Búsqueda personalizada

Raymond Carver - Cita 2

Hoy quiero dejar constancia de dos citas del gran maestro del realismo sucio norteamericano Raymond Carver, seguro que aparecerá más veces en mi blog.

"Tú no eres tus personajes, pero tus personajes sí son tú".



"Todo es importante en un relato, cada palabra, cada signo de puntuación. Creo mucho en la economía dentro de la ficción. Algunas de mis historias como "Vecinos" fueron tres veces más largas en sus primeros borradores. Me gusta realmente el proceso de reescribir".

Cuanto tiempo, ¿Que hago? - Relato 9

CUANTO TIEMPO, ¿QUE HAGO?

Eran las siete y cuarto. Casi siempre se levantaba a las siete, pero había días como hoy que le gustaba quedarse en la cama, medio despierto medio dormido algunos minutos más.
Mauricio no desayunaba nunca, se levantaba con el estomago cerrado. Orinó, se lavó los dientes y abrió el grifo de la ducha, pensó en volver a la cama, todavía tenía en su cuerpo el calor del edredón. Era invierno y el solo echo de pensar en el frío que debía hacer en la calle, te quitaba las ganas de ir a trabajar.
Trabajaba en un banco. La sucursal no estaba a más de dos manzanas, es decir que en el trayecto que va desde su casa al trabajo, en diecisiete años nunca le había pasado nada extraordinario, pero aquella mañana eso iba a cambiar.
Antes de cruzar por el mismo paso de peatones de siempre, vio a Rosa. Le temblaron las piernas, agarró con fuerza su maletín, con mucha fuerza, en unos segundos tenía que decidir que hacer, ¿saludarla?, ¿hacerse el sueco?, ¿quizá mirar el escaparate de ropa interior de la tienda a su espalda? Rosa caminaba hacia él, por la misma cera, e iba a cruzar por el mismo paso de peatones que Mauricio.
Cuando Rosa se puso al lado de él, ella no le reconoció, fue cuando al mirar el semáforo detuvo su vista en Mauricio.
Se quedo mirándole.
-¿Mauricio?- dijo Rosa tocándole el hombro.
-Rosa, ¿Qué tal, como estas?- Mauricio intentó poner voz de interesante, quería que sus palabras sonaran justas, convincentes, interesantes, quería que solo con esas cuatro palabras Rosa notará lo que había madurado durante todo este tiempo. Pero no le convenció el tono, y justo cuando acabó de hacer la pregunta, se sintió fatal.
-Bien, y tu ¿Cómo estas?, oye cuanto tiempo, si te dijera que has cambiado algo te mentiría, porque no has cambiado nada, pero nada de nada, vamos que parece que fue ayer cuando –Rosa se detuvo, y agachó su mirada.
-Bueno, no es momento para hablar de cómo estoy Rosa, de verdad que en mi vida había imaginado este momento, tenia mil argumentos pensados, muchas palabras que decirte si te veía, infinitas formas de actuar por si algún día me encontraba contigo, pero nunca imagine que fuera así, y mucho menos en este lugar, ¿tienes tiempo para tomar un café?
-Sí, claro.
Mauricio y Rosa giraron la primera calle a la izquierda, caminaron sin hablarse. Mauricio miraba los zapatos de ella, pensaba en ella y en sus zapatos, ¿serian algún regalo? O quizá se los habría comprado ella. Intentaba caminar con pasos firmes, con la cabeza alta, quería que sus pasos demostraran sensatez, orgullo, y madurez, caminaba con el deseo de que Rosa lo observara y ella sintiera todo lo que Mauricio quería demostrar.
Entraron en un café cercano, nunca visitado por ninguno de los dos, al menos juntos.
Se sentaron, se miraron, casi se tocaron pero no lo hicieron, en otros tiempos, conciencia y pieles eran una.
El camarero se acercó a su mesa, pidieron dos cafés cortados.
-bueno, ¿y como lo llevas?- preguntó Rosa mientras buscaba su tabaco en el bolso.
-Bien, las cosas se superan y aunque odie decirlo tenias razón cuando me dijiste que el tiempo lo cura todo, y aunque es cierto, el tiempo también lo jode todo, porque te ha traído otra vez a mi –Tomo una posición en la mesa que simulaba tranquilidad, no quería mostrarse nervioso, inseguro, enamorado. Se maldijo por no haberse afeitado, como si el vello de su cara fuera a variar algo la escena. Pensó que quizá sin barba Rosa lo hubiera encontrado más atractivo, y recordó las exigencias de esta respecto a su barba años atrás-. Estas guapísima –dijo de repente.
-A veces pienso en ti, pero de verdad Mauricio que no me arrepiento de lo que hice, ahora soy muy feliz.
El camarero trajo los cafés, los dejó sobre la mesa. Mauricio cogió el sobre de azúcar, sus manos temblaban inquietas. Rosa se encendió un cigarrillo, movía el café con una mano mientras que con la otra fumaba.
-no se que decir, tampoco tengo que venir ahora después de casi tres años sin vernos y decirte que soy muy feliz, no es justo Mauricio -Rosa sopló su café y bebió un gran sorbo-. No tengo que estar aquí, nos tomamos el café y nos vamos- dijo, después dio una calada al cigarro.
-No te preocupes Rosa, yo ya olvidé, y ahora también soy muy feliz, a veces también me acuerdo de ti pero no como antes, me acuerdo y pienso: ¿Qué hará?, o ¿Dónde estará ahora?, preguntas que me surgen mas bien por curiosidad que por otra cosa- Mauricio bebió su café de un trago.
-Perdona no te he ofrecido tabaco- dijo Rosa estirando su mano mostrándole la cajetilla.
-No, no fumo, lo dejé, era…-se quedó pensando unos instantes-. Bueno, lo dejé.
Cuando Rosa termino su café apagó su cigarrillo. Los dos se quedaron callados, se miraban en silencio, Mauricio intentaba hablarla sin besos, besarla sin palabras.
Tardaron algunos segundos en levantarse de la mesa, Rosa se levantó primero y Mauricio después. Se dirigieron a la salida. Ella caminaba delante, él puso su mano sobre su cintura, como guiándola hacia la salida, quería sentir su cuerpo, sentirla cerca aunque así fuera, ella giró la cabeza y lo miró, esbozó una ligera sonrisa como aquella primera vez.
En realidad me gustaría saber si Mauricio trabajaba en un banco, o si se encontraron en un semáforo, si el la seguía queriendo o si se arrepintió de no haberse afeitado ese día. Yo solo tomaba un café en la mesa de al lado. Escuche esta conversación de dos personas que tenían poco que decirse, poco, muy poco.

© Sergio Becerril 2007

Nada es raro - Relato 8

NADA ES RARO

Amanda ya esta perdiendo la juventud. Tiene Veintiocho años y se encuentra en la difícil edad de no saber si es joven o madura, sin embargo, no es ni lo uno, ni lo otro.
Esta mañana se despertó cabreada, el chico con el que había compartido los dos últimos años de su vida, la había dejado.
Se levantó de la cama con rapidez. Al hacerlo la sabana se le quedó enganchada en el pie, con movimiento torpe y trastabillado consiguió mantener el equilibrio. El no dar con los morros en el suelo no fue suficiente para que: se dedicara a ella, y a toda la divinidad existente; gran cantidad de improperios.
Admitámoslo, el día, muy a pesar de lo que le había dicho su vidente favorita la noche anterior en un programa de televisión, había comenzado fatal.
Fue al baño, después de orinar, se miró en el espejo, su piel estaba cambiando. Echaba de menos el acné que en épocas anteriores había poblado su cara; ahora sin embargo, solo le salían algunos granitos cuando estaba con la regla, pero ese simulacro de acne, no la consolaba.
En una conversación que mantuvo con su amiga Elena lo había descubierto:
-mira tía, ¡ya no tenemos ni acné! -dijo Amanda.
-pues claro, que esperabas, nos acercamos a la fatídica edad de los treinta, una edad en
la que nada volverá a ser lo mismo, ¿no has escuchado decir a tu madre que cuando
llegas a los treinta la vida pasa el doble de rápido? -dijo Elena, mientras se limaba las
uñas.
-que dices, no, no lo he oído nunca, ¡pero gracias por darme esta noticia!, mira tía, no me jodas, que bastante pienso en ello como para que vengas tu a decirme estas cosas.

-vale, vale, pero tu también eres muy pesimista, ¡claro que nos salen granos!, cuando
estamos con el periodo, aunque claro, no es lo mismo, o bueno puede que si, al fin y al
cabo son granos, granitos, ¡acné!
-no sé, ¿tú te has fijado en esos granos de la regla?, son distintos a los que te salen de
joven, para empezar son mucho más pequeños, más rojos, y no tienen cabeza, no sale
pus; salen, crecen, te joden y desaparecen, pero de que manera, sin explotar, sin marca,
nada, se van como vinieron, no lo entiendo -dijo Amanda con cara de preocupación.

Amanda fue hacía el baño y se dio una ducha rápida. Mientras secaba su cuerpo se miró en el espejo. No le gustaba permanecer mucho tiempo en la ducha, enseguida su piel se volvía rosácea, y un poco después se tornaba color rojo y le salían salpullidos. Cuando salía de la ducha, ese color no desaparecía pasada una hora ó dos, así que nunca tardaba más de tres minutos en ducharse. Quizá era alérgica al agua.
Trabajaba en una gran compañía de telecomunicaciones, en el departamento de reclamaciones. Tramitaba las incidencias, no le gustaba nada su trabajo, pero a su edad y su nivel de estudios no podía pedir más. Quizá se conformase con poco, no estudió una carrera por dejadez, porque inteligencia no la faltaba, pero era un poco vaga, además no le gustaba estudiar.
La comodidad de estar bien remunerada, con un contrato fijo en una gran empresa, y la edad que tenía, la hacia pensar que ya tenía todo hecho, que nada podía alterar la normalidad de su vida.
De joven, con dieciocho años, había soñado con ser veterinaria, siempre le habían gustado mucho los animales, aunque bueno, cuando cumplió los veintiuno su objetivo profesional se había alejado un poco de los perros y los gatos, se había propuesto ser actriz, pero ese sueño también duró poco.
Sueños, sueños, sueños… Amanda había soñado durante toda su vida. Primero con conseguir a ese príncipe azul que la despertase por las mañanas con cálidos besos en la mejilla. Pero el amor la había dado tantas puñaladas, que ya ni siquiera le merecía la pena pensar en ello. Y luego en su vida profesional, había deseado ser de todo, desde enfermera militar, hasta vigilante de coches en zona azul.
Al final, y casi sin querer, aprobó el bachillerato y se presentó a unas pruebas de acceso en la empresa donde, desde hace ocho años trabajaba.
Su trabajo tampoco es que tenga mucha trascendencia, no es un puesto importante, ni siquiera tiene grandes responsabilidades. Así que ese día, esa mañana, también se odió por lo que había conseguido hasta ahora en su vida. No entendía por qué no le habían ido mejor las cosas.
Todas las noches antes de acostarse miraba a su objeto preferido; un tacón que uno de sus ex-novios había comprado en una tienda de antigüedades en Cuenca. Según el dependiente había pertenecido a Marilyn Monroe.
Amanda pensaba que en la vida, siempre hay algún objeto que debes conservar, porque te dará suerte, te guiará hacia la felicidad, y no, no estaba escrito en ningún sitio y tampoco lo había leído en una revista esotérica, simplemente un día fue a tirarlo y se le ocurrió pensar esto, se dijo: “este tacón me dará suerte”, y desde entonces permanece en su mesilla de noche.
Amanda estaba leyendo un informe, lo leía una y otra vez, no se enteraba, estaba pensando en otras cosas. De repente se le ocurrió una idea genial, no lo había pensado nunca, ni siquiera sabía por que lo iba a hacer, pero bueno, no tenía nada que perder. Abrió la base de datos de la empresa, en ella se encontraban los teléfonos de todas las personas del mundo, buscó en ella el teléfono de Sebastián Martínez Campillo. Tardó más de la cuenta en encontrarlo, pero al final, apareció.
El día había sido muy duro. Amanda se sentó en el sofá, cogió el teléfono y marcó el teléfono de Sebastián Martínez Campillo. Espero dos tonos y después colgó.
-no puedo hacerlo, es una tontería -pensó para si.
Se levantó del sillón y fue a la cocina, no tenía hambre pero necesitaba comer algo. Buscó en la nevera, pero no había gran cosa. Al final cogió un par de rebanadas de pan de molde y se hizo un sándwich de membrillo con jamón serrano.
Terminó de comer y se fue otra vez al salón. Entonces volvió a coger el teléfono y volvió a marcar el número de Sebastián Martínez Campillo.
-dígame -contestó una voz femenina.
-hola, yo quería hablar con Sebastián -Amanda dudó si decir los apellidos, al final
pensó que con el nombre bastaría, quedaba más familiar.
-de parte de quién -preguntó la mujer.
-si, soy una amiga.
La mujer dudó unos instantes, unos segundos que a Amanda le parecieron eternos.
-un momento, ahora te paso -desde el otro lado del teléfono la mujer gritó para que
Sebastián viniera-. Ya se pone -finalizó la mujer.
-dígame -respondió una fina voz.
La voz decepcionó tanto a Amanda que estuvo a punto de colgar.
-hola, ¿qué tal estas? -preguntó con timidez Amanda.
-bien, pero, ¿tu quién eres? -Sebastián intentaba reconocer la voz del otro lado del
teléfono sin éxito.
-no -Amanda hizo una pausa, no sabía que decir-. Lo importante no es quien soy yo…
si no… ¿Quién eres tú? –finalizó.
Sebastián colgó el teléfono.
Amanda se recostó en el sofá, pensó en la tontería que había hecho.
Sebastián Martínez Campillo, era el futbolista más famoso del momento, ¿por que iba a querer hablar con ella?
Cerró los ojos e intentó soñar. Se vio haciendo cosas que nunca había hecho, y sintió un ligero placer al imaginarse despertada por un despertador que decía: Bueno días, levántese, son las seis de la tarde. Buenos días, levántese, son las seis de la tarde. Buenos días, levántese…

© Sergio Becerril 2007

Alcobendas, tiempo y sueños - Relato 7


ALCOBENDAS, TIEMPO Y SUEÑOS

Desperté sentado en una silla en plena calle, no recordaba nada, la gente que pasaba por mi lado me miraba extrañada y hacían comentarios y me señalaban. A los pocos segundos me di cuenta de que mis manos sostenían algo, miré hacía abajo, estaba sujetando un cáliz, dentro del cáliz se podía leer una inscripción. El cielo se empezó a oscurecer y sonaron algunos truenos, el olor a tierra mojada anticipó la tormenta y los transeúntes que paseaban aceleraron el paso.

Sí, reconozco que es un buen principio, sugerente al menos. Así de inmediato hay un enigma: ¿Por qué se despierta en medio de la calle sentado en una silla y sujetando un cáliz con una inscripción dentro del mismo? Podría haber desarrollado más esta historia, hubiera tenido muchas posibilidades de ser el próximo Premio Planeta. Pero eso es apuntar muy alto, aunque quizá me lo piense si gano el de relatos El Fusible y relleno mi autoestimetro de escritor con sueños. Siempre me digo lo mismo, el próximo año lo intentaré de nuevo. Esta es mi octava participación. Relatos de diferentes extensiones, con variopintos temas a cada cual más rebuscado, reconozco que el primero que presente allá por el año dos mil uno no era gran cosa, vale seré sincero, no valía para nada, argumento simple, narración inexpresiva, y un léxico vulgar e incluso malsonante, sí, ambas cosas pueden darse en un texto. Esta edición quizá tampoco gane, si soy sincero tampoco lo pretendo, solo quiero ser finalista y que mi familia se crea que soy escritor por unas horas, luego se dedicaran a sus quehaceres y estreses diarios.
El relato de alguien que se despierta sentado en una silla en plena calle con un cáliz es bueno, incluso para una novela, no he dicho buena novela. A saber: metemos una mujer, un malo sin escrúpulos, e ideamos una trama sin explicación que luego resolvemos con un chasquido de dedos, da igual que el lector se ofenda, ya le hemos sacado los euros y tampoco va a venir a mi casa a decirme que como se me ocurre finalizar la historia así. En todo caso que vayan a ver al editor, a él se le ocurrió la gloriosa idea de publicar mi novela de acertijos imposibles que luego se resuelven rompiendo un criptex.

La verdadera historia que vengo a contar no difiere mucho de la de nuestro casi héroe. La única diferencia entre el personaje de mi casi relato y yo, es que yo si me he dado cuenta de todo, y me he levantado sentado en una silla en medio de la calle. Quiero decir que estoy confundido, todo ha cambiado y lo peor de todo es que me estoy dando cuenta ¿y vosotros?

Comenzaron con mi colegio. Es imposible, pensé, de verdad que si, no podía creerme que fueran a destruir mi colegio. Un colegio nunca se destruye, o al menos eso piensas de niño. ¿Me estás tomando el pelo?, le dije a mi madre cuando me dio la noticia. El caso es que iban a derribarlo para construir una estación de metro. La verdad es que estaba fatal, dijo mi madre. Era evidente que sus sentimientos no eran igual que los míos. Aunque que sentimientos va a tener ella. Mi madre solo iba al colegio en el recreo de la hora del comedor, a las tres menos diez o menos cinco, diez minutos o cinco antes de que entrara a las clases de la tarde. Entre diario era todo el tiempo que veía a mi madre. A ella la perdí sin tenerla.

El tiempo no para y la hormigonera se lleva mi santuario de la infancia, donde se empezaron a forjar mis sueños, seré sincero (no está bien engañar al lector, no dos veces en el mismo relato) ahí no quería ser escritor, aunque inventaba historias casi a diario.

Lo siguiente fue mi adolescencia, si, el ciclo de la vida, infancia y adolescencia, es normal pensareis. Lo que no es normal es que también destruyan el santuario donde compraste tus primeros combinados, tus primeros Whiskyes con Coca-Cola. Pues claro que Segoviano, uno empieza siempre con el Segoviano, es como todo, luego empiezas a creerte más globalizado y bebes de importación, por eso y por que no hay color, el de importación está más rico. Donde yo me divertía en mi adolescencia y parte de mi juventud ahora hay un supermercado. Cuando lo destruyan dentro de unos años tendré que escribir otro relato diciendo que también han destruido mi madurez. Esos años de compra, de cotilleos con mis compañeros de carnicera, de miradas cajeras, y la frase que más me gustaba decir: ¿me das otra bolsa?

Lo reconozco, ahora intento ser culto, me interesa el arte, la escritura, el cine. Cuando era joven me gustaba salir a los bares de copas, emborracharme y dormir. No he sido un joven alternativo de quedar con amigos para jugar al rol, arreglar ordenadores o irme de acampada. Yo quedaba con mis amigos para salir por Alcobendas a emborracharme, a conocer chicas y a disfrutar de la noche.

Ahora tengo canas, tengo una resaca por año, y hay años que ni eso. Las cosas cambian, lo que me hubiera gustado es no darme cuenta, olvidar que con cada cosa que cambiamos, algo de nuestro pasado se destruye, que con cada cosa que creamos reemplazamos la anterior, a mi me duele.

Kaos, el templo de la diversión, y dejemos el alcohol, no es solo eso, tampoco la diversión, en ese sótano, sí, era un sótano he pasado los mejores momentos de mi vida, los peores no, pero también hubo malos momentos, en esto está la magia del apego, en que recuerdes lo bueno y lo malo, así quizá también engrandecemos lo bueno. No me enteré con tiempo de que se iba a destruir, de haberlo sabido hubiera recogido firmas o buscado socios para que eso no sucediera, hubiera reclutado mercaderes de sueños para que el pasado no nos abandone de esta manera. Mi ciudad es alzemica, y yo tendré amnesia.

El tiempo pasa para todos, nuestro personaje del inicio del relato tuvo la suerte de no enterarse, de no recordar que había pasado, el se despertó sentado con un cáliz entre las manos, la inscripción es lo de menos no busquéis los tres pies al gato. Para mí el tiempo también ha pasado, quizá demasiado deprisa, supongamos que tuvo que ser así, pero me hubiera gustado resolver el acertijo que propone la memoria, y de ese maldito cáliz.
© Sergio Becerril 2007

Presentimiento - Relato 6

PRESENTIMIENTO

Después de mirar por la ventana, salió a la terraza. Quiso sentir más de cerca lo que hasta hace solo unos segundos veía. El sol caía encima de todas las cosas, de los coches estacionados en fila, caía en la barandilla de su terraza, y notó el calor al apoyarse en ella. Apenas unas horas antes, cuando el sol no había salido, ese mismo hierro no tenía esa temperatura, tampoco estaba todo tan hermoso como ahora.
Maria, apoyada en su terraza miraba al horizonte, solo cortado a lo lejos por bloques de edificios, pensaba en la sensación de bienestar que te produce un buen día, una mañana soleada como la que hacia. Apretó sus manos con fuerza sobre la barandilla y suspiró, una leve brisa despeino su pelo, que lo llevo hasta su cara, le incomodo esa situación y con una de sus manos lo arrastro hasta detrás de una oreja. Después bajo su cabeza y miro al vacío, algún que otro coche circulaba, y varias personas caminaban, de fondo los pájaros hablaban en su idioma, todo bañado por el color del sol.
En la cocina todavía estaban los platos de la cena. Pero al ser una cena individual no le llevaría mucho tiempo.
Maria tuvo una sensación especial, influía mucho el cielo despejado y el sol, pero aparte del buen tiempo, tenía cierto bienestar. A lo mejor fue eso lo que le llevo a hacer la cama, no tenia costumbre de hacerla, pensaba que nadie entraría a ver su pequeña habitación con un mural de ladrillos, una tele y poco mas, bueno si, un sillón de masajes que se compró unos meses atrás y todavía estaba pagando. Fue una noche cansada de trabajar cuando la vio en la tele tienda, a pesar de su personalidad y de no ser una persona confiada, le bastaron quince minutos para llamar y comprarla. No se arrepentía, de hecho muchas noches se sentaba a disfrutar de ella mientras veía alguna película, pero pronto se dio cuenta de que no la sacaba todo el partido que podía. Por que una cosa es estar cansado y que te apetezca un masaje, y otra es tener tiempo para darte ese masaje, porque lo que Maria no pensó cuando llamó a la tele tienda es que si estaba cansada y le dolía la espalda y las piernas era por estar más de doce horas diarias en la hamburguesería donde trabajaba. Tampoco pensó que ese sillón le daría masajes, y con el tiempo, esto es como mucho una semana, su cuerpo todavía joven estaría restablecido, y ella seguiría pagando las letras del maldito sillón. Pero Maria se equivocó, porque al cabo de dos semanas su cuerpo no estaba restablecido, casi no tenia tiempo de usar el sillón de masajes, y todavía le quedaban nueve letras por pagar.
Pero en esta mañana tan soleada, Maria no pensaba en letras, ni en soledades. Estaba feliz, y puso la radio, que después de unos segundos dejo que de ella saliera la voz de “Los del Río” cantando “Macarena” en su versión pekinesa. Y con ese ritmo tan pegadizo, Maria hizo la cama en un santiamén.
Había quedado con su mejor amiga para ir al parque de atracciones. Por eso y no por el día tan maravilloso, Maria había madrugado. Los domingos le gustaba quedarse un rato más en la cama, sabia que era el último día antes de madrugar, no se sentía mal por quedarse hasta tarde dando vueltas en la cama.
Apagó la radio y fue a la cocina. Giro sobre si misma buscando algo, después fijó su vista en el delantal, se lo puso y abrió el grifo del agua caliente. No le gustaba sentir el agua fría sobre sus manos, fregaba con agua caliente a pesar de las advertencias de su amiga Luz, que decía que había que fregar con agua fría para que no se estropearan las manos. Pero a Maria le daban igual sus manos, no miraba si quedaban bonitas o feas después de fregar, al fin y al cabo eran unas manos, tenían su papel, su misión fundamental, ella no reparaba en superficialidades estéticas.
Fregando el último vaso este bien por el jabón, o por suerte del destino se escurrió de las manos de Maria, yéndose al suelo. No se rompió nada mas caer, el vaso cayó y botó como una pelota, como si quisiera salvarse de un destino fatal, pero fue imposible, al segundo bote fue cuando reventó en pedazos.
A pesar del trastorno ocasionado, ya no solo por el tiempo que le iba a quitar, si no porque la economía no estaba ahora mismo para comprar nada, Maria no se irritó. Se limitó a sacar la escoba y el recogedor y limpiar los pequeños cristales que había por todo el suelo. Fue al tirar los restos a la basura cuando se vio en la parte del tobillo un pequeño corte, producido por uno de los cristales.
El baño era pequeño, solo había un inodoro, un plato de ducha y un pequeño mueble con toallas, además de un pequeño lavabo, encima de este un espejo, con dos bombillas de vela, una de ellas fundida desde hace tiempo, pero si no había tiempo para el relax, tampoco lo había para comprar bombillas.
Maria se sentó en el retrete y se limpió el corte con agua oxigenada, le escocia un poco y tuvo que soplarse un par de veces. Después como si se hubiera desconectado de la realidad se quedó quieta, sentada, al dejar el alcohol encima del lavabo sintió como si lo hiciera a cámara lenta, y se dio cuenta de que todo iba muy despacio, se levantó, y lo hizo con naturalidad, pero a ella le pareció hacerlo lentamente, se sintió mareada, y tuvo que apoyarse contra la pared, duró solo algunos segundos.
El teléfono sonó, y Maria ya recuperada de aquella extraña sensación fue casi corriendo a contestar.
-hola –dijo.
-buenos días Mari, ¿Qué tal?, ¿a que hora te recojo?
Era Luz, su mejor amiga, y con la que había quedado para ir al parque de atracciones.
-Pues estaba recogiendo la cocina, pero ya he terminado, así que lo que tarde en vestirme –Maria hizo una pausa, estuvo a punto de contarle lo que le acababa de pasar en el baño, pero pensó que ella se preocuparía, y a lo mejor pensaba que no seria una buena idea quedar, y a Maria no le apetecía nada quedarse en casa-. ¿Qué tal dentro de una hora?
-vale, te hago una llamada perdida al móvil y bajas.
Maria abrió el armario, y por un instante se sintió mal, no es que le invadiera la extraña sensación del baño, era otro tipo de malestar, este motivado por la monotonía de su vestuario. Sabia que para ir al parque de atracciones no era necesario ir elegante, ni siquiera bien vestida, bastaría un chándal o un vaquero con cualquier camiseta. Pero sintió asco al ver la misma ropa de siempre ante sus ojos. Y aquella sensación era tan bien extraña aquella mañana, porque al igual que Maria no miraba si sus manos se estropeaban cuando fregaba con agua caliente, tampoco era muy sibaritas a la hora de vestirse. Ella no se detuvo a pensar en ello, e igualmente no le resulto extraño estar durante más de media hora pensando que se iba a poner, a pesar de ser la primera vez que esto ocurría en su vida.
El móvil emitió un ligero sonido, pero se corto al instante. Era Luz que ya la estaba esperando abajo. Maria cogió sus cosas y salió, justo cuando iba a cerrar la puerta, volvió a abrirla y entró de nuevo en casa. Se fijó en el reloj de la cocina, se había parado, y una sensación de incomodidad la invadió de camino a su cuarto. El vaso roto, la bombilla del baño, y ahora el reloj de la cocina: ¿Nada funciona eternamente? Se preguntó.
El motivo por el que volvió a entrar en casa es que se le había olvidado ponerse los pendientes. Abrió su mesilla y saco un pequeño joyero, sin saber porque eligió los aros de oro, los pendientes mas caros que tenia. Fue un regalo de su madre el año pasado, Maria había visto el precio unos días después, de visita en casa de sus padres hurgó en el bolso de ella y vio el precio, se quedó asombrada, le habían parecido buenos, pero el precio le dejó perpleja.
Se los puso en el baño deprisa y corriendo. Notó como dentro del bolso el móvil vibraba y sonaba con brevedad, impaciente, pensó y salio del baño dejándose la luz encendida.

Luz estaba dentro del coche fumando un cigarrillo y cambiando la radio de emisora, cuando Maria entró en el coche.
-mujer que hacías –dijo Luz.
-nada, se me había olvidado ponerme los pendientes
-hija mía, que vamos al parque de atracciones, donde vas tan guapa –dijo Luz, con media sonrisa.
-nunca se sabe –dijo Maria, y las dos rieron a carcajadas.
De camino al parque de atracciones no hablaron mucho, Luz conducía y cantaba las canciones que se sabia, las que no, las tarareaba, fumó otro cigarrillo antes de llegar; Maria apoyaba la cabeza en el asiento, y pensaba en la sensación tan extraña que había tenido en el baño, pero ese pensamiento fue interrumpido por otro siquiera mas importante, era día ocho y todavía no había cobrado, mañana vendría su casero a cobrar el alquiler. Tendría que decirle que se pasara la semana que viene, no era una situación extraña, casi era usual, así que no le produjo ninguna incomodidad el pensamiento, simplemente lo pensó.
A las doce entraron en el recinto. El sol hacia horas que se había levantado, y ya había tenido tiempo de calentar todo. Las dos corrieron hacia la primera atracción que había, el clásico tiovivo, con sus caballos, sus elefantes, voladores, y sus carrozas. Maria se subió en lo que parecía una nube, una esponjosa nube con volante, que al moverlo giraba el cochecito, Luz se montó en un caballito, y caballito por decirlo en tono cariñoso, porque escogió a conciencia el mas grande que había.
Estuvieron unas dos horas disfrutando y a las tres y media decidieron sentarse a comer.
-la montaña rusa la dejamos para el final ¿no? –dijo Luz.
-no, tía yo ahí no me montó, a mi eso me da mucho miedo –dijo Maria sonriendo con nerviosismo.
-venga Maria, así liberas un poco de adrenalina que te hace falta, ¿Qué miedo tienes?, si no pasa nada, yo te agarró fuerte.
-no se, ya veremos. Oye sabes que por primera vez en mi vida independiente, me he deprimido al ver mi armario. Siempre la misma ropa, los mismos colores, los mismos tejidos, no es que quiera tener el vestuario de una estrella de cine, pero es que el mío da pena. Con lo fácil que era todo antes. Te acuerdas cuando íbamos a comprarnos ropa al centro comercial, nos pasábamos la tarde entera comprando ropa, pero claro, el dinero no era nuestro, nuestros padres no lo daban, no teníamos gastos, ni responsabilidades, no teníamos que decidir si gastar mas o menos dinero en comer, ni hacer cuadrar cuentas para llegar a fin de mes, era tan fácil como pedirle dinero a tus padres, y venga a gastar sin pensarlo –Maria se quedó callada, bajo la cabeza y miró al suelo-. ¿Y porque pienso ahora en todo esto?
-eso digo yo tía, no te pongas melancólica ahora –dijo Luz con la boca llena.
-si, un parque de atracciones es un sitio para estar feliz, no debería ponerme triste. Aquí, en un parque de atracciones me di el primer beso con un chico, no en este, si no en el de Málaga, cuando fui de fin de curso. El era de Valladolid, y nos enamoramos en el hotel, dio la casualidad de que los dos hicimos la excursión al parque el mismo día, y allí, en una terraza, tomando un refresco nos besamos. Mi primer beso, de eso hace más de quince años.
Maria miró al horizonte, la gente reía, y algunos montados en las atracciones mas atrevidas, gritaban con fuerza.

La tarde pasó muy deprisa, ya se sabe, cuando las cosas van bien, cuando uno se esta divirtiendo, el tiempo pasa volando.
Fue a las siete y media cuando Maria y Luz se detuvieron delante de la montaña rusa, allí se quedaron las dos, expectantes y sorprendidas ante tanta subida, giro y bajada, el sonido de los coches al pasar por delante era ensordecedor, e incluso desagradable, ese ruido tan cercano, contrastaba con otro lejano, el de la gente chillando al bajar por aquellas pendientes tan abruptas.
Maria no podía creer como Luz la había convencido, pero allí estaba ella, subida a uno de esos coches que segundos antes había visto subir y bajar, pero nunca caer, y eso la animó por un momento.
Los anclajes de los coches eran individuales, y Maria se detuvo a pensar en ello, se pregunto que porque no eran como antes, cuando una gran barra sujetaba a ambas personas, impidiendo al destino jugar sus cartas, a no ser que el destino de esas dos personas fuera el mismo, situación entonces irremediable para ambas. No supo porque pensó todo aquello, pero estaba nerviosa y se sentía oprimida por el cinturón de seguridad que atravesaba su pecho.
-y si se suelta esto –dijo Maria nerviosa.
-venga mujer, como se va a soltar, si no se ha soltado antes, porque a de hacerlo ahora
Y Maria sintió un dolor agudo en el pecho, porque pensó que antes no se había soltado, pero sabía que ahora se soltaría. Todos hemos pensado eso antes de que el coche se mueva, se va a soltar, se va a caer, esperemos que no, por favor que no me pase nada, pero allí estamos con ese miedo y con la incertidumbre de que te puede tocar a ti. Claro que eso no sucede a menudo, y en algunas atracciones no ha sucedido nunca, e incluso puede que ni sucederá jamás, pero y si pasa, estas ahí, y es una situación que hay que tener en cuenta.
La atracción comenzó, y en la segunda bajada, cuando ya a Maria se le había quitado el miedo, y tenia cierta confianza para disfrutar de la situación, el anclaje que la unía al asiento se soltó, en la curva de bajada su cuerpo salió despedido, golpeándose con los hierros que armaban aquella montaña rusa, cayendo en pocos segundos al suelo.
Fue todo muy rápido, pero Maria vio como la correa se iba soltando, y volvió a experimentar la sensación del baño, donde todo iba muy despacio, todo iba a cámara lenta, y recordó muchas cosas, y vio muchas cosas antes de golpearse la cabeza con uno de los hierros de la estructura metálica.
Al día siguiente Lunes, el casero tocaba el timbre con fuerza, pensaba que Maria no quería abrirle, después de algunos minutos desistió y bajo despacio las escaleras, en el momento que el casero salía del portal, el cartero impidió que la puerta se cerrase, buscó en el buzón a Maria y le dejó una carta, era la misma carta de todos los meses, la misma que la financiera la enviaba para indicarle que el próximo día diez le pasarían el recibo del sillón de masajes.
El sillón de masajes y una de las luces encendidas del cuarto de baño, parecían los únicos testigos de la soledad que había en la casa. Y durante un segundo la bombilla fundida del baño brilló, fue algo efímero, casi fugaz, pero ocurrió.

© Sergio Becerril 2007

¿Por qué este Blog?

Por si alguien entra en mi bodega y no sabe de qué va todo esto, quiero explicarme.
Me gusta escribir, y me gusta que me lean, después de haber sido rechazado por alguna que otra editorial y de haber perdido muchos concursos literarios, Internet y Blogger me dan la oportunidad de publicar para todo el mundo, cualquiera puede leer mis escritos, mis recuerdos reales o imaginarios.
El caso es que vivimos tiempos de cambio, y quizá a los poderosos les gusten estos cambios, a los que desean el éxito, y el capital prima por encima de todos sus intereses.
El mundo no para, no hay tiempo para el relax, para cordura, ni siquiera para la nostalgia, todo es visual, rápido, a gritos.
Yo prefiero la lectura sosegada de un libro en una habitación a media luz, lectura de código de barras sobre las letras a causa de la persiana a medio bajar, tardes de pies descalzos colgando en el sofá con alguna historia escrita, mientras siento el tacto de la mano en mi espalda de mi otra mitad.
Estás en una bodega de recuerdos, sírvete tu mism@, te recomiendo imprimir los relatos, así acabaremos con la incongruencia de denostar los cambios y publicar en Internet.
Bienvenidos y ojalá os embriaguéis con mis caldos literarios.

Poésia de ciudad

Vago sol reflejado en los ladrillos de la ciudad, un atardecer,
Tu risa relajada una mañana de domingo, el amor,
Lluvia estampándose contra mi rostro una noche, la locura.
La soledad del aislamiento que da la cordura, la nostalgia,
El olor del cansancio después del trabajo, el hastío,
La lámpara del salón a media luz alumbrando todo, tranquilidad.
El pasado, los recuerdos, tu mirada, presente y futuro, la felicidad,
Mis ojos cerrados en mi cama durmiendo, la inocencia,
El tiempo lento y sus pensamientos, la soledad.
El cielo gris, las horas pasan, mi mente piensa y tú no estás.

Lo inexplicable de la Seguridad Social y sus visitantes - Pensamiento 2

Vengo del médico, estoy con catarro, con gripe o no lo sé pero me encuentro mal.
Tengo que decir que hay algo inexplicable cuando vas al médico de la seguridad social, no cuento que de un tiempo a esta parte los tiempos de espera se han triplicado, eso no es inexplicable, por que digo yo que si no hay más médicos, ¿por que no ponen más médicos? Si la población crece, pues que crezca también los profesionales...
A lo que iba, delante de mí seis personas y lo inexplicable viene ahora: ¿Como puede estar un paciente en la consulta más de diez minutos? ¿Que le cuentan al médico? ¿Que les hace el médico? No os ha pasado que la que va delante de vosotros se ha tirado más de tres cuartos de hora dentro de la consulta, a mi si me ha pasado y más de una vez, no pongo la excusa de que son señores mayores por que los hay de todo tipo, mayores, jóvenes, flacos/as gordos/as, todo tipo de seres humanos, menos yo, o uno propio.
No sé por que motivo y aquí está lo inexplicable, tu consulta dura menos que la de los demás pacientes, hoy mismamente, la señora que ha entrado antes de mi se ha tirado veinte minutos largos, me ha jodido tanto que me he propuesto durar dentro de la consulta, durar, que la gente que estuviera fuera dijera: "que barbaridad que hace este chico dentro, lleva más de quince minutos", joder no pago igual que cualquiera, por que motivo mi consulta va a durar menos, bien pues ya no sabía que más decirle, me hacía el remolón contándole lo que me pasaba, hacía lentas pausas estilo catedrático noventón, mi error fue no mirar el reloj (tampoco era plan) cuando salí SOLO HABÍA ESTADO EN CONSULTA SIETE MINUTOS, que depresión.
Otra cosa, mientras esperaba para entrar al médico, viene una pareja: ella vestida normalmente, él de traje, impoluto, como si se acabara de vestir, el carro del niño "Maxicosi" símbolo de poder adquisitivo. En fin mi reflexión viene por lo siguiente: ¿Por que ese hombre no se quita la corbata? Eran las ocho de la tarde, no sé, admiro a la gente que una vez se pone la corbata por la mañana no se la quita hasta que se acuesta, vale que por motivos de trabajo tengas que llevar uniforme, por que un traje es un uniforme, a no ser que sea un HUGO BOSS de 3.000,00 euros, los de Emidio Tucci del Corte Inglés no dejan de ser uniformes, bueno a lo que iba, por qué cuando llega determinada hora no se quitan la corbata y se relajan un poquito, ¿será por el que dirán? Es que yo he visto gente los miércoles en el Bernabeu, en la Champions League, gente de traje y corbata, ¡joder relájate!
Bien por hoy, voy a dejar de pensar, que todavía me encuentro mal.

La Guardia - Relato 5

LA GUARDIA

Hacía algunos años que había dejado de creer en los sueños. Mi vida se había convertido en algo vulgar, un guión repetido día tras día. Pensaba que el ser humano no es especial, que uno no puede conseguir cosas en la vida por si solo. Pero ese pensamiento cambió cuando mi entrenador me llamó aquella tarde a su despacho.
-te he conseguido un combate en New York, es un combate contra un púgil americano. Un niño de papa que quieren lanzar al estrellato, no es gran cosa como boxeador, pero desde que salió en un programa de televisión, se ha vuelto un personaje muy mediático, su agente quiere convertirle en un campeón, en este primer combate quieren enfrentarlo a alguien que no le complique mucho la vida.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando, mi entrenador, sentado en su desgastada silla de cuero me estaba diciendo que viajaríamos a New York para disputar un combate de verdad.
-¿y si le complico la vida?
-seamos sinceros, tú tampoco eres gran cosa Wilfredo, tomate esto como un premio a tus diez años de entrenamiento.
Llevaba diez años practicando boxeo, solo había un gimnasio en toda la Republica Dominicana y estaba a diez kilómetros de mi casa, yo caminaba todos los días para entrenar.
- Ya sé que no soy gran cosa, pero sabes que pongo mucho empeño en lo que hago. ¿será televisado?
-entiendo que aceptas ¿no? Nos pagan el viaje y la noche de hotel después del combate. Salimos mañana por la mañana.
Aquella noche no pude dormir. Es cierto que yo no era gran cosa boxeando, ni siquiera había desarrollado una gran musculatura, pero mis movimientos eran rápidos, y los últimos cinco años había trabajado muy fuerte, era el campeón del gimnasio, de ahí que Carlos el entrenador y dueño del gimnasio me eligiera a mí para combatir con el americano.
Necesitaba un poco de ánimo, así que fui a la habitación de mi hermano para contarle lo que me había pasado.
-no entiendo Wilfredo, como es que te llevan a Nueva York para pelear, ¿de verdad? Es algo magnifico, supongo que habrá representantes de todo el mundo para verte. Ya te dije que el boxeo te iba a venir bien, fíjate, a Nueva York.
-no mi hermanito, a quien van a ver es al americano, y ya sabes lo que pienso sobre las cosas que se logran en la vida. No dependemos de nosotros, todo depende de la suerte, o de la mala suerte, si otro en mi lugar hubiera tenido los tres pesos para practicar boxeo durante estos últimos diez años, ese hubiera ido a Nueva York, no se trata de que yo lo haya hecho bien, tampoco cuenta el esfuerzo.
-venga no sigas con ese pensamiento tan negativo. Yo creo en la singularidad del ser humano. Cada ser humano es único, y tú eres un gran campeón.

En el avión, el entrenador sentado a mi lado se estaba quedando dormido.
-¿Cuánto tardaremos?
-un par de horas
-es la primera vez que viajo en avión, ¿esto no se caerá no?
-si, seguramente se caiga, pero no te preocupes, caeremos al mar y podremos nadar hasta Manhattan
-gracias por todo Carlos
Pero Carlos ya debía dormir porque no dijo nada.
Dos horas después aterrizamos en el aeropuerto de La Guardia. Una limusina nos estaba esperando para llevarnos al hotel.
-en el hotel firmaremos los contratos. Ganarás algo de dinero, pero poca cosa
-no me importa el dinero, seguiré siendo pobre con o sin el

En la rueda de prensa previa al combate conocí a mi rival. Un tipo alto y rubio, aunque con menos músculo de lo que pensaba. Me presentaron como el campeón de la Republica Dominicana, algo completamente falso, pero nadie lo supo, no me hicieron ni una sola pregunta.
Conocer a mi rival me ayudo a conseguir confianza, durante todo el día estuve intentando verme como ganador, y cuando mi entrenador terminaba de atarme los guantes casi me veía victorioso.
-tu aguanta, aguántale, lo que no queremos es que te deje KO, tu aguanta, a lo mejor hay algún representante que ve algo en ti.

En el tercer asalto el americano me dejó KO. El contrato establecía que tenia que llegar por lo menos al quinto asalto de los doce para compartir las ganancias, así que volvimos a Santo Domingo como vinimos y yo con la cara destrozada.
Sentado en el avión lloraba con amargura, sabía que nunca más vería el aeropuerto de La Guardia, nunca más respiraría el aire cosmopolita de Nueva York.
Me despedí observando el medio rascacielos que mis cerrados ojos me permitían ver a lo lejos.

Al poco tiempo un primo mío que se fue a España a trabajar me dijo que en la empresa en la que trabajaba necesitaban un obrero, mi primo me acogería en su casa hasta que pudiera establecerme por mi cuenta.
-el trabajo es tuyo primo, he hablado con el patrón y me dice que te vengas para acá
-¿Cómo lo hago? No tengo dinero para pagarme el pasaje
-yo pido un préstamo y luego tu poco a poco me lo pagas cada mes

Así lo hicimos, mi primo me envío el dinero para comprar el billete dos semanas más tarde.
Este avión es mucho más grande que el que me llevó a La Guardia, en algo hemos prosperado, pensé.
Después de ocho horas llegué a Barajas, mi primo me esperaba.

El trabajo en la construcción no duró mucho, pero si lo suficiente para conseguir los papeles y poder establecerme en Madrid. Mi primo me dijo que podía solicitar una ayuda como desempleado.
Fui a solicitar la ayuda, después de esperar más de dos horas, llegué a la ventanilla donde un tipo con corbata me atendió.
-¿Cuál es su profesión?
-soy boxeador
-por favor señor, me refiero a que sabe hacer usted, esto es la oficina de empleo
-boxear, solo sé boxear, yo pelee en Nueva York ¿sabe?
-entiendo, aparte de boxear, sabe hacer algo más
-si, estos dos últimos meses trabajé en la construcción

El tipo escribió un par de minutos en el ordenador y me dijo que ya estaba todo, que me podía marchar.
Somos figuritas que se mueven sin consentimiento. Nos movemos sin querer, y aunque queramos realizar nuestros sueños, no depende de uno mismo llegar a cumplirlos. Yo nunca podría ganar a aquel americano, quien sabe si fui elegido por eso mismo, porque nunca podría ganarle. De cualquier manera nunca lo sabré, como tampoco sabremos donde acabaremos, cual será nuestro próximo éxito o fracaso. Dejémonos llevar por la vida, que tan azarosamente nos trata.

© Sergio Becerril 2007

Caretas - Relato 4

CARETAS

Me viene bien llevar esta mascara, así oculto mi rostro vacío, mis vacilaciones, mis ojos sin brillo. No tengo que sacar a pasear mi forzada sonrisa, ni siquiera es necesario que abra los ojos, que intente simular alegría u optimismo. Es una gozada llevar esta mascara. Que no me conozcan, que no me vean mirar al que pasa por mi lado, poderme reír del atuendo de mi vecino sin que me avergüence de hacerlo, que no me descubran llorando por cualquier pensamiento mío, por cualquiera de esos pensamientos que se me ocurren cada vez más a menudo.
Me encanta el carnaval, en esta fecha me encanta que la gente se congratule conmigo, que oculten su rostro, sus curvas, y se diviertan en el anonimato, son como yo. En estas fechas no me siento diferente.
Recuerdo el primer día que me puse esta careta: llevaba días sin sonreír, el mismo trabajo de todos los días, los mismos gastos, las mismas decepciones. La gente me empezó a dar de lado, los amigos se fueron y no los eché de menos, en mi mundo no necesitaba ni necesito a nadie.
El problema es que no estaba solo, mi cara se fue agrietando, mis ojos entristeciendo, mi ropa se repetía, me pelo empezó a crecer, con barba me vi mejor que afeitado, y la gente me empezó a mirar con extrañeza. Un día me di cuenta de que no podía seguir así, la melancólica tristeza estaba mermando mi alma, y lejos de tener apoyos, o de llamar la atención de mis allegados buscando el refugio de la compasión, estos me dejaban de lado, pensaron que era un tipo triste, un amargado, un antipático, alguien poco recomendable, y poco a poco me fui quedando solo.
Un día de carnaval de hace tres años se me ocurrió la idea de ponerme esta careta. Desde entonces todo ha cambiado. Mi cara refleja alegría, mis arqueadas cejas denotan optimismo, y mis dientes caminan en fila cautivando todas las miradas. Y por muy raro que parezca, mis amigos han vuelto a mí y en el trabajo me va muy bien, parezco feliz.
Sin embargo y por razones que todavía no alcanzo a comprender, cada cierto tiempo la sonrisa de la mascara se va tornando tristeza, las comisuras de los labios caen hacía el suelo, los parpados de los ojos ceden a la gravedad, tornándose como persianas a medio bajar en una fría tarde de invierno. Esto sucede cada vez con más frecuencia. Al principio pasaba cada tres o cuatro meses, ahora cada quince días tengo que comprarme una mascara nueva.
Este año leo con asombro la siguiente noticia en todos los periódicos: Colmenar Viejo celebrará este año sus carnavales de una manera muy especial, organizará una fiesta en la que estará prohibido llevar caretas, los asistentes deberán mostrar su autentica cara, y la gente que quiera hablar con otra gente deberá hacerlo con rostro sincero, sin mascaras, mostrando su cara verdadera.
Sin mascaras, dicen. Yo por supuesto no iré, nunca me ha gustado disfrazarme.

© Sergio Becerril 2007

Las horas - Cita 1

"Vivimos nuestra vida, hacemos lo que hacemos y luego dormimos: es tan sencillo y vulgar como esto. Unos pocos se tiran por la ventana o mueren ahogados o toman pastillas; más personas mueren a causa de accidentes; y la mayoría de nosotros, la gran mayoría, somos devorados lentamente por alguna enfermedad o, si tenemos mucha suerte, por el tiempo mismo. El único consuelo que tenemos es esta hora o aquella en que nuestra vida, contra toda probabilidad y contra toda expectativa, se abre de pronto y nos da todo lo que hemos imaginado, aunque todos, menos los niños (y quizás ellos también), sabemos que a esas horas, inevitablemente, les seguirán otras, mucho más oscuras y más arduas. Apreciamos , no obstante, la ciudad, la mañana; por encima de todo, confiamos en que sigan existiendo."

Michael Cunnhingam "Las Horas".

La china en el zapato - Pensamiento 1

Hay algo mágico cuando una china se te mete en el zapato, algo que si lo pienso con detenimiento me llena de dudas, y hace que mi existencia se vuelva un poco más compleja.
Hoy iba caminando hacía mi casa después del trabajo, lo hacía como de costumbre, con esto quiero decir que no había modificado mi forma de dar cada paso, ni siquiera caminaba con ritmo distinto al habitual, mis zapatos son de cordones, y se ajustan mucho al tobillo, pues bien, iba caminando como todos los días y de repente me encuentro con una zona donde la lluvia había formado arenilla, unos metros después, noté una china en mi zapato, ¿como fue posible? Si mi zapato se ajusta al tobillo, la suela no tiene ningún agujero, los zapatos son de cordones, no pasé deprisa por la arena, yo vi con mis propios ojos que ninguna chinita de aquella jodida arena había saltado, tampoco había lugar para ello, pase andando tranquilamente, para ser sincero incluso con un poco de tacto por experiencias anteriores...No encontré explicación alguna, la china estaba pinchándome en el dedo gordo, mi pie apenas podía moverse dentro del zapato, pero la china se movía con total soltura, haciendo cada paso una pequeña putada.

Cumpleaños - Relato 3

CUMPLEAÑOS

Dentro de una semana es el cumpleaños de mi mujer, y todavía no sé qué le voy a regalar. Ayer después del trabajo, mientras iba andando hacia el coche, las ramas de los árboles no dejaban de cimbrear. Hacía frío y de mi boca salían nubes de vaho. Mi traje arrugado de todo el día en la oficina, parecía que estuviese mojado, o al menos esa era la sensación que me causaba el roce de las prendas sobre mi piel. Había trabajado mucho y todavía estaba aturdido de la jornada, pero podía pensar en otras cosas que no fueran temas laborales, así que mientras llegaba a mi coche, aparcado a tres manzanas de la oficina, pensaba en qué podía regalarle a Silvia.
De camino, veía pasar a los coches con sus luces, y cada vez que los miraba me lloraban los ojos, y tenía que restregármelos con una de mis manos; en la otra mano llevaba el maletín con algunos informes. Me encontraba incomodo, tuve una sensación de malestar y me odié por ello. El traje, el maletín, la corbata, el frío, mis ojos llorosos, y además la preocupación del regalo de mi mujer. Estaba furioso, pero a los pocos segundos me di cuenta de que no había razón para estarlo. Mi trabajo de contable no era malo, el sueldo estaba bien, aunque me quitaba demasiado tiempo; tenía una mujer estupenda, además ella estaba embarazada de tres meses; todo me iba bien, al menos por ahora, pero en ocasiones tenía esta sensación de desapego, de estar y no estar. Muchas veces pienso cómo sería mi vida si no hubiera conocido a Silvia. El día en que mi mejor amigo me la presentó no pude enamorarla; ni a ella ni a nadie, por aquel entonces yo era un mal estudiante de arquitectura, y no me dedicaba más que a hacer el vago y a emborracharme con los compañeros de facultad. Aquella tarde habíamos estado en el bar de Martín tomando unas cervezas como hacíamos siempre, y lo estábamos pasando genial. El bar de Martín estaba lleno, en realidad, siempre estaba lleno, allí se juntaban jóvenes de la universidad y gente anciana que entraba a tomarse sus vinitos con tapa. Vi que se levantaban de la mesa de al lado unos chicos, y cuando salieron por la pequeña puerta del bar, observé un objeto en una de las sillas. No podía quitar la mirada de aquello, parecía una caja. En ese tiempo yo estaba empezando a perder vista y no veía muy bien de lejos, pero si, era una caja. Avisé a mis amigos que iba al baño y me levanté, y con disimulo, con un falso y torpe disimulo, hice el gesto como de bajarme el pantalón y, al subir, agarré la caja y me la metí en el bolsillo del pantalón. Casi no me cabía, sobresalía un extraño bulto que yo tapaba con mi mano, pero logré que nadie se diera cuenta, o al menos eso me pareció a mí, y fui al baño. Entré en uno de los privados y cerré con pestillo, saque la caja, y dentro encontré un reloj. Era un reloj precioso, de color verde y correa de cuero ribeteada; era de mujer, por su tamaño tenía que serlo. Lo saqué de la caja y me lo metí en el bolsillo, y deje la caja encima del retrete.
Cuando salí del baño, mis amigos habían pagado la cuenta y ya nos marchábamos, habían quedado con unas antiguas amigas de colegio; yo no les dije nada del reloj.
Entre las amigas del colegio estaba Silvia, fue una suerte encontrar dos regalos tan bonitos el mismo día. Uno, lo llevaba en el bolsillo; el otro, me costó mucho conseguirlo, pero terminó también siendo mío cuando al fin pude seducirla.
Yo dejé de beber y de salir con mis amigos, que no me servían nada más que para emborracharme, y empecé a salir con Silvia. No recuerdo bien cómo surgió, aunque creo que una de las tardes que habíamos quedado todos juntos se lo pedí, así, sin más, y ella aceptó mi propuesta con una sonrisa, y se la veía feliz, muy feliz.
A veces pienso en su felicidad, si será tan feliz ahora conmigo como cuando le pedí salir aquella tarde; tan feliz como cuando la llevé por primera vez al cine y nos dimos el primer beso; o tan feliz como aquella tarde en mi casa, mis padres habían salido e hicimos el amor, yo tenía veinticinco años y fue mi primera vez. Prefiero pensar que sí lo es, que por lo menos no es una desgraciada a mi lado, pero solo ella sabe si la vida le ha dado lo que esperaba.
Pensé en comprarle un reloj, como aquel que me encontré en el bar de Martín, que fue suyo durante muchos años. Se lo regalé a los pocos días de estar saliendo, y lo llevaba con mucho cariño. No se lo quitaba ni para dormir. Con el tiempo la correa se fue desgastando, y, cuando la despidieron de uno de sus trabajos, sus compañeros le regalaron uno muy bonito. Empezó a ponerse este ultimo más que el mío y a mí tampoco me importó; al cabo, el reloj verde con su correa ribeteada y todo cayó en el olvido; la ultima vez que lo vi fue en una de las cajas en las que guardamos las cosas que no usamos, en el armario empotrado del pasillo, y hace bastante tiempo de aquello.
Saqué las llaves del coche y abrí la puerta, cuando me subí, se me quitaron las ganas de comprarle un reloj; el que usaba ahora se lo había comprado ella hacía un par de meses. Así que me volví a quedar en blanco, y ya no me apetecía pensar en qué regalarle, pensé en qué habría hecho de cena, y en cómo se encontraría. Al medio día cuando hablé con ella, me dijo que había tenido angustia y había llamado al médico. Pero el médico la tranquilizó, le dijo que era normal, que en los primeros meses de embarazo las nauseas eran comunes, y le recomendó reposo.
Arranqué el motor y esperé algunos segundos a que se calentara, y pensé en por qué lo hacía, por qué esperaba esos segundos, por qué desde que le había pedido salir a Silvia mi vida había sido un constante orden, y me pregunté si eso era lo que quería, si era feliz con la normalidad de vida que llevaba.
Unos días atrás había hablado con Martín, había vendido el bar y con el dinero había comprado una caravana, pero no de las que van enganchadas a un turismo o furgoneta, sino de las que la misma caravana es una furgoneta enorme; tuvo mucho interés en dejar claro esto, a pesar de que a mí me daba igual si era o no autopropulsada, pero sí me interesó saber a qué se dedicaba y cómo vivía y, sobre todo, si era feliz. Casi me convenció de que sí lo era, al menos la forma en que hablaba de todas las situaciones que le conté era de una persona optimista, de alguien que era feliz y pocas preocupaciones le acechaban en la vida. Se dedicaba a vender mermelada que él mismo fabricaba, iba viajando por toda Europa vendiendo su propia mermelada. Desde luego que el negocio no le daba para grandes lujos, le daba dinero solo para vivir, pero vivía libre y hacía lo que realmente quería hacer, y trabajaba cuando quería y vivía a su manera, que es lo que todo el mundo quiere hacer, pero pocos consiguen. Le estaba escuchando contarme anécdotas de sus viajes, y de que nunca se sentía solo porque hacía amistades allí donde fuera. Entre risas me dijo que en ese momento estaba mirando su cama, por la que según él, habían pasado más de trescientas mujeres de diferentes países durante ese año; yo le escuché, me creí la mitad, pero la mitad que me creí me causó muy buena sensación, y por algún segundo o, mejor dicho, durante todo el tiempo le envidié. Él tenía algo que yo no tengo, libertad de hacer lo que uno quiere, y mientras pensaba esto, camino de mi casa, en mi deportivo de color negro, me di cuenta de que realmente no era feliz, algo fallaba en mi vida para envidiar a un amigo que va vendiendo frascos de mermelada por Europa en su caravana autopropulsada.
Cuando llegué a casa, Silvia estaba sentada, leyendo una revista; al verme se levantó y besó mi mejilla; no demostró mucho cariño, pero, a estas alturas, no exijo cariño. Llevábamos tres años casados, y nuestra relación era más bien una amistad ya consagrada por la confianza. Siempre he pensado que las relaciones que funcionan de verdad son aquellas en las que hay más amistad que otra cosa; el fuego se apaga, tarde o temprano y lo que queda es la confianza, la amistad, llevarse bien y compartir con respeto el tiempo que pasas al lado de la otra persona. Silvia no me daba motivos para estar celoso, en toda nuestra relación apenas me había preocupado por eso, y me gustaba; yo tampoco le daba motivos a ella; nuestra relación era normal, demasiado normal, pero así pienso que tienen que ser las cosas, sin sorpresas y previsibles, así no hay pensamientos negativos ni preocupaciones innecesarias.
Cenamos, hablamos, y vimos la tele, ella tumbada con la cabeza en mis piernas; al cabo de media hora ella estaba dormida y yo casi a punto de hacerlo.
Fuera había tormenta, y la lamparilla del salón se iba y venía. Uno de los truenos despertó a Silvia, quien levantó su cabeza despacio de mis piernas y se restregó los ojos, me preguntó la hora y, cuando iba a levantarse para salir del salón, se fue la luz. Yo agarré su mano y con la otra busqué mi mechero en la mesa; cuando lo tuve lo encendí, me levanté, abrí uno de los cajones del mueble y saqué una vela que teníamos para estos casos. Estaba medio gastada apenas quedaban dos centímetros. Silvia me dijo que buscara más velas, ya que creía que la tormenta iba a durar toda la noche y no le gustaba dormir sin nada de luz; me dijo que creía haber visto algunas en el armario empotrado del pasillo. Salí del salón y fui hacia el armario, lo abrí y las cosas estaban ordenadas, como la última vez que lo vi. Se habían incorporado nuevas cajas, pero estaban apiladas en orden; cogí una de ellas y la abrí. Había papeles, nada de velas, Abrí otras, pero sin suerte. En una de ellas encontré el reloj verde con la correa de cuero ribeteada y rota por uno de sus extremos, lo metí en mi bolsillo y seguí buscando las velas. No tardé mucho en encontrar los cirios, fui al salón, y la vela encendida apenas daba luz. Silvia me dijo que nos fuéramos a la cama y allí encendiera una de las velas nuevas, y eso hicimos.
Silvia estaba metida en la cama, tenía los ojos abiertos y yo la miraba y la veía despierta, la vela daba una luz muy fuerte, me pareció maravilloso mirar a Silvia con la luz de aquella vela. Saqué mi pijama del armario, y lo dejé en la mesilla, me senté en la cama y saqué de mi bolsillo el reloj; ella al verlo sonrió, noté felicidad en su rostro, se incorporó sobre la cama, con una mano cogió el reloj y con la otra una de mis manos, lo observó durante algunos segundos, después apartó su mirada del reloj y me miró con firmeza; entonces me besó y sentí sus labios con la intensidad del primer beso, e hicimos el amor dos veces.
Esta mañana el reloj estaba en el suelo, me levanté despacio para no despertar a Silvia, y me metí en la ducha.
De camino al trabajo no podía pensar en otra cosa que en los besos y caricias de la noche anterior, de cómo todavía podíamos ser felices con tan poca cosa, y de nuestros cuerpos entregándose con una vela de testigo.
Antes de entrar a la oficina, miré mi reloj, llegaba cinco minutos tarde, y pensé que por fin tenía algo de improvisación en mi vida, y también pensé que solo quedaba una semana para el cumpleaños de Silvia y no sabía qué le iba a regalar.


© Sergio Becerril 2007

Diario de diario - Relato 2

DIARIO DE DIARIO

“Hoy he vuelto a ver a Marta. Caminaba despacio, con torpeza, como tiene costumbre de hacerlo. Llevaba una bolsa en una mano, y en la otra, su monedero. Marta es gorda, pesará más de noventa kilos y rondará el metro y medio de estatura. Tiene la nariz chata y los labios carnosos. Pero no es guapa. Mirando de cerca su piel agrietada de color rosáceo, se pueden ver unos profundos surcos. Es la clase de persona que muchas veces ves pasar por la calle y la miras con curiosidad y te da lástima. Siempre, desde que me fijé por primera vez en ella, he deseado saber cómo es. ¿Quién es Marta?”
Tomás dejó de escribir en su diario. La cena esperaba encima de la mesa, no tenia hambre pero la gente de su alrededor le había aconsejado que tenia que comer, la perdida de peso de las ultimas semanas daba fe de ello. Arrimó su nariz al plato como el buen cocinero que, sabiéndose merecedor de todos los aplausos, se dedica unos minutos a disfrutar de su obra en soledad. Cuando acabó volvió a la cama a seguir escribiendo en su diario, le encantaba hacerlo a esas horas.
“He tenido un día muy duro. Nunca había pensado en lo cansado que es el trabajo de profesor hasta hoy, y más dando clases particulares. Siempre he querido ser músico, pero mis padres querían que estudiara una carrera, así que con tal de no darles la razón, elegí Magisterio en vez de Derecho.
Vivo solo: hace dos años que me separé de mi mujer. Fue en una mala época de alcohol y juego; ella no aguantó más y me dejó…”
Tomas miró por la ventana, seguía lloviendo, hacia cuatro días que no había parado de llover. Cerró su diario e intento dormir, pensaba en la lluvia, en porque no dejaba de llover. Y con el ruido del agua golpeando los cristales se quedó dormido.
A la mañana siguiente, el despertador sonó. Tomás se levantó despacio. Era martes: la semana no había hecho más que comenzar. Se vistió con rapidez, y no porque tuviera prisa, de un tiempo a esta parte a Tomas le gustaba hacerlo todo revolucionado. Antes de salir fue a la cocina y cogió una manzana para desayunar. Miró al cielo cubierto de nubes y se alegró de que todavía no hubiera empezado a llover.
El día pasó con absoluta normalidad. Tomas estaba cansado, pero pensó que no podía dejar de escribir en su diario, era muy estricto con las cosas que se auto imponía, y escribir cada noche en su diario era una de ellas. Se puso cómodo, y sentado en la cama retomó de nuevo su relato.
“Esta tarde, justo cuando iba a cruzar la calle para entrar en el metro, he visto a Marta. Me detuve. No podía dejar de mirarla, y no entendía cómo podía producirme tanta curiosidad. Marta se paró en un puesto de cupones a comprar un décimo de lotería. Apoyó una bolsa de plástico en la repisa del puesto. Desde el otro lado de la acera, yo no me perdía detalle. Marta se fue, olvidando la bolsa en la repisa. Fui corriendo hacia allí, y cogí la bolsa, pensé en dársela a Marta; mientras lo hacía, miré dentro y descubrí un cuaderno. Dejé de seguir a Marta y me di la vuelta.
He llegado a casa a las diez de la noche. Me he puesto cómodo y me he sentado en el escritorio a leer el cuaderno. Tenía muchas ganas de hacerlo. En los ratos libres, durante el día, había ojeado sus páginas; era un diario.
Encendí un cigarrillo y comencé a leer”
“26 de julio de 2000
Primer día de mi diario. Estoy muy emocionada: hoy empiezo la escritura de mi diario. Empezaré por el principio, ya que quiero que quien lea estas páginas cuando me muera sepa quién soy, que me conozca. Tengo Veintinueve años y vivo con mi marido Carlos. Aunque Carlos es su nombre yo le llamo, con cariño, Bolis; es porque a él le gustan mucho los bolígrafos, y no me preguntéis por qué, ya que no lo sé. A mí me gustan mucho los relojes; tengo cuatro o cinco, aunque dentro de poco tendré seis porque mi amigo Pedro, el del bar de la esquina, me ha prometido que me regalará uno de la cerveza; estoy deseando que llegue ese regalo. Ahora mismo lo pienso y me emociono; sabe que me gustan los relojes y que me regale uno es para mí un detalle muy especial. Siempre he vivido con mis padres; bueno, siempre hasta que murieron… Cuando murieron yo me quedé sola, bueno, sola no porque ya tenía novio, pero quiero decir que ya no estaba tan protegida. Echo de menos a mis padres porque ellos me cuidaron siempre muy bien. Al morir mis padres mi familia me quería internar en una residencia porque decían que no estaba bien, que estaba enferma. Al final, un tío mío se ocupo de mí, y poco a poco fue dándome cierta libertad. Ahora vivo con mi marido y con mi hijo Esteban, de dos años. Estoy muy contenta. Esto es todo por hoy. Mañana escribiré algo más.”
“Me sorprendí de lo que había leído: era el diario de Marta. Me encuentro mal por leerlo, no está bien, pero quiero conocerla, desde la primera vez que la vi me había despertado una curiosidad enorme. Siempre que la veía me quedaba absorto mirándola, observando cada uno de sus movimientos. Me olvidé de mis prejuicios, y seguí leyendo”.
“31 de julio de 2000
Hoy no me apetecía trabajar. Casi me voy dejando todo lleno de porquería. Pero al final he trabajado: necesito este dinero. Trabajo limpiando el portal del edificio en donde vivo. Tengo un sueldo de veinte euros al mes. El piso en donde vivo es alquilado. Bolis trabaja duro para ganarse un sueldo: él trabaja de manipulador en una fábrica de comidas en lata; gana mucho dinero: tiene un sueldo que nos permite pagar el alquiler y comprar comida, unos seiscientos euros. Esta mañana, cuando se ha despertado para ir al trabajo, yo ya me había levantado y le había preparado un vaso de leche. El se ha puesto muy contento y me ha dado muchos besos. Si supiera lo bien que estoy a su lado… Hoy también me he preocupado porque a Esteban le han salido unos granos por todo el cuerpo. Yo creo que le ha sentado algo mal de la comida. Le he duchado dos veces y en los granitos más rojos le he dado bien con alcohol para que secaran. Cómo lloraba, el pobre, a pesar de que yo soplaba con fuerza…
3 de agosto de 2000
Los granitos de Esteban no se han secado, pero sí que se han multiplicado. No para de llorar. La vecina ha venido; se preocupa mucho por nosotros, así que le ha llevado al médico, que le ha mandado unas medicinas para que se tome. Me dijo lo que tenía, pero era un nombre médico y no me acuerdo ya. Espero que se recupere pronto.
Tengo ganas de que llegue el verano: en invierno el frío no me deja dormir bien. Además, por las noches tengo pesadillas: alguien que está debajo de la cama me despierta mientras duermo. Se lo he comentado a Bolis esta madrugada; él se despertó sobresaltado, y cuando se lo conté no me ha hecho mucho caso. Pero ya que se había despertado, hicimos el amor por delante y por detrás. Después me dormí y no me volví a despertar hasta la hora del trabajo.”
“Hoy escribo en este diario un poco triste, anoche me dormí a las cuatro de la mañana leyendo el diario de Marta, y hoy la he buscado pero no la he visto. Deseaba con impaciencia que acabara el día para llegar a casa y seguir leyendo el diario. Y eso es lo que he hecho”
“31 de agosto de 2000
Ya no me acuerdo de cuántos días llevo escribiendo en este cuaderno. Hoy nos ha pasado algo maravilloso. Mi jefe ha visto cómo trabajo, que limpio muy bien el portal y hago que huela muy bien, y me ha dado cinco euros de más. Qué feliz estoy. He llamado a Bolis al trabajo, y él se ha puesto también muy contento. Hemos decidido que el domingo iremos a la hamburguesería para celebrarlo. Como estaba cansada no he lavado nada de ropa, pero bueno, a Esteban no le importará dormir con la misma ropa que ayer, porque como nadie le va a ver… Yo al menos noto que se ríe mucho. ¡Que feliz soy!
2 de septiembre de 2000
Tenemos problemas con el alquiler del piso. Los dueños dicen que el mes pasado no lo pagamos. Esta mañana vino la dueña y me dijo que teníamos que pagar el mes que viene los dos meses; pero no entiendo nada: si Bolis cobra su dinero en el banco y el dinero del alquiler se quita directamente… No sé, luego hablaré con Bolis…
He hablado con Bolis y hemos discutido un rato, aunque luego se me pasó. Me dijo que el dinero de este mes se lo había gastado en comprar ropa. Yo le dije que dónde estaba la ropa y me dijo que se la tenían que traer: un compañero de trabajo le enseñó muchas cosas en fotos y le dijo lo que tenía que hacer para conseguir esas ofertas. Claro, él sacó el dinero y le pagó antes de que le trajera la ropa. Dice que no tiene la culpa. Luego no ha hablado más y se ha acostado. ¡Esperaremos a ver si le traen la ropa pronto! ¡Me muero de ganas por saber qué me ha comprado!”

Tomás miraba desde la ventana el opaco cielo. Las tormentas no habían remitido, y eso en cierto modo le hacía sentirse bien, era como la excusa perfecta para no salir y seguir escribiendo en su diario.



“No me podía creer lo que estaba leyendo. Marta debe tener algún trastorno mental y su marido también: les habían timado. ¿Cómo era posible que pudieran vivir así?
Esta tarde sentí un ligero malestar, preocupación por Marta, y más preocupación todavía por Esteban, el pequeñín de dos años. ¿Qué clase de vida llevará?...”
“4 de septiembre de 2000
No sé qué está pasando: veo a Esteban muy llorón últimamente. ¿Será porque no tengo mucho tiempo para jugar con él? Hoy lo he dejado donde la vecina, y ella no puso ninguna pega. He decidido que esta tarde voy a descansar y me he acostado para dormir. Justo antes de hacerlo me he puesto a escribir un poco. Muchas veces me pregunto si esto que estoy escribiendo le interesará a alguien. De todas formas, sólo lo hago para entretenerme un rato.
8 de septiembre de 2000
Guardé con cuidado los cinco euros extras que gané la semana pasada. Hoy hemos ido a la hamburguesería. Echamos cuentas antes de pedir la hamburguesa, y nos daba para comprar también patatas fritas; ¡y todo por dejar bien limpia la escalera!
Esteban no se lo creía cuando le dimos de comer un trozo de carne. Yo también disfruté mucho comiendo: hacía tiempo que no comía hamburguesa. Bolis tampoco se privó de comer; ¡comió incluso más que yo!; ¡qué morro tiene! Pero bueno, él trabaja, y además le quiero, así que no me importó. La gente nos miraba de modo muy raro; no sé muy bien lo que es la envidia, pero creo que esa gente tenía envidia; porque nos miraban de modo raro y creo que es porque nos tomamos una hamburguesa, pero ni siquiera eso nos preocupó. Fue un día genial.”


“Me encanta escribir en este diario, se que cuando pase el tiempo lo leeré, y me servirá para recordar estos momentos. Desde que encontré el diario de Marta no he podido dejar de leerlo ni un solo día, creo que estoy obsesionado. Cada mañana, de camino hacia el metro, busco a Marta. Espero encontrármela y así asociar todo lo que he leído a su persona. La he observado durante tanto tiempo, y además ahora casi la conozco, que necesito unir lo que he leído en el diario con su imagen. Pero desde que se dejó olvidado el diario en el kiosco de loterías no la he vuelto a ver.”

Era viernes. Tomás abrió la puerta con rapidez: el teléfono sonaba. Entró y corrió a cogerlo, por el camino tropezó y casi se cayó de morros.
─Dígame ─contestó.
─Tomás, soy Susana. ¿Qué tal?
─Bien, bien, Susana. ¿Y tú? ─Tomás hablaba fatigado.
─Yo bien. Te llamaba por si te apetecía salir un rato y cenar.
─Pues no, Susana, lo siento. Hoy no me apetece salir: estoy cansado.
─¿Te pasa algo, Tomás?
─Eh, no, nada, nada; ¿lo dices por mi respiración?, es que me has cogido entrando por
la puerta. Casi no me da tiempo a coger el teléfono.
─No lo digo por eso –dijo Susana-. Lo digo porque no quieres salir.
─Ya, ya, lo siento; estoy cansado; mañana, ¿vale?
─Bien, bien; hablamos. Cuídate estoy aquí para lo que necesites
─Adiós.
Tomás se sentó en su mesa, que miraba hacia la ventana, ni que decir tiene que la lluvia seguía estrellándose contra el cristal, abrió el diario y retomó su escritura:
“Si no fuera porque el diario de Marta me tiene enganchado, hubiera salido con Susana. Pero después de colgar el teléfono, me quité la corbata, me desabroché los tres primeros botones de la camisa, cogí el cuaderno y seguí leyendo”
“17 de septiembre de 2000
Hoy me he dado cuenta de algo que me esta pasando desde hace unos días. Cuando voy a comprar el pan, noto cómo un señor me observa, como si estuviera pendiente de lo que hago. Yo no le he dado importancia pero creo que busca algo de mí. Nos ha llegado una carta diciendo que tenemos quince días para abandonar el piso. Se lo he dicho a Bolis y me ha dicho que no me preocupe, que encontraremos otro piso más bonito. La verdad es que tiene razón: este piso ya lo tenemos muy visto. Seguro que la dueña mira por nuestro bien y quiere que nos vayamos para que tengamos un piso mejor. Si al final nos echan del piso, iremos a casa de la vecina, Matilde, al menos por el momento.
18 de septiembre de 2000
Sí, comprobado: el hombre me espía. Aunque no me preocupa, le he hablado a Bolis de lo que está pasando. Se ha puesto muy nervioso: cree que quiere ligar conmigo; ya ves, con una chica como yo; no es que sea fea, pero me he puesto un poco gorda. La verdad, no entiendo a Bolis. Se ha cabreado, y me ha insultado. Después me amenazó con dejarme. Yo le he convencido de que no es esa la razón por la que me espía. Al final se ha quedado tranquilo.
Son las tres de la madrugada. El motivo por el que escribo a estas horas es porque ya sé lo que quiere ese hombre. He pensado en qué es lo que hay de nuevo en mi vida, y lo nuevo que hay en mi vida es este diario. Creo que el hombre que me espía todas las mañanas sabe que estoy escribiendo este diario y quiere publicarlo. ¡Quiere darme dinero por él!, ¡mucho dinero! Lo he visto en una película: que a la gente que escribe le dan dinero para que escriba; es un trabajo muy bueno.”
Tomás se quedó dormido escribiendo. De madrugada se despertó y se fue a la cama. Quedaban pocas páginas para acabar el diario. Mañana lo acabaré, pensó antes de dormirse.
El día siguiente pasó con lentitud. Tomás, como los días anteriores, estaba deseando que llegara la noche para escribir.. Además, el hecho de que le quedaran pocas páginas para terminarlo le hacía sentirse más inquieto.
Por primera vez en días, había dejado de llover. Tomas abrió la ventana, fuera olía a lluvia mojada y libertad.
Después de cenar, se metió en la cama y se dispuso a terminar con las páginas del diario.
“Me obsesiona Marta, hoy en el trabajo he sacado el cuaderno y he seguido leyendo su vida”
“29 de septiembre de 2000
No encontramos piso. La vecina se está impacientando, pero me ha dicho que podemos quedarnos unos días más. Yo he decidido trabajar de esto de escribir y ganar dinero con este diario. Como sé que ese señor me observa, voy a dejar que se lleve mi diario y me dé dinero.
Hoy, cuando le vea, iré a comprar un cupón de lotería y haré que me lo olvido, para ver si lo coge y lo quiere vender y me da algo de dinero. No quiero ilusionarme, pero ya me imagino comiendo bien y vistiendo ropa bonita. Por cierto, hablando de ropa, a Bolis todavía no le han traído nada, y ya ha pasado mucho tiempo; hoy le he pedido que le dijera a su compañero de trabajo que le devolviera el dinero, que ya no quería ropa ni nada. A ver qué sucede. Estoy segura de que lo mejor que he hecho en mi vida ha sido escribir este diario.”
Tomás cerró el cuaderno, y una finas lágrimas recorrieron sus mejillas. Después volvió a abrirlo y comenzó a escribir.
“Supongo que no puedes elegir qué vida vivir. Naces y tienes las cosas decididas de antemano. Si eres una persona equilibrada, con una buena mente, tienes que darte cuenta en algún momento de tu vida de que las cosas no son tan sencillas como parecen; si, por el contrario, tienes algún problema mental, la vida puede parecerte una maravilla en cualquier momento, por muy dura que sea.”
A la mañana siguiente, Tomás se levantó cansado: no había pasado buena noche. Era domingo, se asomó a la ventana, había dejado de llover y el sol se asomaba con timidez. Se quedó mirando largo tiempo a una mujer que pasaba, la miraba excitado, puso sus manos en el cristal de la ventana y exclamó: Marta.
A media tarde cogió de nuevo el diario y siguió escribiendo.
“Me produjo una enorme alegría verla: estaba nervioso, excitado. ¿Qué hago?, pensé. Habría ido corriendo a abrazarla, o por lo menos a saludarla, pero no hice nada: no pude. Decidí seguirla sin que ella me viera.
Marta caminaba despacio, mirando hacia todos los sitios, como buscando algo. Se detuvo enfrente de un escaparate de gafas, y tras unos segundos continuó andando. Entró en una panadería y se compró un regaliz. Yo la observaba a lo lejos, con atención, fijándome en cada movimiento de Marta. La seguí durante algunas horas.
En todo el tiempo no hizo otra cosa que caminar, caminar y detenerse cada dos por tres frente a los escaparates de las tiendas. De pronto Marta se detuvo frente a la puerta de un hospital, y entró. Yo no supe qué hacer, pero un impulso me empujó a seguirla. Marta iba acompañada por dos enfermeras hacia dentro del edificio; las seguí con la mirada hasta que doblaron un largo pasillo.
Fui a recepción. Una enfermera escribía con dos dedos en el ordenador.
─Hola.
─Hola ─respondió la enfermera, esbozando una falsa sonrisa.
─La chica que acaba de entrar, esto ─hice una pausa: no sabía qué decir, pero
enseguida se me ocurrió algo─. Mire, me acaba de robar: ha entrado en mi tienda y me
ha robado unos regalices.
La enfermera se ruborizó.
─¿De verdad? Mire, Marta es una paciente que lleva en nuestro centro muchos años;
nosotros nos hacemos cargo. ¿Cuánto es? ─la enfermera buscó en su bolsillo y sacó
algunas monedas.
─No, no, no lo admito; pero, ¿esto qué es?, ¿una especie de residencia?
─Es un hospital psiquiátrico. La chica que le robó, Marta, tiene esquizofrenia.
─Pero, ¿cuánto tiempo lleva ingresada aquí?
─Mucho tiempo: casi doce años.
─Y su marido, su hijo, ¿donde están? ─pregunté con incredulidad.
─¿Su marido?, ¿su hijo? Marta esta sola, no tiene a nadie; lleva con nosotros desde que sus padres murieron.
Salí del hospital cabizbajo. ¿Cómo era posible que Marta hubiera inventado todo? De camino hacia casa, me paré en la misma tienda de regalices donde hacía algunas horas Marta había comprado uno; a los pocos minutos había salido comiéndose uno. Caminé sin prisa hasta casa”





La enfermera entró en la habitación.
─Vamos, Tomás, lleva una semana sin comer y como siga así tendremos que alimentarle a la fuerza, y sabe como es a la fuerza, pues poniéndole suero a través de una sonda, así que no sea rebelde y coma usted algo ─dijo Clara.
Clara era la enfermera de Tomás, un esquizofrénico de treinta años que llevaba doce años ingresado.
Tomás se levantó despacio, al hacerlo se cayó al suelo un diario. Clara lo recogió del suelo y lo ojeo con descaro.
-¿Le ha dado a usted ahora por escribir? –dijo Clara y leyó algunas lineas del diario.
-¿Marta? ¿Quién es Marta? –dijo la enfermera con incrédula voz.
Tomás no dijo nada, miró con disimulo hacia la ventana: las vistas eran preciosas y el sol iluminaba la habitación.


© Sergio Becerril 2007

Hipopóteca - Relato 1

HIPOPÓTECA

Mientras caminábamos apretaba con fuerza la mano de Silvia, yo andaba unos pasos por delante. Sus uñas se clavaban en mi mano y eso me hizo volver de mis pensamientos y reducir la marcha.
No era la casa de mis sueños, y todavía no me acababa de convencer a mi mismo que Silvia fuera la mujer de mi vida. Sin embargo había llegado a un punto que tenía pocas opciones para elegir, o por así decirlo me estaba dejando llevar por la coherencia, quería actuar como una persona normal. No creo en las cosas definitivas, ni en la casa de tus sueños, ni en la mujer de tu vida, ni en la media naranja, ni siquiera creo en el ser humano como algo único. Nos diferencian los rasgos, el pelo, la forma de los ojos, y ciertos caracteres, pero al fin y al cabo todos somos iguales. Silvia me quiere, o al menos eso me demuestra, no porque yo sea único, si no porque ha encontrado una persona que más o menos se ajusta a lo que ella esperaba.
El destino o que se yo, hizo que aquel día, mientras tomaba mi segundo café de la mañana en la barra, ella fuera a pedir cambio para sacar tabaco, el camarero no disponía de monedas, y yo me ofrecí a cambiarle los cinco euros que traía. De no ser yo, podría haber sido otro, en ese mismo día o con posterioridad, pero está claro que yo no soy el único que puede hacer feliz a Silvia.
Siempre trato de racionalizar todo, no dejarme llevar en exceso por los sentimientos, ser lo menos visceral posible, ya que pienso que si controlo mis emociones tendré una vida mas equilibrada.
Con todo esto nunca pensé que acabaría con una chica como Silvia. Una persona como yo tan racional, tan a veces calculadora, al lado de una persona tan impulsiva, tan locamente extrovertida y sociable. Supongo que por eso después de ofrecerle mis monedas aquella tarde, ella, después de sacar tabaco se acerco a la barra donde yo terminaba mi café para charlar conmigo. Yo en un principio rehusé la invitación, de una manera torpe, pues sus labios habían atraído toda la atención de mis ojos y parte de mis pensamientos, después miré sus manos, unos dedos largos y unas uñas atrapantes, me hicieron pensar en la invitación a otro café que me acababa de realizar, al cabo de unos segundos de seguir el parpadeo de sus ojos, asentí con la cabeza pidiendo mi tercer café de la mañana.
Y ahí comenzó todo, con unas palabras, con mi intención de besar aquellos labios, y de saber porque aquella mujer llevaba una camisa de cuadros. Silvia hablaba de ella, y yo más que escucharla, me hacia preguntas, miraba sus labios, y me moría de ganas por ver a Silvia pintándose los mismos en el baño, me la imaginaba abriendo con sus largos dedos la barra y luego con soltura, con oficio, cubrir su piel de color rojo, y también la veía juntar los labios para extender el color y como tiraba besos en el espejo. Me intrigaba saber en que momento se pintaba los labios, si lo haría desnuda, o por el contrario era el toque final a casi una hora de dedicación a su imagen. Y ella seguía hablando, los remordimientos de que no la estaba escuchando me asaltaron, y me entró pánico por si me preguntaba que si me estaba enterando de lo que me estaba diciendo, por supuesto que no me estaba enterando de nada, pues me había perdido hacia algunos minutos con su imagen pintándose los labios, ¿en el baño o en el dormitorio? Me pregunté, pero no quise quedarme otra vez en fuera de juego de la conversación y retiré de inmediato la pregunta de mi cabeza.
Aquella tarde nos dimos los teléfonos y prometimos llamarnos, cosa que hicimos al día siguiente, lo demás es todo, y con todo lo demás he llegado a este momento, después de cuatro años de novios, Silvia y yo caminábamos con prisa acelerada hacia el banco, íbamos a solicitar un préstamo para pagar un piso que nos había gustado.

Habíamos visto varios, mi opinión es que habíamos visto tantos que perdimos un poco el norte, la objetividad, y al final decidimos quedarnos con el piso más pequeño que habíamos visto, más que nada por el precio.
El piso era una habitación con un retrete de quince metros cuadrados habitables. La estancia estaba dominada por una ventana más o menos grande, por ella entraba mucha luz y daba suficiente claridad al piso para que ese detalle subiera el precio del mismo en diez mil euros. Nos convenció, aunque debo decir que más que convencernos, nos convencimos nosotros, nos cabía una cama de uno cinco por uno cinco, estaríamos un poco apretados pero pensamos que como Silvia era poca cosa y yo estaba a dieta y tenía pensado perder mas de siete kilos, llegaría un día que no tendríamos tanto problema. Puerta blindada y una placa eléctrica debajo de la ventana subían la cotización de nuestro futuro hogar. A nuestros padres no les convenció mucho en un primer momento, pero no nos importó su opinión, pues es bien sabido que la gente cuando esta fuera, ve todo de forma distinta. Me explico, ellos quieren lo mejor para nosotros, pero no ven la necesidad de que nos vallamos de casa, por eso bajo mi punto de vista no se van a sentir satisfechos con ningún piso. Son de otro tiempo, en el que todo era más fácil dentro de la dificultad.

Llegamos al banco con los cuerpos sudados, y pensé que ese sudor era más importante que el que acabábamos de derramar haciendo el amor horas antes en casa de Silvia, habíamos corrido para solicitar el dinero que nos iba a permitir compartir nuestras vidas. Había treinta y seis personas antes que nosotros en el banco, tendríamos que esperar unas cuatro horas. Silvia y yo miramos en reloj de pared gigante que ocupaba toda la pared frontal de la sucursal, debajo del mismo un cartel informaba del horario de atención al público, rogando con la letra un poco más pequeña que por favor cumpliéramos el mismo para no obligar a su personal a llamar a seguridad.
Dudamos en irnos y volver al día siguiente, pero habíamos pedido el día de vacaciones en el trabajo para informarnos de las condiciones del préstamo y empezar a dejarlo todo medio cerrado.
Después de dos horas solo había cinco personas por delante de nosotros y medía hora para que cerraran el banco. Había cuatro mesas atendiendo así que miré a Silva con entusiasmo enseñándole mis colmillos, ella hizo lo propio y mientras apretaba con fuerza una de mis manos, besó mi mejilla. Pasaron unos cinco minutos y tres de las cuatro personas que atendían se levantaron y subieron por unas escaleras. Quedaban veinticinco minutos, ellos no volvieron y el tiempo expiró cuando solo faltaban dos personas para que nos atendieran. Cuando el reloj marcó la hora en que la oficina cerraba sus puertas la única persona que atendía al publico se levantó, cogió con naturalidad de un perchero próximo una gabardina y disculpándose con mil atenciones salió del banco con total tranquilidad, o al menos eso aparentaba con sus pasos armoniosos y hábiles sorteando a la gente que esperaba con fe ser atendida.
Que mala suerte pensé para mis adentros, mire a Silvia intentando no mostrar desanimo, creo que no fui muy hábil, ella estaba a punto de llorar. Me levanté y la animé para que nos fuéramos cuanto antes. Ni siquiera la invitación al cine que la propuse la hizo sonreír. De mutuo acuerdo quedamos en que al día siguiente probaríamos suerte otra vez.

Treinta años teníamos los dos. Era el momento perfecto para comprarnos el piso. Los dos teníamos un trabajo fijo, y sueldo no generoso, aunque si aceptable.
Para conciliar el sueño aquella noche, y siguiendo mi costumbre de racionalizar mis emociones, comencé a pensar en todo aquello, y me descubrí ilusionado por comprar el piso y vivir con Silvia, ella, año tras año me había ido atrapando, y ahora que con la edad se había bajado un poco de la nube, veía en ella la persona sensata con la que pasaría el resto de mis días.

A las nueve de la mañana estábamos esperando nuestro turno, y medía hora después llegó nuestro momento. Avanzamos hasta la mesa que se había quedado libre, deje pasar primero a Silvia con cortesía y después de que ella se sentó yo hice lo propio. Al otro lado de la mesa, un hombre de unos cuarenta y tantos años de cara redonda y con gafas mostraba la que a mi me pareció la sonrisa más falsa que me han dedicado nunca, este gesto hizo que las gafas se desplazaran por su nariz hasta casi caerse, el banquero se apresuro a guardar su sonrisa y con gesto acostumbrado se colocó sus gafas al principio del tabique nasal ayudándose de su dedo índice.

-Buenos días, me llamo Esteban –dijo señalándose una placa que llevaba en la camisa con su nombre-. Antes teníamos nuestro nombre en la mesa, ya lo se, les resultará raro que lleve esta chapita como si fuera un cajero de un supermercado, pero al banco le salía mas a cuenta hacer estas chapas.
Yo miré a Silvia y los dos sonreímos a Esteban.
-es por el tema de personal, muchas rotaciones –el banquero se inclinó en la mesa arrimándose a nosotros- a mi me han llamado a media mañana para que me fuera a otra oficina porque no tenían personal, y tengo compañeros que en una misma mañana han estado en cinco oficinas –dijo con secretismo a la vez que arqueaba una ceja-. Lo llaman Gestores Polivalentes.
No se que estaría pensando Silvia en ese momento, pero yo escuchaba las palabras de Esteban con interés.
-pero bueno, vamos a lo que vamos –dijo volviendo al respaldo de su silla, después de una pequeña indicación con la cabeza, y en vista de su silencio estaba claro que el banquero quería que le contáramos el porqué de nuestra visita.
-venimos porque queríamos pedir información de la hipoteca joven –dije.
-¿Cuánto dinero necesitáis?
-trescientos mil euros –dijo Silvia, al ver la cara que puso el señor del banco continuó-. Mis padres nos avalan, ellos tienen dos casas libres de cargas.
Esteban sonrió con vergüenza, la idea de los avales pareció tranquilizarle.
-la hipoteca joven tiene el tipo de interés mas bajo, y podéis pagarla en setenta y cinco años –dijo el banquero, mientras hablaba estiró su mano hasta un botecito de donde sacó un Sugus.- ¡Vaya! Otra vez de limón. Odio los de limón, ¿a vosotros cual os gusta más?
Nos miramos sorprendidos.
-a mi el de fresa –dije. En gran media para intentar agradar al banquero.
-a mi el azul-dijo Silvia.
-vaya, vaya. Otra de las grandes incógnitas de la humanidad, ¿Por qué el Sugus de piña es azul? ¡azul!
Miré mi reloj, llevábamos veinte minutos sentados.
-señor Esteban, nos estaba hablando de las condiciones de la hipoteca- dijo Silvia.
-si, continuo, es el interés más bajo de todo el mercado, y un plazo largo para pagar, para que podáis ir desahogados durante toda la vida del préstamo. Por cierto, está matemáticamente comprobado que en las bolsas de Sugus incluyen más de naranja y limón que del resto, ¿Por qué será?
-no tengo ni idea, pero lleva usted razón –dije.
-es cierto, ahora que lo dice –dijo Silvia.
-si, si, toda una incógnita. Si les parece ya que les he explicado con todo detalle cuales son las condiciones de la hipoteca, me quedo con sus datos y les hacemos un estudio –dijo el banquero con confianza.
-¿no es necesario que traigamos ningún documento?
Esteban comenzó a reír con ganas.
-no mujer, solo con que me digáis el DNI es suficiente, lo introduzco aquí –dijo señalando con el dedo la pantalla del ordenador- y en cinco minutos sé hasta como lleváis de largas las uñas de los pies.

Después de la visita al banco estaba mucho mas ilusionado, las condiciones del préstamo eran magnificas, y con los avales de los padres de Silvia casi seguro que nos lo iban a conceder.
A la mañana siguiente llamamos al propietario del piso para ir a verlo de nuevo. En esa visita la vivienda nos enamoró, y quedamos con el propietario que en cuanto el banco nos dijera que si le dábamos una señal para reservarlo.
A los dos días sonó mi teléfono móvil, era Esteban el del banco.
No me enteré muy bien de las primeras palabras, ya que a pesar de todo, me sorprendió que alguien a quien no le había dado mi número de teléfono pudiera contactar conmigo.
-así que cuando queráis venís a verme y dejamos todo cerrado, porque ya solo falta que firméis –dijo Esteban con voz alegre, después colgó sin despedirse.
Aquella misma tarde quedamos con el propietario para dar una señal y asegurarnos el piso. Sin problemas descargue un contrato previo de Internet y lo llevé junto con una señal de doce mil euros.

El banco estaba lleno como siempre, olores y dialectos se mezclaban con el disgusto de gente que salía cabizbaja por que no le habían concedido su crédito.
La dificultad aumentó, pues no solo teníamos que esperar nuestro turno, si no esperar a que Esteban, la persona que nos estaba llevando el expediente se quedara libre, por lo que tuvimos que dejar pasar a un par de parejas antes que nosotros. Dos horas y tres cuartos después Esteban se quedó libre y nuestro turno había llegado.
Nada mas sentarme le entregué a Esteban el precontrato que habíamos firmado dando una señal de doce mil euros.
-ah, el contrato de arras –dijo orgulloso. Muy bien, pues como le comenté el otro día ya está todo resuelto, tenemos una preconcesión de vuestra hipoteca – Esteban hizo una pausa, quería mostrarse interesante.- Las condiciones ya os las comenté el otro día, son inmejorables. Aquí tengo vuestro contrato lo que si se me olvidó deciros son algunos pequeños detalles apenas sin importancia, pero que debo deciros, pues luego vienen los problemas – dijo Esteban, después dirigió su mano al botecito de los Sugus, extrajo uno y después de quitar el envoltorio con soltura, lo engulló de inmediato-. Los quito el envoltorio rápido, si os habéis dado cuenta, ni siquiera miro, me gusta adivinar los sabores –hizo un gesto torciendo la boca.- Este es de naranja para mi desgracia. Bien, entonces una vez hemos visto esos pequeños detalles sin importancia podéis firmar aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí –decía mientras señalaba con el dedo diferentes paginas- y bueno, para no marearos en todas las hojas que ponga los hipotecados.
Cogí los treinta y tantos “aquí” y me paré a observarlos.
-disculpe Esteban ¿Qué es esto de que tenemos que ir a recoger a sus hijos después del colegio? Usted no nos ha dicho nada de estas condiciones –dije.
-bueno, son los detalles sin importancia que le acabo de comentar
-y esto de que tendremos que ceder una de las habitaciones de nuestra casa para archivar los expedientes de la sucursal mas cercana por periodo de un año –me parece que esto es abusivo
-bueno, ya lo hemos comentado. Son condiciones que pone el banco, es justo que si el banco pone el dinero para vuestra casa, os vinculéis un poco con la entidad, pero vamos que esos son cosas que tienen vigencia los primeros diez años. Por cierto, no os he ofrecido ¿queréis un Sugus?
-no, no. Pues a lo de una habitación para el archivo del banco me temo que no va a ser posible Esteban, porque nuestro piso es una habitación con un retrete –dije con absoluta tristeza, me veía saliendo cabizbajo de la oficina.
-pues ningún problema chicos, el retrete puede servir, yo pienso que con que cedáis el retrete y un trocito del salón no habrá problema en la concesión de la hipoteca, es que estas condiciones ayudan mucho, y lo de mis hijos, bueno, ya era hora de que me tocara, pensé que no me iba a tocar nunca, pero eso sin presión chicos, vais los recogéis del colegio y los dejáis donde mi madre, esta cerca, ya os daré la dirección –dijo Esteban de soslayo.
-¿esto es negociable? –dijo Silvia.
-sí, negociable es, claro, pero puede que si no contratamos estas cláusulas el comité de riesgos no os conceda el crédito.
-negócielo, pues en principio no tenemos pensado aceptar ninguna de estas cláusulas –dijo Silvia que mientras yo hablaba con Esteban se había leído casi todas las paginas-. Y otra cosa tampoco vamos a contratar los cinco seguros que nos piden, ni las cuatro tarjetas de crédito.
Esteban enmudeció, estiró su brazo hasta el botecito de los Sugus y esta vez eligió uno azul que se comió con ansia.
-bien chicos, hablaré con el comité a ver que me cuentan.

Silvia y yo nos sentamos a tomar un café en un bar cercano. No hablamos en más de diez minutos.
-estamos cogidos de pies y manos –dije a media voz- perderemos la señal de doce mil euros.
-tu tranquilo, negociarán y nos quitarán alguna de esas clausulas y productos, no van a dejar de ganar dinero por esas tonterías.
Las palabras de Silvia sonaban muy poco convincentes, pero creo que ni ella misma esperaba que lo fueran.

Fuimos a mirar a otros bancos, pero después de hacernos el estudio nos ofrecían lo mismo que nuestro banco, incluso con peores condiciones. Lo que nunca fallaba eran las cláusulas y la contratación de productos absurdos.

A la semana siguiente me llamó Esteban.

-ya tengo la propuesta en firme del comité de riesgos, además ya tengo la tasación de la vivienda, hemos llamado al propietario y se hizo hace dos días, solo falta que vengáis a firmar, ¿Cuándo os viene bien?
-pero Esteban, ¿Qué hay de lo que te comento Silvia? ¿Nos han quitado alguna de esos productos y acciones vinculantes?
-no, todo eso sigue igual, no han quitado ni una coma –Esteban hizo una pausa-. Es lo que hay, si queréis firmar la oferta vinculante estará encima de mi mesa hasta dentro de cinco días, os espero.
De inmediato fui a ver a Silvia.
-pero no podemos ir a recoger a los niños de ese hombre al colegio, los dos trabajamos –dijo Silvia.
-no se, ya se nos ocurrirá algo, tu solo fija en tu mente nuestro objetivo, que no es otro que nos concedan el préstamo para pagar el piso, pues eso es lo único que nos tiene que importar, ya veremos después lo que hacemos.
-esta bien, tienes razón, creo que me estoy desquiciando con todo este tema, mañana vamos al banco a firmar la oferta vinculante esa.

Solo quedaban dos semanas para que el contrato de señal caducara y perdiéramos los doce mil euros, pero ya teníamos todo en orden.

-bien, pues una vez que habéis firmado todo esto, necesito que paséis a la sala doce que esta subiendo esas escaleras, allí os van a tomar unas muestras de sangre. Es por el tema del seguro de vida, ya me entendéis ¿no? –dijo Esteban con un guiño.

Silvia y yo subimos con la cabeza agachada, ya no sabíamos que nos iban a pedir. Y ahora entendí que la gente que días atrás salía de la oficina apesadumbrados y con la cabeza gacha no era por que le habían denegado el préstamo, o quizá si, pero daba igual que fuera por una cosa o por otra, la dignidad y el sentido común ya estaban perdidos.
Después del análisis de sangre, volvimos a la mesa de Esteban, que vaciaba de una bolsa caramelos en su botecito.
-ah, ya estáis aquí, llegáis justo a tiempo, hoy ha sido un día maravilloso, ¿sabéis porque? Mirad esto –dijo Esteban sacando un Sugus del bote-. Son Sugus personalizados, ¡llevan el logotipo del banco! –dijo riéndose-. Tomad, tomad uno para cada uno, esto es algo único.

Silvia rechazo la invitación, pero yo acepte los dos, pensé que al menos le sacaría algo a esta gente, aunque fueran dos míseros Sugus personalizados. Los comí no sin cierta ansia, pues era casi la hora de comer, nos despedimos de Esteban hasta la firma de las escrituras y nos dirigimos a la salida, antes de llegar a la puerta sentí como me mareaba, y cuando abrí los ojos estaba en una cama del hospital con Silvia sentada a mi lado.
Sentí su beso en los labios, y después de agarrarme la mano escuche su voz.
-no te vas a creer lo que te ha pasado, lo que nos ha pasado
-no se, cuéntame a ver
-arriba ese animo cariño, ¡te quiero! –dijo Silvia después volvió a besarme, y reincorporó mi cama hasta dejarme sentado-. Estas aquí por los Sugus que te dio el del banco.
-¿Qué? ¡Será desgraciado!
-no, no, ese hombre es un ángel, es dios disfrazado de banquero, los Sugus estaban envenenados
-no puedo creerlo –dije temblando.
-has salido hasta en las noticias, hemos salido en todos los programas de televisión, y hasta me han hecho una entrevista –dijo Silvia con emoción.
-perfecto –la emoción me estaba invadiendo por momentos-. Y habrás ganado algo de dinero ¿verdad? Podemos pagar una pequeñísima parte del piso ¿verdad?
-no –dijo Silvia, hizo una breve pausa que se vio interrumpida con una gran risotada-. ¡El banco nos paga el piso! El caso tuvo tanta repercusión que no tuvieron más remedio que lavar su imagen. “El banco da caramelos envenenados”, era el titular al día siguiente, y luego todo fueron denuncias, mala imagen, programas en la tele, en la radio, infinidad de afectados, aunque luego fueron todos mentira, el único caso el tuyo, bueno, el tuyo y el del pobre Esteban, que al día siguiente lo encontraron muerto en su casa.
-no te entiendo Silvia, hablas muy deprisa o yo todavía no estoy bien del todo –dije confuso.
-¿recuerdas los Sugus personalizados? Pues estaban envenenados adrede. Querían robar el banco, los ladrones que tras días observándole conocía la pasión de Esteban, le enviaron unos Sugus personalizados, pensaron que de la emoción ofrecería a todos sus compañeros, momento en el cual entre la confusión, ellos entrarían a robar. Los cogieron en el mismo momento y uno de ellos declaró a la policía.
-no me lo puedo creer –dije.

Silvia me estaba esperando en la cama. Hacia un mes que estábamos viviendo juntos. Después de arroparme la busque con mis piernas entre las sabanas.
-que feliz estoy con nuestro piso –dijo Silvia arrimándose a mi cuerpo.
-si, yo también estoy muy contento. Por cierto tenemos que llamar al banco, ya no entran mas expedientes en el baño.
Di un beso de buenas noches a Silvia, y puse el despertador a las ocho, al día siguiente me tocaba a mi llevar a los hijos de Esteban al colegio.

© Sergio Becerril 2007

 
Safe Creative #0911060075467
directorio de weblogs. bitadir
Vueling Ocio y Diversion Top Blogs Spain Creative Commons License
Bodega de Recuerdos by Sergio Becerril is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España License.
Based on a work at bodegaderecuerdos.com. Blog search directory - Bloggernity Blog search directory - Bloghub Add to Technorati Favorites The Luxury Blog