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Una Coca-Cola - Relato 24

UNA COCA-COLA

El frio suelo, parece como si estuviera andando sobre placas de hielo, y el tacto del pijama me incomodan, acabo de levantarme de la cama para orinar. Son las tres de la madrugada, y otra noche más sin poder dormir bien. Esta vez no son los dolores físicos, esta noche mi cabeza quiere pensar. Mientras orino pienso cual es el motivo por el cual sentimos el suelo tan frio cuando andamos descalzos, una vez leí que al parecer las plantas de los pies no son un buen conductor de temperatura, de manera que la frialdad del suelo no puede pasar al resto de nuestro cuerpo, esto hace que la sensación de frio sea muy intensa. Hay que ver, me muero y yo pensando en porque notamos la frialdad del suelo en nuestros pies descalzos. Vuelvo a la cama, las sabanas están medio rotas, el nombre está casi borroso. Los ronquidos del hombre que tengo a mi lado me dicen que la noche no está siendo igual para todos. La sabana no está fría, noto su calor, en esta noche solo abrigarme, taparme con las desgastadas ropas me tranquilizan. Ojalá tuviera sueño.
No ha pasado más de una hora cuando me levanto a dar un paseo, los pasillos están iluminados por las luces de emergencia, al pasar por el mostrador de control la enfermera duerme cruzada de brazos sobre la silla, tiene la boca a medio abrir y su pelo cae sobre los hombros, tiene el pelo moreno y rizado, se parece a Olivia, a ella también le cae el pelo sobre los hombros, y en la parte de la espalda a veces se forman tirabuzones, muchas tardes metía mi dedo entre sus rizos, así la sentía cerca. Camino hasta el final del pasillo, allí hay unas escaleras, sentado en la primera está Carlos, todas las noches sale a fumarse un cigarro, los médicos dicen que se muere y que no fume, pero el solo parece hacer caso a lo primero.
-Otra noche más –dice Carlos.
-Más bien otra noche menos –digo.
-¿Qué tal estás? – dice Carlos.
-bien, espero mi momento, he estado esperando mucho tiempo, no me cuesta esperar un poco más
-¿lo deseas?
-Al fin y al cabo todos tenemos el mismo final, más tarde o más temprano tiene que suceder, he vivido más de lo que me gustaría, y esto solo es anticipar algo que va a ocurrir sí o sí
Los dos callamos, no entiendo a Carlos, él, en más de una ocasión me ha confesado su pánico al momento, está recibiendo terapia psicológica, no aguanta lo que le está sucediendo.
-¿Es cierto que podías haberte curado?
-No, eso dicen los médicos, pero yo no los creo. No me gusta estar aquí, a pesar de lo que parece, en realidad no tendría que estar aquí, nunca debería haber estado –digo mientras me levanto y dejo a Carlos terminando su cigarrillo.
Camino hasta el final de la planta, allí hay una maquina de refrescos y otra de comida, apenas quedan sándwiches, las visitas de hoy han acabado con ellos, unos se alimentan y otros se mueren, son los contrastes vitales.
Supongo que si podía haber evitado esta situación, si hubiese querido claro, sin embargo no encuentro ningún motivo para no morirme.
Sólo hay que dejar de pensar, no pensar en que va a suceder, alejar los sentimientos de la razón, eso e ignorar este mundo, ignorar las tostadas, ignorar el aire, ignorar a quien se preocupa por ti, a quien te quiere, a quien no te quiere, ignorar el avance, el éxito, el calor, la ternura, la ambición, hay que aprender a ignorar para que no te de pena abandonar tu existencia, dejar de respirar, y al fin y al cabo desaparecer para siempre.
Hay una ventana abierta, entra algo de frio, se escucha el ruido de algunos coches pasando por la autopista, van veloces huyendo del amanecer, es noche de sábado, no oigo las risas, comentarios, chistes, gritos que se puedan dar dentro de esos vehículos , pero están ahí, me asomo a la ventana, quiero escuchar a gente, quiero escuchar su risa, sentir su felicidad, sé que no se contagia, pero al menos sentiría que alguien sale, avanza, respira, en definitiva, vive.
El ascensor sube, seguro que es el vigilante haciendo la ronda, me escondo en una esquina, veo salir a cuatro médicos, van apresurados hacia las habitaciones, en un segundo los pierdo de vista y me vuelvo a quedar solo, meto mis manos en los bolsillos de la chaqueta del pijama, uno de ellos está roto y deja escapar mi dedo, me acerco a la ventana y la cierro.
Vuelvo a mi habitación, a sufrir los hierros y el tacto de las desgastadas sabanas, pero descubro que mi cama está ocupada por mí, cuatro médicos intentan reanimarme sin éxito, de repente algo me atrapa por mi espalda, poco a poco empiezo a alejarme de la habitación donde he permanecido los tres últimos meses, veo alejarse a los médicos, me arrastro de espaldas, mi pijama se queda delante, yo sigo para atrás, llego al final del pasillo, Carlos ya no está fumando su cigarrillo, giro, llego hasta el final de la planta, no quiero mirar a tras, ahora si tengo algo de miedo, paso por la máquina de refrescos y de comida, miro a la ventana que unos minutos antes había cerrado, está abierta, después de unos segundos todo acaba, no puede ser, tengo que despedirme. Pero es demasiado tarde, ya no existo.

© Sergio Becerril 2008

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta mucho como escribes, deverias hacer mas. Supongo que deveria inspirarme yo tambien e intentar hacer alguno tan buenos como los tuyos.

Sergio Becerril dijo...

Gracias por tu comentario Nebti, es difícil sacar tiempo siquiera para escribir un par de lineas, sin embargo llega un momento que tengo que sentarme y escribir un relato, si no lo hago empiezo a sumergirme en una extraña melancolía, es como si me fueran quitando el aire, entonces tengo que soltar la historia que días antes ha estado ronando por mi cabeza, supongo que a ti que tambien escribes te pasará algo parecido, al fin y al cabo todos somos iguales.
Te ánimo a que sigas visitando mi Blog, y a que sigas escribiendo.

Un abrazo.

 
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