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Caretas - Relato 4

CARETAS

Me viene bien llevar esta mascara, así oculto mi rostro vacío, mis vacilaciones, mis ojos sin brillo. No tengo que sacar a pasear mi forzada sonrisa, ni siquiera es necesario que abra los ojos, que intente simular alegría u optimismo. Es una gozada llevar esta mascara. Que no me conozcan, que no me vean mirar al que pasa por mi lado, poderme reír del atuendo de mi vecino sin que me avergüence de hacerlo, que no me descubran llorando por cualquier pensamiento mío, por cualquiera de esos pensamientos que se me ocurren cada vez más a menudo.
Me encanta el carnaval, en esta fecha me encanta que la gente se congratule conmigo, que oculten su rostro, sus curvas, y se diviertan en el anonimato, son como yo. En estas fechas no me siento diferente.
Recuerdo el primer día que me puse esta careta: llevaba días sin sonreír, el mismo trabajo de todos los días, los mismos gastos, las mismas decepciones. La gente me empezó a dar de lado, los amigos se fueron y no los eché de menos, en mi mundo no necesitaba ni necesito a nadie.
El problema es que no estaba solo, mi cara se fue agrietando, mis ojos entristeciendo, mi ropa se repetía, me pelo empezó a crecer, con barba me vi mejor que afeitado, y la gente me empezó a mirar con extrañeza. Un día me di cuenta de que no podía seguir así, la melancólica tristeza estaba mermando mi alma, y lejos de tener apoyos, o de llamar la atención de mis allegados buscando el refugio de la compasión, estos me dejaban de lado, pensaron que era un tipo triste, un amargado, un antipático, alguien poco recomendable, y poco a poco me fui quedando solo.
Un día de carnaval de hace tres años se me ocurrió la idea de ponerme esta careta. Desde entonces todo ha cambiado. Mi cara refleja alegría, mis arqueadas cejas denotan optimismo, y mis dientes caminan en fila cautivando todas las miradas. Y por muy raro que parezca, mis amigos han vuelto a mí y en el trabajo me va muy bien, parezco feliz.
Sin embargo y por razones que todavía no alcanzo a comprender, cada cierto tiempo la sonrisa de la mascara se va tornando tristeza, las comisuras de los labios caen hacía el suelo, los parpados de los ojos ceden a la gravedad, tornándose como persianas a medio bajar en una fría tarde de invierno. Esto sucede cada vez con más frecuencia. Al principio pasaba cada tres o cuatro meses, ahora cada quince días tengo que comprarme una mascara nueva.
Este año leo con asombro la siguiente noticia en todos los periódicos: Colmenar Viejo celebrará este año sus carnavales de una manera muy especial, organizará una fiesta en la que estará prohibido llevar caretas, los asistentes deberán mostrar su autentica cara, y la gente que quiera hablar con otra gente deberá hacerlo con rostro sincero, sin mascaras, mostrando su cara verdadera.
Sin mascaras, dicen. Yo por supuesto no iré, nunca me ha gustado disfrazarme.

© Sergio Becerril 2007

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