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El timbre sonó - Relato 26

EL TIMBRE SONÓ

El timbre sonó, tímido, como si la persona que había llamado tuviera miedo de llamar. Damián escucho el sonido pero como tantas otras veces lo ignoró. Su madre Claudia estaba terminando de hacer la comida de toda la semana, en la cocina una nube de humo bailaba con las ollas a presión, lentejas, judías, incluso una tortilla de patatas terminaba de freírse en una sartén. Con paso ligero abrió la puerta, una muchacha de pelo largo y rizado estaba al otro lado, dos grandes maletas, una a cada lado de su cuerpo, descansaban en el suelo.

-Hola, soy Mireia
-Hola, yo soy Claudia, pasa, espera que te ayudo con esas maletas – Claudia intentó coger una de las maletas, pero ni siquiera pudo levantarla un centímetro del suelo. Vaya, si que pesan –dijo.
-Si, no te preocupes Claudia, ya las llevo yo –Mireia agarró las dos maletas, una con cada mano y sin apenas esfuerzo las levanto entrando en la casa.
-¿Qué tal el viaje? –preguntó Claudia.
-Bien, lo único que muy mal para aparcar, se aparca fatal en este barrio –Mireia hablaba poniendo el acento siempre en la última silaba, además su tono era armónico, tanto que cuando hablaba parecía que cantase.
-Ya te lo dije, aquí se aparca fatal, bueno, ven te voy a enseñar tu habitación –dijo Claudia, tenía urgencia por que Mireia se instalase de inmediato, necesitaba el dinero ya que había perdido uno de sus dos trabajos, tras muchos días pensándolo, decidió alquilar una de las habitaciones de su casa.

Claudia enseñó la habitación como si toda su vida hubiese estado vendiendo pisos, engrandecía la iluminación, abría el armario para que Mireia viera lo grande que era. No quería que esta se arrepintiese y se fuera con sus pesadas maletas a buscarse otra habitación.
Claudia vivía con su hijo Damián, a su hijo no le gustó la idea de que su madre alquilará una habitación, era un chico reservado, y no se veía compartiendo casa con una desconocida, sin embargo se iba a casar en menos de un año y se marcharía de casa a vivir con su mujer.
Damián miraba la televisión cuando su madre y Mireia se pararon delante de la puerta de su cuarto.

-Damián hijo, te voy a presentar a Mireia
Damián se levantó y se acerco a la puerta, miró a Mireia con desconfianza, sintió un escalofrío, al ver su cara, se fijó en la nariz aguileña de esta, en su pelo rizadísimo de color caoba, y sobre todo en su mirada. Mireia tenía los ojos muy separados uno de otro, y su mirada era recta y fija como dos faros de un coche.
-Hola –dijo Damián dando dos besos a Mireia.
-Hola –dijo Mireia con voz entrecortada.

Los días pasaron, Damián intentaba adaptarse a su nueva situación, pero no le resultaba fácil. Mireia se levantaba a la misma hora que él, ambos entraban a trabajar a la misma hora, con el problema que eso suponía, en la casa solo había un baño, y ella solía coger la delantera, de manera que Damián tenía que esperar a que ella terminase para asearse antes de ir al trabajo. Esta circunstancia los llevo a que día tras día, ambos madrugaban un poquito más, se levantaban cinco minutos antes, de manera que a la semana de estar conviviendo, su despertador sonaba casi una hora antes.
En el desayuno igual, solo había un microondas, solo una nevera. Una mañana Damián abrió la nevera para coger la leche y se encontró que uno de los apartados estaba ocupado por una gran caja de bombones, se sintió indignado, esa estantería de la nevera, él la usaba cuando se iba de pesca, allí ponía el pescado que casi siempre traía, era su estantería.
La oculta enemistad entre Damián y Mireia hizo que las miradas entre ambos fueran cuanto menos desagradables, apenas se hablaban, solamente lo justo y por educación.
Todo lo contrario era la relación que Mireia mantenía con Claudia, ellas dos hablaban de todo tipo de cosas, coincidían en la cocina y se contaban como habían pasado el día, hablaban de esto, de lo otro. Damián las escuchaba dialogar desde su habitación, y odiaba a Mireia cada día más.
Una tarde, su madre entró en su habitación, quería saber qué opinaba de Mireia.

-No sé, es muy rara, ¿te has fijado en su mirada? Y a mí apenas me habla, si te fijas cuando ella está hablando contigo y yo voy a la cocina, o al salón, ella enseguida se marcha, es como si me tuviera miedo, como si le diera vergüenza hablar delante de mí –dijo Damián.
-Sí, ahora que lo dices es cierto, le das miedo –dijo Claudia sonriendo.
-¿De qué trabaja?
-Es Ingeniera, trabaja en una empresa de energía o algo así –dijo Mireia.
-No me lo creo, mama, yo si fuera ingeniero te juro que no me levanto al amanecer como lo hace esta chica, para mí que te ha engañado

Claudia no veía nada anormal en Mireia, sin embargo Damián cada día estaba más preocupado. Por la noche, oía a Mireia hablar por teléfono, no podía escuchar lo que decía, pero si su tono de voz aflautado, cada día odiaba más el irritante tono de voz de Mireia, cada noche oía sus conversaciones telefónicas, incluso de madrugada. Una noche Damián no aguantó más y pensó en espiar a Mireia, se acercó a su puerta y arrimo el oído para ver si podía escuchar algo de la conversación, eran más de las tres de la madrugada, una hora inusual para hablar por teléfono, siendo un día de diario, siendo ella ingeniera, y con el despertador casi a punto de sonar. Arrimó con delicadeza su cabeza a la puerta, apenas pudo escuchar un par de palabras cuando la puerta se abrió.

-Tengo que dejarte, luego hablamos, agur –dijo Mireia y colgó el teléfono, miró con firmeza a Damián, cerró sus ojos casi a la mitad, los rasgos de su cara se endurecieron -. ¿Qué haces aquí?
-Nada, quería saber con quién hablabas –dijo Damián-. Mira te voy a decir otra cosa, no me gustas, así que intenta no tocarme mucho las narices si no quieres que hable con mi madre y te ponga de patitas en la calle –dijo con tono desafiante.
-¿Cuánto te indemniza tu seguro de vida? –dijo Mireia-. Y la casa, esta casa de mierda, ¿tu madre la tiene asegurada? –El tono de voz de Mireia era diferente, su voz no sonaba aflautada, tampoco entonaba en su discurso, su voz era fría, tensa, directa como un estornudo.

Damián no supo qué hacer, ni que decir, tuvo miedo, no tenía ni idea de qué, pero un intenso escalofrió lo dejó pasmado, esperaba recibir cualquier contestación, pero lo que acababa de escuchar lo descolocó, se dio media vuelta y caminó hasta su habitación.
Que hija de la gran puta, pensó Damián ya metido en la cama. A las pocas horas, la puerta de la habitación de Mireia se abrió, Damián miró su reloj, ya eran las seis y media, hora de levantarse, sin embargo se quedó inmóvil en la cama. Escuchaba a Mireia arreglarse, peinarse con el secador, luego abrir los muebles de la cocina, abrir la nevera, el sonido de la cucharilla removiendo el café, a Damián se le hacía tarde, pero ahí seguía, tumbado en la cama, arropado y temeroso como un niño pequeño. Pasó medía hora hasta que Mireia salió de casa, entonces Damián se levantó y apresuradamente se arregló para ir al trabajo.
En el coche de camino al trabajo, pensaba en lo que había pasado hacía apenas unas horas, se preguntaba por qué había actuado así, porque motivo no había tenido narices a levantarse a su hora y coincidir con Mireia como siempre había hecho, sin duda las palabras amenazantes que ella le había dicho en la madrugada habían influido bastante, Damián no podía quitárselas de la cabeza.
Cuando Damián llegó a su casa no había nadie, con cuidado caminó hasta la habitación de Mireia, abrió la puerta con cuidado, estaba vacía, entró despacio, la persiana estaba bajada por lo que la oscuridad era total, encendió la luz de la lámpara de la mesilla y observó a su alrededor. La chica era ordenada, la habitación estaba limpia, en un tocador había colonia y algunos collares, encima de una mesa del escritorio una gran carpeta, parecida a la que llevan los delineantes para sus proyectos, se acercó al escritorio y abrió la carpeta, dentro de la misma había grandes planos de edificios, en ellos, además de las plantas, se indicaban las salidas de emergencia y en algunas habitaciones, nombres de personas, de repente el sonido del cerrojo de la puerta sonó, alguien venía, Damián se apresuró a cerrar la carpeta, apagar la luz y salir de la habitación, se le olvido cerrar la puerta, pero ya era tarde, la puerta de la casa se abrió y su madre entró por la puerta.

-¡que susto me has dado! –dijo Damián casi gritando.
-no entiendo porque –dijo su madre.
-No sé, desde que está la chica esta en casa me siento inseguro, como si no tuviera intimidad
-acostúmbrate hijo, porque necesitamos el dinero, solo tengo un trabajo y yo no puedo pagar los gastos de la casa.
-ya, te entiendo, pero es que –Damián hizo una pausa, después continuó-. ¿No ves algo raro en esta chica?
-Sí, es un poco rara, ayer estaba cocinando y cuando me di la vuelta ella estaba en la puerta de la cocina mirándome fijamente, sentí un escalofrío, me asuste, la saludé y ella no me contestó, después se dio media vuelta y se encerró en su habitación
-Hay algo raro en esta chica –dijo Damián.
-Anda, anda, déjate de historias – dijo Claudia.

A la mañana siguiente Damián hizo de tripas corazón y se levantó a su hora, Mireia ya estaba levantada, la luz de la cocina encendida así le lo indicaba, a los pocos minutos los dos coincidieron en la cocina.

-Buenos días – dijo Damián.

Mireia no contestó, estaba sentada en la mesa tomando un café, miró a Damián y después de hacer un gesto con la cabeza desvió la mirada.
Damián se sentó al lado de Mireia, los dos apenas estaban separamos por medio metro, Damián olía el perfume de ella, era intenso, a esa hora de la mañana ese olor era casi tan destructivo como su presencia. Entonces Mireia agarró con fuerza el cuello de Damián y lo acercó a su cuello.

-¿Te gusta mi olor? –dijo a la vez que apretaba con fuerza el rostro de Damián contra su cuello.- Huéleme, ¿sabes que hay un punto en el cuello que si lo aprietas con fuerza durante algunos segundos hace que perdamos la consciencia? – Damián apenas podía respirar, no tenía fuerzas para liberarse del cuello de Mireia, a los pocos segundos se quedó inconsciente.

Mireia llevó a Damián a su cama, lo desnudó y volvió a ponerle el pijama, después lo arropó y allí lo dejó tumbado.
Cuando Damián despertó eran más de las doce de la mañana, le dolía la cabeza y solo recordaba la mirada de Mireia y su cuello, de pronto se dio cuenta de que no había ido al trabajo, al principio pensó que todo había sido un sueño, lo del perfume y el incidente en la cocina, pero luego, cuando volvió en sí, cuando se desprendió de esos segundos que trascurren desde que te despiertas hasta que tomas consciencia, Damián se dio cuenta de que no había sido un sueño, todo había sido real, Mireia lo había dormido, lo había dejado inconsciente presionando algún punto estratégico de su cuello.
No habló de esto con nadie. Por la tarde cuando Mireia estaba en su habitación, Damián entró en ella. Mireia estaba sentada en el escritorio, manipulaba una especie de radio, con disimulo fue apartando el aparato de la vista de Damián, escondiéndolo detrás de una chaqueta que estaba doblada encima del escritorio.

-¿Qué quieres? –dijo ella.
-Perdona, te pido por favor que me dejes en paz, no tengo nada contra ti, y aunque lo tuviera, no te lo demostraré, solo quiero que nos llevemos bien, te prometo que no me meteré otra vez en tus cosas –dijo Damián.
-por tu bien espero que así sea, no me gusta que nadie se meta en mi vida –dijo Mireia.
-Sí, a mi me pasa lo mismo, sin embargo tú has entrado en la mía sin llamar, y dando la vuelta por completo a mi existencia –dijo Damián.
-Así son las cosas, a mí tampoco me gustas, pero tranquilo, esto es temporal, dentro de un par de meses mi empresa me traslada a otro destino, así que te dejaré en paz.
-¿De verdad? –dijo Damián ilusionado.
-Sí, pero te advierto una cosa, el tiempo que permanezca aquí no quiero verte husmeando en mis cosas, y mucho menos escuchando mis conversaciones privadas, ni entrando en mi habitación… sabes te imaginaba más dotado.
-¿Cómo? –dijo Damián.
-Sí, el otro día, cuando entraste en mi habitación, hiciste cosas muy feas, que te voy a contar a ti de una película que ya has visto
-¿Cómo lo sabes? –dijo Damián avergonzado.
-Tengo cámaras vigilando mi cuarto, en tiempo real, recibo la imagen en mi PDA –dijo Mireia y acercó su cara a la de Damián, sus labios estaban casi pegados, casi rozándose-. Aunque me gustó la situación, tuve que salir al baño a refrescarme.

Damián salió de la habitación casi corriendo, entró en la suya y cerró la puerta, por primera vez en veintiséis años, la puerta de la habitación de Damián estaba cerrada.
Al día siguiente Damián dijo a su madre que se iba a vivir a su casa.

-Damián pero si todavía quedan ocho meses para la boda, no puedes hacerme esto, te voy a echar mucho de menos.

A los dos meses, una vez que Mireia había abandonado la casa de Claudia, Damián volvió.

-¿Vuelves para quedarte? -dijo Claudia.
-Sí, pero solo hasta mi boda, luego me voy a vivir con Sandra, ya lo sabes.
-¿Te fuiste por Mireia verdad? No os llevabais muy bien.
-Sí, fue por ella –dijo Damián, se acercó hasta la nevera y la abrió, la caja de bombones de Mireia todavía seguía allí-. Vaya, se ha dejado los bombones.
-Sí, llamó esta mañana, dijo que por favor se los acercases a su nuevo domicilio, que le hicieses ese favor por las cosas que compartisteis juntos, me dijo. Anda que no te lo tenías calladito tu granuja –dijo Claudia a su hijo con picara sonrisa-. Toma, me dio eta dirección, aquí está en esta nota. Anda hijo acércaselos en un momento, no te cuesta nada.

Damián sacó la caja de bombones de la nevera y salió para entregárselos a su dueña. Cogió su coche y fue a la dirección que su madre había anotado en un papel. De camino pensaba en porque estaba haciendo a Mireia este favor. Pensaba que aunque la odiaba, y la temía, había algo de ella que le gustaba, que le atraía, algo así como la atracción por el fuego, te atrapa y sabes que si te acercas mucho puedes llegar a quemarte, por otra parte un odio visceral hacía ella, recorría su ser.

-joder, por unos putos bombones, ya se podía haber comprado otra puta caja de bombones.

Damián llegó a su destino, una cuarta planta de un lujoso edificio. Si que ha prosperado la guarra esta, pensó. Al llegar a la puerta llamó insistentemente, quería demostrar a Mireia que tenía prisa, que este favor lo hacía con desgana.
Cuando la puerta se abrió a Damián apenas le dio tiempo a ver la silueta de un hombre, pues la caja de bombones no era tal, y estalló en el descansillo matando a visitante y visitado, esparciendo y mezclando las partes de sus cuerpos con escombros de madera y ladrillos por toda la escalera.

Claudia, la madre de Damián no podía creer la noticia que la televisión estaba dando, en ella acusaban a su hijo de terrorista, de inmolarse para asesinar al Policía Nacional Carlos Bendamar, al parecer y según relataba la televisión, Carlos Bendamar había sido ascendido hacía un par de meses, pero por temas burocráticos todavía no había podido tomar cargo de su nuevo puesto, sin embargo ya todo estaba solucionado, y en unos días tenía previsto marcharse al País Vasco para desempeñar las funciones de su nuevo cargo como Comisario Principal, al parecer la banda terrorista, sentía animadversión por Bendamar, y debido a su reciente nombramiento lo habían asesinado, resaltaba la noticia la novedad en el modus operandi del asesinato, ya que por primera vez en toda la historia de la banda terrorista, un integrante de la misma se inmolaba para cumplir su objetivo.

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