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Nada es raro - Relato 8

NADA ES RARO

Amanda ya esta perdiendo la juventud. Tiene Veintiocho años y se encuentra en la difícil edad de no saber si es joven o madura, sin embargo, no es ni lo uno, ni lo otro.
Esta mañana se despertó cabreada, el chico con el que había compartido los dos últimos años de su vida, la había dejado.
Se levantó de la cama con rapidez. Al hacerlo la sabana se le quedó enganchada en el pie, con movimiento torpe y trastabillado consiguió mantener el equilibrio. El no dar con los morros en el suelo no fue suficiente para que: se dedicara a ella, y a toda la divinidad existente; gran cantidad de improperios.
Admitámoslo, el día, muy a pesar de lo que le había dicho su vidente favorita la noche anterior en un programa de televisión, había comenzado fatal.
Fue al baño, después de orinar, se miró en el espejo, su piel estaba cambiando. Echaba de menos el acné que en épocas anteriores había poblado su cara; ahora sin embargo, solo le salían algunos granitos cuando estaba con la regla, pero ese simulacro de acne, no la consolaba.
En una conversación que mantuvo con su amiga Elena lo había descubierto:
-mira tía, ¡ya no tenemos ni acné! -dijo Amanda.
-pues claro, que esperabas, nos acercamos a la fatídica edad de los treinta, una edad en
la que nada volverá a ser lo mismo, ¿no has escuchado decir a tu madre que cuando
llegas a los treinta la vida pasa el doble de rápido? -dijo Elena, mientras se limaba las
uñas.
-que dices, no, no lo he oído nunca, ¡pero gracias por darme esta noticia!, mira tía, no me jodas, que bastante pienso en ello como para que vengas tu a decirme estas cosas.

-vale, vale, pero tu también eres muy pesimista, ¡claro que nos salen granos!, cuando
estamos con el periodo, aunque claro, no es lo mismo, o bueno puede que si, al fin y al
cabo son granos, granitos, ¡acné!
-no sé, ¿tú te has fijado en esos granos de la regla?, son distintos a los que te salen de
joven, para empezar son mucho más pequeños, más rojos, y no tienen cabeza, no sale
pus; salen, crecen, te joden y desaparecen, pero de que manera, sin explotar, sin marca,
nada, se van como vinieron, no lo entiendo -dijo Amanda con cara de preocupación.

Amanda fue hacía el baño y se dio una ducha rápida. Mientras secaba su cuerpo se miró en el espejo. No le gustaba permanecer mucho tiempo en la ducha, enseguida su piel se volvía rosácea, y un poco después se tornaba color rojo y le salían salpullidos. Cuando salía de la ducha, ese color no desaparecía pasada una hora ó dos, así que nunca tardaba más de tres minutos en ducharse. Quizá era alérgica al agua.
Trabajaba en una gran compañía de telecomunicaciones, en el departamento de reclamaciones. Tramitaba las incidencias, no le gustaba nada su trabajo, pero a su edad y su nivel de estudios no podía pedir más. Quizá se conformase con poco, no estudió una carrera por dejadez, porque inteligencia no la faltaba, pero era un poco vaga, además no le gustaba estudiar.
La comodidad de estar bien remunerada, con un contrato fijo en una gran empresa, y la edad que tenía, la hacia pensar que ya tenía todo hecho, que nada podía alterar la normalidad de su vida.
De joven, con dieciocho años, había soñado con ser veterinaria, siempre le habían gustado mucho los animales, aunque bueno, cuando cumplió los veintiuno su objetivo profesional se había alejado un poco de los perros y los gatos, se había propuesto ser actriz, pero ese sueño también duró poco.
Sueños, sueños, sueños… Amanda había soñado durante toda su vida. Primero con conseguir a ese príncipe azul que la despertase por las mañanas con cálidos besos en la mejilla. Pero el amor la había dado tantas puñaladas, que ya ni siquiera le merecía la pena pensar en ello. Y luego en su vida profesional, había deseado ser de todo, desde enfermera militar, hasta vigilante de coches en zona azul.
Al final, y casi sin querer, aprobó el bachillerato y se presentó a unas pruebas de acceso en la empresa donde, desde hace ocho años trabajaba.
Su trabajo tampoco es que tenga mucha trascendencia, no es un puesto importante, ni siquiera tiene grandes responsabilidades. Así que ese día, esa mañana, también se odió por lo que había conseguido hasta ahora en su vida. No entendía por qué no le habían ido mejor las cosas.
Todas las noches antes de acostarse miraba a su objeto preferido; un tacón que uno de sus ex-novios había comprado en una tienda de antigüedades en Cuenca. Según el dependiente había pertenecido a Marilyn Monroe.
Amanda pensaba que en la vida, siempre hay algún objeto que debes conservar, porque te dará suerte, te guiará hacia la felicidad, y no, no estaba escrito en ningún sitio y tampoco lo había leído en una revista esotérica, simplemente un día fue a tirarlo y se le ocurrió pensar esto, se dijo: “este tacón me dará suerte”, y desde entonces permanece en su mesilla de noche.
Amanda estaba leyendo un informe, lo leía una y otra vez, no se enteraba, estaba pensando en otras cosas. De repente se le ocurrió una idea genial, no lo había pensado nunca, ni siquiera sabía por que lo iba a hacer, pero bueno, no tenía nada que perder. Abrió la base de datos de la empresa, en ella se encontraban los teléfonos de todas las personas del mundo, buscó en ella el teléfono de Sebastián Martínez Campillo. Tardó más de la cuenta en encontrarlo, pero al final, apareció.
El día había sido muy duro. Amanda se sentó en el sofá, cogió el teléfono y marcó el teléfono de Sebastián Martínez Campillo. Espero dos tonos y después colgó.
-no puedo hacerlo, es una tontería -pensó para si.
Se levantó del sillón y fue a la cocina, no tenía hambre pero necesitaba comer algo. Buscó en la nevera, pero no había gran cosa. Al final cogió un par de rebanadas de pan de molde y se hizo un sándwich de membrillo con jamón serrano.
Terminó de comer y se fue otra vez al salón. Entonces volvió a coger el teléfono y volvió a marcar el número de Sebastián Martínez Campillo.
-dígame -contestó una voz femenina.
-hola, yo quería hablar con Sebastián -Amanda dudó si decir los apellidos, al final
pensó que con el nombre bastaría, quedaba más familiar.
-de parte de quién -preguntó la mujer.
-si, soy una amiga.
La mujer dudó unos instantes, unos segundos que a Amanda le parecieron eternos.
-un momento, ahora te paso -desde el otro lado del teléfono la mujer gritó para que
Sebastián viniera-. Ya se pone -finalizó la mujer.
-dígame -respondió una fina voz.
La voz decepcionó tanto a Amanda que estuvo a punto de colgar.
-hola, ¿qué tal estas? -preguntó con timidez Amanda.
-bien, pero, ¿tu quién eres? -Sebastián intentaba reconocer la voz del otro lado del
teléfono sin éxito.
-no -Amanda hizo una pausa, no sabía que decir-. Lo importante no es quien soy yo…
si no… ¿Quién eres tú? –finalizó.
Sebastián colgó el teléfono.
Amanda se recostó en el sofá, pensó en la tontería que había hecho.
Sebastián Martínez Campillo, era el futbolista más famoso del momento, ¿por que iba a querer hablar con ella?
Cerró los ojos e intentó soñar. Se vio haciendo cosas que nunca había hecho, y sintió un ligero placer al imaginarse despertada por un despertador que decía: Bueno días, levántese, son las seis de la tarde. Buenos días, levántese, son las seis de la tarde. Buenos días, levántese…

© Sergio Becerril 2007

2 comentarios:

Guardián entre el centeno dijo...

Hola! soy yo otra vez. Lo del título de ayer está claro, queda bien, soy yo que fui muy despistao! Es verdad que con los títulos se es muy subjetivo, y a lo mejor tú te refieres a algo y luego no queda claro, pero vamos que estaba claro.

menudo día lleva Amanda eh? pobrecilla. No sé cómo lo has hecho, en parte seré yo, pero 28 años se me han antojado muchísimos...

Bueno, no quiero parecer pesao, así que tardaré en leerme un tercer relato, de todas formas ya sé que estás por aquí y me iré pasando! a seguir con el lápiz y el papel!

Sergio Becerril dijo...

Por favor Guardián entre el centeno no eres pesado, puedes pasarte por aquí cuando quieras, y dejar tus comentarios cuando te apetezca, ¡ojalá la gente que visita mi blog hicieran comentarios sobre los relatos! sería un buen método de aprendizaje...
Lo dicho sírvete tú mismo, estás invitado.

Un abrazo!!!

 
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