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Hipopóteca - Relato 1

HIPOPÓTECA

Mientras caminábamos apretaba con fuerza la mano de Silvia, yo andaba unos pasos por delante. Sus uñas se clavaban en mi mano y eso me hizo volver de mis pensamientos y reducir la marcha.
No era la casa de mis sueños, y todavía no me acababa de convencer a mi mismo que Silvia fuera la mujer de mi vida. Sin embargo había llegado a un punto que tenía pocas opciones para elegir, o por así decirlo me estaba dejando llevar por la coherencia, quería actuar como una persona normal. No creo en las cosas definitivas, ni en la casa de tus sueños, ni en la mujer de tu vida, ni en la media naranja, ni siquiera creo en el ser humano como algo único. Nos diferencian los rasgos, el pelo, la forma de los ojos, y ciertos caracteres, pero al fin y al cabo todos somos iguales. Silvia me quiere, o al menos eso me demuestra, no porque yo sea único, si no porque ha encontrado una persona que más o menos se ajusta a lo que ella esperaba.
El destino o que se yo, hizo que aquel día, mientras tomaba mi segundo café de la mañana en la barra, ella fuera a pedir cambio para sacar tabaco, el camarero no disponía de monedas, y yo me ofrecí a cambiarle los cinco euros que traía. De no ser yo, podría haber sido otro, en ese mismo día o con posterioridad, pero está claro que yo no soy el único que puede hacer feliz a Silvia.
Siempre trato de racionalizar todo, no dejarme llevar en exceso por los sentimientos, ser lo menos visceral posible, ya que pienso que si controlo mis emociones tendré una vida mas equilibrada.
Con todo esto nunca pensé que acabaría con una chica como Silvia. Una persona como yo tan racional, tan a veces calculadora, al lado de una persona tan impulsiva, tan locamente extrovertida y sociable. Supongo que por eso después de ofrecerle mis monedas aquella tarde, ella, después de sacar tabaco se acerco a la barra donde yo terminaba mi café para charlar conmigo. Yo en un principio rehusé la invitación, de una manera torpe, pues sus labios habían atraído toda la atención de mis ojos y parte de mis pensamientos, después miré sus manos, unos dedos largos y unas uñas atrapantes, me hicieron pensar en la invitación a otro café que me acababa de realizar, al cabo de unos segundos de seguir el parpadeo de sus ojos, asentí con la cabeza pidiendo mi tercer café de la mañana.
Y ahí comenzó todo, con unas palabras, con mi intención de besar aquellos labios, y de saber porque aquella mujer llevaba una camisa de cuadros. Silvia hablaba de ella, y yo más que escucharla, me hacia preguntas, miraba sus labios, y me moría de ganas por ver a Silvia pintándose los mismos en el baño, me la imaginaba abriendo con sus largos dedos la barra y luego con soltura, con oficio, cubrir su piel de color rojo, y también la veía juntar los labios para extender el color y como tiraba besos en el espejo. Me intrigaba saber en que momento se pintaba los labios, si lo haría desnuda, o por el contrario era el toque final a casi una hora de dedicación a su imagen. Y ella seguía hablando, los remordimientos de que no la estaba escuchando me asaltaron, y me entró pánico por si me preguntaba que si me estaba enterando de lo que me estaba diciendo, por supuesto que no me estaba enterando de nada, pues me había perdido hacia algunos minutos con su imagen pintándose los labios, ¿en el baño o en el dormitorio? Me pregunté, pero no quise quedarme otra vez en fuera de juego de la conversación y retiré de inmediato la pregunta de mi cabeza.
Aquella tarde nos dimos los teléfonos y prometimos llamarnos, cosa que hicimos al día siguiente, lo demás es todo, y con todo lo demás he llegado a este momento, después de cuatro años de novios, Silvia y yo caminábamos con prisa acelerada hacia el banco, íbamos a solicitar un préstamo para pagar un piso que nos había gustado.

Habíamos visto varios, mi opinión es que habíamos visto tantos que perdimos un poco el norte, la objetividad, y al final decidimos quedarnos con el piso más pequeño que habíamos visto, más que nada por el precio.
El piso era una habitación con un retrete de quince metros cuadrados habitables. La estancia estaba dominada por una ventana más o menos grande, por ella entraba mucha luz y daba suficiente claridad al piso para que ese detalle subiera el precio del mismo en diez mil euros. Nos convenció, aunque debo decir que más que convencernos, nos convencimos nosotros, nos cabía una cama de uno cinco por uno cinco, estaríamos un poco apretados pero pensamos que como Silvia era poca cosa y yo estaba a dieta y tenía pensado perder mas de siete kilos, llegaría un día que no tendríamos tanto problema. Puerta blindada y una placa eléctrica debajo de la ventana subían la cotización de nuestro futuro hogar. A nuestros padres no les convenció mucho en un primer momento, pero no nos importó su opinión, pues es bien sabido que la gente cuando esta fuera, ve todo de forma distinta. Me explico, ellos quieren lo mejor para nosotros, pero no ven la necesidad de que nos vallamos de casa, por eso bajo mi punto de vista no se van a sentir satisfechos con ningún piso. Son de otro tiempo, en el que todo era más fácil dentro de la dificultad.

Llegamos al banco con los cuerpos sudados, y pensé que ese sudor era más importante que el que acabábamos de derramar haciendo el amor horas antes en casa de Silvia, habíamos corrido para solicitar el dinero que nos iba a permitir compartir nuestras vidas. Había treinta y seis personas antes que nosotros en el banco, tendríamos que esperar unas cuatro horas. Silvia y yo miramos en reloj de pared gigante que ocupaba toda la pared frontal de la sucursal, debajo del mismo un cartel informaba del horario de atención al público, rogando con la letra un poco más pequeña que por favor cumpliéramos el mismo para no obligar a su personal a llamar a seguridad.
Dudamos en irnos y volver al día siguiente, pero habíamos pedido el día de vacaciones en el trabajo para informarnos de las condiciones del préstamo y empezar a dejarlo todo medio cerrado.
Después de dos horas solo había cinco personas por delante de nosotros y medía hora para que cerraran el banco. Había cuatro mesas atendiendo así que miré a Silva con entusiasmo enseñándole mis colmillos, ella hizo lo propio y mientras apretaba con fuerza una de mis manos, besó mi mejilla. Pasaron unos cinco minutos y tres de las cuatro personas que atendían se levantaron y subieron por unas escaleras. Quedaban veinticinco minutos, ellos no volvieron y el tiempo expiró cuando solo faltaban dos personas para que nos atendieran. Cuando el reloj marcó la hora en que la oficina cerraba sus puertas la única persona que atendía al publico se levantó, cogió con naturalidad de un perchero próximo una gabardina y disculpándose con mil atenciones salió del banco con total tranquilidad, o al menos eso aparentaba con sus pasos armoniosos y hábiles sorteando a la gente que esperaba con fe ser atendida.
Que mala suerte pensé para mis adentros, mire a Silvia intentando no mostrar desanimo, creo que no fui muy hábil, ella estaba a punto de llorar. Me levanté y la animé para que nos fuéramos cuanto antes. Ni siquiera la invitación al cine que la propuse la hizo sonreír. De mutuo acuerdo quedamos en que al día siguiente probaríamos suerte otra vez.

Treinta años teníamos los dos. Era el momento perfecto para comprarnos el piso. Los dos teníamos un trabajo fijo, y sueldo no generoso, aunque si aceptable.
Para conciliar el sueño aquella noche, y siguiendo mi costumbre de racionalizar mis emociones, comencé a pensar en todo aquello, y me descubrí ilusionado por comprar el piso y vivir con Silvia, ella, año tras año me había ido atrapando, y ahora que con la edad se había bajado un poco de la nube, veía en ella la persona sensata con la que pasaría el resto de mis días.

A las nueve de la mañana estábamos esperando nuestro turno, y medía hora después llegó nuestro momento. Avanzamos hasta la mesa que se había quedado libre, deje pasar primero a Silvia con cortesía y después de que ella se sentó yo hice lo propio. Al otro lado de la mesa, un hombre de unos cuarenta y tantos años de cara redonda y con gafas mostraba la que a mi me pareció la sonrisa más falsa que me han dedicado nunca, este gesto hizo que las gafas se desplazaran por su nariz hasta casi caerse, el banquero se apresuro a guardar su sonrisa y con gesto acostumbrado se colocó sus gafas al principio del tabique nasal ayudándose de su dedo índice.

-Buenos días, me llamo Esteban –dijo señalándose una placa que llevaba en la camisa con su nombre-. Antes teníamos nuestro nombre en la mesa, ya lo se, les resultará raro que lleve esta chapita como si fuera un cajero de un supermercado, pero al banco le salía mas a cuenta hacer estas chapas.
Yo miré a Silvia y los dos sonreímos a Esteban.
-es por el tema de personal, muchas rotaciones –el banquero se inclinó en la mesa arrimándose a nosotros- a mi me han llamado a media mañana para que me fuera a otra oficina porque no tenían personal, y tengo compañeros que en una misma mañana han estado en cinco oficinas –dijo con secretismo a la vez que arqueaba una ceja-. Lo llaman Gestores Polivalentes.
No se que estaría pensando Silvia en ese momento, pero yo escuchaba las palabras de Esteban con interés.
-pero bueno, vamos a lo que vamos –dijo volviendo al respaldo de su silla, después de una pequeña indicación con la cabeza, y en vista de su silencio estaba claro que el banquero quería que le contáramos el porqué de nuestra visita.
-venimos porque queríamos pedir información de la hipoteca joven –dije.
-¿Cuánto dinero necesitáis?
-trescientos mil euros –dijo Silvia, al ver la cara que puso el señor del banco continuó-. Mis padres nos avalan, ellos tienen dos casas libres de cargas.
Esteban sonrió con vergüenza, la idea de los avales pareció tranquilizarle.
-la hipoteca joven tiene el tipo de interés mas bajo, y podéis pagarla en setenta y cinco años –dijo el banquero, mientras hablaba estiró su mano hasta un botecito de donde sacó un Sugus.- ¡Vaya! Otra vez de limón. Odio los de limón, ¿a vosotros cual os gusta más?
Nos miramos sorprendidos.
-a mi el de fresa –dije. En gran media para intentar agradar al banquero.
-a mi el azul-dijo Silvia.
-vaya, vaya. Otra de las grandes incógnitas de la humanidad, ¿Por qué el Sugus de piña es azul? ¡azul!
Miré mi reloj, llevábamos veinte minutos sentados.
-señor Esteban, nos estaba hablando de las condiciones de la hipoteca- dijo Silvia.
-si, continuo, es el interés más bajo de todo el mercado, y un plazo largo para pagar, para que podáis ir desahogados durante toda la vida del préstamo. Por cierto, está matemáticamente comprobado que en las bolsas de Sugus incluyen más de naranja y limón que del resto, ¿Por qué será?
-no tengo ni idea, pero lleva usted razón –dije.
-es cierto, ahora que lo dice –dijo Silvia.
-si, si, toda una incógnita. Si les parece ya que les he explicado con todo detalle cuales son las condiciones de la hipoteca, me quedo con sus datos y les hacemos un estudio –dijo el banquero con confianza.
-¿no es necesario que traigamos ningún documento?
Esteban comenzó a reír con ganas.
-no mujer, solo con que me digáis el DNI es suficiente, lo introduzco aquí –dijo señalando con el dedo la pantalla del ordenador- y en cinco minutos sé hasta como lleváis de largas las uñas de los pies.

Después de la visita al banco estaba mucho mas ilusionado, las condiciones del préstamo eran magnificas, y con los avales de los padres de Silvia casi seguro que nos lo iban a conceder.
A la mañana siguiente llamamos al propietario del piso para ir a verlo de nuevo. En esa visita la vivienda nos enamoró, y quedamos con el propietario que en cuanto el banco nos dijera que si le dábamos una señal para reservarlo.
A los dos días sonó mi teléfono móvil, era Esteban el del banco.
No me enteré muy bien de las primeras palabras, ya que a pesar de todo, me sorprendió que alguien a quien no le había dado mi número de teléfono pudiera contactar conmigo.
-así que cuando queráis venís a verme y dejamos todo cerrado, porque ya solo falta que firméis –dijo Esteban con voz alegre, después colgó sin despedirse.
Aquella misma tarde quedamos con el propietario para dar una señal y asegurarnos el piso. Sin problemas descargue un contrato previo de Internet y lo llevé junto con una señal de doce mil euros.

El banco estaba lleno como siempre, olores y dialectos se mezclaban con el disgusto de gente que salía cabizbaja por que no le habían concedido su crédito.
La dificultad aumentó, pues no solo teníamos que esperar nuestro turno, si no esperar a que Esteban, la persona que nos estaba llevando el expediente se quedara libre, por lo que tuvimos que dejar pasar a un par de parejas antes que nosotros. Dos horas y tres cuartos después Esteban se quedó libre y nuestro turno había llegado.
Nada mas sentarme le entregué a Esteban el precontrato que habíamos firmado dando una señal de doce mil euros.
-ah, el contrato de arras –dijo orgulloso. Muy bien, pues como le comenté el otro día ya está todo resuelto, tenemos una preconcesión de vuestra hipoteca – Esteban hizo una pausa, quería mostrarse interesante.- Las condiciones ya os las comenté el otro día, son inmejorables. Aquí tengo vuestro contrato lo que si se me olvidó deciros son algunos pequeños detalles apenas sin importancia, pero que debo deciros, pues luego vienen los problemas – dijo Esteban, después dirigió su mano al botecito de los Sugus, extrajo uno y después de quitar el envoltorio con soltura, lo engulló de inmediato-. Los quito el envoltorio rápido, si os habéis dado cuenta, ni siquiera miro, me gusta adivinar los sabores –hizo un gesto torciendo la boca.- Este es de naranja para mi desgracia. Bien, entonces una vez hemos visto esos pequeños detalles sin importancia podéis firmar aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí –decía mientras señalaba con el dedo diferentes paginas- y bueno, para no marearos en todas las hojas que ponga los hipotecados.
Cogí los treinta y tantos “aquí” y me paré a observarlos.
-disculpe Esteban ¿Qué es esto de que tenemos que ir a recoger a sus hijos después del colegio? Usted no nos ha dicho nada de estas condiciones –dije.
-bueno, son los detalles sin importancia que le acabo de comentar
-y esto de que tendremos que ceder una de las habitaciones de nuestra casa para archivar los expedientes de la sucursal mas cercana por periodo de un año –me parece que esto es abusivo
-bueno, ya lo hemos comentado. Son condiciones que pone el banco, es justo que si el banco pone el dinero para vuestra casa, os vinculéis un poco con la entidad, pero vamos que esos son cosas que tienen vigencia los primeros diez años. Por cierto, no os he ofrecido ¿queréis un Sugus?
-no, no. Pues a lo de una habitación para el archivo del banco me temo que no va a ser posible Esteban, porque nuestro piso es una habitación con un retrete –dije con absoluta tristeza, me veía saliendo cabizbajo de la oficina.
-pues ningún problema chicos, el retrete puede servir, yo pienso que con que cedáis el retrete y un trocito del salón no habrá problema en la concesión de la hipoteca, es que estas condiciones ayudan mucho, y lo de mis hijos, bueno, ya era hora de que me tocara, pensé que no me iba a tocar nunca, pero eso sin presión chicos, vais los recogéis del colegio y los dejáis donde mi madre, esta cerca, ya os daré la dirección –dijo Esteban de soslayo.
-¿esto es negociable? –dijo Silvia.
-sí, negociable es, claro, pero puede que si no contratamos estas cláusulas el comité de riesgos no os conceda el crédito.
-negócielo, pues en principio no tenemos pensado aceptar ninguna de estas cláusulas –dijo Silvia que mientras yo hablaba con Esteban se había leído casi todas las paginas-. Y otra cosa tampoco vamos a contratar los cinco seguros que nos piden, ni las cuatro tarjetas de crédito.
Esteban enmudeció, estiró su brazo hasta el botecito de los Sugus y esta vez eligió uno azul que se comió con ansia.
-bien chicos, hablaré con el comité a ver que me cuentan.

Silvia y yo nos sentamos a tomar un café en un bar cercano. No hablamos en más de diez minutos.
-estamos cogidos de pies y manos –dije a media voz- perderemos la señal de doce mil euros.
-tu tranquilo, negociarán y nos quitarán alguna de esas clausulas y productos, no van a dejar de ganar dinero por esas tonterías.
Las palabras de Silvia sonaban muy poco convincentes, pero creo que ni ella misma esperaba que lo fueran.

Fuimos a mirar a otros bancos, pero después de hacernos el estudio nos ofrecían lo mismo que nuestro banco, incluso con peores condiciones. Lo que nunca fallaba eran las cláusulas y la contratación de productos absurdos.

A la semana siguiente me llamó Esteban.

-ya tengo la propuesta en firme del comité de riesgos, además ya tengo la tasación de la vivienda, hemos llamado al propietario y se hizo hace dos días, solo falta que vengáis a firmar, ¿Cuándo os viene bien?
-pero Esteban, ¿Qué hay de lo que te comento Silvia? ¿Nos han quitado alguna de esos productos y acciones vinculantes?
-no, todo eso sigue igual, no han quitado ni una coma –Esteban hizo una pausa-. Es lo que hay, si queréis firmar la oferta vinculante estará encima de mi mesa hasta dentro de cinco días, os espero.
De inmediato fui a ver a Silvia.
-pero no podemos ir a recoger a los niños de ese hombre al colegio, los dos trabajamos –dijo Silvia.
-no se, ya se nos ocurrirá algo, tu solo fija en tu mente nuestro objetivo, que no es otro que nos concedan el préstamo para pagar el piso, pues eso es lo único que nos tiene que importar, ya veremos después lo que hacemos.
-esta bien, tienes razón, creo que me estoy desquiciando con todo este tema, mañana vamos al banco a firmar la oferta vinculante esa.

Solo quedaban dos semanas para que el contrato de señal caducara y perdiéramos los doce mil euros, pero ya teníamos todo en orden.

-bien, pues una vez que habéis firmado todo esto, necesito que paséis a la sala doce que esta subiendo esas escaleras, allí os van a tomar unas muestras de sangre. Es por el tema del seguro de vida, ya me entendéis ¿no? –dijo Esteban con un guiño.

Silvia y yo subimos con la cabeza agachada, ya no sabíamos que nos iban a pedir. Y ahora entendí que la gente que días atrás salía de la oficina apesadumbrados y con la cabeza gacha no era por que le habían denegado el préstamo, o quizá si, pero daba igual que fuera por una cosa o por otra, la dignidad y el sentido común ya estaban perdidos.
Después del análisis de sangre, volvimos a la mesa de Esteban, que vaciaba de una bolsa caramelos en su botecito.
-ah, ya estáis aquí, llegáis justo a tiempo, hoy ha sido un día maravilloso, ¿sabéis porque? Mirad esto –dijo Esteban sacando un Sugus del bote-. Son Sugus personalizados, ¡llevan el logotipo del banco! –dijo riéndose-. Tomad, tomad uno para cada uno, esto es algo único.

Silvia rechazo la invitación, pero yo acepte los dos, pensé que al menos le sacaría algo a esta gente, aunque fueran dos míseros Sugus personalizados. Los comí no sin cierta ansia, pues era casi la hora de comer, nos despedimos de Esteban hasta la firma de las escrituras y nos dirigimos a la salida, antes de llegar a la puerta sentí como me mareaba, y cuando abrí los ojos estaba en una cama del hospital con Silvia sentada a mi lado.
Sentí su beso en los labios, y después de agarrarme la mano escuche su voz.
-no te vas a creer lo que te ha pasado, lo que nos ha pasado
-no se, cuéntame a ver
-arriba ese animo cariño, ¡te quiero! –dijo Silvia después volvió a besarme, y reincorporó mi cama hasta dejarme sentado-. Estas aquí por los Sugus que te dio el del banco.
-¿Qué? ¡Será desgraciado!
-no, no, ese hombre es un ángel, es dios disfrazado de banquero, los Sugus estaban envenenados
-no puedo creerlo –dije temblando.
-has salido hasta en las noticias, hemos salido en todos los programas de televisión, y hasta me han hecho una entrevista –dijo Silvia con emoción.
-perfecto –la emoción me estaba invadiendo por momentos-. Y habrás ganado algo de dinero ¿verdad? Podemos pagar una pequeñísima parte del piso ¿verdad?
-no –dijo Silvia, hizo una breve pausa que se vio interrumpida con una gran risotada-. ¡El banco nos paga el piso! El caso tuvo tanta repercusión que no tuvieron más remedio que lavar su imagen. “El banco da caramelos envenenados”, era el titular al día siguiente, y luego todo fueron denuncias, mala imagen, programas en la tele, en la radio, infinidad de afectados, aunque luego fueron todos mentira, el único caso el tuyo, bueno, el tuyo y el del pobre Esteban, que al día siguiente lo encontraron muerto en su casa.
-no te entiendo Silvia, hablas muy deprisa o yo todavía no estoy bien del todo –dije confuso.
-¿recuerdas los Sugus personalizados? Pues estaban envenenados adrede. Querían robar el banco, los ladrones que tras días observándole conocía la pasión de Esteban, le enviaron unos Sugus personalizados, pensaron que de la emoción ofrecería a todos sus compañeros, momento en el cual entre la confusión, ellos entrarían a robar. Los cogieron en el mismo momento y uno de ellos declaró a la policía.
-no me lo puedo creer –dije.

Silvia me estaba esperando en la cama. Hacia un mes que estábamos viviendo juntos. Después de arroparme la busque con mis piernas entre las sabanas.
-que feliz estoy con nuestro piso –dijo Silvia arrimándose a mi cuerpo.
-si, yo también estoy muy contento. Por cierto tenemos que llamar al banco, ya no entran mas expedientes en el baño.
Di un beso de buenas noches a Silvia, y puse el despertador a las ocho, al día siguiente me tocaba a mi llevar a los hijos de Esteban al colegio.

© Sergio Becerril 2007

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