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Fin de fiesta - Relato 20

Fin de fiesta

Sentí el frío sentado en el escalón de su portal, ese escalón que ahora callaba había reído y compartido con nosotros muchas lunas. Un cuarto de hora después la vi venir a lo lejos. No iba maquillada, llevaba ropa informal, un vaquero y un jersey, eso seria síntoma de que no estaba con nadie, pensé, si lo hubiese estado hubiera ido mas arreglada; aunque pensándolo mejor, los hippies no se arreglan y al parecer ella siempre ha sido un poco alternativa. Eso pensaba, yo que sé, estaba mal, nervioso, angustiado, y ella caminaba hacía mí.
Ella lo primero que hizo fue darme dos besos, y sentí mucho más frío. Que clase de persona era Laura, ¿la conocía realmente? ¿Había estado engañado durante los dos últimos años de mi vida? ¿Cómo podía darme solamente dos besos? Como si fuera un conocido, no me dio ni siquiera un abrazo, de verdad que hubiera bastado con un simple gesto de cariño, supongo que ella tenía miedo de que cualquier gesto suyo yo lo interpretara como una muestra de amor. Yo busqué un poco de calor e intenté abrazar su pequeño cuerpo, noté como ella se alejaba.
Después de algunos minutos comenzamos a hablar. Al principio la lógica se impuso, y la conversación fue fría, apática, sin sentido, ella hablando de lo que no, y yo de lo que sí. Nuestras palabras salían de nuestras bocas y se escondían en una nube de vaho, a ella ese gesto parecía gustarle, sus palabras se camuflaban, se evocaban escondidas, sin embargo mi intención no era esta, me hubiera gustado abofetear a mis palabras y desempolvarlas del caliente vaho que salía de mi boca.
-Bueno, supongo que cuando uno esta enamorado el orgullo no cuenta, por eso estoy aquí, para hablar de nosotros –dije muy serio.
-Marcos, no quiero tener una pareja, yo soy una chica muy independiente, no quiero seguir contigo –me dijo con asesina frialdad.
-¿Cómo puedes hacerme esto? –yo, ya no era yo, era un ser confundido. No sabía que pensar, ¿cómo era posible?, la chica que más me quería, la que una semana atrás hubiese dado su vida por mí, me decía que no quería estar conmigo.
-No eres el hombre de mi vida –prosiguió ella-. No eres lo que yo quiero para mi vida
-Pero Laura, si tu decías que yo era el hombre de tu vida, que querías tener hijos míos –mi voz sonaba angustiada, incrédula.
-Si, Marcos pero ya no quiero seguir así, me he dado cuenta de que no estoy preparada para tener hijos todavía. Mira Marcos yo mañana me voy al Viña Rock, y dentro de tres meses me voy a trabajar fuera
-Te vas a un concierto de rock. –Hice una pausa, miraba su negro pelo, el frío parecía escarcharlo y brillaba con viveza. Podías haber ido conmigo –continué-. Yo te hubiera acompañado
-Marcos pero si a ti no te gusta esa música –dijo riéndose y con cierta compasión.
- Por ti haría cualquier cosa, ¿y con quien vas?
-Pues con unos amigos, con Alfredo y con otros que no conoces
-Pero Laura, puedes pensarlo, puedes tomarte algún tiempo y si ves que estas bien, lo dejamos definitivamente –dije casi suplicándola.
-No, no Marcos, esta decidido
-¡pero yo era feliz!
-Pero yo no, Marcos, no eres el hombre de mi vida –me volvió a decir.
Yo a estas alturas de conversación estaba abatido, hacía una semana que las manos de Laura acariciaban mis mejillas, hace unos días compartíamos el futuro.
Estaba confundido, no sabía en realidad que estaba ocurriendo. Sentí una extraña mezcla de tristeza y desilusión.
-Laura, te lo di todo y ahora tú me haces esto
-No puedo más –dijo y se dio media vuelta para abrir el portal y subir a su casa.
Yo la insistí que se quedara un poco más, y ella empezó a llorar.
-Me siento como Manuel, aquel novio que dejaste por mí –dije.
-No, tú eres un caballero, Manuel no se comportó como tú.
En ese momento no quería ser un caballero, quise ser lo que fuere, pero con ella.
A partir de ese momento, mi mente se volvió loca, intentando buscar su voz al día siguiente comencé a dar miles de razones para que no me dejara, a cada palabra mía ella lloraba con más angustia, yo esperaba que alguna de las palabras que la estaba diciendo la hicieran pensar, y que no me dejara. Decía palabras, hablaba para que alguna la hiciera retroceder, tenía la esperanza de que alguna de mis palabras activara algún mecanismo en su cabeza y la hiciera al menos reflexionar. Cubriendo de vaho algún recuerdo, ella esbozó media sonrisa, y yo quería besarla. Al cabo pensé que estaba perdiendo el tiempo, era tiempo de dolor y cada minuto contaba, necesitaba irme.
-Carlos yo te puedo ayudar, si quieres te llamo, hablamos, puedo ayudarte a que no lo pases mal –me dijo.
Yo sabia que el remordimiento la atenazaba, y de ahí sus palabras de apoyo.
¿Había entendido alguna vez el amor?, me pregunté. Se creía que podía ser mi amiga.
-¿Crees que para mi ha sido fácil Carlos?, quitar todas tus fotos, yo lo estoy pasando muy mal –me dijo congelando lagrimas.
Yo ya no creía todo lo que me decía.

Después de algunas frases sin sentido, ella me besó, yo me agarré a sus labios por que sabia que era la ultima vez que coincidiría con ellos. Me despedí con un gesto con la mano, arranqué el coche y me fui.
Entre en el garaje, nadie se asustó por que di marcha atrás muy rápido. Cerré la puerta e imaginé que ella salía por la puerta del copiloto, como tantas otras veces, vi como me sonreía, recordé como nos quedábamos los dos de pie, hasta que se apagaba la luz interior del coche, y luego subíamos juntos las escaleras, yo gastaba alguna broma absurda y ella siempre se reía, ahora no sé si por compromiso.

© Sergio Becerril 2007

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