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Presentimiento - Relato 6

PRESENTIMIENTO

Después de mirar por la ventana, salió a la terraza. Quiso sentir más de cerca lo que hasta hace solo unos segundos veía. El sol caía encima de todas las cosas, de los coches estacionados en fila, caía en la barandilla de su terraza, y notó el calor al apoyarse en ella. Apenas unas horas antes, cuando el sol no había salido, ese mismo hierro no tenía esa temperatura, tampoco estaba todo tan hermoso como ahora.
Maria, apoyada en su terraza miraba al horizonte, solo cortado a lo lejos por bloques de edificios, pensaba en la sensación de bienestar que te produce un buen día, una mañana soleada como la que hacia. Apretó sus manos con fuerza sobre la barandilla y suspiró, una leve brisa despeino su pelo, que lo llevo hasta su cara, le incomodo esa situación y con una de sus manos lo arrastro hasta detrás de una oreja. Después bajo su cabeza y miro al vacío, algún que otro coche circulaba, y varias personas caminaban, de fondo los pájaros hablaban en su idioma, todo bañado por el color del sol.
En la cocina todavía estaban los platos de la cena. Pero al ser una cena individual no le llevaría mucho tiempo.
Maria tuvo una sensación especial, influía mucho el cielo despejado y el sol, pero aparte del buen tiempo, tenía cierto bienestar. A lo mejor fue eso lo que le llevo a hacer la cama, no tenia costumbre de hacerla, pensaba que nadie entraría a ver su pequeña habitación con un mural de ladrillos, una tele y poco mas, bueno si, un sillón de masajes que se compró unos meses atrás y todavía estaba pagando. Fue una noche cansada de trabajar cuando la vio en la tele tienda, a pesar de su personalidad y de no ser una persona confiada, le bastaron quince minutos para llamar y comprarla. No se arrepentía, de hecho muchas noches se sentaba a disfrutar de ella mientras veía alguna película, pero pronto se dio cuenta de que no la sacaba todo el partido que podía. Por que una cosa es estar cansado y que te apetezca un masaje, y otra es tener tiempo para darte ese masaje, porque lo que Maria no pensó cuando llamó a la tele tienda es que si estaba cansada y le dolía la espalda y las piernas era por estar más de doce horas diarias en la hamburguesería donde trabajaba. Tampoco pensó que ese sillón le daría masajes, y con el tiempo, esto es como mucho una semana, su cuerpo todavía joven estaría restablecido, y ella seguiría pagando las letras del maldito sillón. Pero Maria se equivocó, porque al cabo de dos semanas su cuerpo no estaba restablecido, casi no tenia tiempo de usar el sillón de masajes, y todavía le quedaban nueve letras por pagar.
Pero en esta mañana tan soleada, Maria no pensaba en letras, ni en soledades. Estaba feliz, y puso la radio, que después de unos segundos dejo que de ella saliera la voz de “Los del Río” cantando “Macarena” en su versión pekinesa. Y con ese ritmo tan pegadizo, Maria hizo la cama en un santiamén.
Había quedado con su mejor amiga para ir al parque de atracciones. Por eso y no por el día tan maravilloso, Maria había madrugado. Los domingos le gustaba quedarse un rato más en la cama, sabia que era el último día antes de madrugar, no se sentía mal por quedarse hasta tarde dando vueltas en la cama.
Apagó la radio y fue a la cocina. Giro sobre si misma buscando algo, después fijó su vista en el delantal, se lo puso y abrió el grifo del agua caliente. No le gustaba sentir el agua fría sobre sus manos, fregaba con agua caliente a pesar de las advertencias de su amiga Luz, que decía que había que fregar con agua fría para que no se estropearan las manos. Pero a Maria le daban igual sus manos, no miraba si quedaban bonitas o feas después de fregar, al fin y al cabo eran unas manos, tenían su papel, su misión fundamental, ella no reparaba en superficialidades estéticas.
Fregando el último vaso este bien por el jabón, o por suerte del destino se escurrió de las manos de Maria, yéndose al suelo. No se rompió nada mas caer, el vaso cayó y botó como una pelota, como si quisiera salvarse de un destino fatal, pero fue imposible, al segundo bote fue cuando reventó en pedazos.
A pesar del trastorno ocasionado, ya no solo por el tiempo que le iba a quitar, si no porque la economía no estaba ahora mismo para comprar nada, Maria no se irritó. Se limitó a sacar la escoba y el recogedor y limpiar los pequeños cristales que había por todo el suelo. Fue al tirar los restos a la basura cuando se vio en la parte del tobillo un pequeño corte, producido por uno de los cristales.
El baño era pequeño, solo había un inodoro, un plato de ducha y un pequeño mueble con toallas, además de un pequeño lavabo, encima de este un espejo, con dos bombillas de vela, una de ellas fundida desde hace tiempo, pero si no había tiempo para el relax, tampoco lo había para comprar bombillas.
Maria se sentó en el retrete y se limpió el corte con agua oxigenada, le escocia un poco y tuvo que soplarse un par de veces. Después como si se hubiera desconectado de la realidad se quedó quieta, sentada, al dejar el alcohol encima del lavabo sintió como si lo hiciera a cámara lenta, y se dio cuenta de que todo iba muy despacio, se levantó, y lo hizo con naturalidad, pero a ella le pareció hacerlo lentamente, se sintió mareada, y tuvo que apoyarse contra la pared, duró solo algunos segundos.
El teléfono sonó, y Maria ya recuperada de aquella extraña sensación fue casi corriendo a contestar.
-hola –dijo.
-buenos días Mari, ¿Qué tal?, ¿a que hora te recojo?
Era Luz, su mejor amiga, y con la que había quedado para ir al parque de atracciones.
-Pues estaba recogiendo la cocina, pero ya he terminado, así que lo que tarde en vestirme –Maria hizo una pausa, estuvo a punto de contarle lo que le acababa de pasar en el baño, pero pensó que ella se preocuparía, y a lo mejor pensaba que no seria una buena idea quedar, y a Maria no le apetecía nada quedarse en casa-. ¿Qué tal dentro de una hora?
-vale, te hago una llamada perdida al móvil y bajas.
Maria abrió el armario, y por un instante se sintió mal, no es que le invadiera la extraña sensación del baño, era otro tipo de malestar, este motivado por la monotonía de su vestuario. Sabia que para ir al parque de atracciones no era necesario ir elegante, ni siquiera bien vestida, bastaría un chándal o un vaquero con cualquier camiseta. Pero sintió asco al ver la misma ropa de siempre ante sus ojos. Y aquella sensación era tan bien extraña aquella mañana, porque al igual que Maria no miraba si sus manos se estropeaban cuando fregaba con agua caliente, tampoco era muy sibaritas a la hora de vestirse. Ella no se detuvo a pensar en ello, e igualmente no le resulto extraño estar durante más de media hora pensando que se iba a poner, a pesar de ser la primera vez que esto ocurría en su vida.
El móvil emitió un ligero sonido, pero se corto al instante. Era Luz que ya la estaba esperando abajo. Maria cogió sus cosas y salió, justo cuando iba a cerrar la puerta, volvió a abrirla y entró de nuevo en casa. Se fijó en el reloj de la cocina, se había parado, y una sensación de incomodidad la invadió de camino a su cuarto. El vaso roto, la bombilla del baño, y ahora el reloj de la cocina: ¿Nada funciona eternamente? Se preguntó.
El motivo por el que volvió a entrar en casa es que se le había olvidado ponerse los pendientes. Abrió su mesilla y saco un pequeño joyero, sin saber porque eligió los aros de oro, los pendientes mas caros que tenia. Fue un regalo de su madre el año pasado, Maria había visto el precio unos días después, de visita en casa de sus padres hurgó en el bolso de ella y vio el precio, se quedó asombrada, le habían parecido buenos, pero el precio le dejó perpleja.
Se los puso en el baño deprisa y corriendo. Notó como dentro del bolso el móvil vibraba y sonaba con brevedad, impaciente, pensó y salio del baño dejándose la luz encendida.

Luz estaba dentro del coche fumando un cigarrillo y cambiando la radio de emisora, cuando Maria entró en el coche.
-mujer que hacías –dijo Luz.
-nada, se me había olvidado ponerme los pendientes
-hija mía, que vamos al parque de atracciones, donde vas tan guapa –dijo Luz, con media sonrisa.
-nunca se sabe –dijo Maria, y las dos rieron a carcajadas.
De camino al parque de atracciones no hablaron mucho, Luz conducía y cantaba las canciones que se sabia, las que no, las tarareaba, fumó otro cigarrillo antes de llegar; Maria apoyaba la cabeza en el asiento, y pensaba en la sensación tan extraña que había tenido en el baño, pero ese pensamiento fue interrumpido por otro siquiera mas importante, era día ocho y todavía no había cobrado, mañana vendría su casero a cobrar el alquiler. Tendría que decirle que se pasara la semana que viene, no era una situación extraña, casi era usual, así que no le produjo ninguna incomodidad el pensamiento, simplemente lo pensó.
A las doce entraron en el recinto. El sol hacia horas que se había levantado, y ya había tenido tiempo de calentar todo. Las dos corrieron hacia la primera atracción que había, el clásico tiovivo, con sus caballos, sus elefantes, voladores, y sus carrozas. Maria se subió en lo que parecía una nube, una esponjosa nube con volante, que al moverlo giraba el cochecito, Luz se montó en un caballito, y caballito por decirlo en tono cariñoso, porque escogió a conciencia el mas grande que había.
Estuvieron unas dos horas disfrutando y a las tres y media decidieron sentarse a comer.
-la montaña rusa la dejamos para el final ¿no? –dijo Luz.
-no, tía yo ahí no me montó, a mi eso me da mucho miedo –dijo Maria sonriendo con nerviosismo.
-venga Maria, así liberas un poco de adrenalina que te hace falta, ¿Qué miedo tienes?, si no pasa nada, yo te agarró fuerte.
-no se, ya veremos. Oye sabes que por primera vez en mi vida independiente, me he deprimido al ver mi armario. Siempre la misma ropa, los mismos colores, los mismos tejidos, no es que quiera tener el vestuario de una estrella de cine, pero es que el mío da pena. Con lo fácil que era todo antes. Te acuerdas cuando íbamos a comprarnos ropa al centro comercial, nos pasábamos la tarde entera comprando ropa, pero claro, el dinero no era nuestro, nuestros padres no lo daban, no teníamos gastos, ni responsabilidades, no teníamos que decidir si gastar mas o menos dinero en comer, ni hacer cuadrar cuentas para llegar a fin de mes, era tan fácil como pedirle dinero a tus padres, y venga a gastar sin pensarlo –Maria se quedó callada, bajo la cabeza y miró al suelo-. ¿Y porque pienso ahora en todo esto?
-eso digo yo tía, no te pongas melancólica ahora –dijo Luz con la boca llena.
-si, un parque de atracciones es un sitio para estar feliz, no debería ponerme triste. Aquí, en un parque de atracciones me di el primer beso con un chico, no en este, si no en el de Málaga, cuando fui de fin de curso. El era de Valladolid, y nos enamoramos en el hotel, dio la casualidad de que los dos hicimos la excursión al parque el mismo día, y allí, en una terraza, tomando un refresco nos besamos. Mi primer beso, de eso hace más de quince años.
Maria miró al horizonte, la gente reía, y algunos montados en las atracciones mas atrevidas, gritaban con fuerza.

La tarde pasó muy deprisa, ya se sabe, cuando las cosas van bien, cuando uno se esta divirtiendo, el tiempo pasa volando.
Fue a las siete y media cuando Maria y Luz se detuvieron delante de la montaña rusa, allí se quedaron las dos, expectantes y sorprendidas ante tanta subida, giro y bajada, el sonido de los coches al pasar por delante era ensordecedor, e incluso desagradable, ese ruido tan cercano, contrastaba con otro lejano, el de la gente chillando al bajar por aquellas pendientes tan abruptas.
Maria no podía creer como Luz la había convencido, pero allí estaba ella, subida a uno de esos coches que segundos antes había visto subir y bajar, pero nunca caer, y eso la animó por un momento.
Los anclajes de los coches eran individuales, y Maria se detuvo a pensar en ello, se pregunto que porque no eran como antes, cuando una gran barra sujetaba a ambas personas, impidiendo al destino jugar sus cartas, a no ser que el destino de esas dos personas fuera el mismo, situación entonces irremediable para ambas. No supo porque pensó todo aquello, pero estaba nerviosa y se sentía oprimida por el cinturón de seguridad que atravesaba su pecho.
-y si se suelta esto –dijo Maria nerviosa.
-venga mujer, como se va a soltar, si no se ha soltado antes, porque a de hacerlo ahora
Y Maria sintió un dolor agudo en el pecho, porque pensó que antes no se había soltado, pero sabía que ahora se soltaría. Todos hemos pensado eso antes de que el coche se mueva, se va a soltar, se va a caer, esperemos que no, por favor que no me pase nada, pero allí estamos con ese miedo y con la incertidumbre de que te puede tocar a ti. Claro que eso no sucede a menudo, y en algunas atracciones no ha sucedido nunca, e incluso puede que ni sucederá jamás, pero y si pasa, estas ahí, y es una situación que hay que tener en cuenta.
La atracción comenzó, y en la segunda bajada, cuando ya a Maria se le había quitado el miedo, y tenia cierta confianza para disfrutar de la situación, el anclaje que la unía al asiento se soltó, en la curva de bajada su cuerpo salió despedido, golpeándose con los hierros que armaban aquella montaña rusa, cayendo en pocos segundos al suelo.
Fue todo muy rápido, pero Maria vio como la correa se iba soltando, y volvió a experimentar la sensación del baño, donde todo iba muy despacio, todo iba a cámara lenta, y recordó muchas cosas, y vio muchas cosas antes de golpearse la cabeza con uno de los hierros de la estructura metálica.
Al día siguiente Lunes, el casero tocaba el timbre con fuerza, pensaba que Maria no quería abrirle, después de algunos minutos desistió y bajo despacio las escaleras, en el momento que el casero salía del portal, el cartero impidió que la puerta se cerrase, buscó en el buzón a Maria y le dejó una carta, era la misma carta de todos los meses, la misma que la financiera la enviaba para indicarle que el próximo día diez le pasarían el recibo del sillón de masajes.
El sillón de masajes y una de las luces encendidas del cuarto de baño, parecían los únicos testigos de la soledad que había en la casa. Y durante un segundo la bombilla fundida del baño brilló, fue algo efímero, casi fugaz, pero ocurrió.

© Sergio Becerril 2007

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