Búsqueda personalizada

La Herida - Relato 22

La Herida

Soy una herida y causo dolor. Paolo tumbado en su trinchera se suelta los cordones de las inflamadas botas, se rompe el botón de la camisa de infantería para liberar su cuello negruzco y sudoroso; me libera de cualquier presión, no sé si para intentar ganarse mi aprecio y que no le siga torturando. Me siente y yo le aprieto, ejerzo sobre él un peso incontrolado sobre todo su sentido, le hago sudar, le bloqueo el pensamiento. Las balas parecen minúsculos aviones, atraviesan el éter con febril velocidad, sin destino, sin un objetivo al que colorear.
Le conozco, lo sé todo sobre Paolo, al fin y al cabo siempre he vivido con él. Las heridas surgen de dentro, no dejo de ser parte de su propio ser, aunque ahora me muestre y me haga sentir, crezco de su propia piel, su dolor me hace existir en reciproca sintonía.
Sigue tumbado, escucha el odioso castañear metálico. Rebozado de tierra y de humo intenta no pensar, aprieta con fuerza su bastón de acero con punto de mira, le gustaría fundirse con él, integrarse poco a poco, quiere ser absorbido por el arma, y en unos minutos desaparecer, que alguien pase por el foso y vea solamente un fusil casi enterrado en la zanja, con distinto color, ya no es negro el fusil, tiene matices rosas, marrones y rojos, sobre todo rojos. En la zanja un fusil rojo. Pero sabe que no puede, que eso es imposible, y se descubre apretando con más fuerza su Rémington.
Le hablo para alargar su sufrimiento, le digo que piense en cosas bonitas, que recuerde el momento en que las conquistas siempre tenían nombre femenino, que piense en las derrotas en las que solo perdía un poco de honra masculina, que piense en la vida antes de ser amenazada por tormentas tropicales, noches de deseo y cristales rotos por los celos.
Pero no me hace caso, y recuerda su primer encuentro con la tristeza, ocurrió cuando su razón se dio cuenta de que todos los niños de su edad, no cenaban huevos fritos con patatas cinco noches a la semana. A partir de ahí, el desánimo se animó a visitarlo a menudo, a conciencia algunas veces, otras veces invitado por el guión de quien no escribe su vida si no que se la cuentan. Sintió en reiteradas ocasiones el desconsuelo cuando el molde de la sociedad matrimonial le arrinconó, y cada dos por tres le obligaba a decir que sus padres se habían separado ¿En qué trabaja tu padre? Nunca imaginó que una pregunta tan sencilla tuviera tantas vías de confusión.
Piensa en su juventud de solitarios días cada vez más largos, Paolo los trataba de acortar con interminables siestas, en las cuales escapando de sueños rotos, no encontraba ningún sueño.
Allí estábamos Paolo y yo, su herida. En la explanada Cartago, en una meseta de sol y pólvora, él intentando sobrevivir y yo sin quererlo en el más estricto sentido de la palabra impidiéndoselo. Suelta el arma y se libera las muñecas de la presión de la camisa, no desabrocha los botones, los rompe, está semi tumbado boca arriba, el sol presenta un desfile de fuego sobre su cuerpo, extrae de Paolo cauces de sudor que empapan toda su ropa.
Recuerda a Berta, otra luz menos incomoda que la que ahora sufría, que también le hizo sudar pero de distinta manera. Se mira su mano derecha, el contraste de sus negras uñas y la suciedad de las manos, aumentan el reflejo que el sol ejerce sobre ciertas partes en su anillo de casado. El sol emite destellos intermitentes por las lagunas de arena de su alianza. Es como la vida, piensa, algunos momentos turbia, en otros clara y brillante.
Piensa en el tiempo, si Berta no estaba era tardo, minutero plomizo de segundos horas, sin embargo cuando estaban juntos pasaban años sin enterarse. El tiempo como la vida, también es relativo, unas veces pasa y otras no.
Berta no quiso seguir compartiendo nostalgias, y antes de criar, una mañana de fríos pies descalzos y cálculos aritméticos, se marchó de su lado. Habían pasado cuatro años de matrimonio, alguna que otra pelea y muchas horas de reserva. Sin duda fue el cierre del negocio vital para Paolo, una bancarrota sentimental que hizo que perdiera su camino durante algunos años, cogió trenes equivocados, y blancos autobuses sociales que no le llevaban a ninguna parte, pagando el billete a precio de oro.
Un tío suyo, un coronel retirado, le convenció una nochevieja para que se alistara en el ejercito, y así emprendió su camino, lo que no se imaginó nunca es el final del mismo ¿Quizá la ultima parada era una explanada de Cartago?
Paolo saca de su bolsillo un papel, esta medio roto, lo desdobla con dificultad, en realidad es medio papel, el otro medio con sus correspondientes palabras estará cultivando árboles librales en alguna bélica hectárea. En la carta se puede leer:
“…y en esta mañana en la que tus cejas siguen distinto camino yo te necesito igual que antes. Nada ha cambiado y en este primer año de casados no puedo dejar de decirte lo mucho que te quiero. Acuérdate de llevar mis poemas a la editorial, sé que es una tontería, pero igual esta vez tengo suerte, no te enfades anda, puedo ver tus labios unirse en gesto de rabia, sabes que lo más importante después de ti son mis escritos…”
Paolo vuelve a doblar la carta con abogado gesto y la guarda de la misma forma. Suspira, quiere que sea el último pero él y yo, su herida, sabemos que no es así, todavía no.
Paolo me siente cada vez con más fuerza. Él hubiera deseado que yo fuera un corte, un túnel de pólvora, un coagulo de sangre engangrenado, una irremediable amputación, un charco en los pulmones, pero no, supongo que ni yo puedo elegir, soy una herida de muy adentro, de esas que no se curan, que en todo caso se me puede adormecer durante algún tiempo, o distraer con quehaceres varios.
La única opción es hacerme callar que no curar, aunque eso implique olvidarse de los huevos fritos, de correctos matrimonios, de Berta, de sueños vividos, de sueños impuestos o imaginados, de la escarcha vital que supone llevarme, de cambiar siesta por un pesado sueño.
Paolo coge su fusil, lo carga, lo mira, imagina que es Berta y lo besa.

© Sergio Becerril 2007

2 comentarios:

LadyRugi dijo...

Me gusta. De como la vida da tantos giros, y de cómo una herida, no siempre física, puede significar tantos cambios, tantos sentimientos y tantos pensamientos...

Cuando algunos trenes se nos pasan, cogemos otros que no siempre nos llevan al destino que teníamos planeado. Y en ése destino nuevo, podemos encontrar cualquier cosa: la fatalidad o la fortuna.

Un saludo.

Sergio Becerril dijo...

Hola LadyRugi:

Gracias por volver a visitar mi Bodega y por tu comentario.
Pues sí, así es, yo creo que las heridas que no sangran son las que más duelen, al margen de que son más difíciles de curar, pues en raras ocasiones cicatrizan.

Un abrazo.

 
Safe Creative #0911060075467
directorio de weblogs. bitadir
Vueling Ocio y Diversion Top Blogs Spain Creative Commons License
Bodega de Recuerdos by Sergio Becerril is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España License.
Based on a work at bodegaderecuerdos.com. Blog search directory - Bloggernity Blog search directory - Bloghub Add to Technorati Favorites The Luxury Blog