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Bodega de Recuerdos en papel

He recopilado los relatos que he publicado este año en este Blog, y he creado un libro que se puede solicitar a través de la página Web de Lulu.
Esto es publicidad diréis algunos, pues si, es publicidad, Spam, intrusión, venta deliberada, pero amigos estoy en mi propio espacio Web, si no me hago yo publicidad ¿Quién lo va hacer por mi?
Bueno, que si os han gustado mis relatos, es una oportunidad de tenerlos en un libro impreso, o si tenéis que hacer un regalo, etc.

El libro se titula (como no) Bodega de Recuerdos, y contiene 20 relatos, sí, uno más que en el Blog, uno inédito, que publicaré después de estas fiestas en el Blog.

Ni que decir tiene que yo apenas gano nada con cada libro que se venda, entre unas cosas y otras, mis ganancias no llegan a un euro por libro, pero como todos sabéis eso en este momento es lo de menos, lo importante es que conozcáis y conozcan mis relatos.

Pinchando en este enlace os lleva directamente a la compra de libro.


http://www.lulu.com/content/1764106


Un abrazo para todos. Felices Fiestas.

Credulidad del tiempo - Relato 19

CREDULIDAD DEL TIEMPO

Me gustan los días lluviosos como el de hoy, supongo que además de evocarme tiempos pasados, indudablemente mejores, me gusta ver las caras de la gente en días así.
Me gusta ver la reacción de la gente en días de lluvia, todo les molesta, si solo es agua, pienso yo, pero la gente debe creer que llueve ácido sulfúrico, me encanta ver la inseguridad en sus caras por que ven que la persona de enfrente no baja o sube su paraguas, como miran constantemente sus zapatos y el agua que ha caído sobre los mismos. Es inevitable, está lloviendo, es normal que el agua manche tus zapatos, pues la gente parece que no termina de entenderlo. Es verdad, me divierto mucho observando la cara de la gente en días de lluvia, son pocas las personas que sonríen de verdad en días grises y lluviosos como el de hoy.
El día ha empezado así y no hay vuelta atrás. Me aseo, desayuno y me visto, hoy me espera una jornada de trabajo como todas las demás, si dijera que mi presencia en la empresa es imprescindible mentiría, de echo nadie notaria que no he ido hoy a trabajar, incluso en varias ocasiones lo he hecho, no he ido al trabajo y nadie me ha echado en falta, no he tenido que justificar mi ausencia, por que para nadie existió la misma. Mi reservada forma de ser y mi introvertida personalidad, me ha ayudado mucho a conseguir este, por llamarlo de alguna manera “status”, en definitiva que puedo permitirme ciertas licencias laborales.
Entro en la cafetería donde cada mañana desayuno, como siempre observo el interior del local, a primera vista nada nuevo, lo había visto tantas veces que incluso notaría la presencia de cualquier insecto invitado. En una segunda ojeada, en la mesa del fondo, la que se sitúa cerca de la maquina tragaperras observo a una joven, morena con el pelo liso por debajo de los hombros. Esa chica no acostumbra a desayunar aquí, pienso.
Me acerco a la barra y pido lo de siempre, café con una tostada. El camarero después de darme los buenos días con voz marrón y taciturna me sirve el desayuno. Lo llevo hasta la mesa, por suerte hay una mesa libre al lado de la chica morena.
Ya sentado en la mesa en la distancia corta la reconozco. En la vida de cada uno hay personas que son importantes aun sin conocerlas, nunca has hablado con ellas, alguna vez que otra has cruzado alguna mirada, pero no existe relación, no se ha perdido no, es que simplemente no existe ninguna relación. Esas personas de las que hablo, están ahí y por el mero hecho de existir, por alguna razón inexplicable son importantes para uno mismo.
La chica morena que nunca había visto en la cafetería donde siempre desayunaba volvía a cruzarse en mi vida, habían pasado años desde la ultima vez que la había visto, pero hoy, en este día lluvioso, en esta cafetería salpicada por las insistentes gotas de lluvia, cristales empañados, y ambiente cargado de humedad debido a la ropa mojada, me había vuelto a encontrar con Patricia.
Tengo que dejar de mirarla, pensé, intenté hacerlo, pero antes de desviar mi mirada ella volvió su cabeza y me vio. Como tantas otras veces las miradas dialogaron, convisuaron durante algunos minutos. Me pregunté si me conocería, si ella sabía quien era yo. Era lo primero que pasaba por mi cabeza después de cada encuentro. Tiene que saber quien soy, por lo menos de haberme visto a lo largo de muchos años, en diferentes etapas de nuestra vida, debería recordar mi cara porque hemos coincidido muchas veces, aunque solo sea por que mi mirada se había y se queda desnuda, dormida ante sus oscuros ojos, debería recordar mi aspecto, pensé.
El tiempo ha estirado sus cabellos, quizá se ha cambiado de tinte, su pelo es de color más claro que el que llevaba la última vez que la vi, o al menos así lo recuerdo yo. Ahora su aspecto es de mujer. Sus ojos también han cambiado, ya no reflejan inseguridad, su mirada es firme y recta, y sus pupilas no tiemblan en ningún momento. La triste dulzura que apreciaba en sus ojos fue algo que siempre me atrajo, pues para mi era señal de que necesitaba que alguien la cuidase, que alguien la abrazase para sentir esa juvenil seguridad que buscamos en la adolescencia. El azar o que sé yo la había vuelto a poner delante de mí, y ahora sus ojos aunque distintos me atrapaban de igual manera, pues aunque reflejaban experiencia, al cabo de mirarlos unos minutos la necesidad asomaba por sus largas pestañas, y me deje invitar una vez más por su austera nostalgia.
Habían sido muchas miradas, comentarios adolescentes con los amigos, comentarios juveniles con los mismos o diferentes amigos, decisiones dubitativas, romanticismos estoicos que no llevaron a nada.
De repente siento frío, y necesito hablar con ella, lo pienso y lo repienso, pero no puedo aguantar más, tengo que hablar con ella, por lo menos conocerla, solo conocerla.
Cuando me di cuenta estaba sentado en su mesa.
-hola Patricia
-hola, ¿te conozco? –dijo ella con gesto ingenuo.
-no, al menos nunca hemos hablado, a lo mejor me has visto por el barrio, en el instituto, en cualquier bar de copas, pero nunca hemos hablado
-si, ahora que lo dices, tu cara me suena –dijo.
Sus labios hinchados todavía por el calor de la almohada se antojaban dulces, en ese momento pensé en besarla, así sin más, pero sabia que no era lo correcto, no había esperado tanto tiempo para cometer tal estupidez.
-tengo que contarte algo –la dije, ella se quedó mirándome, no decía nada, intentaba calentar sus manos sujetando el café todavía caliente-. Tengo que contarte por que sé tu nombre, también quiero que sepas algunas cosas que durante estos últimos quince años no he podido decirte, por miedo, por mi forma de ser, o que se yo
-no te entiendo –dijo ella con sonrisa forzada.
-supongo que no, todo esto te parecerá una locura, te suena mi cara pero no sabes quien soy, no sabes mi nombre y de repente, a las nueve de la mañana te abordo en una cafetería diciendo que quiero contarte algo. Te entiendo y quiero que sepas que esto para mi tampoco es fácil, sin embargo siento que tengo que contarte muchas cosas. Ni siquiera persigo un fin concreto, solamente necesito contarte algo, necesito que conozcas una parte de mi para que también sea tuya.
-sin duda estoy un poco confusa, pero tus ojos me dicen que no eres un loco, ni siquiera que me estés tomando el pelo, desprendes sinceridad y nunca había visto una mirada tan entregada, nunca me han mirado como tu lo haces ahora mismo.
-No te creo –a cuantos habrás hipnotizado con la oscuridad de tus ojos, pensé para mí.
Había escuchado su voz muchas veces, pero nunca sus palabras se habían dirigido a mí, al menos no directamente, siempre que la había escuchado hablar yo me apropiaba de sus palabras, cazaba sus, para mí espesas palabras, y las anotaba en mi recuerdo, para los momentos difíciles, registraba su tono de voz en la galería de mi conciencia, en el habitáculo de mi memoria dedicado a la persona más importante de mi vida.
-tengo que decirte que eres la persona más importante de mi vida, tu has guiado mis sentidos durante estos últimos quince años, pensando en ti me hago una idea muy fiel de lo que puede llegar a ser el amor. Se que todo esto suena ridículo, es más, estoy intentando hablarte sin buscar palabras edulcoradas, intento evitar palabras que suenen a canción de amor adolescente, estoy intentando hablarte desde la razón, sin embargo es complicado, para que te hagas una idea, es como hablar del cristianismo, sin hablar de fe, lo que quiero decir es que para contarte todo lo que te intento decir tengo que decir palabras cursis, incluso empalagosas, de todas formas intentaré ser lo mas practico posible y evitar la vulgar y manida poesía.
-¿quieres decirme que te gusto? ¿Qué estás enamorado de mí? –dijo Patricia.
No pude evitar reírme, tuve que hacer un esfuerzo para contenerme y no carcajear.
-perdona, ¿de que te ríes? A lo mejor a sonado algo presuntuoso, perdona, lo mejor será que me vaya –dijo, y se levanto intentando mover mi silla.
-por favor Patricia, solo serán unos minutos, yo te cuento lo que tengo que decirte y luego me voy, nos vamos –dije con voz calmada.
No sé por que motivo, pero manejaba toda la situación, estaba hablando con Patricia, con una tranquilidad absoluta, había empezado a soltar las palabras que llevaba guardadas dentro de mi durante los últimos quince años, mi mirada la sujetaba a la silla, mis palabras la hipnotizaban, incluso el ambiente del bar, ruidoso ya con las primeras voces de la mañana, no era obstáculo para que nuestras palabras se entendieran y nos escucháramos sin levantar demasiado el tono de voz. Patricia volvió a sentarse, me fijé en sus labios, habían perdido un poco el grosor, debido quizá al despertar progresivo de su piel.
-No me gustas, no estoy enamorado de ti –dije. Es algo más, no puedo estar enamorado de ti, ni siquiera te conozco, bueno, puede que si me gustes, pero gustar es una palabra tan corta para lo que yo he sentido durante tanto tiempo que no hace justicia a mi sacrificio, por llamarlo de alguna manera
-que quieres decirme –dijo ella bajando la mirada.
-la primera vez que te vi yo estaba asomado a la ventana de mi habitación, era verano, tu llevabas un vestido negro con estampado de flores rojas, llevabas una carpeta y el pelo corto, cortado como un chico, pasabas por mi calle y de repente te paraste a hablar con algún amigo tuyo, allí estuviste unos diez minutos y yo te observaba, te observé, muchas veces he pensado por que me fijé en ti aquella tarde, pero lo hice y me atrapaste.
-no recuerdo, ¿vestido negro con flores rojas? –dijo sonriendo con timidez.
-algunas tardes, y más bien creo yo por casualidad, te veía desde mi ventana, lo que en principio había sido una mirada furtiva, la observación de una chica que me había parecido muy atractiva, se convirtió en algo extraño, obsesivo. Cada vez que me asomaba a mi ventana, la mayoría de las veces coincidía contigo. Tú pasabas caminando, sola y a veces con tu amiga una chica rubia que posteriormente averigüe que se llama Yolanda.
-si, oye de verdad que me estás dejando alucinada, Yolanda es mi amiga, de hecho la estoy esperando, por cierto ya llega tarde, ¿Qué calle era?
-Miguel de Cervantes –dije.
-si, por aquel entonces estudiaba inglés en una academia cercana, claro, pasaba por esa calle todas las tardes
-vaya y yo que creía que el destino nos estaba uniendo, y resulta que solo ibas a clases de inglés, entonces no había nada mágico en todo aquello, tu tenias que pasar todas las tardes por mi calle
-sí, supongo que sí –dijo ella.
-una tarde ibas con tu amiga Yolanda y de repente te paraste debajo de mi portal, empezasteis a escribir algo en la pared, pasaron algunos minutos hasta que os fuisteis. Yo me vestí de inmediato y bajé a la calle a ver que habías escrito, así supe como te llamabas, esa tarde descubrí tu nombre, ya podía dejar de llamarte “la chica del pelo corto”
-es increíble, no puedo creer lo que me estás contando.
-es cierto, es increíble, de hecho no sé como he podido llegar a donde he llegado, de verdad que parece de película, pero es cierto, pero espera, espérate que todavía hay más, mucho más.
-sigue por favor.
-una tarde en el colegio, antes de entrar a clase por la tarde, justo en el momento en que tocaba la sirena para entrar, pasaste tú, ibas con una mochila, así que supuse que ibas al colegio de al lado
-yo fui al Antonio Machado –dijo Patricia.
-yo al Bachiller Alonso López. Todas las tardes esperaba para verte pasar, tú alguna vez que otra correspondías mi observación, pero te mostrabas indiferente y nunca tu mirada sostuvo la mía durante más de un segundo. Después vino el tiempo de salir, de irse de copas con los amigos la noche de los viernes y sábados. Algunas veces hemos coincidido en algún bar, recuerdo como mis amigos me jaleaban para que te dijera algo, para que me presentase, por que Patricia, me tenias loco, eras como un icono de, no digamos del amor, si no de la vida, la de veces que habré ensayado como presentarme, que decirte, sin embargo nunca lo hice
-¿Por qué? –dijo ella.
-supongo que soy un romántico, así te tenia, aunque fuera de forma clandestina, te tenia en mis pensamientos, en mis proyectos de futuro, en mis sueños, te tenia sin peleas, sin reconciliaciones, sin celos, sin monotonía, te tenia con pasión, te tenia sin tu saberlo, si te hubiera dicho algo todo eso hubiera acabado, incluso es posible que hubiera tenido algo contigo, ahora podrías ser mi novia, pero actuando existía un porcentaje de perderte, por muy bajo que este fuese existía, de esa manera te tendría siempre. Te idolatraba Patricia, no sé si puedes entender esto, para mi eras como una real ilusión para toda la vida.
Ella se quedó mirándome, su cara reflejaba incredulidad y sus ojos brillaban, me miraba casi sin pestañear.
-todo esto que me estás contando –Patricia hizo una pausa, sus ojos brillaban y daba la impresión de estar a punto de llorar-. Todo lo que me has dicho es cierto y no pregunto, afirmo, por que nunca he escuchado que alguien me hablará de sus sentimientos con tanta sinceridad.
-mis palabras suenan sinceras por que llevan más de quince años calladas. Muy pocas veces las palabras salen con tanta convicción, muy pocas veces las palabras salen del alma para ser escuchadas desde el alma.
-se está haciendo tarde –dijo Patricia mirando su reloj-. Yo creo que Yoli se ha ido directamente a la tienda, ¿Qué hora es? Se me ha vuelto a parar el reloj
-las nueve y media –dije.
-entro a trabajar a las diez, pero no me apetece ir, ¿tu tienes algo que hacer? Quiero decir que si te parece nos vamos a un sitio más tranquilo y me sigues contando tu historia
-de acuerdo, creo que me tomaré el día libre –dije.
Mientras Patricia llamaba por teléfono, imaginé que a su jefe, yo pagué los desayunos y salí a la calle. Había dejado de llover pero el cielo estaba oscurísimo y todo alrededor estaba de color grisáceo. Las cosas eran sombras y las sombras un poco de color.
Caminamos unos metros, uno al lado del otro, de vez en cuando Patricia me miraba y me sonreía, yo la devolvía el gesto. Poco a poco la pesada carga iba desapareciendo, poco a poco iba soltando de la bodega de mis recuerdos los sentimientos no encontrados con la persona que ahora caminaba junto a mí.
Entramos a un solitario café, solo había dos personas charlando en voz baja, sin duda aquí estaríamos más tranquilos.
-¿Qué quieres tomar? –dije.
-no sé, un batido de vainilla –dijo, tenia las manos metidas en los bolsillos, su pelo moreno caía sobre sus hombros, algunos mechones estaban entremetidos entre su cuello y la chaqueta, acerqué mi mano con lentitud y liberé la melena, ella agradeció el gesto, y sus pestañas se sobrecogieron, no se alarmó, no dijo nada.
-dos batidos de vainilla por favor – le dije al camarero.
Nos sentamos en una mesa al final del café, no veíamos a nadie, parecía que estábamos solos.
-puede que todas las veces que pasaste por mi calle, no fuera cosa del destino y si de tus clases de inglés, puede que tampoco el destino tuvo nada que ver con que fueras al colegio que estaba al lado del mío, todo se debió a que somos casi vecinos y tenias que ir o al mío o a ese, también admito que no fue el destino quien nos unió en el instituto, ya que fui yo el que sabiendo que tu ibas al Giner De los Ríos me inscribiera en este para estar cerca de ti
-¡te apuntaste al mismo instituto que yo a propósito! ¡Para estar cerca de mí! –dijo interrumpiendo mi razonamiento y abrió tanto la boca que pude observar sus dientes.
-si, así es.
-es increíble, no puedo creerlo, ¿de verdad?
-que sí, lo hice, ¿Por qué no iba a hacerlo? Que mas me daba ir a un instituto u otro, así podía verte, podía seguir viéndote.
-¿y como te enteraste?
-bueno, en realidad fue un mes más tarde, yo en principio me matriculé en el Joan Miró, pero una tarde yo charlaba con un amigo y tu pasaste por mi lado, yo me quedé observándote como siempre, mi amigo me dijo: “¿te gusta esa chica?” Yo no le conteste, no le dije nada, pero el dijo: “viene a mi instituto”. Entonces el lunes siguiente cambie mi matricula.
Patricia arqueo sus cejas y abrió los ojos con admiración.
-Deja que te siga contando. Como te iba diciendo admito todo lo que estuvo en mi mano e inconscientemente también en la tuya, pero existe algo de magia en todo esto, que ni yo busque ni tu ejerciste. Me explico, una tarde cuando volvía a mi casa, no recuerdo de donde venia, quizá del gimnasio, me encontré una especie de plástico transparente y dentro del mismo un DNI junto con una cartilla de la seguridad social, cuando vi tu foto no podía creérmelo, me quedé paralizado.
-¿tú lo encontraste? ¿Tú lo metiste en mi buzón? –dijo Patricia interrumpiendo mi relato.
-si, de todas las personas que podían haber encontrado aquella documentación fui yo quien la vio ahí tirada en el suelo, delante de mi, que cosa tan maravillosa, tan increíble, como te digo algo o alguien intervino en aquella ocasión, el azar, yo que sé, pero allí estaba yo con tu DNI en mi mano, no podía parar de reír, lo guarde en mi bolsillo y me fui a mi casa pensando en la de posibilidades que se me abrían en aquel momento.
-no sé que decir, todo esto es tan surrealista. Hoy en principio debería haber sido un día normal, entré en esa cafetería por casualidad, de repente apareces tú y te decides a contarme todo esto, que sin duda me encanta, es todo tan bonito.
-el caso es que pensé en escribirte una carta, aprovechar la ocasión de haber encontrado tus documentos para devolvértelos con un escrito explicándote todos mis sentimientos, mis amigos me alentaron a hacerlo, “que mejor ocasión para decirle todo lo que sientes, pero no por carta en cuanto la veas le das su documentación y de paso te presentas”. Pero no, el riesgo de perderte, era mucho mayor a mis deseos de conocerte. Después de meditarlo mucho, pensé que lo mejor era devolverte la documentación sin más, así que hice una fotocopia de tu DNI y una tarde fui a la dirección que figuraba en el mismo, llamé a uno de los telefonillos y me presenté como el cartero comercial, me abrieron enseguida, entré y busque tu buzón, allí estaba tu nombre junto con el de tus padres, bese tus documentos y los introduje dentro del mismo.
-mi madre me lo dio al día siguiente, gracias. Podías habérmelo dado en mano, yo que sé, me hubiera gustado agradecértelo, puedo entender que yo te gustase, pero no entiendo porque nunca me hablaste, nunca te presentaste, y teniendo una ocasión tan clara de haber iniciado una conversación conmigo con la excusa de devolverme mi documentación, no sé por que no lo hiciste. No lo entiendo.
-no necesitas entenderlo Patricia, como tampoco necesitas entender que cuando digo tu nombre, incluso ahora que el paso de los años ha derrotado mis sueños, no suena tu nombre si no mi razón de ser.
-¿Por qué yo? Tampoco soy nada del otro mundo, soy una chica normal, además no puedes sentir nada por mí, tu mismo lo has dicho, no me conoces.
-precisamente por eso, no te conozco. Y aunque tu mirada te infravalora, tú no lo hagas, no eres una chica normal, eres muy atractiva. Muchas veces he pensado que lo que me estaba pasando rozaba la locura, lo absurdo. A ver si consigo que lo entiendas, si te hubiera dicho algo, si me hubiera presentado y en un momento dado hubiera conseguido seducirte, hubieras sido una más, una relación más, como te he comentado antes incluso ahora podrías ser mi novia, pero todo lo mágico, todo lo místico, toda la admiración que sentía por ti, en algún momento se hubiera perdido, a lo mejor no ahora, ni dentro de diez años, quizá nunca, pero hubiera sido distinto.
-quizá mejor –dijo ella.
-supongo, no lo sé, ahora que lo dices, creo que solo fue miedo, miedo al rechazo.
Los dos nos quedamos en silencio, mirándonos, pero en esta ocasión era diferente, nos mirábamos entendiéndonos, ella sabía que yo existía porque estábamos hablando, compartíamos mesa y dialogo, la conversación callada que durante tanto tiempo no se había producido estaba saliendo con total fluidez, escribiéndose en un nuevo capitulo con resultados todavía desconocidos.
-Ya sabía casi todo de ti, en algunos casos por mis, llamémoslas investigaciones, o bien por causa del destino. Recuerdo que un catorce de febrero en una pagina de Internet ofrecían la posibilidad de enviar bombones gratis a la persona querida, una chorrada de estas de Internet para dar publicidad a una nueva compañía de teléfonos móviles. No desperdicié la ocasión.
-¡fuiste tú el de los bombones! –los grandes ojos de Patricia se abrieron como pozos.
-si –dije frunciendo el ceño y torciendo el gesto.
Patricia empezó a mover su cabeza de un lado a otro, me miraba, de repente comenzó a reírse, cada vez con más fuerza, me contagió la risa y a los pocos segundos los dos estábamos riéndonos a carcajadas, nos mirábamos y nos reíamos.
-luego vino una gran decepción –dije y dejé de reírme, ella hizo lo propio.- Te echaste un novio, para más castigo, os apuntasteis a la misma autoescuela que yo. Tuve que veros juntitos, es cierto que nunca os vi besaros, si pasear de la mano por la calle, si en algún bar de copas. Nunca tuve la sensación de que eras feliz al lado de ese chico, quiero decir que nunca te veía reírte a su lado, e incluso una vez os vi discutir acaloradamente. Desde ese momento perdiste protagonismo, ya que le observaba más a él que a ti, me comparaba con él, pensaba si era realmente el chico que merecías, que yo no hubiera intentado algo contigo era cosa mía, pero tú te merecías y te mereces lo mejor.
-era un payaso, nunca fui feliz a su lado, por eso lo dejé. A parte él también se cansó de mí. Es que yo soy muy celosa, a lo mejor también lo sabes, pero puedo llegar a ser muy absorbente, hiciste bien en no decirme nada –Patricia hizo amago de reírse.
-no, no sabía que fueras celosa, aunque pueda parecer lo contrario, no te conozco.
-lo demás no tiene importancia, encuentros casuales, miradas furtivas, descaradas, miradas borrachas, incluso infieles. Todas mis novias te han conocido, les hablaba de ti, les decía: “mira he estado enamorado de esa chica durante años” ellas te miraban celosas, alguna te insultaba, yo les contaba toda la historia, bueno había capítulos que todavía no se habían escrito, pero les contaba lo que hasta ese momento había pasado y ellas se ponían celosas e intentaban cambiar de tema. Una vez que te conocían, que sabían de tu existencia y lo que habías significado para mi, tenía que mirarte sin que ellas se dieran cuenta. Tú eras la única a la que podía dirigir mi mirada para entregártela sin miedo a perderla.
Permanecimos en silencio durante algunos minutos, Patricia suspiraba y clavaba sus ojos negros sobre mí.
-¿y ahora que? –dijo de pronto.
-¿Qué de que?
-¿Qué sientes por mi? –dijo.
-lo mismo de siempre, eres el sueño inalcanzable que no quiero que se haga realidad, por miedo a volver a dormirme y sufrir una pesadilla.
-Sergio, todo esto que me has contado es precioso.
-un momento –dije y la voz casi no podía salir de mi garganta.- ¿Cómo sabes mi nombre?
-quizá te conozco más de lo que tú te crees –dijo ella.- Es una larga historia, casi tanto como la tuya. Salgamos de aquí, demos un paseo.
-sí, claro, estoy ansioso por escucharte., de momento tenemos todo el día…

© Sergio Becerril 2007

Voz - Relato 18

VOZ

Se dio cuenta en el coche, de camino al trabajo, en el estribillo de la canción que sonaba en ese momento por la radio, de repente Frank había perdido la voz. No la voz propiamente dicha, él podía hablar, incluso gritar, pero no podía cantar, había perdido su voz artística, su inconfundible tono, su capacidad de llegar donde llegaban los cantantes profesionales, así, sin más, de buenas a primeras había perdido la voz.
En un primer momento no dio importancia a lo sucedido. Carraspeo un poco y espero a la siguiente estrofa. Se sintió incomodo por no recordar la canción que en ese momento sonaba, apenas podía recordar el estribillo, y pensó que quizá era por ello por lo que su generosa voz no salía en aquella canción. Recordó por fin la letra y en el momento de subir de tono no pudo alcanzar al cantante, que con grandeza, sonaba por los altavoces del vehículo.
En ese trayecto ya no cantó más, decidió descansar su voz, y empezó a pensar en las razones de tan magnánima perdida. Quizá he cogido frío, me estaré acatarrando, a lo mejor la canción que canté ayer en la ducha me ha irritado la garganta, si es que ya decía yo que no tenía que esforzarme tanto en algunas canciones, sobre todo en los finales... pensaba para si.

Hay que decir que siempre cantaba, fuera la canción que fuera, siempre cantaba. Ya desde pequeñito Frank tenía cierto arte para la canción, a medida que fue creciendo, su voz también fue cambiando, pero el tono, la fuerza, y la capacidad de adaptar su voz a la voz que sonaba en ese momento eran asombrosas. Si cantaba un bolero la voz de Frank sonaba suave, si era una canción Pop la voz tornaba dinámica y expresiva, si sonaba flamenco su fonética cambiaba adaptándola a los dejes andaluces. Disponía de tantos recursos que ninguna canción se le resistía.
Para Frank su voz era importante, y lo era por que sí, ya que no era cantante, tampoco actuaba los fines de semana en ningún lugar, es más, la única persona que disfrutaba de su voz era él mismo. La importancia que cada uno damos a ciertas cosas de la vida, hace que todo esto, la historia pasada y futura, tenga variopintos contornos y sabores. Y eso en parte es lo que nos hace diferentes.

Un par de días más tarde, la voz de Frank se volvió a quebrar mientras cantaba “Sin Documentos” de “Los Rodríguez”. La canción acabó y Frank seguía haciendo pruebas con su garganta, carraspeaba, tosía con fuerza, pronunciaba las vocales a media voz, hablaba para ver si su voz sonaba igual que ayer, nada, todo perfecto, su voz sonaba como siempre, la garganta no le dolía, podía gritar e incluso cantar en ciertos tonos, pero a la hora de forzar la voz, esta se resistía a salir, de buenas a primeras se le había instalado un limitador de voz en la garganta, haciéndole creerse un inútil para la canción.

Al día siguiente Frank se encontró con Delia, una antigua novia y ahora amiga. La relación era estrecha, se reunía cada poco tiempo con ella para tomar café, ir al cine, o tomar alguna copa después del trabajo. En este día la cita fue casual, se encontraron por la calle, y de mutuo acuerdo decidieron tomar un café en un bar cercano.
Delia hablaba y Frank simulaba escucharla, en realidad Frank pensaba en su problema, y en por que su voz no sonaba como antes. Después de algún rato, decidió contar a su amiga su problema.

-Delia, he perdido mi voz – dijo Frank de repente.
-¿Por qué dices eso? Yo te escucho muy bien
-No me refiero a esta voz, sino mi voz artística
-¿Eres cantante? ¿Desde cuándo? –dijo Delia confundida.
-No, no soy cantante, ni mi voz me da de comer, pero desde hace unos días no puedo cantar, cuando intento llegar a los tonos más altos de la canción simplemente no llego, no alcanzo al cantante cuando antes si lo hacía
-Puede que estés acatarrado, o que hayas cogido frío, quizá en alguna canción te lastimaste un poco alguna cuerda vocal, yo que sé Frank, no des importancia a esas cosas –dijo Delia esbozando una sonrisa, y omitiendo intencionadamente, y en vista de la cara de preocupación de Frank, una sonora carcajada.
-Sí, puede ser –dijo Frank apesadumbrado.

Con el paso de los días, el problema fue creciendo, no físicamente pero sí en lo psicológico. La voz de Frank no había empeorado, pero tampoco había mejorado, y la frustración que sentía al cantar sus canciones preferidas era equiparable a la perdida de un ser querido.
Y como cualquier problema, este también le quitó el sueño a Frank. Se pasaba largas noches pensando en el motivo que le había hecho perder su tono. El fútbol, mi Madrid, habrá sido por animar al equipo cada quince días en el Bernabeu, si es que ya decía yo que no podía esforzarme tanto, si además ni siquiera pueden oírme, dudo mucho que desde el tercer anfiteatro los jugadores me oigan, este fue el ultimo pensamiento antes de amanecer, y aquella noche no durmió.

Frank dejó de rendir en el trabajo, y de cantar, las palabras de su antigua amiga Delia retumbaban en su cabeza: “...no des importancia a esas cosas”. Y a que voy a dar importancia entonces, se descubrió gritando.
La psicosis de Frank fue tomando tal magnitud que empezó a odiar la música, quitó el radiocasete del coche, ahora solo se veía un hueco cuadrado y unos cables colgando, tiró su Ipod, y la minicadena de su casa, metió en una bolsa de basura todos sus Cd´s. Cuando caminaba por la calle y sonaba alguna canción se tapaba los oídos, y como la música estaba presenta en cada esquina, y frecuentemente en todos los sitios por los que pasaba, se compró unos tapones para los oídos, cuando se los puso el mundo dejó de sonar. Sin embargo la música seguía sonando dentro de su cabeza, una canción, después otra, y otra, y otra más, por su cabeza sonaban todas sus canciones preferidas, incluso durmiendo la música sonaba.

Un día, mientras sonaba en la cabeza de Frank una de tantas canciones, intentó cantarla, empezó tarareando, después vocalizando algunas letras, a mitad de la canción su voz sonaba fuerte, llegaba a los tonos altos sin ningún problema, había recuperado la voz. Sintió tanta alegría que decidió quitarse los tapones que dos meses antes se había puesto en los oídos, busco algún medio con el que reproducir alguna canción, pero le fue imposible, había tirado hasta la televisión, pero eso no fue impedimento para que Frank no fuera el hombre más feliz de la tierra, de repente una buena canción le vino a la cabeza, y como antes empezó a sonar como si saliera de unos altavoces, ahora sin tapones en los oídos escucharía su voz con toda su fuerza y vitalidad de siempre, los primeros acordes comenzaron a escucharse en su interior y comenzó a cantar, el principio fue bien y su tono bueno, pero no lanzó las campanas al vuelo, en el estribillo se escucharía si realmente había recuperado su voz, y llegó a los pocos minutos, y Frank llegó, que digo llegó, superó a la voz cantante profesional que sonaba en su cabeza, sí, definitivamente había recuperado su voz.
Fue tanta la alegría experimentada en aquel momento por Frank, que decidió salir al balcón a terminar la canción, y entre aspavientos con sus brazos y gesticulaciones artísticas se descubrió semidesnudo en la terraza. Por suerte nadie lo miraba, la gente pasaba como ausente por debajo de la terraza de Frank e ignorando su voz, en realidad nadie lo escuchaba, su voz como la canción sonaban en su interior.
Entró de nuevo en su casa y cerró el balcón.
-No entienden el arte, no saben apreciar una buena voz -dijo Frank para sí. Y esto es literal, ya que aunque él creyó hablar en voz alta, nadie podría haberle escuchado, pues ningún sonido salió de su boca.

© Sergio Becerril 2007

O´Henry - El regalo de los Reyes Magos

Se acerca la "Consumidad", nada mejor que leer en estos tiempos navideños que el relato del escritor estadounidense O´Henry titulado "El regalo de los Reyes Magos", o como le gustó titularlo a Borges "Los regalos perfectos".
Esto es literatura con mayúsculas, espero que les guste. Feliz Navidad.

El regalo de los Reyes Magos - O´Henry
Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.
Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.
Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.
-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.
-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
-Démelos inmediatamente -dijo Delia.
Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.
Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.
A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.
"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."
A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".
La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.
Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?
Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.
-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.
-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.
Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:
-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
-¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

Rubén Darío - Lo fatal

Gracias a alguien no soy la única persona que escribe, y aunque la poesía no es un genero que consuma en grandes cantidades, de vez en cuando me gusta leer buenos poemas, de Darío, Lorca, Machado, Salinas, etc.
En este "semidía" en el que las nieves y las aguas se mezclan, dejando el cielo gris y la ciudad sin brillo, les dejo que paladeen buenos versos, su espíritu se lo agradecerá.

Que lo disfruten.

Rubén Darío - Lo fatal
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra,
y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...

Soledad o no - Relato 17

C se sentía solo, todos sus amigos se habían echado novia, no tenia a nadie, se le ocurrió iniciar alguna actividad para conocer gente, pensó en hacer un Curso de Cocina, pero enseguida desechó la idea, también pensó en apuntarse a un gimnasio, ¡que pereza!, descartó todas las propuestas que se hizo.
Al día siguiente C pudo leer en el periódico el siguiente anuncio: “ Asociación Argú organiza este fin de semana su tradicional plantación de árboles, ¡anímese! “, esa idea si le gustó a C, se entusiasmó con la idea de plantar un árbol, seria algo especial, se ilusionó tanto que llamó enseguida para apuntarse.
Llego el gran día, había quedado a las doce en la calle Gabriel y Luna, no se arregló mucho, se vistió para causar buena impresión pero sin llegar a llamar la atención.
Cuando llegó, vio a un grupo de gente congregados sobre unas cajas, un hombre iba repartiendo una bolsita pequeña con semillas, cuando C iba a coger su bolsa una mujer se le adelantó, - no se preocupe, coja una, coja...-, una oportunidad para hacer amistad, pensó C, pero no fue así, ya que la señora cogió su bolsita y se marchó sin mirarle. Cuando todos tuvieron su bolsita con las semillas, incluido C, un hombre con un magnetófono indicaba donde irían a plantar las semillas, tenían que andar hasta un prado cercano.
Mientras caminaban C intentaba arrimarse a otra gente para hablar de algo, pero nadie le dirigía la palabra, nadie lo hablaba, pero C no se vino abajo, andaba algo mas rápido y escogía a otra persona, se ponía a su lado, pero nada, al quinto intento fallido de entablar alguna conversación se rindió, y así caminó, solo y sin hablar con nadie hasta el prado.
Cuando llegaron, el único objetivo de toda la actividad era plantar las semillas, y así lo hicieron, después la gente se dispersó por varios caminos, C intentó seguir a uno, a otro, pero nada, pasaron pocos segundos y allí se quedó, solo en medio del prado.
De repente una mujer se acercó a él, ¡C vio que no todo estaba perdido!, era su ultima oportunidad, caminó hacía la mujer.

-ha estado bien la actividad, ¿verdad?, ¡plantar un árbol!, luego, cuando crezca, podremos decir orgullosos: “este árbol lo planté yo”, ¿no? – le dijo a la mujer.

Tras unos segundos de incredulidad, la mujer le miró.

-A mí que me cuenta –dijo indignada-. De que me está usted hablando, yo voy a comprar el pan.

© Sergio Becerril 2007

Pensamiento último - Relato 16

Olvidó por un momento que el también había vivido, que había disfrutado de besos, de muchos besos, distintos, aunque al fin y al cabo todos iguales, olvidó que había reído, llorado, incluso amado, olvidó todo eso, y se centro en ella, en como habría pasado los últimos días de su vida, recordó su risa, sus ojos, esas manos tan dulces, tan menudas, pensó en sus momentos juntos, la primera vez que hicieron el amor, en su pelo que tantas veces acarició, en su boca. La imaginó delante de él mirándole a los ojos, hablándole como antes lo había hecho, “Te quiero”, le decía.

Recordó, aquella tarde, cuando fue a buscarla a la puerta de su casa, ella tardo diez minutos en bajar, pero no le importó, mientras, se peinaba el flequillo y se remetía la camisa por el pantalón, ella bajó, y después de darle un abrazo le besó, sintió de nuevo, treinta años después, aquellos labios, cálidos, finos, dulces, esa tarde pasearon hasta llegar al parque, allí se sentaron, a mirarse, a sentirse, mientras, los niños bebían agua de la fuente cercana, recordó como uno de los niños al llenar un globo de agua les empapó, sonrieron y se besaron, mojados, felices.

Olvidó todo menos su cara, no podía quitársela de la cabeza, y pensó si ella, en los últimos segundos de vida, había pensado en él, en el parque, en sus besos, como él estaba haciendo en este último momento.

© Sergio Becerril 2007

Vaivenes - Relato 15

VAIVENES

La habitación del hotel apenas estaba iluminada, en ella se respiraba una mezcla de perfumes y sudores. Raúl y Nieves habían pasado las últimas cuatro horas encerrados. Hablando, haciendo el amor, mas de lo segundo que de lo primero. Y en una parte inversamente proporcional la luz y el olor a sexo, estaban presentes en la habitación “estándar” pagada a medias.
Ambos estaban tumbados, la mirada intentaba salir de sus ojos vidriosos. Ella tenía apoyada su cabeza en el estomago de él, y él utilizaba sus brazos como almohada, ya que esta minutos antes, había salido despedida quedándose en el suelo. Todavía sus cuerpos estaban impregnados de sudor, todavía sus bocas saboreaban saliva invitada.
-¿Qué hacemos aquí? –dijo Raúl.
-no lo sé. No sé que estamos haciendo aquí, pero me siento bien. Acabo de tener dos orgasmos casi seguidos, hacia mucho tiempo que no me sentía tan relajada.
-parece mentira, había visto muchas veces estas cosas en las películas, lo había leído en los libros, pero no creí que pudiera pasarme a mi. Ahora si que creo que la realidad supera muchas veces a la ficción.
-¿te sientes mal? –preguntó ella.
-si. Me siento egoísta y un cabrón.
-pues no deberías, estas cosas pasan, y nosotros hemos tenido suerte –dijo Nieves, se incorporó y con ambas manos recogió su pelo liso, se anudó una coleta. Después se tumbó junto a Raúl-. Desde la primera vez que te vi me gustaste, algo inexplicable me hizo fijarme en ti. Y la de fotocopias que habré hecho para verte y que me vieras –dijo mirándole a la cara, después sonrió.
-yo también sentí algo. Te miré y pensé que eras una mujer estupenda, maravillosa. Pero nunca imaginé estar aquí contigo, hablándote, después de haber hecho cinco veces el amor. Supongo que nos deseábamos, que tras un mes viéndonos día tras día la pasión que sentíamos tenía que salir de esta manera – Raúl hizo una pausa-. Ahora te miro y quiero ser parte de ti.
-Es algo mágico, nunca me había pasado. Te deseo tanto. ¿Qué viste en mí? –dijo ella, y se sentó en la cama, estiró su mano hacia la mesilla y cogió su paquete de tabaco, después sacó un cigarrillo y con una honda y sugestiva calada, acariciando con firmeza el cigarrillo con los labios, comenzó a fumar.
-me gusta todo. Me encanta tu nariz, afilada, directa, y tus labios, con el volumen perfecto, y tus dientes, alineados y grandes, pero sin duda lo que mas me atrae es el corte de tu cara, larga, espigada, como la de las antiguas esfinges egipcias. Eres irresistiblemente guapa y atractiva, y esos ojos, negros como el fondo de algo –Raúl se detuvo, dejó de hablar y de mirar a Nieves, torció su cabeza y se giró dándole la espalda-. He dicho negros, y me ha bastado nombrar algo negro, y el fondo, para darme cuenta de mi realidad, de nuestra realidad. Para sentirme sucio, y hacerme ver que esto esta mal, que me odio.
-tranquilo Raúl –dijo ella y se giró hacia él y lo abrazó-. Entiendo como te sientes, porque eres joven, y esos sentimientos se tienen cuando aun no has visto ciertas cosas. Yo estoy tan tranquila, me siento bien conmigo misma y con lo que hago. Nunca te sientas mal por dar amor, por recibir amor.
-pero también voy a dar odio, y a recibirlo, y tú también – dijo Raúl con firmeza, después se levantó de la cama.
-siento que te lo tomes así –dijo Nieves.
-¿Qué dices? ¿De verdad no te sientes mal? –dijo Raúl casi enfadado.
-no. Me apetecía muchísimo, y por eso lo he hecho. Si hubiera pensado que podría sentirme mal después de esto, no habría venido aquí contigo.
-¿Cómo puedes mirarlo con esa sencillez? y tu marido, ¿ya no le quieres?
-no, ya no, para mi el amor es otra cosa. El amor se va, siempre.
Nieves se sentó en la cama, apoyo su espalda contra el cabecero y se cruzó de brazos. Raúl seguía de pie, mirándola, buscos sus calzoncillos en el suelo y se los puso, después se sentó en la cama, cerca de ella, y cogió uno de sus pies, empezó a masajearlo, primero con suavidad, y luego con firmeza.
-la semana pasada fue el cumpleaños de mi marido –dijo Nieves, que dejándose llevar por las caricias de Raúl, dejó caer su cabeza sobre el cabecero cuadrado de color hueso, continuó hablando desde esa postura, con los ojos cerrados-. Después de practicar sexo pensándose que hacíamos el amor, me hizo la siguiente pregunta: “te noto rara Nieves, es como si ya no disfrutaras conmigo. ¿Tú me quieres?” me preguntó, hacia años que no me preguntaba una cosa así – Nieves volvió en si, levantó la cabeza y miró a Raúl, después continuó hablando-. Yo le pregunté ¿me quieres tú a mi? Le falto tiempo para decirme que mucho, o con locura, o algo así. Pues eso es suficiente, le dije, tú me quieres y yo estoy contigo, y si estoy contigo por algo será.
-¿y con eso le bastó? ¿se quedó satisfecho?
-¿preguntas por el polvo? –dijo Nieves riendo.
-no mujer –Raúl también reía-. Digo que si le llenó tu respuesta, si le bastó tu contestación.
-el amor es egoísta Raúl, es interesado. El me quiere con locura, y no le importa que yo no le quiera, no le importa que le hable poco, o que en ocasiones especiales practiquemos sexo sin apenas pasión por mi parte, no le importa por que él tiene lo que quiere, a quien quiere, no le importa si yo le quiero, solo tenerme, así es feliz.
-¿y tú? –preguntó Raúl.
-yo también, tengo estabilidad y una familia. La pasión ha llegado contigo, pero esto es secundario. No pretendas entenderme, será mi pensamiento o quizá mis desamores, pero veo las cosas con un prisma diferente –dijo Nieves, y se arrastró por el cabecero hasta tumbarse de nuevo en la cama.
-bueno –Raúl hizo una pausa, después continuó-. Verás las cosas desde otro punto de vista, pero aquí estamos los dos, amándonos en un hotel – Raúl sonrió y miró los ojos de Nieves.
-y tú qué, ¿quieres a tu novia? –dijo ella.
-eso creo, o al menos eso parece. Me fundiría contigo diez mil vidas, pero a ella la quiero, y aunque a veces me diga a mi mismo que no es así, aunque a veces intente convencerme de que no la quiero, siempre acabo pensando en ella. ¿Te parece extraño? –dijo Raúl.
-no, tu situación y la mía son diferentes. Yo llevo doce años casada y tú llevas tres años de noviazgo.
-yo tampoco necesito que me quieran –dijo Raúl-. Muchas veces siento que necesito más afecto, que necesito que alguien me quiera mas todavía, y bueno, no sé si será porque sé que no lo puedo conseguir, pero me autoconvenzo de que no necesito más amor del que tengo. No sé, es como si lo necesitará pero al ver que no lo voy a conseguir me aburriera todo eso, y me pongo a pensar en otras cosas. A lo mejor no me entiendes. Da igual.
Raúl volvió a tumbarse en la cama. Cogió con fuerza la cara de Nieves y la besó con suavidad. Él la quería sentir lejos, y ella lo sintió suyo. El beso se prolongo orgasmo.
Los dos abrazados, sintiéndose cerca y a la vez lejos. Vaivén de sentimientos que nunca podrán prolongarse más allá de unas horas.
-¿en que piensas? –dijo ella.
-debo aprender a estar sin ti. No quiero hacer daño a mi novia, la quiero, y aunque no sea así, ella no se merece esto.
-esta bien –dijo ella-. A fin y al cabo pienso que no somos tan distintos.
-ojalá las cosas no fueran tan difíciles –dijo Raúl y abrazó a Nieves con fuerza-. Ahora quiero dormir un poco.


Horas más tarde, cuando la señora de la limpieza abrió la puerta de la habitación, cientos efluvios sexuales salieron atropelladamente de la habitación empujándola, tirándole la escoba que llevaba en la mano. Iban arreglados, ellos con traje y corbata, y ellas con preciosos trajes de seda.
-¡pero bueno! ¡Con cuidado! –dijo la limpiadora.
Y uno de los efluvios se paró, tenia barba, llevaba un traje color berenjena, y una corbata verde oscuro.
-lo siento señora, no podemos tener cuidado, somos efluvios y adema sexuales –dijo, y después se marchó con rapidez.
La señora de la limpieza entró por fin en la habitación; y al ver los once preservativos gastados en la papelera, se dio cuenta de la intensa pasión que allí se había vivido.


© Sergio Becerril 2007

Contrastes - Relato 14

CONTRASTES

A las diez de la mañana, Maria se desperezaba en la cama. Estiraba sus piernas y encogía sus brazos. No tenia ganas de levantarse y mucho menos de ponerse hacer la casa. Al pasar la mano por su cara se palpó un granito, fue lo único que la animó a levantarse de la cama. Encendió la luz del baño y se miró en el espejo, observaba con estupor aquel bulto blanquecino en la misma punta de su nariz. La hizo sentirse mal durante algunos segundos, después se lavó la cara y orinó. Al ir a limpiarse se dio cuenta de que no había papel.

-Menuda mierda – dijo para si-. Vaya día que llevo, primero el granito, y ahora esto, ¡Dios!

Salió con prisa del baño y fue a la despensa, cogió un rollo, fue al baño y lo puso encima de la encimera.
María hacia un mes que vivía con su novio, una de las cosas que odiaba de él era que siempre que gastaba el papel no lo reponía, se lo había dicho cientos de veces, pero no servia de nada. Como tantas otras cosas se cansaba de decírselo, todo caía en saco roto. En el último mes había visto más defectos de su novio que en los dos años y medio de noviazgo.
Fue a la cocina y calentó café.

-Si ya me lo habían dicho, “la convivencia es lo peor, ahí es cuando conoces a la persona”, ¡en que día! – pensaba para si mientras se encendía un cigarrillo.

Se sirvió un café con leche y se sentó. Mientras bebía pensaba en Mario. Mario fue su primer novio. No sabia muy bien por que en ese momento, en ese instante, estaba pensando en él, pero lo hacía. Pensaba en los momentos que pasaron juntos. Con Mario Maria descubrió el amor. Su primer beso, su primer cigarro, su primera noche en vela; con Mario había pasado quizá, los mejores momentos de su vida. Sin embargo ahora tan solo era un recuerdo. Cuantas vueltas da la vida, pensó. Dio una última calada al cigarrillo y lo apagó. Termino el café y se levantó. Tenia que tender una colada.
Iba a sacar la ropa de la lavadora cuando sonó el teléfono. Se apresuró a cogerlo.

-Dígame
-Hola Maria, soy Laura ¿Qué tal?
-Laura, ¡cuanto tiempo!
-Pues ya ves, ¿Qué tal te va?, desde que estas casada no hay quien sepa de ti – la voz de Laura sonaba alegre.
-Oye que yo no estoy casada, solo “arrejuntá”, además no me hables, ahora entiendo eso de que convivir es lo peor – dijo María riendo.
-No me digas, ¿te va mal o qué? – dijo Laura.
-Pues no, la verdad es que no me va tan mal. No se Laura, yo creo que me quejo de vicio – Sandra se sentó en una de las sillas de la cocina, después prosiguió-. No se, se me hace raro todo esto
-Anda no seas tonta, si supieras la envidia que me das. Dime, como es eso de despertar al lado del hombre que amas. Y que me dices cuando de madrugada, cuando el sol empieza a salir, ¿hacéis el amor aun medio dormidos? – Laura estaba emocionada, su voz fue agitándose-. ¡No me digas tonterías! ¡Tiene que ser fantástico!
-Me parece que tú has visto muchas películas – Maria suspiró -. Las cosas no son tan bonitas, mira esta misma mañana me he ido a limpiar el culo después de mear y el muy cabrón había gastado todo el papel; he tenido que ir a buscar, y no es por ir, pero él nunca pone el rollo – la risa de Laura no dejo continuar a Maria, al final rieron las dos.
-Oye, cuándo vamos a quedar para tomar algo, aunque sea un café –dijo Laura.
-No sé, como ahora estoy viviendo con este a lo mejor se mosquea si salgo con vosotras
-No creo, de todas formas díselo, Clara y yo vamos a quedar el sábado, ¿te apuntas?
-Te digo algo, lo hablo con David y te digo algo– dijo María.
-Bueno, pero espero tu llamada, ¿vale?, lo pasaremos muy bien, que Clara tiene un nuevo novio, tenemos que ver como es
-Entonces te llamo en un par de días y me confirmas que te apuntas
-De acuerdo, Un beso. Hasta luego – dijo María.

Eran más de las dos de la tarde. Maria acabó de limpiar el baño. Se vistió con prisa. Ella trabajaba de teleoperadora en una empresa de cosmética. Su tarea consistía en atender las llamadas de los clientes que tenían alguna queja con productos de la marca. Solo anotaba en el ordenador las llamadas y las quejas, en ningún caso las resolvía o hacia nada más. Un trabajo sencillo y con un buen sueldo.
Llegó a la oficina diez minutos tarde. Tampoco pasaba nada, su jefe cuando ella llegaba estaba comiendo y como no tenia que fichar, nadie se enteraba a la hora que llegaba. Nadie excepto su compañera, que la miraba por encima del hombro y con cierto resquemor siempre que se retrasaba.

-Buenas tardes –dijo María.

Su compañera ni siquiera movió los labios, se limitó a quitar la mirada que hasta ese momento clavaba en Maria. Sería la única comunicación que tendrían en toda la tarde.

David salió mas tarde de lo habitual. Tenia que trabajar duro si quería darse algún capricho. Hacia un mes que vivía con Maria y desde que vivían juntos su economía se había resentido. Encontró como solución trabajar horas extras. El era mecánico. Le encantaba su trabajo, aunque era cansado y terminaba agotado, no había día que no se levantase con ganas de empezar la jornada. Lo que peor llevaba era dejar a Maria en la cama. La veía dormir tan a gusto. Muchas mañanas la abrazaba y permanecía mas tiempo en la cama esperando que ella abriera los ojos y le besara. Ocurrió las dos primeras mañanas, ya que a la semana de estar viviendo juntos, Maria le dijo a David:

-Oye cariño, he pensado que por las mañanas, cuando te despiertes – Maria hizo una pausa -. A ver como te digo esto sin que te siente mal – Maria hizo otra pausa.
-Venga dime amor, dime lo que sea – dijo David imaginándose cualquier dulce cosa.
-Pues… – hizo una última pausa, juntó sus manos con las de David -. Que trates de no despertarme – dijo con voz seca, transcurrieron tensos segundos.
-Vale, vale, no hay problema – dijo David todavía estupefacto después de lo que acababa de oír.

Desde ese día David se levantaba nada mas sonar el despertador. La noche anterior se preparaba la ropa en la habitación de al lado. Ni siquiera encendía la luz para salir.

Cuando Maria llegó a casa David la esperaba sentado viendo la tele.
-Hola amor – se levantó del sofá y fue hacia ella.
-Hola – Maria se quitó el abrigo y lo colgó en la puerta.
Recibió el beso de David con poco entusiasmo. El intento abrazarla pero en vista de su poco énfasis desistió.
-¿Qué tal el trabajo? – preguntó David.
-¿Qué hay de cena? – dijo Maria mientras se quitaba los zapatos.
-Pues he hecho una tortilla de patatas, esta en la encimera

David volvió al sillón de donde segundos antes se había levantado, cambió de canal varias veces, al final dejó un programa musical.
Maria se sirvió un poco de tortilla. Se desabrochó el pantalón y pensó que tenía que ponerse a dieta. Terminó de cenar y fue directa a la habitación. Se puso el pijama, después fue al salón.

-Me voy a la cama, hasta mañana – dijo Maria acariciando el hombro de David.
-Ahora voy, cuando acabe esto iré – dijo David asintiendo con la cabeza y sin quitar la vista de la televisión.

Pasados cinco minutos David se fue a la cama. Intentó meterse con cuidado, tratando de ni siquiera rozar a Maria. Ya estaba metido en la cama, metió su mano debajo de la almohada e intento dormir. David notó la mano de Maria acariciando su pecho. Maria fue juntándose a David, comenzó a besarle el cuello, después bajo su mano hasta su entrepierna notando como el miembro de David crecía, la excitaba pensar que era por ella, que ella era la causante de esa erección. David se dio la vuelta y empezó a besarla, primero suave, luego a medida que crecía el deseo, con mas pasión. Esa noche hicieron el amor dos veces.
El despertador sonó con más fuerza de lo habitual, o al menos eso es lo que le pareció a Maria. Estaba cansada, pero se sentía bien, siempre que hacia el amor con David se sentía bien. Era como una especie de liberación, como dejar la carga contenida durante el tiempo de abstinencia a un lado.
Pasó gran parte de la mañana escuchando música. Se duchó y se vistió con tiempo, ese día no podía llegar tarde. Tardó algunos minutos en escoger la ropa que se iba a poner. Pero no le importó, estaba ilusionada y quería estar guapa. Se maquilló y se puso unas gotas de perfume. Salió con el tiempo suficiente para no llegar tarde, y no lo hizo.
Llevaba dos horas trabajando cuando sonó su teléfono móvil.

-Dígame – respondió Maria extrañada, era un número oculto.
-Hola buenas tardes, ¿es usted Maria Robles? – dijo una voz masculina.
-Si soy yo, ¿Quién es? – Maria empezó a preocuparse, aquello era muy misterioso-. Dígame, ¿Quién es?
-Si, mire le llamamos de Supermercados Pebeter – la voz del hombre hizo una pausa, después prosiguió-. Usted participó en un sorteo que hicimos hace dos semanas – aguardó unos segundos esperando una respuesta, pero Maria no dijo nada -. Bien pues usted ha sido la ganadora
-Será una broma, ¿no? – Maria no salía de su asombro
-No, no, es en serio, puede venir a recoger su cheque a partir de mañana en la oficina de Atención al cliente
-Y que me ha tocado si puede saberse –dijo María entre risas.
-Pero vamos a ver señorita: ¡le han tocado seis mil euros!, es el sorteo de la primavera, que cada año le ofrece: ¡Supermercados Pebeter! – la voz del hombre tomo cierto sonido a cancioncilla, como si estuviese anunciando el sorteo por televisión -. ¡Un millón de las antiguas pesetas! – concluyó.
-¡No me diga! – Maria comenzó a reírse con histeria.
-Bueno señorita que a partir de mañana puede recoger su cheque, ¡enhorabuena! – el hombre colgó sin dejar a Maria despedirse.

Una sensación de felicidad invadió el cuerpo de Maria. No sabia que hacer, no era mucho dinero, pero nunca la había tocado nada. Aquello era como algo mágico, increíble. Fue a llamar a David, tenía que contárselo.
Un hombre intentaba reanimarle pero el pulso era muy bajo. La policía no tardó en llegar, igual que la ambulancia que se detuvo dando un frenazo en seco, de ella salieron tres médicos. Le tomaron el pulso y en vista de que la reanimación en la vía no era posible, lo llevaron con rapidez al hospital más cercano.
La policía tomaba declaraciones a los transeúntes.

-Lo han atropellado – decía una señora.
-Sí, sí, se ha dado a la fuga, se fue por la primera calle a la derecha – gritaba otra señora al agente.

Mientras, sin que nadie con el alboroto, pudiera oírlo, un teléfono móvil sonaba debajo de unos cubos de basura.
David ingresó en el Hospital de La Cruz minutos después. Los médicos pudieron estabilizar sus constantes vitales, pero permanecía conmocionado.
Maria intentó volver a localizar a David, pero este no cogía el teléfono. Que raro, pensó.
Dos horas más tarde cuando a Maria solo le quedaba media hora para salir sonó su teléfono móvil. Era un número que no conocía, pensó en no cogerlo, a lo mejor eran los del sorteo para decirle que se habían equivocado. Después de algunos segundos respondió.

-¿Si?
-¿Maria Robles? – dijo la otra voz.
-Soy yo, ¡por favor no me digan que se han confundido!, ya que me lo han dicho no vayan hacerme esto – Maria estaba temblando.
-¿Qué dice señora?, le llamo del Hospital La Cruz, ¿conoce usted a David Tersa?
-Si, es mi novio, ¿le ha ocurrido algo? – Maria se descompuso, empezó a latirle con fuerza el corazón.
-Ha tenido un accidente – hizo una pausa -. Un coche le ha atropellado, está conmocionado, en coma; la habitación es la 114, puede venir a verlo, encontramos este numero en su cartera
-Voy enseguida, ahora mismo voy para allá – Maria colgó el teléfono y salió con rapidez.
El autobús tardó más de quince minutos en llegar. Maria no pensaba en otra cosa que en David. Estaba histérica y lloraba con nerviosismo. La gente del autobús la observaba con disimulo, la miraba y hacían comentarios sobre su nervioso llanto. Tardó una hora en llegar al hospital. Se dirigió a recepción.
-Sí, por favor señorita, yo pregunto por David Tersa – dijo Maria limpiándose algunas lagrimas de sus ojos.
-David Tersa, David Tersa – la mujer miraba su ordenador-. Lo siento mucho, ha fallecido – dijo con cara seria, después cogió el teléfono que estaba sonando desde hacia algunos segundos.Maria comenzó a llorar con tristeza. Nunca había tenido ese sentimiento. Se le nublaron los ojos y la nariz se le congestionó. No podía parar de llorar, por su mente pasaron todos los momentos buenos que había pasado junto a David: la primera vez que le besó, la imagen de su cara la noche anterior mientras hacia el amor con él, lo veía acariciando su cara con delicadeza, como siempre hacia. Tuvo que sentarse, un pequeño mareo la hizo perder la visión durante algunos minutos. Pasó media hora hasta que se repuso. Al salir vio a la familia de David, aceleró el paso y salió aceleradamente a la calle. Cogió un taxi hasta su casa. Se puso el pijama, fue a la cocina y bebió un vaso de agua. En la encimera todavía quedaba media tortilla de la noche anterior. Fue al baño y orinó, en la encimera había dos rollos de papel.

© Sergio Becerril 2007

No existen los genios - Pensamiento 3

Me pregunto si alguien habrá escrito algo tan genial como las Sonatas de Valle-Inclan, supongo que sí, pero habrán caído en el olvido, por que nadie cogió ese escrito de esa persona anónima y lo sacó a la luz, para que miles o millones de personas pudieran leerlo y ver que alguien podía escribir como Valle.
La vida es azar, y el entorno selectivo, nadie consigue algo por que sí, hay que tener suerte.
Quizá este equivocado, posiblemente la etapa de mi vida que estoy atravesando me tiene confundido, pienso que para llegar a ser algo en la vida, uno no depende de uno mismo.
Somos seres humanos todos, con nuestras limitaciones y nuestras capacidades, con nuestros miedos y con nuestros deseos, por eso pienso que cualquiera puede hacerlo todo, y solo algunos son elegidos como los mejores, simplemente por que se dan a conocer, o los eligen así.
Alguien habrá escrito otra Rayuela, que nadie habrá leído, o habrá compuesto alguna maravillosa obra de teatro, pero no hay teatros para representar todas las buenas funciones, cualquiera puede ser presidente del gobierno, y cualquiera puede ser un asesino, somos todos iguales, seres humanos, con los mismo miedos y las mismas soledades. Estoy casi seguro que existe otro García Márquez, que ha enviado diez manuscritos a diferentes editoriales, que escribe excelente, pero no sale, la gente no le conoce, y posiblemente su vida pase como se olvidarán sus obras solo leídas por los más allegados.
Los primeros que llegaron a ser algo, lo hicieron por ser los primeros, si Albert Einstein no hubiera sido conocido, otra persona con posterioridad hubiera hallado la formula de la relatividad, los genios no existen, no hay ningún ser humano digno de llamarse genio, solo estuvo en el lugar adecuado en el momento preciso, cualquiera podría haberlo hecho.
Si Platón o Aristóteles no hubieran sido los grandes pensadores de su época, hubieran sido otros, no quiero decir que todo esté escrito, solo que los genios no existen, todos somos iguales, y solo las circunstancias nos diferencian.
Quizá desvaríe, quizá mi existencia se ha convertido en una gris metáfora de actos para olvidar, quizá en este mediodía de mi vida esté haciendo balance, puede ser que esté creciendo, intelectualmente, y pagar vehículos robados no me llena tanto como antes. Lo único que tengo claro es que de momento no me incordia, me gusta regocijarme en mis penas, en mi aparente triste vida, por que sé que esta desgana, me ayudará en el único propósito que me hace feliz: escribir.

Raymond Carver - Escribir un cuento


Raymond Carver(1939-1988)

Escribir un cuento


Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento. Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo. Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar,. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello. Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores. Hace unos meses, en el New York Times Books Review John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos. Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo. Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco. En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura. Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse. En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:
Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.
Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor. Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir. Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma ene l cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas. La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

¿Hay alguien ahí?

Si alguien entra en este Blog, por los motivos que fueren, si alguien lee un relato y le gusta, por los motivos que fueren, o no le gusta, tambien por los motivos... Por favor decirme algo, escribir un comentario, también podéis decirme que deje de escribir gilipolleces, el caso es saber que no estoy solo y que mis letras no se pierden en el ciberespacio.

Buen Padre - Relato 13

BUEN PADRE

A pesar de todo, quiero mucho a mi padre. Ahora que tengo mi propia familia, ya no le necesito, pero no soporto la idea de no tenerlo. Soy consciente de la importancia que ha tenido en mi vida, y hasta hace poco su figura, para bien o para mal, ha ido marcando mi vida.
Mi padre ha sido padre, y punto. Me refiero a que no voy a valorar si fue o no un buen padre. Quien soy yo para establecer una sentencia moral, por que entre otras cosas sería eso, ya que mi sentencia no tendría ninguna validez fuera de mi pensamiento.
En alguna ocasión, cuando nos hemos juntado algunos amigos y hemos terminado en casa de alguien charlando, uno de los temas que se han tratado es la familia que hemos tenido, pues bien, yo les hablaba de mi padre, y les contaba algunos de los castigos que me había puesto, o cosas que el nos hacia a mi y a mis hermanos, y ninguno se creía las cosas que les contaba, y la pregunta que siempre contestaba era: ¿y le querías? Mi respuesta siempre era la misma: como no hacerlo. No solo lo quería, lo admiraba, era el eje de mi existencia; me enseño a ver la vida a su manera, y ahora, no puedo hacer otra cosa que agradecérselo.
Nunca era flexible, el tenia sus ideas y siempre las llevaba hasta las ultimas consecuencias. No especulaba con nada y era práctico en extremo. Me educó de una manera un tanto estricta pero eso le honraba, a el como padre y a mi como hija. El recuerdo de mi padre siempre va asociado al salón de la casa de mis padres, la ventana blanca era tapada por unas cortinas de color marrón que no llegaban al suelo, el efecto de que un lado de la cortina era más largo que el otro siempre fue motivo de debate dentro de la familia, y se acabó cuando mi padre dijo que era defecto del suelo, que había hablado con el constructor y todas las casas del bloque tenían el mismo defecto, el caso es que nunca visité a ningún vecino para comprobar si en su salón también tenían la cortina más larga de un lado que del otro. Una mesa redonda, yo la llamo de madre, y dos sillas eran el centro del salón. Las sillas de madera con largas patas y adornadas con unos cojines amarillos con cuadros azules. Mi madre sentada en el sofá verde de dos plazas, haciendo punto, leyendo, o escuchando una radio que había en un mueble de madera envejecida al lado del sofá. El salón era mas bien pequeño, pero allí cabíamos todos, mi madre sentada, mi padre de pie mirando por la ventana, a veces sentado en una de las sillas de grandes patas que parecían estar echas para él, el gran hombre en su gran silla, le magnificaba o quizá le magnificábamos, mis hermanos por el suelo jugando cierran la estampa de mi recuerdo.
Una tarde estábamos todos en el salón, yo tendría unos once años, mi hermana Rosa cinco y mi hermano Juan cuatro. A mi padre le gustaba mucho cantar, lo hacia mientras escuchaba la radio, en la ducha, mientras comía. Siempre cantaba, pero no tarareaba no, cantaba, se aprendía las canciones y las recitaba con autentica dedicación. Aquella tarde mi padre empezó a cantar no recuerdo que canción, llevaba unos treinta segundos cantando cuando mi hermana Rosa comenzó a reírse, lo hizo desde el suelo, miró a mi padre y rió. Mi padre dejó de cantar y se quedó mirándola, puso cara de asombro, no sabia porque mi hermana se reía, no entendía porque podía reírse Rosa.
-ven aquí –le dijo mi padre indicándola con el dedo que se pusiera al lado suyo.
Mi hermana se levantó del suelo y fue donde él estaba.
-canta – la dijo.
Ella no supo que hacer ni que decir, se quedó de pie, le miraba.
-¡he dicho que cantes! – gritó.
Rosa se sobresaltó y comenzó a llorar, pero ni por un momento se le ocurrió darle la espalda a mi padre, eso lo aprendimos bien hace tiempo. Cuando mi padre nos hablaba siempre teníamos que mirarle de frente y solo podíamos marcharnos cuando él lo decidía.
Mi hermana seguía allí de pie, llorando, sollozaba sin parar.
-pero bueno, niña de las narices, ¡es que no me has oído!, ¿no sabes cantar? –la gritaba mi padre.
Ella solo lloraba.
Mi madre leía una revista sentada en el sofá, ni siquiera levantó la mirada. Yo me fui al baño, el llanto de mi hermana martilleaba mi pecho, mi hermano se quedó jugando con su camión.
-déjame en paz, no sé a que viene tanta risa –dijo mi padre a mi hermana Rosa pasados unos minutos.
Mi hermana se dio la vuelta y se puso a jugar con su muñeca que minutos antes había soltado de mala manera por el apremio de mi padre. Las lágrimas en aquel viciado y caliente salón secaban solas.
Ahora él ha cambiado, ya no tiene el genio que en esa época tenía. Le quiero, y mucho, y es que: no siempre se quiere a quien es bueno contigo.

© Sergio Becerril 2007

Análisis de balance - Relato 12

ANÁLISIS DE BALANCE

Abro el frigorífico buscando algo de comer, camino despacio y con torpeza, estoy algo mareado. Es sábado, son las doce de la mañana. Hace apenas dos horas que me acosté. Anoche salí y como siempre, me dieron las tantas. Estoy solo en casa, mis padres están trabajando, mejor, estoy mejor solo. La noche no ha sido muy distinta de las anteriores. Siempre hago lo mismo, beber y drogarme. Cierro la nevera decepcionado, en realidad no me apetece nada de comer. Todo me da vueltas, pero no estoy pedo, es una sensación extraña. Siento en mi cuerpo un intenso hormigueo, mi cerebro no para de pensar. Pienso en el dinero que me he gastado en la noche, pienso en mi familia, en que no quiero dormir. Vuelvo a la cama, tengo una extraña sensación de frío por todo mi cuerpo. Mis pies, están congelados, sin embargo tengo sudores. Me arropo, y doblo mis piernas recogiéndome dentro de la cama, necesito protección, no se de que, ni de quien, pero como me gustaría sentirme seguro. En un instante de derrumbe, me pongo a llorar. Me maldigo por todo lo que hice la noche anterior, me hago miles de preguntas que casi todas tienen respuesta, solo que no quise buscarla. Me vienen a la mente imágenes. Yo bebiendo y consumiendo cocaína. Doy vueltas en la cama, me muevo de un lado para otro. A los pocos minutos me descubro con los ojos abiertos viviendo momentos de la noche anterior. Vuelvo a cerrar los ojos, lo que daría por que todo esto, todas estas sensaciones, pasaran. El hormigueo sigue, el sudor ha remitido, pero cada vez que me muevo amenaza con volver, prefiero quedarme quieto. Cruzo mis brazos y espero que pase el tiempo. Si, será lo mejor.
Permanezco quieto con los brazos cruzados durante algunos minutos, aunque el tiempo pasa tan deprisa que pueden haber pasado horas, enseguida me doy cuenta de que estoy apretando mi puño con fuerza, me he clavado las uñas en la palma de la mano. Me levanto al servicio. Intento orinar, pero me cuesta horrores, después de algunos minutos apoyado en la pared, logro que algunas gotitas de orina salgan por mi pene.

Al volver a la habitación, recuerdo que todavía me queda algo de cocaína de la noche anterior. Me levantó y la busco en el bolsillo de mi trasnochada chaqueta. Abro la bolsita, descubro que hay más cantidad de la que yo pensaba. Cojo la caja de un disco compacto de mi estantería, vuelco una roquita y polvo sobre el, la bolsa queda vacía. Con una tarjeta de crédito aplasto la sustancia, después de algunos segundos, esta desecha como el azúcar.

Ceremoniosamente con la tarjeta de crédito formo una línea casi recta con la cocaína. El camino del confuso y efímero placer. Cojo un billete de veinte euros, lo enrosco en forma de tubo. Tengo la sensación de que no me va a entrar más cocaína en mi cuerpo, pero tengo que esnifarla, mi cansada mente y mi cuerpo me lo pide. Me agacho, al acercarme a la caja del compacto la vista se me nubla, tengo que concentrarme para dirigir el tubo hacia la cocaína, cojo aire y aspiro con fuerza. La sensación es de hastío, llevo mucho tema en mi cuerpo. Se me saltan algunas lágrimas, y mi vista salta de un lado a otro de la habitación, pero la sensación es muy buena. Recojo todo con rapidez y vuelvo a la cama. Vuelvo a tener sudores, no puedo moverme, cualquier movimiento de mi cuerpo me hace sentirme incomodo, inseguro, necesito estar estático, sin moverme ni un milímetro. Aprieto con fuerza mis dientes, lo hago inconscientemente. Miro el reloj, son las dos de la tarde, es increíble como pasa el tiempo en este estado, pienso. Sigo dando vueltas en la cama, el hormigueo es inaguantable, tengo desazón, no puedo estarme quieto. Tengo sudores y mis pies y manos están fríos, congelados. Me planteo si merecerá la pena dormir. Pienso en levantarme, pero al intentarlo me arrepiento. Enciendo la tele, pero la luz que emite en la oscuridad de la habitación se me hace muy desagradable, me vuelvo a sentir inseguro, como fuera de la vida.. Me levanto al baño y con dificultad si logro que salgan unas gotas de orina. La respiración no es tan agitada como hace un rato, aunque siento una presión en mi pecho, me cuesta coger aire, y mi taponada nariz casi no me deja respirar.
De nuevo en la cama, me tumbo boca arriba, pongo uno de mis brazos sobre mi cabeza, intentando calmar mi mente, parece que se vaya a salir en cualquier momento. Empiezo a sudar, pero mi respiración no es muy mala, al menos no me falta el aire.
Sigo despierto, no se que hacer, no puedo dormir, se que esta sensación pasará, pero de momento me encuentro fatal. Decido llamar a mi novia, anoche ella no salió, tenía que estudiar. Me levanto de la cama, más tranquilo, aunque todavía inquieto. Marco su número con dificultad. Tras dos tonos lo coge.
- Dígame
- Hola Diana, soy yo - digo con la voz rota.
- Hola gordito, ¿que tal anoche?
- bien, bien, solo llamaba para ver que hacías – digo con sentimiento de incomodidad, me siento culpable por todo lo que hice anoche -. Me acabo de despertar. Anoche no hice nada especial, me aburrí un poco - mentí, no me aburrí, aunque borraría esa noche de mi vida.
- bueno luego nos vemos - ella se despide con un beso.
Me acuesto de nuevo e intento dormir, aunque sé que me costara un poco. Recuerdo la primera vez que probé la cocaína. Era una noche de viernes, llovía, yo había bebido bastante. Estaba con un amigo en un pub, el recibió una llamada.
- es Rober - me dijo mi amigo.
- ¿y quien coño es Rober? - dije, después terminé mi copa de un trago.
- un amigo. Nos vamos a ir a dar una vuelta con él ¿te apetece?

Cuando llegó, nos subimos a su coche. Mi amigo se montó de copiloto, yo, en el asiento trasero. Dimos unas cuantas vueltas con el coche. Ellos hablaban pero yo no escuchaba bien lo que decían, la música sonaba alta. El coche se paró delante de una casa baja. El amigo de mi amigo salió del coche, pasados varios minutos regresó.
- no esta mal, me lo ha dejado a tres talegos, y es roca - dijo dándole a mi amigo una
bolsita pequeña.
Fuimos a un parque. Mi amigo sacó de la guantera del coche la carpeta con la documentación del vehículo, abrió la bolsa y echó un poco de polvo en ella. Cogió el plástico transparente de un paquete de tabaco que sacó de la guantera, puso el plástico encima de las roquitas de coca y con un mechero las empezó a machacar. Las rocas se hicieron polvo. Después dividió el montón haciendo tres rayas.
- ¿tu quieres no? - me dijo señalándome con la tarjeta que había usado para dividir la cocaína.
Yo no conteste. Les dije que nunca la había probado. Se rieron los dos y me dejaron que hiciera los honores. Me pasaron la carpeta y una invitación de discoteca hecha un tubo, respire hondo y esnifé.
No sentí nada, ni en ese momento ni pasadas las horas. Solo me quitó la borrachera que llevaba y también el sueño, pero nada más. Dicen que la primera vez que la pruebas no sientes nada, y es cierto, al menos yo ni me enteré.

No recuerdo a que hora me quedé dormido. Me despierto con la nariz taponada. Miro el reloj, son las seis de la tarde. Abro la puerta de mi habitación, mi madre ha debido de cerrarla cuando llegó de trabajar.

Voy al baño y me sueno con fuerza la nariz, es inútil, sigue taponada, solo consigo manchar el papel higiénico con un poco de sangre. En el salón mi madre duerme la siesta. Me dirijo a la cocina, abro la nevera, pero tras unos segundos la cierro. No tengo sueño, la sensación es de bienestar, como si hubiese dormido toda la noche de un tirón, pero se que no ha sido así, la histeria ha pasado, pero la sustancia permanece, me mantiene despierto. Vuelvo a mi habitación, subo la persiana y enciendo la televisión, ahora si me apetece verla.

© Sergio Becerril 2007

 
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