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¿Sabe una cosa? - Relato 11

SABE UNA COSA

Salí del bar medio borracho. Dentro había dejado a Minerva, la chica con la que habitualmente salía a emborracharme. Veía a las personas difuminadas, y las luces, en la noche me turbaban. Poco a poco las imágenes que mis ojos percibían se hacían más incomprensibles, veía a gente pasar a mi lado: me miraban extrañados y seguían su camino. Me detuve en una esquina, me desabroché los pantalones y empecé a mear. Es inevitable mojarte un poco al guardártela, pensé, al ver que parte del meado había ido a parar a mis pantalones. Seguí caminando, en un banco una pareja se besaba con deseo; la mano del chico tocaba el trasero de la joven, ni siquiera me vieron pasar.
Llegué a la parada del autobús. Estaba cansado, y empezaba a dolerme la cabeza. Yo sabía que el alcohol estaba empezando a noquearme, pero no quise pensar en ello. Observé que en el asiento había el espacio suficiente para mí, y como pude me acople entre dos mujeres. El olor que desprendía una de ellas, me hizo pensar, que la noche había sido más tranquila para ella que para mí.
El autobús tardaba, y un pensamiento etílico de los muchos que me vienen a la cabeza cada fin de semana me abordó. Se lo hubiera contado a Minerva, pero ella estaba tan borracha como yo, además tampoco creo que se interesara mucho por ello. Así que decidí empezar una conversación con la mujer que tenía al lado, sin duda estaría más receptiva que la borracha de mi compañera.
-Hola – dije, no esperaba ninguna respuesta, sabia que la señora no me contestaría, pero me equivoqué.
La señora volvió la cabeza hacia mí. Era morena y tendría como unos cincuenta y pocos años, vestía con un traje de color morado, o al menos eso me pareció. En sus manos llevaba una bolsa de plástico, me fijé en un reloj Casio digital, no se porqué, pero me llamó la atención su reloj.
-Hola, Qué ¿toda la noche de fiesta? –me preguntó.
Su tono humilde, sin sorna, me impresionó.
-si, ya voy para casa, ¿sabe una cosa? – dije.
-No, ¿Qué? –respondió ella.
-La ultima vez que vi a mi padre fue hace doce años, ahora tengo 27 -Hice una pausa esperando que la señora se fuera del banco, o me dijera algunas palabras de aliento, pero se quedó mirándome de reojo sin articular palabra-. Aunque tampoco le echo de menos, no se crea usted. Solo puedo recordar a mi padre cuando llegaba por las tardes de trabajar, el era pintor, pero de paredes, nada de cuadros. Llegaba ya con dos copitas de mas, cuando él entraba en casa se sabia por su olor. Desprendía un olor amargo, rancio, como el de un salchichón en mal estado. Llegaba siempre despeinado. No tengo ninguna imagen de mi padre peinado. Era un pobre hombre, un borracho que trabajaba para traer dos duros a casa. Como le iba diciendo, llegaba por las tardes a casa, y solo se sentaba en el sofá a ver la televisión, solo se levantaba para cenar, cena que por supuesto mi madre preparaba. Solo recuerdo eso de mi padre, aunque claro con quince años…ha pasado mucho tiempo
-Si, hijo, hay un refrán que dice: “madre no hay mas que una, y a ti te encontré en la calle”
Y no dijo nada mas, miró su reloj Casio digital y se cruzó de brazos con la bolsa de plástico entre ellos.
Yo notaba que el alcohol me había embargado. Y mis palabras sonaban torpes, miré la hora, pero no pude distinguir bien la misma. Un eructo hizo que un sabor agridulce recorriera mi boca.
El autobús llegó poco después. Me subí torpemente, y me senté al lado de mi nueva amiga. Ella no pareció darse cuenta, miraba por la ventanilla hacia el horizonte.
-¿Qué tal? – la dije dándole un golpecito en el hombro.
-¡ah!, hola – dijo aparentando sorprenderse.
-¿Sabe una de las cosas que más me sorprendió y que más admiro de mi padre? –esperé algunos segundos para obtener respuesta, un leve gesto con la cabeza me decía que aquella señora no tenia ni idea de que era lo que mas me sorprendía y mas admiraba de mi padre-. En todo el tiempo que estuvo en casa, no le puso la mano encima a mi madre. Sí, discutían, gritaban, tiraban platos, pero nunca la pegó. Una vez mi madre le soltó un bofetón, pero el ni se inmutó. Solo trabajaba, bebía, y de vez en cuando hablaba. Yo hablaba con él de cosas sin sentido, al menos es lo que recuerdo
La señora tocó el pulsador, llegaba su parada.
-bueno joven, seguiremos en otro momento, ahora tengo que ir a trabajar
-bien, no se preocupe – dije, mientras me levantaba para que la mujer saliera.
La vi bajar y apresurarse a coger otro autobús. Noté dentro de mi como el alcohol se iba difuminando, y como iba apoderándose de mi la cordura. Volví a eructar, el sabor caduco del ron invadió mi paladar. Por un momento quise vomitar, pero fue una fugaz sensación.
Mi cuerpo estaba desecho, cansado, y sin embargo, me sentía bien. Mire el reloj, eran las siete y cuarto de la mañana. Mi parada llegó. Me baje del autobús con escasa agilidad, y caminé con una extraña sensación de bienestar en mi cuerpo, me sentía bien, como despues de una grandiosa y larga meada.

© Sergio Becerril 2007

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