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La inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 5

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 5


El despertador sonó más de lo normal, o al menos eso le pareció a Claudia que lo apagó con más violencia de lo habitual. Era jueves y los madrugones pesaban. Se levantaba a las siete de la mañana, tenía dos horas de viaje hasta el centro comercial donde trabajaba hasta el medio día.
Se tomó un vaso de leche, se duchó y salió de casa como otro día cualquiera, bajó las escaleras como otro día cualquiera, solo se rompió la monotonía de los últimos seis meses cuando llegó a la parada del autobús. Claudia lo miró fijamente, no había estado ahí ninguna mañana, o al menos no había notado su presencia, se acercó nerviosa y le saludó.

-¿Alberto? – dijo Claudia a un joven de unos veinticinco años que fumaba un cigarro apoyado en
la cristalera de la parada del autobús.
-Sí, -dijo el chico asombrado, pasaron algunos segundos hasta que Alberto recordó a Claudia-.
¿Qué tal Claudia? – dijo al fín, despues sonrió, se le notó en exceso, a pesar de que trato de
ocultarlo, que le hacia ilusión verla de nuevo.
-Bien, bien – Claudia hizo una pausa, tragó saliva y prosiguió-. ¿qué haces aquí?
-Pues ya ves, hoy es mi primer día en un nuevo trabajo, entro a las ocho y media, llevo tres
meses sin dar un palo al agua y ahora... ¡Vaya! ¡Que alegría verte! ¿Y tú? Cuéntame que es de
tu vida.
-Yo también voy a trabajar, pero no es mi primer dia, es otro día cualquiera, ojalá fuera mi
primer día de trabajo como tú, recuerdo la excitación de mi primer día, eso ya no se vuelve a
sentir – Claudia dejó fija su mirada en un vacio interminable, despues continuó hablando-.
¿Cuánto tiempo ha pasado?, pensé en llamarte, pero creí que seria mejor no molestarte,
¿Acabaste la carrera? – le preguntó Claudia.
-No, lo tuve que dejar. En mi casa hacia falta dinero y tuve que trabajar, los trabajos de media
jornada no eran suficiente para ayudar en casa, tuve que buscar un trabajo de jornada
completa, y así me fue imposible seguir estudiando.

El autobús de Claudia llegó, no se dio cuenta, de no ser porque un compañero de trabajo la avisó dando repetidos toques en el cristal del autobús.

-Bueno, pues este es mi autobús, podríamos vernos en otra ocasión, tomarnos un café o algo
-vale, dáme tu teléfono te llamaré – Alberto apuntó el teléfono en su móvil.
-Bueno, pues hasta luego – Claudia dio dos besos a Alberto y se subió apresuradamente al
autobús, antes de hacerlo miro fijamente a Alberto, y no dejó de hacerlo hasta que el autobus
giró en dirección a otra calle.

Después de varios intentos cogieron el teléfono.

-Dígame – era la voz de una mujer.
-Hola, mire no sé quien es usted, pero tenia una llamada perdida en mi móvil de este numero –
mintió Carlos.
-Pues no sé hijo, este es el teléfono de la asociación Esperanzados, somos una asociación de apoyo
a la gente con enfermedades terminales.
-ah, vaya – hizo una pausa -. Me gustaría que me diera información – dijo Carlos sin pensar lo
que acababa de decir.
-Si, encantada, pero veras, es mejor que nos visites así te enteras mejor y de paso nos conoces,
¿quieres?

La asociación, se llamaba Esperanzados, a Carlos le resulto interesante. Además últimamente estaba muy sensibilizado con las enfermedades veneras, el mismo creía que se había contagiado de sida. Por eso y para intentar esclarecer por que había aparecido esa tarjeta dentro de su coche, decidió hacerles una visita.

Había quedado a las cinco pero Carlos llego a las cuatro y media. Tocó el timbre, era una casa particular, una mujer le abrió la puerta.

-Hola, ¿tu eres Carlos? – dijo la mujer.
-Hola, si soy yo, tu Elvira, ¿verdad?
-Si, pasa, pasa

La asociación tenía su sede en un piso particular, Elvira era la presidenta. Invitó a Carlos a tomar asiento, pretendía explicarle el funcionamiento de la asociación y las diversas actividades que hacían.
Elvira era una mujer de unos cuarenta y pocos años, morena, con el pelo corto, bella de cuerpo, atractiva de cara.
Después de servir a Carlos un vaso de agua y sentarse enfrente de él, cogió de encima de la mesa un paquete de cigarrillos, empezó a fumar, y habló.

-Bien, te explico, Esperanzados es una asociación sin animo de lucro, no estamos financiados por
nadie. Nuestra única función es dar apoyo moral a las personas que tienen alguna enfermedad
de transmisión sexual, entre nuestros socios se encuentran personas de todo tipo.
Generalmente son personas seropositivas, que buscan gente que no eche a correr cuando ven
en su cara las manchas del VIH por ejemplo. Esta sociedad esta muy desinformada en cuanto al
sida y otras enfermedades de transmisión sexual se refiere. No saben por ejemplo que no se
contagia el VIH con dar un beso a un seropositivo – Elvira hizo una pausa, dio una gran calada al
cigarrillo, después cruzo sus piernas y prosiguió-. Son personas que en algún momento de su
vida se han visto marginadas por la sociedad, nosotros lo que hacemos es intentar animarlas,
saliendo con ellas, vamos al cine, de copas, organizamos viajes, para que puedan vivir una vida
normal, o por lo menos intentamos que no se sientan solos.
-Ah, es muy interesante, entonces también hay personas sanas, ¿no? – preguntó Carlos.
-Si, claro, la asociación tiene unos treinta y cuatro miembros, y habrá como diez o doce sanos,
que son el pilar de la misma, ya que gracias a ellos los demás no se sienten desplazados, saben
que comparten momentos con gente como ellos pero también con gente sana, que no les tiene
miedo. ¿Sabes que siente una persona con VIH al ver que una sana no le rehuye un abrazo? –
preguntó Elvira.
-Pues no, no lo sé, me imagino que sentirá felicidad, al no sentirse marginado – contestó Carlos
no sabiendo muy bien lo que decía.
-Algo parecido, cuando tienes una enfermedad mortal como lo es hasta ahora ser portador del
VIH, las cosas más simples tienen una importancia brutal, ya no solo por que aprendes a amar
cada segundo de vida, si no por que te vuelves muy sensible, estas muy débil psicológicamente.
Cualquier gesto por muy simple que sea lo agradeces – Elvira, apagó el cigarrillo, se levantó, al
cabo de unos segundos apareció con unas fotos-. No quiero entretenerte mucho, te voy a
enseñar algunas fotos de la excursión que hicimos hace un mes a Londres – empezó a enseñarle
las fotos.

La conversación duró un par de horas, Carlos recibía la información con agrado. Se sentía involucrado con esta causa.
Se habían despedido, Carlos ya se iba pero Elvira lo detuvo.

-Antes de marcharte Carlos, ¿quién te llamó?
-¿perdona? – Carlos no sabia de que estaba hablando.
-Si, ¿qué quien te llamó?, tu dijiste cuando me llamaste que tenias una llamada perdida, ¿no te
dejaron ningún mensaje?
-No, solo había una llamada perdida, por la mañana...
-habrá sido Miselle, le tengo dicho que deje mensaje, bien, pues espero verte muy pronto Carlos.

Cuando Carlos salió del portal se sentía bien. Había decidido pertenecer a aquella asociación, no tenia que pagar nada, iba a ayudar a otra gente, le parecía una buena idea. Además si el era seropositivo le gustaría que hubiera gente así, tan buena. Pensó, por primera vez en su vida ser solidario.
De camino se detuvo a tirar la tarjeta a la papelera, no sabia de quien era, pero ya le daba igual. Sin embargo lo pensó mejor, y la guardó en su bolsillo. Al fin y al cabo si no llega a ser por esa tarjeta no hubiera conocido Esperanzados. Estaba seguro que le traería suerte, la saco del bolsillo y la doblo tres veces, sacó su cartera y la guardó bien guardada, como hacia siempre con las cosas que el creía que le traían suerte.

La inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 4

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 4

Carlos despertó tres horas después, cuando abrió los ojos se encontró con Roy, que leía una revista de automóviles sentado en una silla al lado de su cama, la habitación estaba iluminada por dos lámparas, ya había anochecido.

-Hombre, por fin el hombre de la cabeza abierta abre los ojos – dijo Roy.
-me duele la cabeza, ¿alguien tiene un gelocatil? – el aspecto de Carlos era poco saludable,
vestía una bata blanca, y tenía la cabeza vendada, además en la caída se había fracturado un
dedo y tenía el brazo derecho escayolado-. ¿tiene usted un gelocatil? – dijo Carlos a un viejecito
que veía la tele en la cama contigua.
-No, y si hacen el favor déjenme ver la tele, ¡desde que su novio llegó no he podido
concentrarme! – dijo enfurecido el hombre.
-¡oiga no hace falta que se ponga así! – respondió Roy
-déjalo Roy, no merece la pena, a cierta edad es mejor estar muerto si vas a estar como ese
-yo no soy su novio, –dijo Roy, después se levantó de la silla y echó una cortina que separaba la
cama de Carlos de la del hombre viejo-. Así esta mejor – dijo mientras sonreía.
-Y bueno, a parte del dolor de cabeza, ¿cómo te encuentras?
-Bien, ¿puedes hablar con la enfermera para ver cuando puedo salir de aquí
-Sí, ahora mismo hablo con ella

Roy Salió de la habitación, habló con la enfermera, y esta a su vez con el medico. Carlos pasaría la noche en el hospital, mañana en vista de cómo estuviese le darían el alta, no antes del mediodía. Roy se despidió de Carlos prometiéndole que mañana vendría a buscarle.

Cuando Roy llegó a casa, Claudia dormía. No había nada de cena, miró en la basura, y vio una bolsa de una hamburguesería, y los restos de comida que Clauida había tirado. Se quitó la ropa y se duchó. Roy odiaba el olor a hospital, después de ponerse el pijama se acostó. Dio dos vueltas en la cama, Claudia seguía durmiendo, empezó a besar su cuello, le acaricio los senos, los besos cobraron más intensidad, sus manos masajeaban con más fuerza los pechos de Claudia.
-quieres dejarme dormir – dijo ella con casi con un grito.
Roy apartó las manos y se dio la vuelta. No era la primera vez que lo rechazaba, la vida sexual de Roy y Claudia se había reducido casi al mínimo, podían hacer el amor dos veces al mes y eso cuando lo hacían, por que había veces que podían estar hasta tres meses sin tocarse; además ahora con el cambio de piso a Claudia no le quedaba tiempo para pensar en el sexo.

Carlos se levantó al servicio. El suelo de la habitación del hospital estaba frío. Todavía le dolía la cabeza. Se miró al espejo, no podía creer lo que veía, su cabeza estaba envuelta con una venda blanca, parecía una momia. Pasó apuros para orinar a causa de la escayola, tuvo que utilizar su mano izquierda que no manejaba muy bien, cuando terminó había manchado parte del suelo, no se entretuvo en limpiarlo. Tiró de la cadena y volvió a la cama.
Mira que, ahora en el hospital, pero por causas muy distintas a las que me imaginaba dentro de un par de años, pensó Carlos. Daba vueltas por la ortopédica e incomoda cama , tardó varias horas en volver a dormirse, lo hizo solo cuando el agotamiento pudo con él. Aquella noche tuvo una pesadilla, la escena era casi igual que en la realidad. Él, tumbado en una cama de hospital, pero con cables por todos los sitios, la venda de la cabeza había dejado paso a una alopecia total y con un aspecto demacrado, huesudo, no para de gritar: ¡Todo es un complot!, ¡Me han tendido una trampa!

A la mañana siguiente la puerta de la habitación se abrió, la enfermera despertó a Carlos, después empezó a quitarle la venda de la cabeza.

-Bueno Carlos, puede ponerse su ropa, el doctor le ha dado el alta – dijo la enfermera.

Carlos bajó de la cama, fue al baño, y al mirarse en el espejo descubrió que había una parte de su cabeza que no tenía pelo, intento ocultar la zona aplastando pelo de otra parte, pero era inútil, se veía que, en el lugar donde le habían dado los puntos, no tenía pelo. Orinó con menos dificultad que la noche anterior y se vistió.
Antes de abandonar el hospital se acercó a una cabina telefonica, y llamó por telefono a Roy, le dijo que no viniera a buscarle que el medico le había dicho que no le darían el alta hasta dentro de tres días. Roy se sorprendió y le prometió que en cuanto saliera de trabajar iría a verle. Carlos para entonces ya estaría en casa y avisaría a Roy que no se molestara en ir al Hospital.
Al salir, Carlos se detuvo. En la puerta de salida había una niña de apenas doce años, estaba sentada en una silla de ruedas, con una bombona de oxigeno alimentándola. Su cabeza, pequeña, no tenia pelo, estaba pálida, y el camisón blanco que la vestía no hacia sino entristecer mas su imagen. Tenía los ojos entornados, y abrazaba un osito de peluche marrón, a Carlos le invadió una terrible tristeza, no podía imaginar que destino le esperaba a aquella niña. Comenzó a llorar y caminó deprisa, sin mirar atrás, alejándose del hospital.

Roy se levantó, Claudia no estaba en la cama, la encontró en la cocina preparándose el desayuno.

-hola amor, ¿qué tal todo? – dijo mientras cogía los hombros de Claudia y le daba un beso en la
nuca.
-Bien – Claudia se dio la vuelta y beso a Roy -. ¿quieres desayunar algo?, estoy haciendo
tostadas
-No, no tengo hambre – Roy hizo una pausa, cogió una naranja del frutero y se sentó en una de
las sillas de la cocina -. Todavía no entiendo como se pudo caer Carlos – lanzó la naranja y volvió
a cogerla, la pasaba de una mano a otra -. Últimamente le veo raro, como preocupado
-Si, es cierto, y ayer te mintió, podía haberte dicho que fueras a buscarle al hospital – dijo
Claudia.
-Bueno, eso no tiene importancia, pero estoy seguro de que le pasa algo

Fue al sacar un billete de la cartera para pagar el periódico cuando Carlos vio la tarjeta que encontró en su coche, y como hace unos días, tampoco ahora sabia de quien era, allí había un teléfono y un nombre, “Miselle”.
Le seguía doliendo la garganta, ahora mucho mas que hace dos días. Se volvió a mirar en el espejo, esta vez no se desmayó. Estaba preocupado, para calmar su ansiedad pensó que era casualidad, que no tenía nada que ver sus anginas con el VIH, después de algunos minutos olvidó el tema.
Esa noche había quedado con Luis para tomar una cerveza, Carlos no se arregló mucho, no estaba feliz o al menos la preocupación no le dejaba estar contento. Se vistió con unos pantalones vaqueros y una camiseta de rayas. Se echó perfume y fue a buscar a Luis.
Cuando salían de copas, lo hacían por la zona, luego, ya entrada la noche, si había que ir mas lejos se cogían el autobús o el metro. Nunca les importó moverse por Madrid fuera la hora que fuese. Aquella noche Carlos no tenia otra idea en la cabeza que no fuera la de cogerse una buena borrachera. Al entrar al primer local a Luis le sorprendió lo rápido que Carlos se bebió la copa, no habían pasado mas de dos horas y Carlos ya había tomado cinco, bebía whisky con coca cola, estaba borracho.

-¿qué pasa tío?, solo son las dos y ya vas ciego – dijo Luis.
-ya...- pasaron algunos segundos hasta que Carlos continuo hablando -. Si, tienes razonn, e que
estoy pensando en emborracharme un rato...
-anda que, vaya tostada macho, ¿quieres que te lleve a casa?
-¿a casa?, ¿mi casa?, mi teléfono, no, estoy bien, ¿dónde vamos? – Carlos tenía un ojo medio
cerrado y otro muy abierto eso significaba que iba tocado por el alcohol.
-Pues yo he quedado con dos amigas dentro de una hora en su casa, pero tu macho, vas fatal, no
me la vayas a liar, es seguro que quieren tema, son chicas fáciles
-Vale, me apunto, vamonos pues
-Esta bien, pero solo te pido dos cosas Carlos, primero que no me falles, y segundo que no te
enamores, son unas chicas muy liberales te harían polvo el corazón, ¿de acuerdo?
-Que sí, que pesado estás, ¿enamorarme yo?

Llegaron a casa de las chicas, Carlos tocó el timbre varias veces, Luis le dio un manotazo para que dejara de llamar. Abrió la puerta una rubia con ojos azules, llevaba un vestido verde y en una de sus manos llevaba una botella de champagne, esbozó una gran sonrisa mostrando sus alineados dientes. Los dos entraron sin vacilar.
Dentro de la casa otra chica, esta morena pero de igual belleza, estaba sentada en el sofá. Fumaba un cigarrillo. En la mesa había cocaína, y vasos de tubo con restos de bebida, la imagen era como de una fiesta recién acabada. Justo cuando el alcohol amenazaba con tumbar a Carlos, la chica rubia puso música, subió el volumen, y el ritmo invadió el salón.

Al día siguiente Carlos amaneció sobre el pecho de una de las jóvenes, en concreto de la morena. No se acordaba de nada, un dolor de cabeza insoportable le obligo a cerrar otra vez los ojos. Abrazó a aquella mujer que según creía le había hecho disfrutar tan solo hace unas horas. Pasaron unos minutos, ella despertó, se quitó de encima a Carlos y salió de la habitación, no volvería a verla jamás.

-Te has enamorado, ¡mira que te dije que no lo hicieses! – exclamo Luis al otro lado del teléfono - ¡pero tu eres tonto o que!, que a esas chicas le gusta mas el sexo que a un tonto un lápiz, no te
das cuenta de que tu fuiste uno más
-Pues no parecía, me dijo que le gustaba mucho mi nariz
-Por favor Carlos, no te creo tan estupido
-¿Pero de verdad que no tienes su teléfono?, y tu amiga, la rubia, ¿tampoco puede localizarla?
-No, verás encontró a tu amor por la calle, antes de llegar nosotros, ellas habían estado jugando,
hicieron guarrerias antes de llegar tu y yo, pero vamos, que no la conoce de nada, ni siquiera
sabe quien es
-madre mía como esta el mundo, ¡que degeneración!, de verdad que no sé que pensar
-piensa que pasaste un rato excepcional y no le des mas vueltas, bueno tengo que dejarte me voy
a la facultad, tengo que recoger unos apuntes, hace una semana que no voy por allí
-vale Luis, hasta luego

A los pocos minutos, Carlos cogió el teléfono y llamó al número de la tarjeta que encontró en su coche. Después de varios tonos colgó. No sabia de quien era, en su coche no subía nadie que no fuera conocido. Iba a tirarla a la basura cuando algo lo detuvo, una intuición, de esas que a uno le dan sin saber por qué. La volvió a guardar en la cartera.

Claudia había tenido un día espantoso, trabajaba de cajera en un centro comercial. Esa mañana había discutido con dos clientes muy bordes, y para colmo, al cerrar no le cuadraba la caja, le faltaban quince euros que tuvo que poner de su bolsillo. Al llegar a casa encontró a Roy durmiendo en el sofá, le molestó verle allí tirado mientras los platos de la noche anterior descansaban en el fregadero. Roy y Claudia despues de cinco años de noviazgo, habían decidido irse a vivir juntos. Una decisión arriesgada, pero se querían y pensaron que no había que esperar más. A pesar de ser jóvenes, tenían veinticuatro años, podían cargar con la responsabilidad de llevar una casa, o al menos eso creían. Aunque a veces Claudia pensaba que se había equivocado, ella fregaba, limpiaba, hacia la compra, Roy solamente trabajaba. Si bien es cierto que la jornada de trabajo de ella era menor, ya que solo trabajaba cinco horas por la mañana, Roy todo el día, cuando se convive hay que compartir las tareas del hogar.
Se quitó la ropa, la dobló y de camino al armario se paró en el espejo, miró su cuerpo con brevedad, en seguida apartó la mirada y siguió su camino hacía el armario, guadró la ropa y se puso el pijama.
En el sofá encendió un cigarrillo y se puso a ver la tele, un programa de preguntas y respuestas que siempre que podía, solia ver, ni ella sabía si por que le gustaba o por mera distracción.

La inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 3

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 3


Carlos tenia veintiseis años, actualmente estaba en paro, hacia dos meses que había dejado de trabajar. Era Pintor, trabajaba desde los dieciseis años, por ello había decidido tomarse un tiempo de descanso. Se había despedido de su último trabajo, pero por medio de un arreglo con el jefe, pudo cobrar la prestación por desempleo. No era mucho dinero lo que ganaba, pero le daba para pagar sus gastos. Este mismo año se había comprado un coche y un ordenador personal. Después de pagar las deudas le quedaba algo de dinero para él. Vivía solo, en un piso que tenían sus padres, por lo que no tenia que pagar ningún alquiler.

No se puede decir que Carlos fuera un mujeriego, pero cada poco tiempo se le solía ver con una chica distinta. Sin embargo había tomado por norma no enamorarse, sobre todo después de que su ultima novia, con la que había pasado tres años de autentica felicidad, lo dejara plantado sin mas motivo que su propio egoísmo. Eso marcó a Carlos, desde ese momento juro venganza al sexo femenino; el estaba deseoso de enamorarse otra vez, pero su cruzada anti-mujeres, o su mala suerte no lo habían dejado disfrutar nuevamente del amor.
Le gustaba el sexo, y por eso de vez en cuando pagaba por tenerlo, le gustaba ir con profesionales del sexo.

Eran poco más de las siete de la tarde. Una leve brisa movía la cortina del salón donde Carlos descansaba. La tele estaba puesta pero no le prestaba mucha atención. De repente se le ocurrió llamar por teléfono a la Fundación Anti-Sida de su barrio. Había leído mucho sobre la enfermedad, sabia mucho, pero cuanto mas sabia mas dudas le surgían, pensó que llamándoles algunas dudas se disiparían. En ese momento también pensó que no tenia que haber puesto una fecha tan lejana para hacerse los análisis, no sabia si haciéndoselos antes podría ya tener algún resultado. Se levantó del sillón y busco en la guía el número de la fundación, no tardo mucho en encontrarlo. Cogió el auricular y marcó el teléfono.

-Fundación anti-Sida, dígame – una voz de mujer atendió la llamada de Carlos.
-Hola, mire llamaba para hacerle una pregunta, ¿en cuanto tiempo se puede diagnosticar si soy
seropositivo?
-Pues depende del individuo, el virus ataca al organismo progresivamente, los anticuerpos
aparecen antes de tres meses, después de ese periodo, es decir, pasados tres meses se podría
saber si hay infección.

La mujer se había quedado tan contenta soltando el “discursito”, Carlos tuvo que ser más explicito con la pregunta.

-Vera, me refiero a que si yo he tenido una situación de riesgo hace cuatro días, si me hago la
prueba mañana, ¿se podrá saber?, ¿hay probabilidad de que ya se puedan detectar los
anticuerpos? – Carlos intentó esforzarse, preguntaba esperando respuestas sabias, o al menos
esperanzadoras.
-Pues mire, la prueba no detecta el virus en si, lo que detecta son los anticuerpos que crea el
organismo contra el propio virus, depende de cada persona, hay personas que en dos días se les
ha detectado, a otras no se le ha detectado nada hasta pasados cinco meses, ya le digo, depende
de la persona.
-Vale gracias – Carlos finalizó la llamada sin dejar que la chica se despidiera.

Volvió al sillón y cambió de canal, tras varios intentos apagó la tele.

Es increíble, pensó, en pleno siglo veintiuno y que sigamos así, el teléfono de la Fundación era un 900, seguramente estaba atendido por voluntarios, si Carlos se pusiera a atender alguna de esas llamadas, después de todo lo que había leído, ayudaría muchísimo mas que la señorita que le acababa de atender, había leido mucha información, era casi todo un experto.

No se sabe mucho acerca del virus del VIH, o Virus de Inmunodeficiencia Humana, en cada persona se manifiesta de una manera y en tiempo distinto, ahora con los adelantos que había, cualquier ser humano en condiciones normales podría tener una esperanza de vida de unos diez años o quizá algo mas. Cuando eres seropositivo tienes el virus en tu cuerpo, pero no significa que tengas sida, se llama sida al estado terminal del portador del VIH; algunas personas tenían sida a los dos meses de haber contraído el virus, sin embargo, a otros individuos, no se les manifiesta ninguna patología de sida, hasta pasados diez años o mas.
Carlos estaba desesperado, pensar que hace una semana era un hombre feliz, en solo una noche se le había acabado toda la felicidad, entonces pensó que no tenia por que ser así, empezó a pensar que quizá no tuviera nada, ¡que estaba sano!, ese pensamiento solo duró algunos segundos, por que de repente le empezó a atormentar la idea de que en su sangre, en su cuerpo, se hallaba el diablo. Empezó a sudar, y el corazón empezó a latirle mas deprisa, entonces lloró, y mientras lo hacia se tumbó en la cama, metió la cabeza debajo de la almohada y así paso toda la tarde.

A las ocho Carlos fue a buscar a Roy, había quedado con él para ayudarle con la mudanza. Hacia diez minutos que le había telefoneado para decirle que iba a buscarle, Carlos cogió el coche y en punto estaba en la puerta de su casa.

-Qué pasa Roy? – dijo Carlos mientras cambiaba la emisora de radio del coche.
-hola tío, ¿qué tal?, a ver si acabamos pronto, por que estoy cansadísimo de trabajar, además
Claudia esta mala y no va a poder ayudarnos
-no pasa nada, vamos para allá

Claudia compartía piso con una amiga suya, no tenía muebles, solamente maletas con ropa y alguna bolsa que otra con cosas de su habitación. Roy le enseño el piso a Carlos, era pequeño, la parte mas grande de la casa era el salón, también tenia dos habitaciones normales, la cocina que también era grande y el baño mas bien pequeño.

-¿te gusta Carlos? – dijo Roy mientras abría la ventana para ventilar una habitación.
-Si, tío, ¡esta muy bien!, ¡el salón es grandísimo!
-si, esta genial, el salón junto con la cocina son lo mejor del piso – dijo Roy desplazándose de un
lado a otro, parecía emocionado.
-Es pequeño, pero para ti y tu novia de sobra, ¡joder tío que envidia!
-va, anda, algún día tú tambien tendrás tu casa, todo llega
-sí, eso espero – Carlos estaba triste, y casi rompe a llorar allí delante de su amigo, pudo contener las lágrimas, pero no la cara de tristeza.
-¿qué te pasa Carlos?
-nada, nada, bueno, nos vamos, ¿no?

Al final terminaron bastante tarde de llevar todas las cosas, no paraban de salir bolsas, tuvieron que dar cuatro viajes hasta que por fin, llevaron todos los bultos.
Cuando Carlos llegó a casa ni siquiera cenó. Se fue directo a la cama, el sueño acumulado hizo que no diera demasiadas vueltas, se durmió enseguida.
Al día siguiente la preocupación había menguado bastante, sí, sabia que podía tener una enfermedad que lo mataría en menos de diez años, pero el hecho de que su cuerpo no presentara ningún síntoma, y que ya había pasado mas de medio mes, hicieron que Carlos no tuviera la angustia de los primeros días, eso o que ya se había acostumbrado a la desesperación de no saber.
Se vistió y salió a pasear. Desde que estaba en el paro tenia pocas obligaciones, la única obligación que hacia a diario era preocuparse. Aquella mañana pensó en ir a lavar el coche. Cuando llegó a la gasolinera, sacó las alfombrillas para pasar el aspirador, al quitar una de ellas, Carlos descubrió una tarjeta con un nombre y un teléfono, la tarjeta era de color rojo con las letras en negro, ¿De quien seria esto?, pensó. Era rara, muy rara. ¿De quien es esta tarjeta? pensó Carlos, despues la guardó en su cartera.
Llegó a casa al mediodía. Empezó a sentir una molestia en la garganta, era un leve dolor, pero suficiente para que en su mente saltaran todas las alarmas, ¡Podrían ser los primeros síntomas!, pensó. Fue al baño y se miró las anginas en el espejo, la derecha estaba roja, inflamada y con pus, pensó que eso era el primer síntoma de su conversión a seropositivo, empezó a temblar, se le nublo la vista y se desmayó. En la caída se golpeó la cabeza con el lavabo. Pasados unos minutos despertó, estaba tumbado en el suelo, con la cabeza llena de sangre. Se incorporó y llevó su mano hacia la cabeza, la miró, estaba ensangrentada. Sin decir nada se metió en la ducha, el agua caía por su cuerpo mezclada con la sangre, pensaba que era una pequeña brecha que cesaría de sangrar en breve, pero no era así, el caso es que era una herida profunda. Salió de la ducha, se cubrió la cabeza con una toalla y llamó a Roy.

-Hola Roy, soy Carlos, veras me he caído y me he dado un golpe en la cabeza, no paro de sangrar
-Bueno, no te preocupes, ahora mismo voy para allá, y nos vamos al medico

Roy no tardó más de quince minutos en llegar, Carlos lo esperaba vestido y con la toalla que envolvía su cabeza llena de sangre.

-Esta bien, venga, vamonos – le dijo Roy mientras le ayudaba a levantarse del sillón.

Subieron al coche de Carlos, este estaba débil, había perdido bastante sangre, su visión no era completa, y el agotamiento era evidente. Roy ayudo a Carlos a entrar en el coche, despues de subirse él, arrancó el motor y fueron al hospital.

-¿Cómo ha sido?, ¿cómo te has dado ese golpe? – preguntó Roy, estaba nervioso, conducía muy rápido.
-¿Eh?, ¿qué? – contesto Carlos.

Roy dejó de hacer preguntas, Carlos no estaba para responderlas. Tardaron diez minutos en llegar al hospital, fueron a Urgencias allí les atendió una chica, en cuanto vieron a Carlos sangrando abundantemente por la cabeza lo sentaron en una silla de ruedas y lo llevaron a urgencias.
Roy esperaba en la sala de espera cuando una enfermera se dirigió a él.

-¿es usted familiar de Carlos Sánchez?
-No, soy su amigo, dígame, ¿esta bien?
-Si, le han aplicado algunos puntos de sutura pero deberá quedarse en observación durante algunos días
-¿puedo verlo?
-No, ahora duerme, pero en un par de horas podrá usted hablar con él
-Bien, gracias

Roy salió a la calle para llamar a su novia Claudia, erán más de las tres de la tarde.

-Hola Claudia, ¿qué tal amor?
-Hola, bien, ¿dónde estas?, he llegado a casa y no estabas
-Carlos se ha caído en la ducha y se ha abierto la cabeza, le han dado unos puntos y ya esta bien,
pero tiene que quedarse en observación
-¡No me digas!, ¿Cómo ha sido? – Claudia estaba nerviosa.
-Pues no lo sé, ya hablare con él, no ha podido explicarme nada, de camino estaba que no podía ni
hablar, bueno tú no te preocupes, luego cuando se despierte y hable con él voy para casa.
-¿Quieres que vaya yo para allá? – pregunto Claudia.
-No, no, no te preocupes amor, luego nos vemos, un beso.

Roy entró de nuevo al hosptial, se dirigió a las maquinas expendedoras, después de elegir un sandwich de jamón y queso se sacó un refresco, caminó hasta unas sillas cercanas y comenzó a comer.

 
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