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Bodega de Recuerdos en papel

He recopilado los relatos que he publicado este año en este Blog, y he creado un libro que se puede solicitar a través de la página Web de Lulu.
Esto es publicidad diréis algunos, pues si, es publicidad, Spam, intrusión, venta deliberada, pero amigos estoy en mi propio espacio Web, si no me hago yo publicidad ¿Quién lo va hacer por mi?
Bueno, que si os han gustado mis relatos, es una oportunidad de tenerlos en un libro impreso, o si tenéis que hacer un regalo, etc.

El libro se titula (como no) Bodega de Recuerdos, y contiene 20 relatos, sí, uno más que en el Blog, uno inédito, que publicaré después de estas fiestas en el Blog.

Ni que decir tiene que yo apenas gano nada con cada libro que se venda, entre unas cosas y otras, mis ganancias no llegan a un euro por libro, pero como todos sabéis eso en este momento es lo de menos, lo importante es que conozcáis y conozcan mis relatos.

Pinchando en este enlace os lleva directamente a la compra de libro.


http://www.lulu.com/content/1764106


Un abrazo para todos. Felices Fiestas.

Credulidad del tiempo - Relato 19

CREDULIDAD DEL TIEMPO

Me gustan los días lluviosos como el de hoy, supongo que además de evocarme tiempos pasados, indudablemente mejores, me gusta ver las caras de la gente en días así.
Me gusta ver la reacción de la gente en días de lluvia, todo les molesta, si solo es agua, pienso yo, pero la gente debe creer que llueve ácido sulfúrico, me encanta ver la inseguridad en sus caras por que ven que la persona de enfrente no baja o sube su paraguas, como miran constantemente sus zapatos y el agua que ha caído sobre los mismos. Es inevitable, está lloviendo, es normal que el agua manche tus zapatos, pues la gente parece que no termina de entenderlo. Es verdad, me divierto mucho observando la cara de la gente en días de lluvia, son pocas las personas que sonríen de verdad en días grises y lluviosos como el de hoy.
El día ha empezado así y no hay vuelta atrás. Me aseo, desayuno y me visto, hoy me espera una jornada de trabajo como todas las demás, si dijera que mi presencia en la empresa es imprescindible mentiría, de echo nadie notaria que no he ido hoy a trabajar, incluso en varias ocasiones lo he hecho, no he ido al trabajo y nadie me ha echado en falta, no he tenido que justificar mi ausencia, por que para nadie existió la misma. Mi reservada forma de ser y mi introvertida personalidad, me ha ayudado mucho a conseguir este, por llamarlo de alguna manera “status”, en definitiva que puedo permitirme ciertas licencias laborales.
Entro en la cafetería donde cada mañana desayuno, como siempre observo el interior del local, a primera vista nada nuevo, lo había visto tantas veces que incluso notaría la presencia de cualquier insecto invitado. En una segunda ojeada, en la mesa del fondo, la que se sitúa cerca de la maquina tragaperras observo a una joven, morena con el pelo liso por debajo de los hombros. Esa chica no acostumbra a desayunar aquí, pienso.
Me acerco a la barra y pido lo de siempre, café con una tostada. El camarero después de darme los buenos días con voz marrón y taciturna me sirve el desayuno. Lo llevo hasta la mesa, por suerte hay una mesa libre al lado de la chica morena.
Ya sentado en la mesa en la distancia corta la reconozco. En la vida de cada uno hay personas que son importantes aun sin conocerlas, nunca has hablado con ellas, alguna vez que otra has cruzado alguna mirada, pero no existe relación, no se ha perdido no, es que simplemente no existe ninguna relación. Esas personas de las que hablo, están ahí y por el mero hecho de existir, por alguna razón inexplicable son importantes para uno mismo.
La chica morena que nunca había visto en la cafetería donde siempre desayunaba volvía a cruzarse en mi vida, habían pasado años desde la ultima vez que la había visto, pero hoy, en este día lluvioso, en esta cafetería salpicada por las insistentes gotas de lluvia, cristales empañados, y ambiente cargado de humedad debido a la ropa mojada, me había vuelto a encontrar con Patricia.
Tengo que dejar de mirarla, pensé, intenté hacerlo, pero antes de desviar mi mirada ella volvió su cabeza y me vio. Como tantas otras veces las miradas dialogaron, convisuaron durante algunos minutos. Me pregunté si me conocería, si ella sabía quien era yo. Era lo primero que pasaba por mi cabeza después de cada encuentro. Tiene que saber quien soy, por lo menos de haberme visto a lo largo de muchos años, en diferentes etapas de nuestra vida, debería recordar mi cara porque hemos coincidido muchas veces, aunque solo sea por que mi mirada se había y se queda desnuda, dormida ante sus oscuros ojos, debería recordar mi aspecto, pensé.
El tiempo ha estirado sus cabellos, quizá se ha cambiado de tinte, su pelo es de color más claro que el que llevaba la última vez que la vi, o al menos así lo recuerdo yo. Ahora su aspecto es de mujer. Sus ojos también han cambiado, ya no reflejan inseguridad, su mirada es firme y recta, y sus pupilas no tiemblan en ningún momento. La triste dulzura que apreciaba en sus ojos fue algo que siempre me atrajo, pues para mi era señal de que necesitaba que alguien la cuidase, que alguien la abrazase para sentir esa juvenil seguridad que buscamos en la adolescencia. El azar o que sé yo la había vuelto a poner delante de mí, y ahora sus ojos aunque distintos me atrapaban de igual manera, pues aunque reflejaban experiencia, al cabo de mirarlos unos minutos la necesidad asomaba por sus largas pestañas, y me deje invitar una vez más por su austera nostalgia.
Habían sido muchas miradas, comentarios adolescentes con los amigos, comentarios juveniles con los mismos o diferentes amigos, decisiones dubitativas, romanticismos estoicos que no llevaron a nada.
De repente siento frío, y necesito hablar con ella, lo pienso y lo repienso, pero no puedo aguantar más, tengo que hablar con ella, por lo menos conocerla, solo conocerla.
Cuando me di cuenta estaba sentado en su mesa.
-hola Patricia
-hola, ¿te conozco? –dijo ella con gesto ingenuo.
-no, al menos nunca hemos hablado, a lo mejor me has visto por el barrio, en el instituto, en cualquier bar de copas, pero nunca hemos hablado
-si, ahora que lo dices, tu cara me suena –dijo.
Sus labios hinchados todavía por el calor de la almohada se antojaban dulces, en ese momento pensé en besarla, así sin más, pero sabia que no era lo correcto, no había esperado tanto tiempo para cometer tal estupidez.
-tengo que contarte algo –la dije, ella se quedó mirándome, no decía nada, intentaba calentar sus manos sujetando el café todavía caliente-. Tengo que contarte por que sé tu nombre, también quiero que sepas algunas cosas que durante estos últimos quince años no he podido decirte, por miedo, por mi forma de ser, o que se yo
-no te entiendo –dijo ella con sonrisa forzada.
-supongo que no, todo esto te parecerá una locura, te suena mi cara pero no sabes quien soy, no sabes mi nombre y de repente, a las nueve de la mañana te abordo en una cafetería diciendo que quiero contarte algo. Te entiendo y quiero que sepas que esto para mi tampoco es fácil, sin embargo siento que tengo que contarte muchas cosas. Ni siquiera persigo un fin concreto, solamente necesito contarte algo, necesito que conozcas una parte de mi para que también sea tuya.
-sin duda estoy un poco confusa, pero tus ojos me dicen que no eres un loco, ni siquiera que me estés tomando el pelo, desprendes sinceridad y nunca había visto una mirada tan entregada, nunca me han mirado como tu lo haces ahora mismo.
-No te creo –a cuantos habrás hipnotizado con la oscuridad de tus ojos, pensé para mí.
Había escuchado su voz muchas veces, pero nunca sus palabras se habían dirigido a mí, al menos no directamente, siempre que la había escuchado hablar yo me apropiaba de sus palabras, cazaba sus, para mí espesas palabras, y las anotaba en mi recuerdo, para los momentos difíciles, registraba su tono de voz en la galería de mi conciencia, en el habitáculo de mi memoria dedicado a la persona más importante de mi vida.
-tengo que decirte que eres la persona más importante de mi vida, tu has guiado mis sentidos durante estos últimos quince años, pensando en ti me hago una idea muy fiel de lo que puede llegar a ser el amor. Se que todo esto suena ridículo, es más, estoy intentando hablarte sin buscar palabras edulcoradas, intento evitar palabras que suenen a canción de amor adolescente, estoy intentando hablarte desde la razón, sin embargo es complicado, para que te hagas una idea, es como hablar del cristianismo, sin hablar de fe, lo que quiero decir es que para contarte todo lo que te intento decir tengo que decir palabras cursis, incluso empalagosas, de todas formas intentaré ser lo mas practico posible y evitar la vulgar y manida poesía.
-¿quieres decirme que te gusto? ¿Qué estás enamorado de mí? –dijo Patricia.
No pude evitar reírme, tuve que hacer un esfuerzo para contenerme y no carcajear.
-perdona, ¿de que te ríes? A lo mejor a sonado algo presuntuoso, perdona, lo mejor será que me vaya –dijo, y se levanto intentando mover mi silla.
-por favor Patricia, solo serán unos minutos, yo te cuento lo que tengo que decirte y luego me voy, nos vamos –dije con voz calmada.
No sé por que motivo, pero manejaba toda la situación, estaba hablando con Patricia, con una tranquilidad absoluta, había empezado a soltar las palabras que llevaba guardadas dentro de mi durante los últimos quince años, mi mirada la sujetaba a la silla, mis palabras la hipnotizaban, incluso el ambiente del bar, ruidoso ya con las primeras voces de la mañana, no era obstáculo para que nuestras palabras se entendieran y nos escucháramos sin levantar demasiado el tono de voz. Patricia volvió a sentarse, me fijé en sus labios, habían perdido un poco el grosor, debido quizá al despertar progresivo de su piel.
-No me gustas, no estoy enamorado de ti –dije. Es algo más, no puedo estar enamorado de ti, ni siquiera te conozco, bueno, puede que si me gustes, pero gustar es una palabra tan corta para lo que yo he sentido durante tanto tiempo que no hace justicia a mi sacrificio, por llamarlo de alguna manera
-que quieres decirme –dijo ella bajando la mirada.
-la primera vez que te vi yo estaba asomado a la ventana de mi habitación, era verano, tu llevabas un vestido negro con estampado de flores rojas, llevabas una carpeta y el pelo corto, cortado como un chico, pasabas por mi calle y de repente te paraste a hablar con algún amigo tuyo, allí estuviste unos diez minutos y yo te observaba, te observé, muchas veces he pensado por que me fijé en ti aquella tarde, pero lo hice y me atrapaste.
-no recuerdo, ¿vestido negro con flores rojas? –dijo sonriendo con timidez.
-algunas tardes, y más bien creo yo por casualidad, te veía desde mi ventana, lo que en principio había sido una mirada furtiva, la observación de una chica que me había parecido muy atractiva, se convirtió en algo extraño, obsesivo. Cada vez que me asomaba a mi ventana, la mayoría de las veces coincidía contigo. Tú pasabas caminando, sola y a veces con tu amiga una chica rubia que posteriormente averigüe que se llama Yolanda.
-si, oye de verdad que me estás dejando alucinada, Yolanda es mi amiga, de hecho la estoy esperando, por cierto ya llega tarde, ¿Qué calle era?
-Miguel de Cervantes –dije.
-si, por aquel entonces estudiaba inglés en una academia cercana, claro, pasaba por esa calle todas las tardes
-vaya y yo que creía que el destino nos estaba uniendo, y resulta que solo ibas a clases de inglés, entonces no había nada mágico en todo aquello, tu tenias que pasar todas las tardes por mi calle
-sí, supongo que sí –dijo ella.
-una tarde ibas con tu amiga Yolanda y de repente te paraste debajo de mi portal, empezasteis a escribir algo en la pared, pasaron algunos minutos hasta que os fuisteis. Yo me vestí de inmediato y bajé a la calle a ver que habías escrito, así supe como te llamabas, esa tarde descubrí tu nombre, ya podía dejar de llamarte “la chica del pelo corto”
-es increíble, no puedo creer lo que me estás contando.
-es cierto, es increíble, de hecho no sé como he podido llegar a donde he llegado, de verdad que parece de película, pero es cierto, pero espera, espérate que todavía hay más, mucho más.
-sigue por favor.
-una tarde en el colegio, antes de entrar a clase por la tarde, justo en el momento en que tocaba la sirena para entrar, pasaste tú, ibas con una mochila, así que supuse que ibas al colegio de al lado
-yo fui al Antonio Machado –dijo Patricia.
-yo al Bachiller Alonso López. Todas las tardes esperaba para verte pasar, tú alguna vez que otra correspondías mi observación, pero te mostrabas indiferente y nunca tu mirada sostuvo la mía durante más de un segundo. Después vino el tiempo de salir, de irse de copas con los amigos la noche de los viernes y sábados. Algunas veces hemos coincidido en algún bar, recuerdo como mis amigos me jaleaban para que te dijera algo, para que me presentase, por que Patricia, me tenias loco, eras como un icono de, no digamos del amor, si no de la vida, la de veces que habré ensayado como presentarme, que decirte, sin embargo nunca lo hice
-¿Por qué? –dijo ella.
-supongo que soy un romántico, así te tenia, aunque fuera de forma clandestina, te tenia en mis pensamientos, en mis proyectos de futuro, en mis sueños, te tenia sin peleas, sin reconciliaciones, sin celos, sin monotonía, te tenia con pasión, te tenia sin tu saberlo, si te hubiera dicho algo todo eso hubiera acabado, incluso es posible que hubiera tenido algo contigo, ahora podrías ser mi novia, pero actuando existía un porcentaje de perderte, por muy bajo que este fuese existía, de esa manera te tendría siempre. Te idolatraba Patricia, no sé si puedes entender esto, para mi eras como una real ilusión para toda la vida.
Ella se quedó mirándome, su cara reflejaba incredulidad y sus ojos brillaban, me miraba casi sin pestañear.
-todo esto que me estás contando –Patricia hizo una pausa, sus ojos brillaban y daba la impresión de estar a punto de llorar-. Todo lo que me has dicho es cierto y no pregunto, afirmo, por que nunca he escuchado que alguien me hablará de sus sentimientos con tanta sinceridad.
-mis palabras suenan sinceras por que llevan más de quince años calladas. Muy pocas veces las palabras salen con tanta convicción, muy pocas veces las palabras salen del alma para ser escuchadas desde el alma.
-se está haciendo tarde –dijo Patricia mirando su reloj-. Yo creo que Yoli se ha ido directamente a la tienda, ¿Qué hora es? Se me ha vuelto a parar el reloj
-las nueve y media –dije.
-entro a trabajar a las diez, pero no me apetece ir, ¿tu tienes algo que hacer? Quiero decir que si te parece nos vamos a un sitio más tranquilo y me sigues contando tu historia
-de acuerdo, creo que me tomaré el día libre –dije.
Mientras Patricia llamaba por teléfono, imaginé que a su jefe, yo pagué los desayunos y salí a la calle. Había dejado de llover pero el cielo estaba oscurísimo y todo alrededor estaba de color grisáceo. Las cosas eran sombras y las sombras un poco de color.
Caminamos unos metros, uno al lado del otro, de vez en cuando Patricia me miraba y me sonreía, yo la devolvía el gesto. Poco a poco la pesada carga iba desapareciendo, poco a poco iba soltando de la bodega de mis recuerdos los sentimientos no encontrados con la persona que ahora caminaba junto a mí.
Entramos a un solitario café, solo había dos personas charlando en voz baja, sin duda aquí estaríamos más tranquilos.
-¿Qué quieres tomar? –dije.
-no sé, un batido de vainilla –dijo, tenia las manos metidas en los bolsillos, su pelo moreno caía sobre sus hombros, algunos mechones estaban entremetidos entre su cuello y la chaqueta, acerqué mi mano con lentitud y liberé la melena, ella agradeció el gesto, y sus pestañas se sobrecogieron, no se alarmó, no dijo nada.
-dos batidos de vainilla por favor – le dije al camarero.
Nos sentamos en una mesa al final del café, no veíamos a nadie, parecía que estábamos solos.
-puede que todas las veces que pasaste por mi calle, no fuera cosa del destino y si de tus clases de inglés, puede que tampoco el destino tuvo nada que ver con que fueras al colegio que estaba al lado del mío, todo se debió a que somos casi vecinos y tenias que ir o al mío o a ese, también admito que no fue el destino quien nos unió en el instituto, ya que fui yo el que sabiendo que tu ibas al Giner De los Ríos me inscribiera en este para estar cerca de ti
-¡te apuntaste al mismo instituto que yo a propósito! ¡Para estar cerca de mí! –dijo interrumpiendo mi razonamiento y abrió tanto la boca que pude observar sus dientes.
-si, así es.
-es increíble, no puedo creerlo, ¿de verdad?
-que sí, lo hice, ¿Por qué no iba a hacerlo? Que mas me daba ir a un instituto u otro, así podía verte, podía seguir viéndote.
-¿y como te enteraste?
-bueno, en realidad fue un mes más tarde, yo en principio me matriculé en el Joan Miró, pero una tarde yo charlaba con un amigo y tu pasaste por mi lado, yo me quedé observándote como siempre, mi amigo me dijo: “¿te gusta esa chica?” Yo no le conteste, no le dije nada, pero el dijo: “viene a mi instituto”. Entonces el lunes siguiente cambie mi matricula.
Patricia arqueo sus cejas y abrió los ojos con admiración.
-Deja que te siga contando. Como te iba diciendo admito todo lo que estuvo en mi mano e inconscientemente también en la tuya, pero existe algo de magia en todo esto, que ni yo busque ni tu ejerciste. Me explico, una tarde cuando volvía a mi casa, no recuerdo de donde venia, quizá del gimnasio, me encontré una especie de plástico transparente y dentro del mismo un DNI junto con una cartilla de la seguridad social, cuando vi tu foto no podía creérmelo, me quedé paralizado.
-¿tú lo encontraste? ¿Tú lo metiste en mi buzón? –dijo Patricia interrumpiendo mi relato.
-si, de todas las personas que podían haber encontrado aquella documentación fui yo quien la vio ahí tirada en el suelo, delante de mi, que cosa tan maravillosa, tan increíble, como te digo algo o alguien intervino en aquella ocasión, el azar, yo que sé, pero allí estaba yo con tu DNI en mi mano, no podía parar de reír, lo guarde en mi bolsillo y me fui a mi casa pensando en la de posibilidades que se me abrían en aquel momento.
-no sé que decir, todo esto es tan surrealista. Hoy en principio debería haber sido un día normal, entré en esa cafetería por casualidad, de repente apareces tú y te decides a contarme todo esto, que sin duda me encanta, es todo tan bonito.
-el caso es que pensé en escribirte una carta, aprovechar la ocasión de haber encontrado tus documentos para devolvértelos con un escrito explicándote todos mis sentimientos, mis amigos me alentaron a hacerlo, “que mejor ocasión para decirle todo lo que sientes, pero no por carta en cuanto la veas le das su documentación y de paso te presentas”. Pero no, el riesgo de perderte, era mucho mayor a mis deseos de conocerte. Después de meditarlo mucho, pensé que lo mejor era devolverte la documentación sin más, así que hice una fotocopia de tu DNI y una tarde fui a la dirección que figuraba en el mismo, llamé a uno de los telefonillos y me presenté como el cartero comercial, me abrieron enseguida, entré y busque tu buzón, allí estaba tu nombre junto con el de tus padres, bese tus documentos y los introduje dentro del mismo.
-mi madre me lo dio al día siguiente, gracias. Podías habérmelo dado en mano, yo que sé, me hubiera gustado agradecértelo, puedo entender que yo te gustase, pero no entiendo porque nunca me hablaste, nunca te presentaste, y teniendo una ocasión tan clara de haber iniciado una conversación conmigo con la excusa de devolverme mi documentación, no sé por que no lo hiciste. No lo entiendo.
-no necesitas entenderlo Patricia, como tampoco necesitas entender que cuando digo tu nombre, incluso ahora que el paso de los años ha derrotado mis sueños, no suena tu nombre si no mi razón de ser.
-¿Por qué yo? Tampoco soy nada del otro mundo, soy una chica normal, además no puedes sentir nada por mí, tu mismo lo has dicho, no me conoces.
-precisamente por eso, no te conozco. Y aunque tu mirada te infravalora, tú no lo hagas, no eres una chica normal, eres muy atractiva. Muchas veces he pensado que lo que me estaba pasando rozaba la locura, lo absurdo. A ver si consigo que lo entiendas, si te hubiera dicho algo, si me hubiera presentado y en un momento dado hubiera conseguido seducirte, hubieras sido una más, una relación más, como te he comentado antes incluso ahora podrías ser mi novia, pero todo lo mágico, todo lo místico, toda la admiración que sentía por ti, en algún momento se hubiera perdido, a lo mejor no ahora, ni dentro de diez años, quizá nunca, pero hubiera sido distinto.
-quizá mejor –dijo ella.
-supongo, no lo sé, ahora que lo dices, creo que solo fue miedo, miedo al rechazo.
Los dos nos quedamos en silencio, mirándonos, pero en esta ocasión era diferente, nos mirábamos entendiéndonos, ella sabía que yo existía porque estábamos hablando, compartíamos mesa y dialogo, la conversación callada que durante tanto tiempo no se había producido estaba saliendo con total fluidez, escribiéndose en un nuevo capitulo con resultados todavía desconocidos.
-Ya sabía casi todo de ti, en algunos casos por mis, llamémoslas investigaciones, o bien por causa del destino. Recuerdo que un catorce de febrero en una pagina de Internet ofrecían la posibilidad de enviar bombones gratis a la persona querida, una chorrada de estas de Internet para dar publicidad a una nueva compañía de teléfonos móviles. No desperdicié la ocasión.
-¡fuiste tú el de los bombones! –los grandes ojos de Patricia se abrieron como pozos.
-si –dije frunciendo el ceño y torciendo el gesto.
Patricia empezó a mover su cabeza de un lado a otro, me miraba, de repente comenzó a reírse, cada vez con más fuerza, me contagió la risa y a los pocos segundos los dos estábamos riéndonos a carcajadas, nos mirábamos y nos reíamos.
-luego vino una gran decepción –dije y dejé de reírme, ella hizo lo propio.- Te echaste un novio, para más castigo, os apuntasteis a la misma autoescuela que yo. Tuve que veros juntitos, es cierto que nunca os vi besaros, si pasear de la mano por la calle, si en algún bar de copas. Nunca tuve la sensación de que eras feliz al lado de ese chico, quiero decir que nunca te veía reírte a su lado, e incluso una vez os vi discutir acaloradamente. Desde ese momento perdiste protagonismo, ya que le observaba más a él que a ti, me comparaba con él, pensaba si era realmente el chico que merecías, que yo no hubiera intentado algo contigo era cosa mía, pero tú te merecías y te mereces lo mejor.
-era un payaso, nunca fui feliz a su lado, por eso lo dejé. A parte él también se cansó de mí. Es que yo soy muy celosa, a lo mejor también lo sabes, pero puedo llegar a ser muy absorbente, hiciste bien en no decirme nada –Patricia hizo amago de reírse.
-no, no sabía que fueras celosa, aunque pueda parecer lo contrario, no te conozco.
-lo demás no tiene importancia, encuentros casuales, miradas furtivas, descaradas, miradas borrachas, incluso infieles. Todas mis novias te han conocido, les hablaba de ti, les decía: “mira he estado enamorado de esa chica durante años” ellas te miraban celosas, alguna te insultaba, yo les contaba toda la historia, bueno había capítulos que todavía no se habían escrito, pero les contaba lo que hasta ese momento había pasado y ellas se ponían celosas e intentaban cambiar de tema. Una vez que te conocían, que sabían de tu existencia y lo que habías significado para mi, tenía que mirarte sin que ellas se dieran cuenta. Tú eras la única a la que podía dirigir mi mirada para entregártela sin miedo a perderla.
Permanecimos en silencio durante algunos minutos, Patricia suspiraba y clavaba sus ojos negros sobre mí.
-¿y ahora que? –dijo de pronto.
-¿Qué de que?
-¿Qué sientes por mi? –dijo.
-lo mismo de siempre, eres el sueño inalcanzable que no quiero que se haga realidad, por miedo a volver a dormirme y sufrir una pesadilla.
-Sergio, todo esto que me has contado es precioso.
-un momento –dije y la voz casi no podía salir de mi garganta.- ¿Cómo sabes mi nombre?
-quizá te conozco más de lo que tú te crees –dijo ella.- Es una larga historia, casi tanto como la tuya. Salgamos de aquí, demos un paseo.
-sí, claro, estoy ansioso por escucharte., de momento tenemos todo el día…

© Sergio Becerril 2007

Voz - Relato 18

VOZ

Se dio cuenta en el coche, de camino al trabajo, en el estribillo de la canción que sonaba en ese momento por la radio, de repente Frank había perdido la voz. No la voz propiamente dicha, él podía hablar, incluso gritar, pero no podía cantar, había perdido su voz artística, su inconfundible tono, su capacidad de llegar donde llegaban los cantantes profesionales, así, sin más, de buenas a primeras había perdido la voz.
En un primer momento no dio importancia a lo sucedido. Carraspeo un poco y espero a la siguiente estrofa. Se sintió incomodo por no recordar la canción que en ese momento sonaba, apenas podía recordar el estribillo, y pensó que quizá era por ello por lo que su generosa voz no salía en aquella canción. Recordó por fin la letra y en el momento de subir de tono no pudo alcanzar al cantante, que con grandeza, sonaba por los altavoces del vehículo.
En ese trayecto ya no cantó más, decidió descansar su voz, y empezó a pensar en las razones de tan magnánima perdida. Quizá he cogido frío, me estaré acatarrando, a lo mejor la canción que canté ayer en la ducha me ha irritado la garganta, si es que ya decía yo que no tenía que esforzarme tanto en algunas canciones, sobre todo en los finales... pensaba para si.

Hay que decir que siempre cantaba, fuera la canción que fuera, siempre cantaba. Ya desde pequeñito Frank tenía cierto arte para la canción, a medida que fue creciendo, su voz también fue cambiando, pero el tono, la fuerza, y la capacidad de adaptar su voz a la voz que sonaba en ese momento eran asombrosas. Si cantaba un bolero la voz de Frank sonaba suave, si era una canción Pop la voz tornaba dinámica y expresiva, si sonaba flamenco su fonética cambiaba adaptándola a los dejes andaluces. Disponía de tantos recursos que ninguna canción se le resistía.
Para Frank su voz era importante, y lo era por que sí, ya que no era cantante, tampoco actuaba los fines de semana en ningún lugar, es más, la única persona que disfrutaba de su voz era él mismo. La importancia que cada uno damos a ciertas cosas de la vida, hace que todo esto, la historia pasada y futura, tenga variopintos contornos y sabores. Y eso en parte es lo que nos hace diferentes.

Un par de días más tarde, la voz de Frank se volvió a quebrar mientras cantaba “Sin Documentos” de “Los Rodríguez”. La canción acabó y Frank seguía haciendo pruebas con su garganta, carraspeaba, tosía con fuerza, pronunciaba las vocales a media voz, hablaba para ver si su voz sonaba igual que ayer, nada, todo perfecto, su voz sonaba como siempre, la garganta no le dolía, podía gritar e incluso cantar en ciertos tonos, pero a la hora de forzar la voz, esta se resistía a salir, de buenas a primeras se le había instalado un limitador de voz en la garganta, haciéndole creerse un inútil para la canción.

Al día siguiente Frank se encontró con Delia, una antigua novia y ahora amiga. La relación era estrecha, se reunía cada poco tiempo con ella para tomar café, ir al cine, o tomar alguna copa después del trabajo. En este día la cita fue casual, se encontraron por la calle, y de mutuo acuerdo decidieron tomar un café en un bar cercano.
Delia hablaba y Frank simulaba escucharla, en realidad Frank pensaba en su problema, y en por que su voz no sonaba como antes. Después de algún rato, decidió contar a su amiga su problema.

-Delia, he perdido mi voz – dijo Frank de repente.
-¿Por qué dices eso? Yo te escucho muy bien
-No me refiero a esta voz, sino mi voz artística
-¿Eres cantante? ¿Desde cuándo? –dijo Delia confundida.
-No, no soy cantante, ni mi voz me da de comer, pero desde hace unos días no puedo cantar, cuando intento llegar a los tonos más altos de la canción simplemente no llego, no alcanzo al cantante cuando antes si lo hacía
-Puede que estés acatarrado, o que hayas cogido frío, quizá en alguna canción te lastimaste un poco alguna cuerda vocal, yo que sé Frank, no des importancia a esas cosas –dijo Delia esbozando una sonrisa, y omitiendo intencionadamente, y en vista de la cara de preocupación de Frank, una sonora carcajada.
-Sí, puede ser –dijo Frank apesadumbrado.

Con el paso de los días, el problema fue creciendo, no físicamente pero sí en lo psicológico. La voz de Frank no había empeorado, pero tampoco había mejorado, y la frustración que sentía al cantar sus canciones preferidas era equiparable a la perdida de un ser querido.
Y como cualquier problema, este también le quitó el sueño a Frank. Se pasaba largas noches pensando en el motivo que le había hecho perder su tono. El fútbol, mi Madrid, habrá sido por animar al equipo cada quince días en el Bernabeu, si es que ya decía yo que no podía esforzarme tanto, si además ni siquiera pueden oírme, dudo mucho que desde el tercer anfiteatro los jugadores me oigan, este fue el ultimo pensamiento antes de amanecer, y aquella noche no durmió.

Frank dejó de rendir en el trabajo, y de cantar, las palabras de su antigua amiga Delia retumbaban en su cabeza: “...no des importancia a esas cosas”. Y a que voy a dar importancia entonces, se descubrió gritando.
La psicosis de Frank fue tomando tal magnitud que empezó a odiar la música, quitó el radiocasete del coche, ahora solo se veía un hueco cuadrado y unos cables colgando, tiró su Ipod, y la minicadena de su casa, metió en una bolsa de basura todos sus Cd´s. Cuando caminaba por la calle y sonaba alguna canción se tapaba los oídos, y como la música estaba presenta en cada esquina, y frecuentemente en todos los sitios por los que pasaba, se compró unos tapones para los oídos, cuando se los puso el mundo dejó de sonar. Sin embargo la música seguía sonando dentro de su cabeza, una canción, después otra, y otra, y otra más, por su cabeza sonaban todas sus canciones preferidas, incluso durmiendo la música sonaba.

Un día, mientras sonaba en la cabeza de Frank una de tantas canciones, intentó cantarla, empezó tarareando, después vocalizando algunas letras, a mitad de la canción su voz sonaba fuerte, llegaba a los tonos altos sin ningún problema, había recuperado la voz. Sintió tanta alegría que decidió quitarse los tapones que dos meses antes se había puesto en los oídos, busco algún medio con el que reproducir alguna canción, pero le fue imposible, había tirado hasta la televisión, pero eso no fue impedimento para que Frank no fuera el hombre más feliz de la tierra, de repente una buena canción le vino a la cabeza, y como antes empezó a sonar como si saliera de unos altavoces, ahora sin tapones en los oídos escucharía su voz con toda su fuerza y vitalidad de siempre, los primeros acordes comenzaron a escucharse en su interior y comenzó a cantar, el principio fue bien y su tono bueno, pero no lanzó las campanas al vuelo, en el estribillo se escucharía si realmente había recuperado su voz, y llegó a los pocos minutos, y Frank llegó, que digo llegó, superó a la voz cantante profesional que sonaba en su cabeza, sí, definitivamente había recuperado su voz.
Fue tanta la alegría experimentada en aquel momento por Frank, que decidió salir al balcón a terminar la canción, y entre aspavientos con sus brazos y gesticulaciones artísticas se descubrió semidesnudo en la terraza. Por suerte nadie lo miraba, la gente pasaba como ausente por debajo de la terraza de Frank e ignorando su voz, en realidad nadie lo escuchaba, su voz como la canción sonaban en su interior.
Entró de nuevo en su casa y cerró el balcón.
-No entienden el arte, no saben apreciar una buena voz -dijo Frank para sí. Y esto es literal, ya que aunque él creyó hablar en voz alta, nadie podría haberle escuchado, pues ningún sonido salió de su boca.

© Sergio Becerril 2007

O´Henry - El regalo de los Reyes Magos

Se acerca la "Consumidad", nada mejor que leer en estos tiempos navideños que el relato del escritor estadounidense O´Henry titulado "El regalo de los Reyes Magos", o como le gustó titularlo a Borges "Los regalos perfectos".
Esto es literatura con mayúsculas, espero que les guste. Feliz Navidad.

El regalo de los Reyes Magos - O´Henry
Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.
Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.
Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.
-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.
-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
-Démelos inmediatamente -dijo Delia.
Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.
Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.
A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.
"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."
A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".
La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.
Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?
Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.
-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.
-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.
Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:
-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
-¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

Rubén Darío - Lo fatal

Gracias a alguien no soy la única persona que escribe, y aunque la poesía no es un genero que consuma en grandes cantidades, de vez en cuando me gusta leer buenos poemas, de Darío, Lorca, Machado, Salinas, etc.
En este "semidía" en el que las nieves y las aguas se mezclan, dejando el cielo gris y la ciudad sin brillo, les dejo que paladeen buenos versos, su espíritu se lo agradecerá.

Que lo disfruten.

Rubén Darío - Lo fatal
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra,
y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...

Soledad o no - Relato 17

C se sentía solo, todos sus amigos se habían echado novia, no tenia a nadie, se le ocurrió iniciar alguna actividad para conocer gente, pensó en hacer un Curso de Cocina, pero enseguida desechó la idea, también pensó en apuntarse a un gimnasio, ¡que pereza!, descartó todas las propuestas que se hizo.
Al día siguiente C pudo leer en el periódico el siguiente anuncio: “ Asociación Argú organiza este fin de semana su tradicional plantación de árboles, ¡anímese! “, esa idea si le gustó a C, se entusiasmó con la idea de plantar un árbol, seria algo especial, se ilusionó tanto que llamó enseguida para apuntarse.
Llego el gran día, había quedado a las doce en la calle Gabriel y Luna, no se arregló mucho, se vistió para causar buena impresión pero sin llegar a llamar la atención.
Cuando llegó, vio a un grupo de gente congregados sobre unas cajas, un hombre iba repartiendo una bolsita pequeña con semillas, cuando C iba a coger su bolsa una mujer se le adelantó, - no se preocupe, coja una, coja...-, una oportunidad para hacer amistad, pensó C, pero no fue así, ya que la señora cogió su bolsita y se marchó sin mirarle. Cuando todos tuvieron su bolsita con las semillas, incluido C, un hombre con un magnetófono indicaba donde irían a plantar las semillas, tenían que andar hasta un prado cercano.
Mientras caminaban C intentaba arrimarse a otra gente para hablar de algo, pero nadie le dirigía la palabra, nadie lo hablaba, pero C no se vino abajo, andaba algo mas rápido y escogía a otra persona, se ponía a su lado, pero nada, al quinto intento fallido de entablar alguna conversación se rindió, y así caminó, solo y sin hablar con nadie hasta el prado.
Cuando llegaron, el único objetivo de toda la actividad era plantar las semillas, y así lo hicieron, después la gente se dispersó por varios caminos, C intentó seguir a uno, a otro, pero nada, pasaron pocos segundos y allí se quedó, solo en medio del prado.
De repente una mujer se acercó a él, ¡C vio que no todo estaba perdido!, era su ultima oportunidad, caminó hacía la mujer.

-ha estado bien la actividad, ¿verdad?, ¡plantar un árbol!, luego, cuando crezca, podremos decir orgullosos: “este árbol lo planté yo”, ¿no? – le dijo a la mujer.

Tras unos segundos de incredulidad, la mujer le miró.

-A mí que me cuenta –dijo indignada-. De que me está usted hablando, yo voy a comprar el pan.

© Sergio Becerril 2007

 
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