducha.
No desayunó, cuando estaba preocupado, y eso era muy a menudo, comer no era importante para él, casi se podría decir que se olvidaba de la comida. Cuando Carlos pensaba, no hacia otra cosa, no se reía, no hablaba mucho, no comía e incluso le resultaba muy difícil dormir.
A media mañana se fue a pasear, al salir a la calle se dio cuenta de que no hacia tanto calor como esperaba. Sintió frío, por un momento pensó que esa sensación se debía a la enfermedad, pero descartó el pensamiento, caminó hasta el nuevo centro comercial que estaba a un par de kilómetros. Unos días antes había estado aquí con su amigo Roy y su novia. Pensaba en el pasado con añoranza, como si sintiera que no fuera a tener mucho más de ahora en adelante. Se compró un refresco y fue a la sección de videojuegos.
Allí, se puso a mirar las últimas novedades, hacia mucho tiempo que Carlos no dedicaba tiempo a jugar con videojuegos. Dos años antes no hacia otra cosa, tenia las consolas de ultima generación, y por supuesto todas las novedades, recordó mientras mantenía el ultimo titulo en la mano como esperaba con desesperación que saliera a la venta el juego del mes para ir corriendo a comprarlo a la tienda, se gastó mucho dinero en lo que para él fue una de sus mayores diversiones. Eso fue cuando empezó a trabajar y pudo ganar algún dinero, antes fue imposible, Carlos había recibido una estricta educación en la que no entraba ningun capricho caro o barato, había sido educado con severa disciplina, así cuando tuvo cierta independencia y algunos ingresos, para él fue como una liberación.
Dejó el videojuego en la vitrina, al hacerlo de repente pensó que tenia que ir al medico, no podía estar esperando más tiempo. Sabía que tenía que pasar un tiempo para hacerse las pruebas, pero pensó que se sentiriía más tranquilo si lo viera un medico, para que le recomendase algo, o le diera tranquilidad. Salió del centro comercial con la decisión tomada, cogió el móvil y telefoneó a su medico de cabecera, le dio cita para esa misma tarde.
No había comido casi nada en todo el día, se vistió, tenia veinte minutos para llegar al medico. De camino pensaba en que podría decirle al medico. Le daba vergüenza decir que había sido con una prostituta, decidió que lo mejor era contarle que había sido con una mujer que no conocía de nada, tenia que preparar todo el guión. ¿Que le diría el medico?, le preguntaría, con seguridad, que posiciones había tenido, cuanto tiempo, si ella era seropositiva. Se preparo todas las preguntas posibles y estudió sus respuestas, lo planeó todo.
Se sentó en una de las sillas verdes que había en la sala de espera, todas en fila, a su lado una mujer mayor, en frente podía distinguir una calva de un hombre no mayor de cuarenta años, miró más lejos y vio como una mujer lo observaba, después de algunos segundos quitó la mirada. Carlos se sentía vigilado, como si toda la gente que estaba alrededor de él supiera porqué estaba allí. Se imaginó que de un momento a otro, todos se levantarían de sus asientos y lo señalarían con el dedo: ¡este tiene sida!, ¡este tiene sida! Una enfermera salió interrumpiendo la pesadilla de Carlos.

-Carlos Sánchez – dijo la doctora
-Si
-Pase, el doctor le espera

Carlos entró en el despacho y se sentó. Se quedó callado durante algunos segundos, no sabia que decir, no estaba su doctor habitual. Mejor, pensó, así no será tan embarazoso. Era una doctora, miraba el ordenador y terminaba de escribir la historia del paciente anterior, Carlos mientras tanto se ponia nervioso, y miraba con firmeza una figura de un elefante con la trompa boca arriba, miraba el elefante, se ponía nervioso y ensayaba su guión.
-Buenas tardes – dijo la doctora
-Hola
-¿qué le ocurre?, cuénteme
-pues verá, el viernes tuve relaciones sexuales con una mujer que no conocía de nada – Carlos
dejo pasar algunos segundos, la doctora ni siquiera lo miraba, ordenaba unos papeles que tenia
sobre su mesa -. Tuve penetración anal y vaginal, y cuando terminé me di cuenta de que el
preservativo estaba roto
-¿y bien?
-La verdad es que estoy muy preocupado, no sé nada de la mujer en cuestión
-Pues hombre es una situación de riesgo – la doctora se quedó callada.

¿Qué la pasa?, pensó Carlos, la situación no era ni siquiera embarazosa.

-había pensado en hacerme las pruebas del VIH, el test “Elisa”, ¿se llama así verdad?
-Si, así es, pero están tardando mucho, tardan mucho en hacer esas pruebas.

Que conversación tan ridcula, que me importa a mi lo que tardan, pensó Carlos.
La doctora no le preguntó cuanto tiempo, que posturas, ni donde lo había hecho, como Carlos había pensado, con lo cual el guión que tenía preparado se fue desintegrando de su memoria, al momento se sintió tranquilo, pero tambien en cierta medida desamparado. La doctora cogió su boligrafo y empezó a redactar un volante para los análisis, tenia prisa, tenía muchos pacientes que atender esa tarde. Carlos no quería marcharse así, había ido al medico para sentirse más tranquilo, necesitaba apoyo, ánimo, que alguien profesional le dijera que no tenía ninguna enfermedad, no la tenía hasta que se demostrara lo contrario, empezó a hacer toda clase de preguntas que la doctora evitaba contestar, o por lo menos no con la claridad que a Carlos le hubiera gustado. A la tercera pregunta sin respuesta, Carlos vio que era imposible sacar nada en claro, que a medida que preguntaba, las absurdas respuestas de la doctora no le tranquilizaban, sino todo lo contrario, se estaba poniendo cada vez más nervioso, así de repente cogió el volante de encima de la mesa y salió de la consulta sin despedirse.
Al pedir día y hora en recepción le dieron para el día siguiente. Carlos se sintió perdido, él había leido en Internet que las pruebas solo serían fiables una vez pasados tres meses. La doctora me ignora, me hace un volante y no me da muestras de ningún apoyo, ni moral ni profesional, y ahora tengo que elegir yo cuando quiero hacerme los análisis, pensó Carlos. La chica que daba hora para hacer los análisis no tenia ni idea de cuando convendría hacerlos. Carlos miró su reloj, vio que era día veintinueve de agosto, calculó tres meses y un día.
-Pongame para el día treinta de noviembre de este año – dijo.
-¿Cómo? -dijo la enfermera asombrada.
-Verá, este fin de semana me he acostado con una puta, y creo que tengo sida, las pruebas no son
fiables hasta pasados tres meses, es por eso por lo que le pido cita a tres meses vista
¿comprende? -dijo Carlos con serenidad digna de un maestro.

La enfermera bajó la mirada y se sonrojó.

-Sí, sí, lo que usted diga -dijo y sin levantar la mirada dio a Carlos un justificante para hacerse los analisis con tres meses de antelación.

A salir del ambulatorio, se sintió mal por como había hablado a la pobre enfermera, no se merecía tanta hostilidad.
Por la noche, ya en la cama, pensaba en muchas cosas; en como iba a pasar los siguientes tres meses con la duda de si tenia o no la muerte en su sangre. Daba vueltas en la cama, vueltas y mas vueltas, la sabana se quedaba atrapada en sus piernas o en la espalda, y ese simple inconveniente lo hacía desesperarse, así cada poco tiempo tiraba con fuerza de la manta para sacarla de donde se había quedado atrapada, esa sensación de que una simple sabana atrapada en su cuerpo le hacía odiar al mundo entero, no le dejaba conciliar el sueño. A las dos horas de peleas con la ropa de cama, Carlos se levantó, encendió el ordenador y buscó mas información sobre la enfermedad en Internet, es así como calmaba su ansía por saber, sumergido en los sensacionalismos de la red se sentía a gusto, serían más de las siete cuando con los ojos rojos y vencidos por el sueño, Carlos caminó como pudo hasta la cama quedandose dormido.

Llamaron a la puerta, Carlos se levantó de la cama y se apresuró a abrir. Era Roy. Roy trabajaba de mecánico, esos días estaba de vacaciones, había decidido visitar a su amigo.
Carlos intentó no escuchar los timbrazos, pero al quinto sonido, no tuvo más remedio que levantarse a abrir, fuera quien fuera el pesado, sabía que Carlos estaba en la cama y más tarde o más temprado se levantaria.

-Bueno días Carlos
-Hola – dijo Carlos quitándose las legañas de los ojos, después cerró la puerta y se tumbó en el
sofá.
-¿qué tal estas?, - dijo Roy mientras empujaba la pierna de Carlos para tomar asiento.- ¿me
ayudas esta tarde con la mudanza?
-Claro, pero tío, ¿cómo vienes a estas horas?, anoche me acosté tarde, estoy cansadísimo
-pero si son las once de la mañana – dijo Roy como si dormir a esas horas fuera pecado mortal.
-Bueno, lo que tu digas, esta bien, ¿a que hora?
-Pues no sé, a las siete o las ocho, cuando pase un poco el calor
-Vale, una pregunta Roy, ¿de verdad te vas a ir a vivir con Claudia?
-Si, después del verano, nuestra relación pasa por un momento difícil, últimamente discutimos
mucho, creo que si no nos vamos a vivir juntos esto se acabará, y no quiero, ya llevo cinco años
con Claudia, no quiero perderla
-Vale, vale, solo era por saberlo, me parece estupendo, ojalá tengas suerte – Carlos en el fondo
estaba triste, muy triste, veía como la gente hacia planes, cada uno vivía su mundo, pero él, él
sentía que el mundo se le acababa.
-Bueno, pues me voy chico, entonces te llamo luego – Roy se levantó del sofá y le dio una
palmadita en la frente a Carlos, después abrió la puerta y salió. – Hasta luego mariquita – dijo,
después cerró la puerta de golpe y se fue.

Roy era uno de los mejores amigos de Carlos, pero no quiso preocuparle con sus pensamientos negativos, así que decidió no contarle nada de momento.
Carlos ya no pudo dormirse de nuevo, su mente empezó otra vez a pensar. Estiró el brazo y cogió el mando de la tele, la puso, y allí se quedó toda la mañana, sin hacer otra cosa que evitar pensar en lo peor.
Miraba la tele y pensaba en su situación, tan desesperante como inesperada.

La Inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 1

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 1

Esperó a que el agua saliera caliente, así es como le gustaba ducharse, con el agua casi hirviendo. Mientras se jabonaba el pelo, le vinieron a la cabeza las imágenes del momento. El, acariciaba el pecho de una mujer, la besaba con pasión, la veía a ella encima suyo, practicando sexo. El champú se le cayó encima del pie y Carlos volvió a la realidad, se agachó a recogerlo y se quedó allí, en cuclillas, mientras el agua caliente le caía sobre el cuerpo. Volvió a ver las imágenes. Dentro del coche, el estaba sudando, la mujer imprimía mas fuerza a sus movimientos pélvicos, después, éxtasis, placer. Y cuando sacó su pene vio que el preservativo se habia roto. Le entró panico, en aquel instante sintió miedo.
¡Joder no me digas que esta roto! – le dijo a la prostituta mientras quitaba de su pene el plastico destrozado.
Si, mi amor, lo has roto, ¡madre mía! – la prostituta se seco el sudor de su frente-. Mira yo te voy a decir una cosa, yo trabajo en Internet y allí en la empresa en la que estoy me hacen hacerme pruebas y análisis y todo, y tu no tienes por que tener ningún problema, no tienes de que preocuparte, ¿pero tu?, ¿tu como estas? ¿vienes mucho por aquí?
No, es la primera vez, es la primera vez que hago el amor con una prostituta –dijo Carlos angustiado.
Se vestia con rapidez, como si necesitara sacar cuanto antes a aquella mujer del coche. Necesitaba que se fuera, olvidar todo aquello, y no pensar, acostarse y olvidarlo todo.
La prostituta no tardo en salir del coche. Carlos arrancó el motor, estaba nervioso, y le temblaban las manos.
Salió de la ducha. Habían pasado seis días desde aquel incidente, y la desesperación se había ido apoderando de el.
Los primero días no lo pensaba demasiado, pero una tarde aburrido se conectó a Internet y empezó a leer artículos y consultorios de gente infectada por el sida, el noventa por ciento de los casos eran por haber mantenido relaciones sexuales sin preservativo, con gente promiscua o con prostitutas.
Empezó a pensar en lo peor, ahora mismo el virus podria estar invadiendo mi cuerpo, esta contagiándome, dentro de algunos días me saldran ganglios inflamados por todo el cuerpo, manchas, diarreas, mis defensas bajaran a cero, y entraré en fase terminal.
La mañana era calida, hacia sol pero el calor no era excesivo. Carlos salió a pasear. Hacia dos meses que estaba en el paro, y cada mañana bajaba a comprar el periodico. A cada paso que daba, el pensamiento de haber contraído el sida le atenazaba.
Tengo que dejar de pensar en ello, se decia a si mismo mientras caminaba despacio. No es posible, seria fuertisimo que me pasara algo así; pero en realidad estas cosas suceden así, nadie quiere contraer el sida, estas cosas pasan así, uno tiene la mala suerte y pasan estas cosas, pensó. Empezó a llorar, en medio de la calle, se quedo parado, de pie, la gente que pasaba por su lado se quedaba mirándole como un bicho raro, nadie llora en medio de la calle si no es por algo importante, pensaban algunos, otros solo sonreían al verlo. Veía todo con otros ojos, con los ojos del que se va, como si cada una de sus miradas fuera la ultima, tenia miedo, mucho miedo.
Al volver a casa, se puso a navegar de nuevo por Internet. Tengo que saberlo todo de la enfermedad, pensó. Realizó búsquedas sobre el sida, y sobre los riesgos de contagio. Cada consulta que leía de los posibles infectados se veía así mismo, su situación era igual, volvió a derrumbarse, y lloró con amargura. Pensó que había cometido una estupidez. Como he podido desafiar así al destino, pensó. Se empezó a mirar los brazos, las piernas, a ver si notaba algo, alguna mancha, algún bulto, de repente pensó: que estoy haciendo, solo ha pasado una semana.
El tiempo que transcurre desde que te contagias hasta que aparecen los primeros síntomas no es siempre igual, en cada persona es distinto, pueden aparecer los síntomas a los dos días, o a los dos meses. Que angustia sintió Carlos al leer esta respuesta que daba un doctor en uno de los foros que últimamente leia. Le invadieron unos sudores fríos, se pasó la mano por la cara, después, agobiado, apagó el ordenador.
Recordaba todo lo que habia leido, y se descomponia por momentos. No podia dejar de pensar en ello. Sonó el teléfono, pensó en no cogerlo, pues estaba a punto de llorar otra vez, pero tragó saliva y con lentitud fue a cogerlo.
Dígame
Hola Carlos, ¿cómo estas?, soy Roy, oye esta tarde había pensado ir con Claudia al centro comercial que han abierto nuevo, ¿te vienes?
Pues, no se, el caso es que estaba haciendo mi currículo en el ordenador, mmm –Carlos pensó que lo mejor seria salir un rato y olvidarse de todo-. Vale voy con vosotros
Bien, pues a las ocho te pasamos a buscar
vale, oye Roy, estoy muy preocupado por lo que paso la otra noche
venga tío, no te preocupes, que no pasa nada
he estado leyendo cosas por Internet, y tengo casi todos los síntomas
¿pero que dices? Anda no digas tonterias, deja de leer estupideces, si algo te preocupa ves al medico y que te haga un chequeo, o algo así
no se, estoy pensando hacerme la prueba del sida
tu estas tonto tio o que te pasa, anda relajate, luego te veo, aunque estará Claudia, asi que mejor no hablamos nada de esto con ella, no quiero que se entere que mi mejor amigo se ha ido de putas – dijo Roy riendose.
Carlos colgó el telefono molesto. Parece que Roy no me toma muy en serio, pensó. Acaso me estaré obsesionando con este asunto, se pregunto. Pero tengo razones para preocuparme, he practicado sexo con una prostituta y se me ha roto el preservativo, es normal que me preocupe. Carlos empezó de nuevo a sentirse mal, se golpeo con suavidad la cabeza e intento pensar en otra cosa.
Mientras se abrochaba la camisa, la imagen de cuando se quitó el preservativo roto de su pene, volvia una y otra vez a su cabeza.
Salió de casa, y a mitad de las escaleras se detuvo. Y si la prostituta no estuviese infectada, es mas, aunque estuviera infectada, que probabilidades de contagio habria, seguro que no del cien por cien, pensó. Había leído que para contagiarse tiene que haber alguna microfisura en el pene. Siguió bajando las escaleras, y cuando fue a abrir el portal, se detuvo, suspiró y dandose la vuelta volvió a subir las escaleras. Abrió la puerta de su casa y fue al baño, se bajó los pantalones y se miró el pene con detalle, buscaba alguna llaga, alguna fisura, alguna puerta abierta en el glande por donde hubiese podido pasar el virus. Miró su pene con dedicación. Vio un pequeño corte en la parte inferior del glande, y acto seguido se llevo las manos a la cabeza, apretando con fuerza sus sienes. Se descompuso, los sudores volvieron, la angustia no le dejaba respirar. Se miró en el espejo, y despues de respirar hondo un par de veces se tranquilizó. Puede ser que ella no estuviese infectada, pensó con resignación.

El bollo del recreo - Relato 27

EL BOLLO DEL RECREO

Son las once y media de la mañana, frente a mi tengo dos informes a medio terminar, llevo toda la semana con ellos, pero no hay manera de terminarlos. Una llamada de telefono interrumpe mi letargo y me trae de nuevo a la realidad, despues de despachar a mi interlocutor decido irme a dar un paseo, necesito respirar aire fresco.
Es invierno, hace aire, siento el frio abrigandome, pero hace sol, y la sensación es incluso placentera, prefiero pasar frio, que se me congele la nariz y los dedos de las manos, toda sensación es mejor que la que uno siente en el puesto de trabajo en pesadas mañanas como la de hoy.
Paso por delante de una panadería, decido entrar a comprarme algo, una chica de raza oriental está en el mostrador, es dificil encontrar en estos tiempos una panaderia que no este regentada por orientales. Camino por su delgado pasillo, hay de todo, incluso al final de la tienda hay un apartado con cables, paños de cocina y articulos de limpieza. Me apetecen unos donuts, ahora vienen en pack de dos, envueltos en plastico.
Salgo de la tienda, me siento en un banco cercano, hace un poco de aire pero el sol hace que la sensación de frio sea menor. Me siento, abro el paquete de donuts, saco uno y le doy un bocado, y es al segundo mordisco cuando me remonto a mi infancia, el sabor de aquel donuts me ha transportado a mi tiempo de pupitre, y pienso en lo feos que eran los pupitres de la escuela, era un verde raro, los podían haber hecho blancos, pero no, eran de un color digamos incomodo, me viene a la mente las frias mañanas camino del colegio, mi madre me arrastraba, tiraba de mi todo el camino agarrando con fuerza, ya no mi mano, sino mi muñeca, el frio nos golpeaba, y parecia que con cada golpe, mi madre decidiera andar más rapido, con todo lo que eso conllevaba.
Había un ambiente raro en las mañanas de camino al colegio, no recuerdo sol, solo el día gris, alboroto, coches atascados echando humo, gente paseando a perros, y sobre todo madres arrastrando a niños y niñas de mi edad jorobados por inmensas mochilas de llamativos colores. De camino yo pensaba en las calentitas sabanas que había dejado atrás, las echaba de menos. Mi madre minutos antes de que tocara la sirena, me arrastraba hasta una panaderia cercana a mi colegio, la panaderia estaba llena de madres e hijos que llegaban tarde por el mismo motivo, el bollo del recreo. Yo siempre me pedía un donuts de chocolate, me lo daban envuelto en un papel de color marrón, y lo precintaban con celo, mi madre lo cogía con rapidez y lo metia en mi cartera, yo odiaba eso, y estaba deseando llegar a clase, sentarme y sacar el donuts, con un poco de suerte no se había espachurrado, parece mentira que mi madre se preocupase de comprarme un tentempie para el recreo y no tuviera en cuenta que si lo guardaba en mi cartera, llena de libros, cuadernos, y lapices sueltos, el bollo a la hora del recreo sería una fina oblea machacada.
En el recreo lo primero que hacía era abrr el donuts, la sensación era muy buena, igual que la que estoy sintiendo ahora en este banco al lado de mi trabajo, ahora no tengo a mi mejor amigo David a mi lado, ahora estoy solo, antes el murmullo de los demás niños apenas te dejaba escuchar nada, mi amigo me contaba batallas sobre un guerrero samurai que había visto en una revista, yo le daba la mitad de mi donuts ya que su madre era de las que pensaba que no era bueno el bollito del recreo, y así, comiendo y hablando de cosas extrañas pasaba la medía hora de descanso, en esos recreos tambien hacía frio, y se te helaban las ideas, aunque claro, por aquel entonces las ideas eran limpias, y volaban sobre el frio como haciendo snowboard. El mágico momento del donuts del recreco solo se rompia cuando la señora de la tienda te había vendido el donuts de ayer, el sabor era distinto, estaba un poco duro, no mucho, solo un poco, de manera que solo te dabas cuenta que el donuts era de el día anterior al darle el primer bocado. Esto te pasaba cuando llegabas pronto a la panaderia, el repartidor todavía no había pasado por la tienda y claro la señora daba los que le habían sobrado del día anterior, y de verdad que muchos días me recreaba un poco más en el desayuno, para dar tiempo al repartidor de donuts de que entregara su mercancia en la tienda de al lado de mi colegio.
Hay ver lo que sufrimos los niños cuando somos pequeños, la de absurdas estrategías y metodos sin confirmar que ideabamos, pienso mientras termino de comerme el segundo donuts.
Me levanto del banco, tiro el envoltorio de plastico a una papelera y camino despacio de vuelta al trabajo, a lo lejos veo la oficina, cuando llego a la puerta, espero un rato, y dedico un poco más de tiempo para mí, creo que todavía, no ha tocado la sirena.

El timbre sonó - Relato 26

EL TIMBRE SONÓ

El timbre sonó, tímido, como si la persona que había llamado tuviera miedo de llamar. Damián escucho el sonido pero como tantas otras veces lo ignoró. Su madre Claudia estaba terminando de hacer la comida de toda la semana, en la cocina una nube de humo bailaba con las ollas a presión, lentejas, judías, incluso una tortilla de patatas terminaba de freírse en una sartén. Con paso ligero abrió la puerta, una muchacha de pelo largo y rizado estaba al otro lado, dos grandes maletas, una a cada lado de su cuerpo, descansaban en el suelo.

-Hola, soy Mireia
-Hola, yo soy Claudia, pasa, espera que te ayudo con esas maletas – Claudia intentó coger una de las maletas, pero ni siquiera pudo levantarla un centímetro del suelo. Vaya, si que pesan –dijo.
-Si, no te preocupes Claudia, ya las llevo yo –Mireia agarró las dos maletas, una con cada mano y sin apenas esfuerzo las levanto entrando en la casa.
-¿Qué tal el viaje? –preguntó Claudia.
-Bien, lo único que muy mal para aparcar, se aparca fatal en este barrio –Mireia hablaba poniendo el acento siempre en la última silaba, además su tono era armónico, tanto que cuando hablaba parecía que cantase.
-Ya te lo dije, aquí se aparca fatal, bueno, ven te voy a enseñar tu habitación –dijo Claudia, tenía urgencia por que Mireia se instalase de inmediato, necesitaba el dinero ya que había perdido uno de sus dos trabajos, tras muchos días pensándolo, decidió alquilar una de las habitaciones de su casa.

Claudia enseñó la habitación como si toda su vida hubiese estado vendiendo pisos, engrandecía la iluminación, abría el armario para que Mireia viera lo grande que era. No quería que esta se arrepintiese y se fuera con sus pesadas maletas a buscarse otra habitación.
Claudia vivía con su hijo Damián, a su hijo no le gustó la idea de que su madre alquilará una habitación, era un chico reservado, y no se veía compartiendo casa con una desconocida, sin embargo se iba a casar en menos de un año y se marcharía de casa a vivir con su mujer.
Damián miraba la televisión cuando su madre y Mireia se pararon delante de la puerta de su cuarto.

-Damián hijo, te voy a presentar a Mireia
Damián se levantó y se acerco a la puerta, miró a Mireia con desconfianza, sintió un escalofrío, al ver su cara, se fijó en la nariz aguileña de esta, en su pelo rizadísimo de color caoba, y sobre todo en su mirada. Mireia tenía los ojos muy separados uno de otro, y su mirada era recta y fija como dos faros de un coche.
-Hola –dijo Damián dando dos besos a Mireia.
-Hola –dijo Mireia con voz entrecortada.

Los días pasaron, Damián intentaba adaptarse a su nueva situación, pero no le resultaba fácil. Mireia se levantaba a la misma hora que él, ambos entraban a trabajar a la misma hora, con el problema que eso suponía, en la casa solo había un baño, y ella solía coger la delantera, de manera que Damián tenía que esperar a que ella terminase para asearse antes de ir al trabajo. Esta circunstancia los llevo a que día tras día, ambos madrugaban un poquito más, se levantaban cinco minutos antes, de manera que a la semana de estar conviviendo, su despertador sonaba casi una hora antes.
En el desayuno igual, solo había un microondas, solo una nevera. Una mañana Damián abrió la nevera para coger la leche y se encontró que uno de los apartados estaba ocupado por una gran caja de bombones, se sintió indignado, esa estantería de la nevera, él la usaba cuando se iba de pesca, allí ponía el pescado que casi siempre traía, era su estantería.
La oculta enemistad entre Damián y Mireia hizo que las miradas entre ambos fueran cuanto menos desagradables, apenas se hablaban, solamente lo justo y por educación.
Todo lo contrario era la relación que Mireia mantenía con Claudia, ellas dos hablaban de todo tipo de cosas, coincidían en la cocina y se contaban como habían pasado el día, hablaban de esto, de lo otro. Damián las escuchaba dialogar desde su habitación, y odiaba a Mireia cada día más.
Una tarde, su madre entró en su habitación, quería saber qué opinaba de Mireia.

-No sé, es muy rara, ¿te has fijado en su mirada? Y a mí apenas me habla, si te fijas cuando ella está hablando contigo y yo voy a la cocina, o al salón, ella enseguida se marcha, es como si me tuviera miedo, como si le diera vergüenza hablar delante de mí –dijo Damián.
-Sí, ahora que lo dices es cierto, le das miedo –dijo Claudia sonriendo.
-¿De qué trabaja?
-Es Ingeniera, trabaja en una empresa de energía o algo así –dijo Mireia.
-No me lo creo, mama, yo si fuera ingeniero te juro que no me levanto al amanecer como lo hace esta chica, para mí que te ha engañado

Claudia no veía nada anormal en Mireia, sin embargo Damián cada día estaba más preocupado. Por la noche, oía a Mireia hablar por teléfono, no podía escuchar lo que decía, pero si su tono de voz aflautado, cada día odiaba más el irritante tono de voz de Mireia, cada noche oía sus conversaciones telefónicas, incluso de madrugada. Una noche Damián no aguantó más y pensó en espiar a Mireia, se acercó a su puerta y arrimo el oído para ver si podía escuchar algo de la conversación, eran más de las tres de la madrugada, una hora inusual para hablar por teléfono, siendo un día de diario, siendo ella ingeniera, y con el despertador casi a punto de sonar. Arrimó con delicadeza su cabeza a la puerta, apenas pudo escuchar un par de palabras cuando la puerta se abrió.

-Tengo que dejarte, luego hablamos, agur –dijo Mireia y colgó el teléfono, miró con firmeza a Damián, cerró sus ojos casi a la mitad, los rasgos de su cara se endurecieron -. ¿Qué haces aquí?
-Nada, quería saber con quién hablabas –dijo Damián-. Mira te voy a decir otra cosa, no me gustas, así que intenta no tocarme mucho las narices si no quieres que hable con mi madre y te ponga de patitas en la calle –dijo con tono desafiante.
-¿Cuánto te indemniza tu seguro de vida? –dijo Mireia-. Y la casa, esta casa de mierda, ¿tu madre la tiene asegurada? –El tono de voz de Mireia era diferente, su voz no sonaba aflautada, tampoco entonaba en su discurso, su voz era fría, tensa, directa como un estornudo.

Damián no supo qué hacer, ni que decir, tuvo miedo, no tenía ni idea de qué, pero un intenso escalofrió lo dejó pasmado, esperaba recibir cualquier contestación, pero lo que acababa de escuchar lo descolocó, se dio media vuelta y caminó hasta su habitación.
Que hija de la gran puta, pensó Damián ya metido en la cama. A las pocas horas, la puerta de la habitación de Mireia se abrió, Damián miró su reloj, ya eran las seis y media, hora de levantarse, sin embargo se quedó inmóvil en la cama. Escuchaba a Mireia arreglarse, peinarse con el secador, luego abrir los muebles de la cocina, abrir la nevera, el sonido de la cucharilla removiendo el café, a Damián se le hacía tarde, pero ahí seguía, tumbado en la cama, arropado y temeroso como un niño pequeño. Pasó medía hora hasta que Mireia salió de casa, entonces Damián se levantó y apresuradamente se arregló para ir al trabajo.
En el coche de camino al trabajo, pensaba en lo que había pasado hacía apenas unas horas, se preguntaba por qué había actuado así, porque motivo no había tenido narices a levantarse a su hora y coincidir con Mireia como siempre había hecho, sin duda las palabras amenazantes que ella le había dicho en la madrugada habían influido bastante, Damián no podía quitárselas de la cabeza.
Cuando Damián llegó a su casa no había nadie, con cuidado caminó hasta la habitación de Mireia, abrió la puerta con cuidado, estaba vacía, entró despacio, la persiana estaba bajada por lo que la oscuridad era total, encendió la luz de la lámpara de la mesilla y observó a su alrededor. La chica era ordenada, la habitación estaba limpia, en un tocador había colonia y algunos collares, encima de una mesa del escritorio una gran carpeta, parecida a la que llevan los delineantes para sus proyectos, se acercó al escritorio y abrió la carpeta, dentro de la misma había grandes planos de edificios, en ellos, además de las plantas, se indicaban las salidas de emergencia y en algunas habitaciones, nombres de personas, de repente el sonido del cerrojo de la puerta sonó, alguien venía, Damián se apresuró a cerrar la carpeta, apagar la luz y salir de la habitación, se le olvido cerrar la puerta, pero ya era tarde, la puerta de la casa se abrió y su madre entró por la puerta.

-¡que susto me has dado! –dijo Damián casi gritando.
-no entiendo porque –dijo su madre.
-No sé, desde que está la chica esta en casa me siento inseguro, como si no tuviera intimidad
-acostúmbrate hijo, porque necesitamos el dinero, solo tengo un trabajo y yo no puedo pagar los gastos de la casa.
-ya, te entiendo, pero es que –Damián hizo una pausa, después continuó-. ¿No ves algo raro en esta chica?
-Sí, es un poco rara, ayer estaba cocinando y cuando me di la vuelta ella estaba en la puerta de la cocina mirándome fijamente, sentí un escalofrío, me asuste, la saludé y ella no me contestó, después se dio media vuelta y se encerró en su habitación
-Hay algo raro en esta chica –dijo Damián.
-Anda, anda, déjate de historias – dijo Claudia.

A la mañana siguiente Damián hizo de tripas corazón y se levantó a su hora, Mireia ya estaba levantada, la luz de la cocina encendida así le lo indicaba, a los pocos minutos los dos coincidieron en la cocina.

-Buenos días – dijo Damián.

Mireia no contestó, estaba sentada en la mesa tomando un café, miró a Damián y después de hacer un gesto con la cabeza desvió la mirada.
Damián se sentó al lado de Mireia, los dos apenas estaban separamos por medio metro, Damián olía el perfume de ella, era intenso, a esa hora de la mañana ese olor era casi tan destructivo como su presencia. Entonces Mireia agarró con fuerza el cuello de Damián y lo acercó a su cuello.

-¿Te gusta mi olor? –dijo a la vez que apretaba con fuerza el rostro de Damián contra su cuello.- Huéleme, ¿sabes que hay un punto en el cuello que si lo aprietas con fuerza durante algunos segundos hace que perdamos la consciencia? – Damián apenas podía respirar, no tenía fuerzas para liberarse del cuello de Mireia, a los pocos segundos se quedó inconsciente.

Mireia llevó a Damián a su cama, lo desnudó y volvió a ponerle el pijama, después lo arropó y allí lo dejó tumbado.
Cuando Damián despertó eran más de las doce de la mañana, le dolía la cabeza y solo recordaba la mirada de Mireia y su cuello, de pronto se dio cuenta de que no había ido al trabajo, al principio pensó que todo había sido un sueño, lo del perfume y el incidente en la cocina, pero luego, cuando volvió en sí, cuando se desprendió de esos segundos que trascurren desde que te despiertas hasta que tomas consciencia, Damián se dio cuenta de que no había sido un sueño, todo había sido real, Mireia lo había dormido, lo había dejado inconsciente presionando algún punto estratégico de su cuello.
No habló de esto con nadie. Por la tarde cuando Mireia estaba en su habitación, Damián entró en ella. Mireia estaba sentada en el escritorio, manipulaba una especie de radio, con disimulo fue apartando el aparato de la vista de Damián, escondiéndolo detrás de una chaqueta que estaba doblada encima del escritorio.

-¿Qué quieres? –dijo ella.
-Perdona, te pido por favor que me dejes en paz, no tengo nada contra ti, y aunque lo tuviera, no te lo demostraré, solo quiero que nos llevemos bien, te prometo que no me meteré otra vez en tus cosas –dijo Damián.
-por tu bien espero que así sea, no me gusta que nadie se meta en mi vida –dijo Mireia.
-Sí, a mi me pasa lo mismo, sin embargo tú has entrado en la mía sin llamar, y dando la vuelta por completo a mi existencia –dijo Damián.
-Así son las cosas, a mí tampoco me gustas, pero tranquilo, esto es temporal, dentro de un par de meses mi empresa me traslada a otro destino, así que te dejaré en paz.
-¿De verdad? –dijo Damián ilusionado.
-Sí, pero te advierto una cosa, el tiempo que permanezca aquí no quiero verte husmeando en mis cosas, y mucho menos escuchando mis conversaciones privadas, ni entrando en mi habitación… sabes te imaginaba más dotado.
-¿Cómo? –dijo Damián.
-Sí, el otro día, cuando entraste en mi habitación, hiciste cosas muy feas, que te voy a contar a ti de una película que ya has visto
-¿Cómo lo sabes? –dijo Damián avergonzado.
-Tengo cámaras vigilando mi cuarto, en tiempo real, recibo la imagen en mi PDA –dijo Mireia y acercó su cara a la de Damián, sus labios estaban casi pegados, casi rozándose-. Aunque me gustó la situación, tuve que salir al baño a refrescarme.

Damián salió de la habitación casi corriendo, entró en la suya y cerró la puerta, por primera vez en veintiséis años, la puerta de la habitación de Damián estaba cerrada.
Al día siguiente Damián dijo a su madre que se iba a vivir a su casa.

-Damián pero si todavía quedan ocho meses para la boda, no puedes hacerme esto, te voy a echar mucho de menos.

A los dos meses, una vez que Mireia había abandonado la casa de Claudia, Damián volvió.

-¿Vuelves para quedarte? -dijo Claudia.
-Sí, pero solo hasta mi boda, luego me voy a vivir con Sandra, ya lo sabes.
-¿Te fuiste por Mireia verdad? No os llevabais muy bien.
-Sí, fue por ella –dijo Damián, se acercó hasta la nevera y la abrió, la caja de bombones de Mireia todavía seguía allí-. Vaya, se ha dejado los bombones.
-Sí, llamó esta mañana, dijo que por favor se los acercases a su nuevo domicilio, que le hicieses ese favor por las cosas que compartisteis juntos, me dijo. Anda que no te lo tenías calladito tu granuja –dijo Claudia a su hijo con picara sonrisa-. Toma, me dio eta dirección, aquí está en esta nota. Anda hijo acércaselos en un momento, no te cuesta nada.

Damián sacó la caja de bombones de la nevera y salió para entregárselos a su dueña. Cogió su coche y fue a la dirección que su madre había anotado en un papel. De camino pensaba en porque estaba haciendo a Mireia este favor. Pensaba que aunque la odiaba, y la temía, había algo de ella que le gustaba, que le atraía, algo así como la atracción por el fuego, te atrapa y sabes que si te acercas mucho puedes llegar a quemarte, por otra parte un odio visceral hacía ella, recorría su ser.

-joder, por unos putos bombones, ya se podía haber comprado otra puta caja de bombones.

Damián llegó a su destino, una cuarta planta de un lujoso edificio. Si que ha prosperado la guarra esta, pensó. Al llegar a la puerta llamó insistentemente, quería demostrar a Mireia que tenía prisa, que este favor lo hacía con desgana.
Cuando la puerta se abrió a Damián apenas le dio tiempo a ver la silueta de un hombre, pues la caja de bombones no era tal, y estalló en el descansillo matando a visitante y visitado, esparciendo y mezclando las partes de sus cuerpos con escombros de madera y ladrillos por toda la escalera.

Claudia, la madre de Damián no podía creer la noticia que la televisión estaba dando, en ella acusaban a su hijo de terrorista, de inmolarse para asesinar al Policía Nacional Carlos Bendamar, al parecer y según relataba la televisión, Carlos Bendamar había sido ascendido hacía un par de meses, pero por temas burocráticos todavía no había podido tomar cargo de su nuevo puesto, sin embargo ya todo estaba solucionado, y en unos días tenía previsto marcharse al País Vasco para desempeñar las funciones de su nuevo cargo como Comisario Principal, al parecer la banda terrorista, sentía animadversión por Bendamar, y debido a su reciente nombramiento lo habían asesinado, resaltaba la noticia la novedad en el modus operandi del asesinato, ya que por primera vez en toda la historia de la banda terrorista, un integrante de la misma se inmolaba para cumplir su objetivo.

Lo sé - Pensamiento 5

Lo sé, sé que tengo visitas en mi Bodega, menos de diez al día, pero algo es algo, me visitan de todas las partes del mundo. Puede sonar pretencioso esto que escribo, pero nada más lejos de la realidad, tengo un contador de visitas que me indica los visitantes que han parado a degustar uno de mis relatos. Este contador también me dice el tiempo que más o menos estáis en el Blog, casi nadie aguanta más de diez segundos. Este "chivato" puede equivocarse, de hecho no me fio mucho de la información que me da, ¡estoy seguro que tengo más de diez visitas diarias!

Dicho lo anterior, creo que tengo unas cinco o seis personas fieles a mis letras, personas que visitan la pagina de vez en cuando, me imagino que para leer las historias que dejo en este rincón virtual, y es por ellas por las que escribo y ellas son en cierta medida las que me hacen escribir.

Tengo un relato escrito, lo escribí el jueves pasado, pero no quiero publicarlo, por ahora no, así que tendré que escribir otro para mi reducido grupo de fieles lectores.
La habitación está iluminada solo por la pantalla de mi ordenador, las sombras blancas dan algo de luz a los enseres de mi habitación, y en esta madrugada, solo quería daros las gracias por leerme, y por animarme a través de las visitas de mi contador a seguir publicando relatos, escribo para que me lean, aunque solo sean cinco o seis personas. Gracias

 
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