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Diario de diario - Relato 2

DIARIO DE DIARIO

“Hoy he vuelto a ver a Marta. Caminaba despacio, con torpeza, como tiene costumbre de hacerlo. Llevaba una bolsa en una mano, y en la otra, su monedero. Marta es gorda, pesará más de noventa kilos y rondará el metro y medio de estatura. Tiene la nariz chata y los labios carnosos. Pero no es guapa. Mirando de cerca su piel agrietada de color rosáceo, se pueden ver unos profundos surcos. Es la clase de persona que muchas veces ves pasar por la calle y la miras con curiosidad y te da lástima. Siempre, desde que me fijé por primera vez en ella, he deseado saber cómo es. ¿Quién es Marta?”
Tomás dejó de escribir en su diario. La cena esperaba encima de la mesa, no tenia hambre pero la gente de su alrededor le había aconsejado que tenia que comer, la perdida de peso de las ultimas semanas daba fe de ello. Arrimó su nariz al plato como el buen cocinero que, sabiéndose merecedor de todos los aplausos, se dedica unos minutos a disfrutar de su obra en soledad. Cuando acabó volvió a la cama a seguir escribiendo en su diario, le encantaba hacerlo a esas horas.
“He tenido un día muy duro. Nunca había pensado en lo cansado que es el trabajo de profesor hasta hoy, y más dando clases particulares. Siempre he querido ser músico, pero mis padres querían que estudiara una carrera, así que con tal de no darles la razón, elegí Magisterio en vez de Derecho.
Vivo solo: hace dos años que me separé de mi mujer. Fue en una mala época de alcohol y juego; ella no aguantó más y me dejó…”
Tomas miró por la ventana, seguía lloviendo, hacia cuatro días que no había parado de llover. Cerró su diario e intento dormir, pensaba en la lluvia, en porque no dejaba de llover. Y con el ruido del agua golpeando los cristales se quedó dormido.
A la mañana siguiente, el despertador sonó. Tomás se levantó despacio. Era martes: la semana no había hecho más que comenzar. Se vistió con rapidez, y no porque tuviera prisa, de un tiempo a esta parte a Tomas le gustaba hacerlo todo revolucionado. Antes de salir fue a la cocina y cogió una manzana para desayunar. Miró al cielo cubierto de nubes y se alegró de que todavía no hubiera empezado a llover.
El día pasó con absoluta normalidad. Tomas estaba cansado, pero pensó que no podía dejar de escribir en su diario, era muy estricto con las cosas que se auto imponía, y escribir cada noche en su diario era una de ellas. Se puso cómodo, y sentado en la cama retomó de nuevo su relato.
“Esta tarde, justo cuando iba a cruzar la calle para entrar en el metro, he visto a Marta. Me detuve. No podía dejar de mirarla, y no entendía cómo podía producirme tanta curiosidad. Marta se paró en un puesto de cupones a comprar un décimo de lotería. Apoyó una bolsa de plástico en la repisa del puesto. Desde el otro lado de la acera, yo no me perdía detalle. Marta se fue, olvidando la bolsa en la repisa. Fui corriendo hacia allí, y cogí la bolsa, pensé en dársela a Marta; mientras lo hacía, miré dentro y descubrí un cuaderno. Dejé de seguir a Marta y me di la vuelta.
He llegado a casa a las diez de la noche. Me he puesto cómodo y me he sentado en el escritorio a leer el cuaderno. Tenía muchas ganas de hacerlo. En los ratos libres, durante el día, había ojeado sus páginas; era un diario.
Encendí un cigarrillo y comencé a leer”
“26 de julio de 2000
Primer día de mi diario. Estoy muy emocionada: hoy empiezo la escritura de mi diario. Empezaré por el principio, ya que quiero que quien lea estas páginas cuando me muera sepa quién soy, que me conozca. Tengo Veintinueve años y vivo con mi marido Carlos. Aunque Carlos es su nombre yo le llamo, con cariño, Bolis; es porque a él le gustan mucho los bolígrafos, y no me preguntéis por qué, ya que no lo sé. A mí me gustan mucho los relojes; tengo cuatro o cinco, aunque dentro de poco tendré seis porque mi amigo Pedro, el del bar de la esquina, me ha prometido que me regalará uno de la cerveza; estoy deseando que llegue ese regalo. Ahora mismo lo pienso y me emociono; sabe que me gustan los relojes y que me regale uno es para mí un detalle muy especial. Siempre he vivido con mis padres; bueno, siempre hasta que murieron… Cuando murieron yo me quedé sola, bueno, sola no porque ya tenía novio, pero quiero decir que ya no estaba tan protegida. Echo de menos a mis padres porque ellos me cuidaron siempre muy bien. Al morir mis padres mi familia me quería internar en una residencia porque decían que no estaba bien, que estaba enferma. Al final, un tío mío se ocupo de mí, y poco a poco fue dándome cierta libertad. Ahora vivo con mi marido y con mi hijo Esteban, de dos años. Estoy muy contenta. Esto es todo por hoy. Mañana escribiré algo más.”
“Me sorprendí de lo que había leído: era el diario de Marta. Me encuentro mal por leerlo, no está bien, pero quiero conocerla, desde la primera vez que la vi me había despertado una curiosidad enorme. Siempre que la veía me quedaba absorto mirándola, observando cada uno de sus movimientos. Me olvidé de mis prejuicios, y seguí leyendo”.
“31 de julio de 2000
Hoy no me apetecía trabajar. Casi me voy dejando todo lleno de porquería. Pero al final he trabajado: necesito este dinero. Trabajo limpiando el portal del edificio en donde vivo. Tengo un sueldo de veinte euros al mes. El piso en donde vivo es alquilado. Bolis trabaja duro para ganarse un sueldo: él trabaja de manipulador en una fábrica de comidas en lata; gana mucho dinero: tiene un sueldo que nos permite pagar el alquiler y comprar comida, unos seiscientos euros. Esta mañana, cuando se ha despertado para ir al trabajo, yo ya me había levantado y le había preparado un vaso de leche. El se ha puesto muy contento y me ha dado muchos besos. Si supiera lo bien que estoy a su lado… Hoy también me he preocupado porque a Esteban le han salido unos granos por todo el cuerpo. Yo creo que le ha sentado algo mal de la comida. Le he duchado dos veces y en los granitos más rojos le he dado bien con alcohol para que secaran. Cómo lloraba, el pobre, a pesar de que yo soplaba con fuerza…
3 de agosto de 2000
Los granitos de Esteban no se han secado, pero sí que se han multiplicado. No para de llorar. La vecina ha venido; se preocupa mucho por nosotros, así que le ha llevado al médico, que le ha mandado unas medicinas para que se tome. Me dijo lo que tenía, pero era un nombre médico y no me acuerdo ya. Espero que se recupere pronto.
Tengo ganas de que llegue el verano: en invierno el frío no me deja dormir bien. Además, por las noches tengo pesadillas: alguien que está debajo de la cama me despierta mientras duermo. Se lo he comentado a Bolis esta madrugada; él se despertó sobresaltado, y cuando se lo conté no me ha hecho mucho caso. Pero ya que se había despertado, hicimos el amor por delante y por detrás. Después me dormí y no me volví a despertar hasta la hora del trabajo.”
“Hoy escribo en este diario un poco triste, anoche me dormí a las cuatro de la mañana leyendo el diario de Marta, y hoy la he buscado pero no la he visto. Deseaba con impaciencia que acabara el día para llegar a casa y seguir leyendo el diario. Y eso es lo que he hecho”
“31 de agosto de 2000
Ya no me acuerdo de cuántos días llevo escribiendo en este cuaderno. Hoy nos ha pasado algo maravilloso. Mi jefe ha visto cómo trabajo, que limpio muy bien el portal y hago que huela muy bien, y me ha dado cinco euros de más. Qué feliz estoy. He llamado a Bolis al trabajo, y él se ha puesto también muy contento. Hemos decidido que el domingo iremos a la hamburguesería para celebrarlo. Como estaba cansada no he lavado nada de ropa, pero bueno, a Esteban no le importará dormir con la misma ropa que ayer, porque como nadie le va a ver… Yo al menos noto que se ríe mucho. ¡Que feliz soy!
2 de septiembre de 2000
Tenemos problemas con el alquiler del piso. Los dueños dicen que el mes pasado no lo pagamos. Esta mañana vino la dueña y me dijo que teníamos que pagar el mes que viene los dos meses; pero no entiendo nada: si Bolis cobra su dinero en el banco y el dinero del alquiler se quita directamente… No sé, luego hablaré con Bolis…
He hablado con Bolis y hemos discutido un rato, aunque luego se me pasó. Me dijo que el dinero de este mes se lo había gastado en comprar ropa. Yo le dije que dónde estaba la ropa y me dijo que se la tenían que traer: un compañero de trabajo le enseñó muchas cosas en fotos y le dijo lo que tenía que hacer para conseguir esas ofertas. Claro, él sacó el dinero y le pagó antes de que le trajera la ropa. Dice que no tiene la culpa. Luego no ha hablado más y se ha acostado. ¡Esperaremos a ver si le traen la ropa pronto! ¡Me muero de ganas por saber qué me ha comprado!”

Tomás miraba desde la ventana el opaco cielo. Las tormentas no habían remitido, y eso en cierto modo le hacía sentirse bien, era como la excusa perfecta para no salir y seguir escribiendo en su diario.



“No me podía creer lo que estaba leyendo. Marta debe tener algún trastorno mental y su marido también: les habían timado. ¿Cómo era posible que pudieran vivir así?
Esta tarde sentí un ligero malestar, preocupación por Marta, y más preocupación todavía por Esteban, el pequeñín de dos años. ¿Qué clase de vida llevará?...”
“4 de septiembre de 2000
No sé qué está pasando: veo a Esteban muy llorón últimamente. ¿Será porque no tengo mucho tiempo para jugar con él? Hoy lo he dejado donde la vecina, y ella no puso ninguna pega. He decidido que esta tarde voy a descansar y me he acostado para dormir. Justo antes de hacerlo me he puesto a escribir un poco. Muchas veces me pregunto si esto que estoy escribiendo le interesará a alguien. De todas formas, sólo lo hago para entretenerme un rato.
8 de septiembre de 2000
Guardé con cuidado los cinco euros extras que gané la semana pasada. Hoy hemos ido a la hamburguesería. Echamos cuentas antes de pedir la hamburguesa, y nos daba para comprar también patatas fritas; ¡y todo por dejar bien limpia la escalera!
Esteban no se lo creía cuando le dimos de comer un trozo de carne. Yo también disfruté mucho comiendo: hacía tiempo que no comía hamburguesa. Bolis tampoco se privó de comer; ¡comió incluso más que yo!; ¡qué morro tiene! Pero bueno, él trabaja, y además le quiero, así que no me importó. La gente nos miraba de modo muy raro; no sé muy bien lo que es la envidia, pero creo que esa gente tenía envidia; porque nos miraban de modo raro y creo que es porque nos tomamos una hamburguesa, pero ni siquiera eso nos preocupó. Fue un día genial.”


“Me encanta escribir en este diario, se que cuando pase el tiempo lo leeré, y me servirá para recordar estos momentos. Desde que encontré el diario de Marta no he podido dejar de leerlo ni un solo día, creo que estoy obsesionado. Cada mañana, de camino hacia el metro, busco a Marta. Espero encontrármela y así asociar todo lo que he leído a su persona. La he observado durante tanto tiempo, y además ahora casi la conozco, que necesito unir lo que he leído en el diario con su imagen. Pero desde que se dejó olvidado el diario en el kiosco de loterías no la he vuelto a ver.”

Era viernes. Tomás abrió la puerta con rapidez: el teléfono sonaba. Entró y corrió a cogerlo, por el camino tropezó y casi se cayó de morros.
─Dígame ─contestó.
─Tomás, soy Susana. ¿Qué tal?
─Bien, bien, Susana. ¿Y tú? ─Tomás hablaba fatigado.
─Yo bien. Te llamaba por si te apetecía salir un rato y cenar.
─Pues no, Susana, lo siento. Hoy no me apetece salir: estoy cansado.
─¿Te pasa algo, Tomás?
─Eh, no, nada, nada; ¿lo dices por mi respiración?, es que me has cogido entrando por
la puerta. Casi no me da tiempo a coger el teléfono.
─No lo digo por eso –dijo Susana-. Lo digo porque no quieres salir.
─Ya, ya, lo siento; estoy cansado; mañana, ¿vale?
─Bien, bien; hablamos. Cuídate estoy aquí para lo que necesites
─Adiós.
Tomás se sentó en su mesa, que miraba hacia la ventana, ni que decir tiene que la lluvia seguía estrellándose contra el cristal, abrió el diario y retomó su escritura:
“Si no fuera porque el diario de Marta me tiene enganchado, hubiera salido con Susana. Pero después de colgar el teléfono, me quité la corbata, me desabroché los tres primeros botones de la camisa, cogí el cuaderno y seguí leyendo”
“17 de septiembre de 2000
Hoy me he dado cuenta de algo que me esta pasando desde hace unos días. Cuando voy a comprar el pan, noto cómo un señor me observa, como si estuviera pendiente de lo que hago. Yo no le he dado importancia pero creo que busca algo de mí. Nos ha llegado una carta diciendo que tenemos quince días para abandonar el piso. Se lo he dicho a Bolis y me ha dicho que no me preocupe, que encontraremos otro piso más bonito. La verdad es que tiene razón: este piso ya lo tenemos muy visto. Seguro que la dueña mira por nuestro bien y quiere que nos vayamos para que tengamos un piso mejor. Si al final nos echan del piso, iremos a casa de la vecina, Matilde, al menos por el momento.
18 de septiembre de 2000
Sí, comprobado: el hombre me espía. Aunque no me preocupa, le he hablado a Bolis de lo que está pasando. Se ha puesto muy nervioso: cree que quiere ligar conmigo; ya ves, con una chica como yo; no es que sea fea, pero me he puesto un poco gorda. La verdad, no entiendo a Bolis. Se ha cabreado, y me ha insultado. Después me amenazó con dejarme. Yo le he convencido de que no es esa la razón por la que me espía. Al final se ha quedado tranquilo.
Son las tres de la madrugada. El motivo por el que escribo a estas horas es porque ya sé lo que quiere ese hombre. He pensado en qué es lo que hay de nuevo en mi vida, y lo nuevo que hay en mi vida es este diario. Creo que el hombre que me espía todas las mañanas sabe que estoy escribiendo este diario y quiere publicarlo. ¡Quiere darme dinero por él!, ¡mucho dinero! Lo he visto en una película: que a la gente que escribe le dan dinero para que escriba; es un trabajo muy bueno.”
Tomás se quedó dormido escribiendo. De madrugada se despertó y se fue a la cama. Quedaban pocas páginas para acabar el diario. Mañana lo acabaré, pensó antes de dormirse.
El día siguiente pasó con lentitud. Tomás, como los días anteriores, estaba deseando que llegara la noche para escribir.. Además, el hecho de que le quedaran pocas páginas para terminarlo le hacía sentirse más inquieto.
Por primera vez en días, había dejado de llover. Tomas abrió la ventana, fuera olía a lluvia mojada y libertad.
Después de cenar, se metió en la cama y se dispuso a terminar con las páginas del diario.
“Me obsesiona Marta, hoy en el trabajo he sacado el cuaderno y he seguido leyendo su vida”
“29 de septiembre de 2000
No encontramos piso. La vecina se está impacientando, pero me ha dicho que podemos quedarnos unos días más. Yo he decidido trabajar de esto de escribir y ganar dinero con este diario. Como sé que ese señor me observa, voy a dejar que se lleve mi diario y me dé dinero.
Hoy, cuando le vea, iré a comprar un cupón de lotería y haré que me lo olvido, para ver si lo coge y lo quiere vender y me da algo de dinero. No quiero ilusionarme, pero ya me imagino comiendo bien y vistiendo ropa bonita. Por cierto, hablando de ropa, a Bolis todavía no le han traído nada, y ya ha pasado mucho tiempo; hoy le he pedido que le dijera a su compañero de trabajo que le devolviera el dinero, que ya no quería ropa ni nada. A ver qué sucede. Estoy segura de que lo mejor que he hecho en mi vida ha sido escribir este diario.”
Tomás cerró el cuaderno, y una finas lágrimas recorrieron sus mejillas. Después volvió a abrirlo y comenzó a escribir.
“Supongo que no puedes elegir qué vida vivir. Naces y tienes las cosas decididas de antemano. Si eres una persona equilibrada, con una buena mente, tienes que darte cuenta en algún momento de tu vida de que las cosas no son tan sencillas como parecen; si, por el contrario, tienes algún problema mental, la vida puede parecerte una maravilla en cualquier momento, por muy dura que sea.”
A la mañana siguiente, Tomás se levantó cansado: no había pasado buena noche. Era domingo, se asomó a la ventana, había dejado de llover y el sol se asomaba con timidez. Se quedó mirando largo tiempo a una mujer que pasaba, la miraba excitado, puso sus manos en el cristal de la ventana y exclamó: Marta.
A media tarde cogió de nuevo el diario y siguió escribiendo.
“Me produjo una enorme alegría verla: estaba nervioso, excitado. ¿Qué hago?, pensé. Habría ido corriendo a abrazarla, o por lo menos a saludarla, pero no hice nada: no pude. Decidí seguirla sin que ella me viera.
Marta caminaba despacio, mirando hacia todos los sitios, como buscando algo. Se detuvo enfrente de un escaparate de gafas, y tras unos segundos continuó andando. Entró en una panadería y se compró un regaliz. Yo la observaba a lo lejos, con atención, fijándome en cada movimiento de Marta. La seguí durante algunas horas.
En todo el tiempo no hizo otra cosa que caminar, caminar y detenerse cada dos por tres frente a los escaparates de las tiendas. De pronto Marta se detuvo frente a la puerta de un hospital, y entró. Yo no supe qué hacer, pero un impulso me empujó a seguirla. Marta iba acompañada por dos enfermeras hacia dentro del edificio; las seguí con la mirada hasta que doblaron un largo pasillo.
Fui a recepción. Una enfermera escribía con dos dedos en el ordenador.
─Hola.
─Hola ─respondió la enfermera, esbozando una falsa sonrisa.
─La chica que acaba de entrar, esto ─hice una pausa: no sabía qué decir, pero
enseguida se me ocurrió algo─. Mire, me acaba de robar: ha entrado en mi tienda y me
ha robado unos regalices.
La enfermera se ruborizó.
─¿De verdad? Mire, Marta es una paciente que lleva en nuestro centro muchos años;
nosotros nos hacemos cargo. ¿Cuánto es? ─la enfermera buscó en su bolsillo y sacó
algunas monedas.
─No, no, no lo admito; pero, ¿esto qué es?, ¿una especie de residencia?
─Es un hospital psiquiátrico. La chica que le robó, Marta, tiene esquizofrenia.
─Pero, ¿cuánto tiempo lleva ingresada aquí?
─Mucho tiempo: casi doce años.
─Y su marido, su hijo, ¿donde están? ─pregunté con incredulidad.
─¿Su marido?, ¿su hijo? Marta esta sola, no tiene a nadie; lleva con nosotros desde que sus padres murieron.
Salí del hospital cabizbajo. ¿Cómo era posible que Marta hubiera inventado todo? De camino hacia casa, me paré en la misma tienda de regalices donde hacía algunas horas Marta había comprado uno; a los pocos minutos había salido comiéndose uno. Caminé sin prisa hasta casa”





La enfermera entró en la habitación.
─Vamos, Tomás, lleva una semana sin comer y como siga así tendremos que alimentarle a la fuerza, y sabe como es a la fuerza, pues poniéndole suero a través de una sonda, así que no sea rebelde y coma usted algo ─dijo Clara.
Clara era la enfermera de Tomás, un esquizofrénico de treinta años que llevaba doce años ingresado.
Tomás se levantó despacio, al hacerlo se cayó al suelo un diario. Clara lo recogió del suelo y lo ojeo con descaro.
-¿Le ha dado a usted ahora por escribir? –dijo Clara y leyó algunas lineas del diario.
-¿Marta? ¿Quién es Marta? –dijo la enfermera con incrédula voz.
Tomás no dijo nada, miró con disimulo hacia la ventana: las vistas eran preciosas y el sol iluminaba la habitación.


© Sergio Becerril 2007

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado la historia. La verdad es que no me esperaba que tanto.

Elisabet

Sergio Becerril dijo...

Hola Elisabet:
Gracias por leerme y por tu comentario.
"Diario de diario" es uno de mis relatos preferidos, lo escribí para un concurso que por supuesto no gané, luego ha pasado por tres revisiones: dos de argumento y una de estilo. Me alegro que te gustase. Espero verte por aquí alguna vez que otra, y que me cuentes si te gusta lo que escribo, por supuesto también se admiten críticas, si son constructivas mejor.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Pues espero que tengas mucha suerte. Es un relato estupendo asi que no te preocupe el que gane un concurso o no. Por supuesto ya he leído más de los que has ido dejando.

Eli

Sergio Becerril dijo...

Gracias de nuevo por tus palabras Eli.

Un abrazo.

 
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