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La inexistencia del Hado - Novela - Capitulo 5

LA INEXISTENCIA DEL HADO

CAPITULO 5


El despertador sonó más de lo normal, o al menos eso le pareció a Claudia que lo apagó con más violencia de lo habitual. Era jueves y los madrugones pesaban. Se levantaba a las siete de la mañana, tenía dos horas de viaje hasta el centro comercial donde trabajaba hasta el medio día.
Se tomó un vaso de leche, se duchó y salió de casa como otro día cualquiera, bajó las escaleras como otro día cualquiera, solo se rompió la monotonía de los últimos seis meses cuando llegó a la parada del autobús. Claudia lo miró fijamente, no había estado ahí ninguna mañana, o al menos no había notado su presencia, se acercó nerviosa y le saludó.

-¿Alberto? – dijo Claudia a un joven de unos veinticinco años que fumaba un cigarro apoyado en
la cristalera de la parada del autobús.
-Sí, -dijo el chico asombrado, pasaron algunos segundos hasta que Alberto recordó a Claudia-.
¿Qué tal Claudia? – dijo al fín, despues sonrió, se le notó en exceso, a pesar de que trato de
ocultarlo, que le hacia ilusión verla de nuevo.
-Bien, bien – Claudia hizo una pausa, tragó saliva y prosiguió-. ¿qué haces aquí?
-Pues ya ves, hoy es mi primer día en un nuevo trabajo, entro a las ocho y media, llevo tres
meses sin dar un palo al agua y ahora... ¡Vaya! ¡Que alegría verte! ¿Y tú? Cuéntame que es de
tu vida.
-Yo también voy a trabajar, pero no es mi primer dia, es otro día cualquiera, ojalá fuera mi
primer día de trabajo como tú, recuerdo la excitación de mi primer día, eso ya no se vuelve a
sentir – Claudia dejó fija su mirada en un vacio interminable, despues continuó hablando-.
¿Cuánto tiempo ha pasado?, pensé en llamarte, pero creí que seria mejor no molestarte,
¿Acabaste la carrera? – le preguntó Claudia.
-No, lo tuve que dejar. En mi casa hacia falta dinero y tuve que trabajar, los trabajos de media
jornada no eran suficiente para ayudar en casa, tuve que buscar un trabajo de jornada
completa, y así me fue imposible seguir estudiando.

El autobús de Claudia llegó, no se dio cuenta, de no ser porque un compañero de trabajo la avisó dando repetidos toques en el cristal del autobús.

-Bueno, pues este es mi autobús, podríamos vernos en otra ocasión, tomarnos un café o algo
-vale, dáme tu teléfono te llamaré – Alberto apuntó el teléfono en su móvil.
-Bueno, pues hasta luego – Claudia dio dos besos a Alberto y se subió apresuradamente al
autobús, antes de hacerlo miro fijamente a Alberto, y no dejó de hacerlo hasta que el autobus
giró en dirección a otra calle.

Después de varios intentos cogieron el teléfono.

-Dígame – era la voz de una mujer.
-Hola, mire no sé quien es usted, pero tenia una llamada perdida en mi móvil de este numero –
mintió Carlos.
-Pues no sé hijo, este es el teléfono de la asociación Esperanzados, somos una asociación de apoyo
a la gente con enfermedades terminales.
-ah, vaya – hizo una pausa -. Me gustaría que me diera información – dijo Carlos sin pensar lo
que acababa de decir.
-Si, encantada, pero veras, es mejor que nos visites así te enteras mejor y de paso nos conoces,
¿quieres?

La asociación, se llamaba Esperanzados, a Carlos le resulto interesante. Además últimamente estaba muy sensibilizado con las enfermedades veneras, el mismo creía que se había contagiado de sida. Por eso y para intentar esclarecer por que había aparecido esa tarjeta dentro de su coche, decidió hacerles una visita.

Había quedado a las cinco pero Carlos llego a las cuatro y media. Tocó el timbre, era una casa particular, una mujer le abrió la puerta.

-Hola, ¿tu eres Carlos? – dijo la mujer.
-Hola, si soy yo, tu Elvira, ¿verdad?
-Si, pasa, pasa

La asociación tenía su sede en un piso particular, Elvira era la presidenta. Invitó a Carlos a tomar asiento, pretendía explicarle el funcionamiento de la asociación y las diversas actividades que hacían.
Elvira era una mujer de unos cuarenta y pocos años, morena, con el pelo corto, bella de cuerpo, atractiva de cara.
Después de servir a Carlos un vaso de agua y sentarse enfrente de él, cogió de encima de la mesa un paquete de cigarrillos, empezó a fumar, y habló.

-Bien, te explico, Esperanzados es una asociación sin animo de lucro, no estamos financiados por
nadie. Nuestra única función es dar apoyo moral a las personas que tienen alguna enfermedad
de transmisión sexual, entre nuestros socios se encuentran personas de todo tipo.
Generalmente son personas seropositivas, que buscan gente que no eche a correr cuando ven
en su cara las manchas del VIH por ejemplo. Esta sociedad esta muy desinformada en cuanto al
sida y otras enfermedades de transmisión sexual se refiere. No saben por ejemplo que no se
contagia el VIH con dar un beso a un seropositivo – Elvira hizo una pausa, dio una gran calada al
cigarrillo, después cruzo sus piernas y prosiguió-. Son personas que en algún momento de su
vida se han visto marginadas por la sociedad, nosotros lo que hacemos es intentar animarlas,
saliendo con ellas, vamos al cine, de copas, organizamos viajes, para que puedan vivir una vida
normal, o por lo menos intentamos que no se sientan solos.
-Ah, es muy interesante, entonces también hay personas sanas, ¿no? – preguntó Carlos.
-Si, claro, la asociación tiene unos treinta y cuatro miembros, y habrá como diez o doce sanos,
que son el pilar de la misma, ya que gracias a ellos los demás no se sienten desplazados, saben
que comparten momentos con gente como ellos pero también con gente sana, que no les tiene
miedo. ¿Sabes que siente una persona con VIH al ver que una sana no le rehuye un abrazo? –
preguntó Elvira.
-Pues no, no lo sé, me imagino que sentirá felicidad, al no sentirse marginado – contestó Carlos
no sabiendo muy bien lo que decía.
-Algo parecido, cuando tienes una enfermedad mortal como lo es hasta ahora ser portador del
VIH, las cosas más simples tienen una importancia brutal, ya no solo por que aprendes a amar
cada segundo de vida, si no por que te vuelves muy sensible, estas muy débil psicológicamente.
Cualquier gesto por muy simple que sea lo agradeces – Elvira, apagó el cigarrillo, se levantó, al
cabo de unos segundos apareció con unas fotos-. No quiero entretenerte mucho, te voy a
enseñar algunas fotos de la excursión que hicimos hace un mes a Londres – empezó a enseñarle
las fotos.

La conversación duró un par de horas, Carlos recibía la información con agrado. Se sentía involucrado con esta causa.
Se habían despedido, Carlos ya se iba pero Elvira lo detuvo.

-Antes de marcharte Carlos, ¿quién te llamó?
-¿perdona? – Carlos no sabia de que estaba hablando.
-Si, ¿qué quien te llamó?, tu dijiste cuando me llamaste que tenias una llamada perdida, ¿no te
dejaron ningún mensaje?
-No, solo había una llamada perdida, por la mañana...
-habrá sido Miselle, le tengo dicho que deje mensaje, bien, pues espero verte muy pronto Carlos.

Cuando Carlos salió del portal se sentía bien. Había decidido pertenecer a aquella asociación, no tenia que pagar nada, iba a ayudar a otra gente, le parecía una buena idea. Además si el era seropositivo le gustaría que hubiera gente así, tan buena. Pensó, por primera vez en su vida ser solidario.
De camino se detuvo a tirar la tarjeta a la papelera, no sabia de quien era, pero ya le daba igual. Sin embargo lo pensó mejor, y la guardó en su bolsillo. Al fin y al cabo si no llega a ser por esa tarjeta no hubiera conocido Esperanzados. Estaba seguro que le traería suerte, la saco del bolsillo y la doblo tres veces, sacó su cartera y la guardó bien guardada, como hacia siempre con las cosas que el creía que le traían suerte.

1 comentario:

Nadies dijo...

Al fin encontró un lugar...

Claudia me empieza a parecer sospechosa...

Sigue escribiendo, me gusta mucho la novela.

Un saludo.

 
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