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Vaivenes - Relato 15

VAIVENES

La habitación del hotel apenas estaba iluminada, en ella se respiraba una mezcla de perfumes y sudores. Raúl y Nieves habían pasado las últimas cuatro horas encerrados. Hablando, haciendo el amor, mas de lo segundo que de lo primero. Y en una parte inversamente proporcional la luz y el olor a sexo, estaban presentes en la habitación “estándar” pagada a medias.
Ambos estaban tumbados, la mirada intentaba salir de sus ojos vidriosos. Ella tenía apoyada su cabeza en el estomago de él, y él utilizaba sus brazos como almohada, ya que esta minutos antes, había salido despedida quedándose en el suelo. Todavía sus cuerpos estaban impregnados de sudor, todavía sus bocas saboreaban saliva invitada.
-¿Qué hacemos aquí? –dijo Raúl.
-no lo sé. No sé que estamos haciendo aquí, pero me siento bien. Acabo de tener dos orgasmos casi seguidos, hacia mucho tiempo que no me sentía tan relajada.
-parece mentira, había visto muchas veces estas cosas en las películas, lo había leído en los libros, pero no creí que pudiera pasarme a mi. Ahora si que creo que la realidad supera muchas veces a la ficción.
-¿te sientes mal? –preguntó ella.
-si. Me siento egoísta y un cabrón.
-pues no deberías, estas cosas pasan, y nosotros hemos tenido suerte –dijo Nieves, se incorporó y con ambas manos recogió su pelo liso, se anudó una coleta. Después se tumbó junto a Raúl-. Desde la primera vez que te vi me gustaste, algo inexplicable me hizo fijarme en ti. Y la de fotocopias que habré hecho para verte y que me vieras –dijo mirándole a la cara, después sonrió.
-yo también sentí algo. Te miré y pensé que eras una mujer estupenda, maravillosa. Pero nunca imaginé estar aquí contigo, hablándote, después de haber hecho cinco veces el amor. Supongo que nos deseábamos, que tras un mes viéndonos día tras día la pasión que sentíamos tenía que salir de esta manera – Raúl hizo una pausa-. Ahora te miro y quiero ser parte de ti.
-Es algo mágico, nunca me había pasado. Te deseo tanto. ¿Qué viste en mí? –dijo ella, y se sentó en la cama, estiró su mano hacia la mesilla y cogió su paquete de tabaco, después sacó un cigarrillo y con una honda y sugestiva calada, acariciando con firmeza el cigarrillo con los labios, comenzó a fumar.
-me gusta todo. Me encanta tu nariz, afilada, directa, y tus labios, con el volumen perfecto, y tus dientes, alineados y grandes, pero sin duda lo que mas me atrae es el corte de tu cara, larga, espigada, como la de las antiguas esfinges egipcias. Eres irresistiblemente guapa y atractiva, y esos ojos, negros como el fondo de algo –Raúl se detuvo, dejó de hablar y de mirar a Nieves, torció su cabeza y se giró dándole la espalda-. He dicho negros, y me ha bastado nombrar algo negro, y el fondo, para darme cuenta de mi realidad, de nuestra realidad. Para sentirme sucio, y hacerme ver que esto esta mal, que me odio.
-tranquilo Raúl –dijo ella y se giró hacia él y lo abrazó-. Entiendo como te sientes, porque eres joven, y esos sentimientos se tienen cuando aun no has visto ciertas cosas. Yo estoy tan tranquila, me siento bien conmigo misma y con lo que hago. Nunca te sientas mal por dar amor, por recibir amor.
-pero también voy a dar odio, y a recibirlo, y tú también – dijo Raúl con firmeza, después se levantó de la cama.
-siento que te lo tomes así –dijo Nieves.
-¿Qué dices? ¿De verdad no te sientes mal? –dijo Raúl casi enfadado.
-no. Me apetecía muchísimo, y por eso lo he hecho. Si hubiera pensado que podría sentirme mal después de esto, no habría venido aquí contigo.
-¿Cómo puedes mirarlo con esa sencillez? y tu marido, ¿ya no le quieres?
-no, ya no, para mi el amor es otra cosa. El amor se va, siempre.
Nieves se sentó en la cama, apoyo su espalda contra el cabecero y se cruzó de brazos. Raúl seguía de pie, mirándola, buscos sus calzoncillos en el suelo y se los puso, después se sentó en la cama, cerca de ella, y cogió uno de sus pies, empezó a masajearlo, primero con suavidad, y luego con firmeza.
-la semana pasada fue el cumpleaños de mi marido –dijo Nieves, que dejándose llevar por las caricias de Raúl, dejó caer su cabeza sobre el cabecero cuadrado de color hueso, continuó hablando desde esa postura, con los ojos cerrados-. Después de practicar sexo pensándose que hacíamos el amor, me hizo la siguiente pregunta: “te noto rara Nieves, es como si ya no disfrutaras conmigo. ¿Tú me quieres?” me preguntó, hacia años que no me preguntaba una cosa así – Nieves volvió en si, levantó la cabeza y miró a Raúl, después continuó hablando-. Yo le pregunté ¿me quieres tú a mi? Le falto tiempo para decirme que mucho, o con locura, o algo así. Pues eso es suficiente, le dije, tú me quieres y yo estoy contigo, y si estoy contigo por algo será.
-¿y con eso le bastó? ¿se quedó satisfecho?
-¿preguntas por el polvo? –dijo Nieves riendo.
-no mujer –Raúl también reía-. Digo que si le llenó tu respuesta, si le bastó tu contestación.
-el amor es egoísta Raúl, es interesado. El me quiere con locura, y no le importa que yo no le quiera, no le importa que le hable poco, o que en ocasiones especiales practiquemos sexo sin apenas pasión por mi parte, no le importa por que él tiene lo que quiere, a quien quiere, no le importa si yo le quiero, solo tenerme, así es feliz.
-¿y tú? –preguntó Raúl.
-yo también, tengo estabilidad y una familia. La pasión ha llegado contigo, pero esto es secundario. No pretendas entenderme, será mi pensamiento o quizá mis desamores, pero veo las cosas con un prisma diferente –dijo Nieves, y se arrastró por el cabecero hasta tumbarse de nuevo en la cama.
-bueno –Raúl hizo una pausa, después continuó-. Verás las cosas desde otro punto de vista, pero aquí estamos los dos, amándonos en un hotel – Raúl sonrió y miró los ojos de Nieves.
-y tú qué, ¿quieres a tu novia? –dijo ella.
-eso creo, o al menos eso parece. Me fundiría contigo diez mil vidas, pero a ella la quiero, y aunque a veces me diga a mi mismo que no es así, aunque a veces intente convencerme de que no la quiero, siempre acabo pensando en ella. ¿Te parece extraño? –dijo Raúl.
-no, tu situación y la mía son diferentes. Yo llevo doce años casada y tú llevas tres años de noviazgo.
-yo tampoco necesito que me quieran –dijo Raúl-. Muchas veces siento que necesito más afecto, que necesito que alguien me quiera mas todavía, y bueno, no sé si será porque sé que no lo puedo conseguir, pero me autoconvenzo de que no necesito más amor del que tengo. No sé, es como si lo necesitará pero al ver que no lo voy a conseguir me aburriera todo eso, y me pongo a pensar en otras cosas. A lo mejor no me entiendes. Da igual.
Raúl volvió a tumbarse en la cama. Cogió con fuerza la cara de Nieves y la besó con suavidad. Él la quería sentir lejos, y ella lo sintió suyo. El beso se prolongo orgasmo.
Los dos abrazados, sintiéndose cerca y a la vez lejos. Vaivén de sentimientos que nunca podrán prolongarse más allá de unas horas.
-¿en que piensas? –dijo ella.
-debo aprender a estar sin ti. No quiero hacer daño a mi novia, la quiero, y aunque no sea así, ella no se merece esto.
-esta bien –dijo ella-. A fin y al cabo pienso que no somos tan distintos.
-ojalá las cosas no fueran tan difíciles –dijo Raúl y abrazó a Nieves con fuerza-. Ahora quiero dormir un poco.


Horas más tarde, cuando la señora de la limpieza abrió la puerta de la habitación, cientos efluvios sexuales salieron atropelladamente de la habitación empujándola, tirándole la escoba que llevaba en la mano. Iban arreglados, ellos con traje y corbata, y ellas con preciosos trajes de seda.
-¡pero bueno! ¡Con cuidado! –dijo la limpiadora.
Y uno de los efluvios se paró, tenia barba, llevaba un traje color berenjena, y una corbata verde oscuro.
-lo siento señora, no podemos tener cuidado, somos efluvios y adema sexuales –dijo, y después se marchó con rapidez.
La señora de la limpieza entró por fin en la habitación; y al ver los once preservativos gastados en la papelera, se dio cuenta de la intensa pasión que allí se había vivido.


© Sergio Becerril 2007

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