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La Inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 9

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 9


Claudia esperaba el autobús. Ya era viernes. La semana había pasado más bien que mal, sobre todo por la sorpresa de cumpleaños de Roy, en el aspecto negativo destacaba que no podía dejar de pensar en Alberto.
Estaba sentada ya en el autobús, y se le ocurrió llamarlo, no sabia por que iba a hacerlo, pero le apetecía, quería hacerlo, y lo hizo.

-hola – contesto Alberto.
-Hola, soy yo, ¿cómo estas?
-Bien –no le hizo falta preguntar quien era, conocía la voz de Claudia-. Te llamé el otro día, pero
no me cogiste el teléfono
-Perdona, es que estaba en la ducha, luego te llamé yo, pero tu teléfono estaba apagado o fuera
de cobertura – mintió Claudia.
-he pensado mucho en ti esta semana, lo pase muy bien contigo el otro día – dijo Alberto casi
susurrando sus palabras.
-Yo también he pensado en ti – después de una pausa prosiguió-. Y no quiero hacerlo Alberto,
tengo novio, como sabes, y le quiero –se tomó un segundo de respiro, después continuó
hablando-. De repente apareces tú de la nada, y me absorbes el pensamiento, hasta tal punto
que no hago otra cosa que pensar en ti, siento decirte todo esto, por que a lo mejor te confundo, o me confundo yo, no lo se – Claudia empezó a llorar.
-Tranquila Claudia, no pasa nada, siento que estés así por mi culpa, ¡desapareceré de tu vida!, ¡te
lo juro!, lo siento, siento haberte llamado el otro día
-pero que dices, no quiero que desaparezcas – dijo Claudia llorando-. Quiero volver a verte,
¿y tu?, ¿qué dices? – saco un pañuelo del bolso y se limpió las lagrimas, se sonó la nariz, todo el
autobús la observaba.
-Vale, llámame el Sábado y hablamos, ¿de acuerdo?, pero por favor no llores, no soporto verte
triste
-vaya, menuda mierda – gritó Claudia.
-¿qué ocurre?, ¿qué he dicho ahora?
-No es por ti. Perdona, es que me he pasado mi parada.

Por la tarde cuando Roy vio a Claudia, se dio cuenta de que había llorado, sus ojos se ponían rojos e hinchados.

-¿por qué has llorado?
-No he llorado
-Si lo has hecho, ¿por qué pretendes engañarme?
-No lo hago
-Si que lo haces
-No
-Si
-maldita sea –gritó Roy-. Estoy harto Claudia, ¡harto, me entiendes!, ¡me voy!
-¿dónde vas? – gritó Claudia al ver como se dirigía a la puerta para marcharse.
-¡de putas! – dijo, y salió de la casa dando un portazo.

Claudia empezó a llorar de nuevo. Se tumbó en el sofá del salón y lloró, hasta que sin quererlo, se quedó dormida allí mismo.
Roy tardó dos horas en volver a casa. Se encontró a Claudia tumbada en el sofá con un par de cojines como almohada. Deslizó un brazo por debajo del cojín, el otro lo pasó por debajo de sus piernas, levantó a Claudia y la llevó a la cama, después la besó en la mejilla, acarició su pelo, ella no despertó. Se quitó la ropa, puso el despertador y se tumbó a dormir, antes de hacerlo procuro pasar un brazo por encima del cuerpo de Claudia, para sentir su cuerpo, su respiración, para estar cerca de ella.

Carlos había terminado de arreglarse. Había quedado a las once en el Vips de Gran vía, iba a ir de cena con la asociación, después irían al cine, a ver cualquier cosa, la película era lo de menos, lo importante es que él se sentía bien divirtiéndose con esa gente.
Miró el bulto de su cuello y lo untó bien de colonia, a ver si se seca, pensó.
Cuando llegó todos estaban esperandolo. Saludo a todos los presentes.
Estaba hablando con Julio un miembro de la asociación cuando notó una palmadita en la espalda, Carlos se volvió, era Sandra.

-Hola – dijo, y después le dio un beso en la mejilla.
-Hola, ¿qué tal? – Carlos estaba absorto, ya no solo por que lo saludase de aquella manera, sino
por su belleza.
-Sandra después se alejó. Empezó hablar con otra gente. Carlos no podía dejar de mirarla. Se
quedó mirándola durante algunos minutos, después, pasaron a cenar.

En la cena Sandra se puso al lado de Carlos. Lo hizo a propósito. No hablaron en toda la cena. Justo antes de que el camarero trajera la cuenta, Carlos notó la mano de Sandra acariciándole la entrepierna, el dio un pequeño salto, después la miró. La mano de Sandra seguía tocándole, ella, mientras, terminaba su postre, no le miraba, solo comía y le tocaba. Carlos deslizó su mano por debajo de la mesa, y con delicadeza se quitó la mano de Sandra de encima.
Ya dentro del cine, se sentaron juntos. Carlos hizo todo lo posible para no sentarse al lado de Sandra, pero esta hizo todo lo posible para sentarse a su lado, al final se salió con la suya.
Sandra deslizó su mano por la pierna de Carlos, pero este no se inmutó, cuando ella intento bajarle la cremallera del pantalón, le quitó la mano.
Estate quieta – dijo Carlos susurrándole al oído.
No quiero, se que te gusto – le respondió en voz baja, después le empezó a dar besos en el cuello.
Carlos estaba empezando a excitarse, de hecho ya lo estaba. Sandra le comía el cuello, intentaba acercase a su boca, pero el volvía la cabeza, ella volvía entonces a su cuello, dirigió su mano a la entrepierna de Carlos, le acariciaba el pene por encima del pantalón, entonces Carlos se la quitó de encima como pudo, se levantó y se marchó.

-lo siento, lo siento – decia mientras torpemente pasaba entre la gente.
-¿dónde vas? – le dijo Elvira.
-Lo siento, ya te llamaré, no me encuentro bien

Llegó a Casa, no podía dejar de pensar en Sandra, ¿por qué se había mostrado tan cariñosa?, pensó. Después de ducharse y ponerse el pijama, se maldijo por no haber aprovechado aquella oportunidad, ella le gustaba, ¿por qué no había seguido con aquel juego?, pensó. Fue al baño, allí se dio cuenta de que el grano o lo que demonios fuese aquello, no se secaba, seguía igual que cuando lo descubrió, incluso un poco mas grande. Lo palpó, no tenia buena pinta, se quedó durante algunos minutos mirándose en el espejo. Allí estaba, a las cuatro de la mañana, mirándose en el espejo, mientras lo hacia, salió de aquel baño para regresar a su pasado: recordó su primer beso, su primer amor, imágenes de cuando era joven pasaron por su cabeza, sus padres, fueron algunos minutos de imágenes, diapositivas, desde que tenia uso de razón hasta la ultima noche.

Alberto y Claudia se vieron en un café de la Plaza de Chueca. Se recibieron con dos besos. Claudia había tenido una gran preocupación por como seria el primer instante, pero fue mucho menos embarazoso de lo que había imaginado.
Hablaron durante varias horas, se pusieron al día, y se dieron cuenta de lo mucho que habían cambiado. Claudia también se dio cuenta a medida que hablaba con Alberto de lo mucho que había perdido, como se arrepentía de haberlo dejado, no sabia que la ocurría, pero se sentía bien escuchando su voz, muchas cosas de las que Alberto le contaba no le importaban, pero se quedaba escuchándole, hipnotizada por el timbre de su voz.
Al llegar a la boca de Metro tenían que separarse, en ese momento Claudia abrazó a Alberto, acarició su espalda, él la apartó, la cogió con fuerza de la nuca y la besó.
Estuvieron besándose durante algo mas de dos minutos, Claudia fue la que paró, después dio un pequeño empujón a Alberto y salió corriendo, él hizo un amago de ir tras ella, pero desistió. Caminó hasta su casa no muy lejos de allí.

Carlos encendió su ordenador. Se tocaba el bulto del cuello, había crecido un poco. Pensó en investigar más sobre los síntomas de los seropositivos. Lo sabia casi todo, pero era tanta la preocupación que tenia en ese momento que volvió a leer lo que ya sabia, sin embargo encontró una pagina que no había visto antes, le informaban de una prueba para detectar si eres portador del VIH. Una empresa americana distribuía algo parecido a un test de embarazo, en unos quince minutos podías saber si estabas contagiado. ¡Que fabuloso invento!, pensó Carlos, y enseguida se puso a rellenar un formulario de pedido. El test costaba veinticinco euros, gastos de envío incluidos. Rellenó todos los campos, tardarían veinticuatro horas en entregarle el test. Apagó el ordenador. Le empezó a entrar un temblor en todo el cuerpo, dentro de poco sabría si estaba enfermo. De estarlo, ¿qué haría?, pensó, no sabia como reaccionaria si esa maldita prueba le daba positivo, quizá se le vendría el mundo encima, ¿podría soportar tanta angustia?, pensó que lo mejor era no pensar en ello hasta que no se diera el momento, y así lo hizo. Salió a pasear un rato.

Claudia no podía pensar en otra cosa que no fuera en Alberto. Había salido a comprar el pan. Era Domingo, de camino para casa pensaba en él. En su estomago todavía permanecía aquel hormigueo que sintió cuando anoche le besó, eso la hacia sentirse mal, se sentía culpable por Roy, pero esa era la verdad, no quería estar con Roy. Estaba cansada de hacer una vida tan monótona, solo tenia veinticuatro años y parecía que tuviese cuarenta. Imaginó que la vida era de otra manera, que las cosas no son como ella las estaba viviendo. Pensó que la vida no era trabajar, limpiar, ver a su novio, estar con él, o quizá si, quizá era eso, pero no con Roy, estaba confundida, no sabia que quería, lo único que tenia claro en ese momento era que no quería ver a Roy.
Llegó a casa, se quitó la ropa y encendió la tele. Roy salía del baño, se acababa de duchar, estaba completamente desnudo, se acercó a Claudia y la besó.

-¿qué tal amor? – le dijo Roy.
-Bien – dijo Claudia sentándose en el sillón.
-Que buen día hace hoy, ¿qué quieres que hagamos esta tarde? – dijo Roy.
-Ah, ¿pero pensábamos hacer algo?
-Ja ja, claro, hoy haremos algo especial – propuso Roy.
-¡Algo especial!, pensó Claudia, ¿por eso tengo que sentirme halagada?, son cosas que Claudia no
aguantaba, no podía soportar la estupida idea de “hacer algo especial”, así que mostró su
disconformidad con un gesto despectivo hacia Roy.
-Roy que hasta el momento no se había movido del centro del salón, empezó a caminar hasta el sofá donde estaba Claudia. El cuerpo de Roy estaba todavía húmedo, incluso algunas zonas de su cuerpo estaban mojadas. Se sentó al lado de Claudia en el sofá y empezó a besar su cuello.
-venga Roy, déjame, no me apetece
Roy seguía besando el cuello de Claudia, empezó a tocar sus pechos.
-vale ya Roy, déjalo para luego.
Pero el no paró, siguió provocando a Claudia. Al final acabaron haciendo el amor en el sofá, con la tele puesta y los cuerpos mojados.

Carlos se miró en el espejo. Se observó durante algunos minutos. Se tocó de nuevo el bulto del cuello. Parecía un poco más pequeño, ¿será un simple grano?, pensó.
Abrió el paquete que esa misma mañana le había traído el cartero. Era la prueba del VIH. Dentro de la caja había un manual de instrucciones y dos cajitas de plástico. Según decía las instrucciones el funcionamiento era muy sencillo, se tenía que echar el líquido que venia aparte, al leer esto Carlos miró dentro de la caja, y allí encontró una cápsula con un líquido transparente. Lo sacó y siguió leyendo. En la superficie de una de las cajitas había una zona con algodón, allí tenia que echar el liquido que venia, después unas gotas de su sangre, acto seguido tenia que encajar las dos cajitas, de manera que la que tenia el algodón quedara cubierta con la otra, así tenia que esperar quince minutos, al quitar la caja el algodón tendría que estar de color rojo. Si en el algodón aparecía el color azul significaba que eras seropositivo.
Dudó unos segundos si hacerse el test ahora mismo o esperar a la tarde, o a mañana, pero después de algunos segundos pensó que lo mejor seria quitarse esta preocupación cuanto antes. Estaba cansado de esta historia, quería saber ya, si estaba infectado o no. En el manual de instrucciones decía que la sangre se obtuviera de un dedo, aconsejaban una aguja esterilizada para dar un pequeño pinchazo en cualquiera de las yemas. Carlos fue a la caja de costura que nunca había usado, sacó una aguja. De vuelta al baño cogió el alcohol y la roció bien, con esto ya estará esterilizada ¿no?, pensó Carlos. Agarró fuerte la aguja e intento pincharse, justo antes de hacerlo paró. ¡No podía!, intentó otra vez pincharse: apretó los dientes, cerró los ojos, y...no, no. Que difícil era hacerse sangre uno mismo. ¡Que cobarde soy!, pensó, venga, tengo que hacerlo, solo es un pequeño pinchazo, ni siquiera me dolerá, se auto convencía; al cabo de un rato, ya cegado por la desesperación se clavó la aguja. Fue un pinchazo corto, de manera que no salía casi sangre, pero le dolía un poco. Se cabreó, le cegó la ira, y empezó a pincharse repetidamente en la yema del dedo que comenzó a sangrar abundantemente. Abrió la cápsula como pudo, la sangre caía al suelo, también manchando el lavabo, una vez abrió la cápsula echó el liquido en el algodón, después puso el dedo encima y cayeron algunas gotas de sangre. Se enrolló el dedo con papel higiénico y después encajo las cajitas. ¡Por fin!, gritó desesperado.
Carlos espero diecinueve minutos. En el prospecto decía quince pero pensó que si dejaba algo más de tiempo sería más fiable. Cogió la prueba, cerró los ojos y desencajó las cajitas. El sabia que al abrir los ojos tendría una respuesta y así lo hizo. Abrió los ojos y descubrió que el algodón era de color azul. Así se quedó algunos minutos, mirando la cajita con el algodón de color azul. No se movía, estaba paralizado. La prueba decía que era fiable en un noventa y nueve porciento ¿Y ahora que?, pensó y acto seguido comenzó a derrumbarse. No lloraba, no podía, pero una tristeza enorme empezó a apoderarse de él. Por su mente pasaron momentos de su vida, de hace algunos años. Empezó a mirarse el cuerpo, los brazos, las manos. Tengo la muerte en mi sangre, pensó. Descompuesto, no paraba de mirarse el cuerpo.
No estaba triste por morirse, sabia que con su muerte moría mas gente, toda su familia, todos sus amigos, todas las personas que le querían se irían con él. Carlos ya estaba mentalizado por si esto pasaba, pero sentía una enorme pena por todos sus seres queridos.
Estaba destrozado. Sentado en la cama pensaba en su familia. Pensaba en aquella maldita noche, antes de practicar sexo con aquella prostituta, pensaba cuando tenía vida, cuando nada le impedía ser feliz. Pensó en su catorce cumpleaños, las imágenes de su padre entrando en el salón con una tarta, toda la familia aplaudía. El padre de Carlos ponía la tarta encima de la mesa, encendía las catorce velas y apagaba la luz. Carlos soplaba aquellas velas y su familia lo felicitaba. Pensó en la primera vez que se emborrachó y como llegó a casa, sus padres lo esperaban despiertos, lo primero que hizo nada mas llegar fue vomitar, pero no obtuvo una regañina, sus padres rieron, lo acostaron, lo arroparon, y aquel beso de buenas noches si tuvo sentido, más sentido que ninguno hasta ese momento. Después algunas novias, algunos años desperdiciando su vida con drogas. Y pensó en el presente, momento en el cual ya no era momento, si no una cuenta atrás inevitable.
Carlos se tumbó a dormir un rato, pero no pudo conciliar el sueño.
Como es posible que me haya sucedido esto a mi, pensó. Si no he notado ningún síntoma, ¿es posible que no hiciera bien la prueba?, buscaba algún resquicio donde agarrarse a la vida. Empezó a pensar que el podía estar dentro de ese uno por ciento de probabilidad fallida.
El teléfono sonó.

-Hola, ¿te he despertado? – dijo Sandra con voz sensual.
-No – Carlos no dormía, estaba tumbado en la cama -. ¿qué quieres? – respondió.
-¿pero sabes quien soy?
-Sí Sandra, tu voz es inconfundible – dijo Carlos con tristeza.
-bueno, ¿qué haces?
-Nada
-He pensado que podíamos vernos. Me apetece verte, quiero aclarar algunos asuntos contigo –
dijo Sandra.
-¿ahora?, son las dos de la madrugada
-No puedo esperar, ¿estas solo?
-Si – Carlos no tenía nada que perder, así que se resigno a cumplir los deseos de Sandra -.
¿Quieres venir? – dijo.
-Claro, dime donde vives – Carlos le dio la dirección de su casa-. En quince minutos te veo –
concluyó Sandra.

Carlos sabia lo que Sandra quería, a estas alturas no tenia nada que perder, lo único que temía era enamorarse, sin embargo y dadas las circunstancias, pensó que quizá le vendría bien la visita de cupido, podría darle fuerzas para los momentos tan duros que tendría que pasar, aunque quizá adelantaba acontecimientos. Como siempre, empezaba a soñar y no ponía nunca fin a sus fantasiosas historias.
Sandra tardó más de quince minutos, llamó a la puerta. Carlos abrió en pijama, un pijama de manga corta de color azul. Ella vestia informal, una camisa roja y unos tejanos. Se miraron, y se saludaron con dos besos, él la invitó a entrar en la casa.

-primera pregunta – dijo Carlos mientras Sandra se sentaba en el sofá-. ¿de donde has sacado mi
número?
-Pues como sabrás mi madre es la presidenta de una asociación y…
-Vale, vale, no sigas – la interrumpió Carlos.
-Se dio cuenta de que al lado de Sandra, en el sofá, todavía estaba la caja de la prueba del VIH.
Se puso nervioso y agarró a Sandra de las manos. La levantó del sofá con torpeza.
-¿qué haces Carlos? – dijo Sandra.
-Vamos a...
No supo que decir, agarró a Sandra de la nuca y la besó. Ella no opuso resistencia, se abrazó a la espalda de Carlos y se fundieron en un apasionado beso, se acariciaban, se besaban. Él la fue llevando al dormitorio, mientras, la acariciaba el pelo. Sandra metía sus manos por debajo de su pantalón acariciándole las nalgas. Se desnudaron besándose, los dos estaban excitadísimos. En el momento en que Carlos iba a penetrarla ella lo detuvo.
-soy seropositiva – dijo.
Pasaron algunos segundos en silencio, mirándose. Carlos volvió a besarla.
-voy a buscar un condón – la dijo, después besó su mejilla y salió de la habitación.

En el salón cogió la caja del test del sida y la guardó en un cajón del mueble.
Que incongruencia, el mismo objeto que horas antes le había quitado la vida, ahora, gracias a el, le daba un poco de ella, si no hubiera sido por lo nervioso que se había puesto para que Sandra no viera la caja, no la hubiera besado, si la prueba no hubiera estado ahí, quizá ahora estarían hablando de musica, de cine o manteniendo cualquier absurda conversación.

-Carlos – gritó Sandra desde la habitación.
-Ya voy

Al entrar en la habitación Sandra se masturbaba.

-¿de verdad no te importa que sea seropositiva?, tú no lo eres, ¿no?
-no me importa, lo haremos con cuidado – dijo metiéndose en la cama.

A las siete de la mañana Sandra se levantó de la cama. No quiso despertar a Carlos, se vistió despacio, después escribió una nota y salió de la habitación. Se terminó de vestir en el salón. Iba a ponerse el abrigo cuando se detuvo a mirar algo. Se acercó al sofá, vio que se le había caído el pintalabios, lo cogió y se marchó.

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